Cuando se discute sobre educación, se suele partir de una premisa básica: que los docentes y los estudiantes están en el aula. Los datos sugieren que habría que revisar esa premisa: en secundaria, 1 de cada 4 estudiantes (26%) reconoce que tiene al menos 20 faltas por año. Eso equivale a perder, por lo menos, un 14% de los días de clase. Para la mitad de los directores de escuela, el ausentismo estudiantil constituye el principal obstáculo para el proceso de enseñanza y aprendizaje en las secundarias de todo el país.
Argentina no cuenta con estadísticas públicas sobre ausentismo estudiantil. Sin embargo, según lo que informaron los propios estudiantes y directores en el cuestionario de Aprender 2022, el problema es crítico. Los especialistas lo asocian con la desvalorización del rol de la escuela, con las dificultades de los adultos para construir límites y autoridad sobre los chicos y con el desdén hacia las normas comunes, entre otros factores.
El último informe del Observatorio de Argentinos por la Educación, titulado “Ausentismo estudiantil en secundaria: percepción y dimensiones”, pone el foco en la cantidad y los motivos de las inasistencias, según lo que reportan los propios alumnos (con las limitaciones que esto implica: por ejemplo, la precisión del dato depende de la memoria de los chicos para recordar sus faltas).
Un 18% de los alumnos afirma tener entre 15 y 19 inasistencias; el 21%, entre 10 y 14 inasistencias; el 20%, entre 5 y 9; el 12%, menos de 5; y solo el 3% no faltó nunca. Los estudiantes respondieron este cuestionario un 19 de octubre: para esa fecha, el calendario escolar indicaba que deberían haber tenido alrededor de 142 días de clase, dependiendo de cada provincia.
“Menos días de clases implican necesariamente menos aprendizajes, menos socialización y más desvinculación. Si la repitencia es la antesala del abandono, el ausentismo estudiantil es en sí mismo una forma solapada y silenciosa de abandono escolar, es un ‘abandono en cuotas’ que impacta de lleno en la calidad de los aprendizajes”, afirma Bruno Videla, docente de nivel secundario en CABA y coautor del informe junto con Martín Nistal y Eugenia Orlicki, investigadores del Observatorio de Argentinos por la Educación.
“Resulta fundamental contar con datos precisos para poder dimensionar la magnitud del problema y así pensar en estrategias para abordarlo”, agrega Videla, en referencia a la falta de información pública sobre las inasistencias de los estudiantes. El informe explica que el ausentismo tiene “efectos negativos inmediatos” sobre el desempeño académico, el riesgo de repetición y abandono, el desarrollo social y emocional de los chicos y las probabilidades de finalizar la educación secundaria, además de otros efectos a largo plazo.
Disparidades por provincia, pero no por nivel socioeconómico
“El ausentismo es un factor preocupante y complejo en la formación de los estudiantes. En cualquier nivel del sistema educativo, el hecho de no asistir a clases afecta directamente a la continuidad pedagógica. El acto pedagógico está secuenciado de manera tal que necesita de la asistencia del estudiante a clases: es fundamental que participe en las propuestas y dinámicas pensadas por el docente y que sea parte de los intercambios áulicos, para poder construir aprendizajes en forma activa y progresiva”, plantea Marina Bertone, docente de nivel primario.
Según lo que declaran los propios estudiantes, hay grandes disparidades entre las provincias. El problema parece ser más grave en Buenos Aires (36%), Tierra del Fuego (31%), CABA (28%) y La Pampa (27%), las jurisdicciones con mayor proporción de alumnos que faltaron 20 veces o más en el año. En el otro extremo, San Juan (9%), Santiago del Estero (12%) y Jujuy (13%) tienen menores proporciones de estudiantes en esa situación.
En cambio, no hay diferencias significativas en la cantidad de faltas que tienen los alumnos de distintos niveles socioeconómicos: el ausentismo afecta a los estudiantes de todos los sectores sociales.
Sí se observan diferencias en los motivos. Para los estudiantes del quintil más bajo de ingresos, los problemas de salud representan el 54% de las ausencias, seguidos por dificultades de acceso a la escuela por el clima o el transporte (30%) y la falta de motivación para asistir (24%). En el caso de los alumnos del quintil más alto, los problemas de salud también encabezan las razones (67%). Además, mencionan la falta de ganas de asistir a clases (48%) y las llegadas tarde (24%).
