Melina Masnatta, destacada educadora, emprendedora y especialista en Tecnología Educativa, reflexiona en esta entrevista realizada en las oficinas de Ticmas sobre el papel fundamental de la educación secundaria en la formación de los jóvenes. La autora de Educar en tiempos sintéticos dice que este nivel, el último trayecto obligatorio del sistema educativo del país, debe actuar como un traductor del mundo, proporcionando las bases para explorar y transformar la realidad.
A lo largo de la entrevista, Masnatta desgrana los desafíos que enfrenta la educación para alcanzar una propuesta educativa que dé respuestas a los tiempos actuales, pero, sobre todo, que esté abierta a las incertidumbres de los tiempos futuros. La educación debe adaptarse a los nuevos hábitos sin perder su esencia formativa, equilibrando un enfoque disciplinar con prácticas que fomenten habilidades integrales y permitan a los estudiantes aplicar conocimientos en contextos reales.
—¿Qué se espera de la educación secundaria?
—La educación secundaria es un traductor del mundo. Es el último eslabón en el que una persona puede encontrar las primeras bases sobre lo que tiene que explorar, cambiar, transformar en el mundo que lo está esperando. Hay también mucho de deseo y de proyectar un ideal: una mirada particular que se da en cada país de lo que se espera de la persona egresada. El secundario sirve para eso y, sobre todas las cosas, sirve para ir en busca de un consenso social. El quiebre de la educación secundaria es que muestra un gran problema social, que es la falta de consenso ante la ansiedad que nos genera un futuro incierto. Es algo que pasa en las corporaciones, en la sociedad: no sabemos qué va a pasar en el mediano plazo, ya ni siquiera es en el largo. La responsabilidad del nivel secundario es acercar herramientas validadas, acordadas socialmente. Y hoy nos está costando mucho llegar a esos acuerdos.
—Muchas veces se habla de acelerar procesos educativos, de acortar momentos. Pero ante una educación que socializa, ¿cómo entra la variable tiempo? ¿No se valora demasiado la velocidad ante el tiempo necesario para generar pensamientos más refinados?
—El concepto de tiempo en el nivel secundario está en tensión constante con los consumos culturales de las juventudes. Está la cuestión del fast food, ¿no?: chateo, googleo, “chatgipiteo”. La sensación de inmediatez trae ansiedades; hoy estamos empezando a hablar de temas vinculados a la salud mental. Se habla de FOMO —sentirse afuera de algo— y de FOBO —sentirse obsoleto en el mundo del trabajo—, por ejemplo. Esto lo traigo porque es interesante pensar cómo en el proceso más personal y menos transparente de aprendizaje, empieza a haber otra tensión al reconocer que un aprendizaje sucede muchas veces por fuera de los espacios escolarizados.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, cuando estamos en la cola del supermercado, vemos un descuento y nos damos cuenta que estamos aplicando una ecuación matemática. Tenemos que corrernos de la ansiedad que generan los nuevos consumos culturales. Si bien el sistema educativo también es un poquito tirano en prever que en un ciclo escolar —ni siquiera en un año—, las personas adquieren determinados contenidos y los pueden evidenciar en una evaluación. Eso también es complejo, pero hace muchos años que viene funcionando y, más o menos, tiene una lógica en el proceso de aprendizaje… “normal”. Otra palabra disruptiva.
—¿Cómo afecta?
—Al tener a las juventudes como potenciales consumidoras y prosumidoras de las tecnologías, aparecen tensiones como “Ah, pero yo puedo hacer esto de otra forma”. La pregunta tradicional “¿Esto para qué me sirve?” aparece de otra manera, donde se perdió un poco la legitimidad de quien está frente al aula. El sistema educativo está con dudas, falta que nos hagamos cargo. Creo que la palabra “tiempo” es clave también para repensar qué va a pasar en el encuentro: porque la educación secundaria es un encuentro que pivotea muy fuerte en la identidad de las personas. Lo veo cuando doy clases a MBAs. Las personas vuelven a encontrarse con su ser estudiante del nivel secundario y no con otro ser estudiante, como podría ser el del nivel primario. Eso es un indicador de lo importante y lo pregnante que es atravesar el nivel secundario.
—Si nos paramos en los extremos de la escuela secundaria, podemos hablar o de un modelo disciplinar o de un modelo basado en proyectos. ¿Se puede hallar un equilibrio?
—Es súper interesante, porque hay que pensar cómo se abre el mundo desde diferentes lugares. ¿Qué nos pasa hoy con cualquier modelo de inteligencia artificial, como ChatGPT? Si no entendés cómo se trabaja desde la disciplina, es muy difícil que puedas validar si el conocimiento está entregado. Entonces, lo disciplinar trae un punto importante: necesitás de la disciplina y entender cómo desde la disciplina se construyó el conocimiento y cómo se relaciona con otras disciplinas. Pero, por supuesto, no es así como se aborda en la escuela. En general, son conocimientos estancos sin un hilo conductor, se ve una temática, se corta y se pasa a otra. No hay una cuestión iterativa e incremental.