“El dato acerca de que no existen diferencias en cuanto a nivel socioeconómico nos dice mucho. La falta de ganas de ir a la escuela interpela también a las familias, que muchas veces entienden que lo que pasa en la escuela no es más importante que otras tantas actividades, o bien que ir a la escuela puede ser una decisión sometida a la voluntad de los chicos”, sostiene Videla. La asistencia diaria a clases ya no aparece como algo obvio: los docentes consultados mencionan que ahora es algo que debe trabajarse con las familias, especialmente después de los cierres escolares durante la pandemia.
Bertone también pone el foco en la necesidad de que las familias recuperen la confianza en la escuela. “La alianza familia-escuela, que supo ser el éxito del sistema educativo en el siglo XX, está fragmentada y es difícil pensar cambios e innovación en las currículas. La sociedad tiene que volver a confiar en la escuela. Podemos seguir hablando de métodos, de alfabetización, de adecuación de contenidos, pero si no hay confianza en el acto pedagógico –ahí entra la continuidad y la asistencia a clases–, de nada sirve pensar políticas educativas desde fuera”, explica a Infobae.
El rol de la familia y la debilidad de las normas
“Lamentablemente, es muy común encontrarse con papás que te dicen: ‘No está viniendo porque yo lo decidí' o ‘porque se aburre’. Por supuesto hay situaciones de chicos de sectores vulnerables que no asisten porque trabajan o, en el caso de las adolescentes, porque están al cuidado de sus hermanos más chicos. Pero el fenómeno está extendido y no tiene que ver con la pobreza”, agrega Viviana Postay, especialista en gestión educativa y docente de nivel secundario y superior.
“En los sectores altos y medios altos, por ejemplo, está cada vez más naturalizada la posibilidad de hacer viajes en época de clases, algo que antes hubiera sido impensado. También hay padres que te dicen: ‘No va porque no quiere y yo no lo puedo obligar’. Eso nos habla de un problema relacionado con la autoridad de los adultos, con los límites, con la necesidad de reconstruir tramas de autoridad en las que la familia apoye el trabajo de los docentes y viceversa”, dice la especialista a Infobae.
¿Qué instrumentos tiene la escuela frente las ausencias sistemáticas de un estudiante? “Las herramientas están centradas en el diálogo: hablar con los papás, hablar con el estudiante, pedir reunión con la familia, generar documentación. Si la familia no se presenta, desarrollar abordajes con el equipo de orientación”, responde Postay. Las situaciones más críticas pueden derivar en la elevación de la situación a las autoridades, pero según Postay es raro que esa intervención habilite un círculo virtuoso posterior.
Por otro lado, hay un límite para estas estrategias: “En gran parte de los sistemas educativos provinciales, ya casi no existe la posibilidad de quedar libre por inasistencias, porque se privilegia el cuidado de la trayectoria. Pero no se ha logrado compatibilizar el cuidado de las trayectorias con el hecho de que el chico tiene que estar en el aula: debemos encontrar ese equilibrio para evitar el mensaje de que ‘vale todo’”.
Para Postay, “las políticas públicas que han abonado esta gran flexibilidad respecto de no asistir no se llevan bien con otra cuestión de política pública, que es el derecho a la educación”. Ese derecho depende de la escuela pero, primero, de la responsabilidad de los padres de garantizar la asistencia de sus hijos: “La norma es garante de lazo social. Es problemático que, como adultos, avalemos el desprecio por las normas al marcar que no importa asistir o no importa llegar puntual a la escuela”.
“Creo que hay una respuesta fácil que debemos evitar: ‘si la escuela fuese más interesante, todos irían contentos y listo’. Esa respuesta, donde pensamos a los docentes como si fueran Netflix y tuvieran que desarrollar contenidos más entretenidos para la audiencia, es un problema. La función de la escuela tiene que ver con el aprendizaje, con otras cosas que no son precisamente entretener. El aprendizaje requiere esfuerzo, requiere otros procesos cognitivos y otra dedicación de tiempo, requiere levantarse temprano. Tenemos que salir de la idea de que todo debe ser divertido”, concluye Postay.
“El ausentismo escolar es un problema que aparece como tal a partir de tres procesos: la precarización laboral y sanitaria de las familias, la extensión de la obligatoriedad escolar y una cultura dominante que promete éxito instantáneo y la no consecuencia de apartarse de las normas porque todos creemos tener razones para estar exceptuados de ellas. El problema existe y es grave”, analiza Manuel Becerra, profesor de Historia en secundaria. Y matiza: “Cabe preguntarse si es más grave que cuando, por ejemplo, la secundaria no era obligatoria y aquel alumno que se excedía en inasistencias simplemente era expulsado del sistema en forma automática”.