—¿Y en cuanto a los proyectos?
—La idea es interesante porque recorta un problema o un desafío y se lo aborda desde estos otros lugares, que es justamente cómo se resuelven los problemas o los desafíos. Cuando vamos a lugares innovadores, siempre hay un equipo de personas expertas en una disciplina que se ponen a trabajar como un engranaje del conjunto. Ahí hay un punto de equilibrio interesante: no para competir, sino para convivir, para entender que, si la información va a estar dada de una determinada manera —como pasa con todos los modelos de inteligencia artificial—, las personas nos vamos a construir en curadoras. Tenemos que tomar lo mejor de los dos mundos.
—Pero entonces…
—Hay que tomar una decisión y hay que arriesgarse. No todas las decisiones nos van a salir bien, pero a mí me gusta siempre decir que no siempre se gana, pero siempre se aprende.
—¿Tienen sentido las orientaciones en los últimos años del secundario?
—Si el interés es genuino, las orientaciones son un punto para empezar a traccionar el deseo de la persona. Ahora bien, el desafío grande es cómo hacer para que la persona entienda en dónde sus fortalezas van a poder verse más potenciadas, dónde vas a aprender mejor. Me pasa un montón de veces que, hablando con personas que toman decisiones, que son líderes y son megacracks, cuando les pregunto cómo aprenden mejor, me miran como diciendo “La verdad que no me lo pregunto”. Es clave que el sistema educativo brinde la mayor divergencia para que la persona pueda explorar por donde desarrolla mejor su potencial, pero a la vez el mundo al que vamos necesita convergencia. Y este juego no es un juego de divergencia versus convergencia: necesitamos empatía, que puedas poder ponerte en el lugar de alguien que tiene otro tipo de habilidades conocimiento.
—¿Cómo se soluciona?
—El secundario debería acompañarte en un proceso más iterativo. “Sí, esa orientación es importante porque tracciona tu deseo, pero ¿no tenés ganas de probar cómo dialoga con otras orientaciones?”. Que vos puedas atravesar y entender que las orientaciones no te van a dar un trabajo porque ese modelo ya murió: vamos a hablar de ocupaciones mutantes, híbridas. Si te especializabas en una escuela técnica para trabajar en el universo tecnológico, la realidad es que hoy el universo tecnológico busca convergencia: busca personas que sepan filosofía y que programen. La orientación es un lindo camino para traccionar el deseo, siempre y cuando esté en proceso de evaluación, de reconversión y de conexión.
—La “transformación educativa” parece algo próximo, pero también distante. Una especie de entelequia que no termina de definirse.
—La transformación educativa es tan inconmensurable que hace que las personas cerremos la persiana y que no queramos abordarla. Primero y principal, porque aborda todos los deseos de la humanidad. ¿Qué hacer de acá a cinco o diez años con este proyecto de sociedad? ¿Cómo nos pensamos en los desarrollos productivos? ¿Cómo pensamos en desarrollos culturales? ¿Cómo pensamos la sociedad interconectada? La realidad es que, en ese camino, el desafío está de nuevo ver los acuerdos que lo hacen posible. No sólo del sistema educativo, hablo también del sector productivo, de las inversiones. La transformación educativa tiene que traducir el consenso social.
—¿Se puede pensar en punto inicial desde donde comience a darse la transformación?
—Como solemos decir en el mundo emprendedor tecnológico, hay que pensar en grande, pero empezar con el primer paso, que es el más duro y desafiante. Si queremos trabajar en tomar decisiones con datos, tenemos que separar y dividir qué entendemos por eso. Otro gran desafío de la transformación educativa es el tema de la jerga: los especialistas hablan en su jerga, los tecnólogos hablan en su jerga, las personas del mundo político hablan en su jerga, la ciudadanía habla en otra jerga. Nadie interactúa en esa gran torre de Babel, donde el consenso se rompe porque termina generando mucho ruido para adaptarnos a escuchar el idioma de la otra persona. Por lo tanto, la transformación educativa tiene que ser clara y explícita sobre qué entendemos de lo que podemos llegar a ver en la primera etapa, que puede tener cinco o diez años. El sistema educativo tiene un rol social muy transformador, que es la proyección de futuro. Todo esto tiene que ver con un tercer desafío, que es el liderazgo: el gran desafío del liderazgo es la negociación y la negociación es la conversación. Es la tecnología más difícil en este tiempo. Sobre todo, para lograr las grandes transformaciones humanas.