La pandemia y el avance de la inteligencia artificial han puesto en evidencia la necesidad de transformar la educación secundaria en Argentina. Mariana Maggio, especialista en tecnología educativa y directora de la Maestría en Tecnología Educativa de la Universidad de Buenos Aires propone un rediseño de las prácticas educativas tradicionales para hacerlas más relevantes y atractivas. En esta entrevista realizada en las oficinas de Ticmas analiza cómo integrar tecnología en la enseñanza, renovar métodos de evaluación y responder a las expectativas de los estudiantes actuales.
“En este mundo lleno de complejidades e incertidumbres, de riesgos, de guerras, de pandemias, nunca fue más necesario que hoy pensar en la educación secundaria”, dice.
—¿Por qué? ¿Cuál es hoy el sentido de la escuela secundaria?
—Algo en lo que todos podemos estar de acuerdo es en el profundo sentido de la escuela secundaria a la hora de incluir a un chico o una chica en la sociedad. Es el momento en el que, desde el punto de vista de su formación, define todo lo que sigue, y le permite acceder al nivel terciario o universitario, o entrar en el mundo del trabajo. Si la escuela secundaria no ofrece una educación que le permita construir lo que sigue, fracasa. Podría decir que la secundaria es el camino para una ciudadanía plena, para una comprensión del mundo del conocimiento, para la apertura de un mundo ético en sentido amplio. Pero la escuela secundaria construye el camino para entrar en una sociedad que es tremendamente compleja y, si no terminás con todo lo que te ofrece de una manera contundente, lo más probable es te quedes en una zona de riesgo. Eso no nos lo podemos permitir.
—¿Cómo se puede plantear una transformación del secundario?
—Lo primero que quiero señalar es que, en un momento tan complejo de la sociedad, aggiornar tiene sentido tanto en la educación como en los demás ámbitos de la cultura y la vida cotidiana. En Educación tuvimos un golpe tremendo, que fue la pandemia. Nos exigió replantear las condiciones en las que se llevan adelante las prácticas de la enseñanza y el aprendizaje, y nos mostró que las cosas podían ser muy diferentes. Salimos distintos de la pandemia. Y, cuando estábamos acomodándonos, vino el otro golpe, que es el emerger de la inteligencia artificial generativa.
—¿Dónde golpeó?
—Puso en jaque algo que sigue siendo el corazón de un sistema educativo entendido de una manera bastante clásica, que es la evaluación. Casi todo lo que hacemos cuando evaluamos se puede resolver con inteligencia artificial generativa, y los estudiantes lo advierten rápidamente. Con semejantes dos golpes, uno mínimamente tiene que acusar recibo para generar prácticas educativas inscriptas en este momento de la historia, para ser relevante y, como si eso fuera poco, para ser inclusivo. Todos los que nos dedicamos a la educación sabemos que nos tomamos tiempo para pensar los cambios y eso es algo muy bueno. En otros momentos tuvo sentido, porque cuidaba a nuestros estudiantes, le daba una sensación de certeza a las familias, nos permitía ser serios y rigurosos a la hora de educar. Pero…
—¿Pero ahora?
—Este momento nos exige hacer planteos del rediseño de las prácticas de la enseñanza. No es algo sencillo en ninguno de los niveles del sistema porque hay condiciones de implementación de las prácticas que vienen desde el pasado y eso hace que todo sea bastante complicado de repensar. Hablo de la manera de entender el tiempo, el espacio, lo curricular, la evaluación. Pero lo que mostró la pandemia es que, de un día para otro, todo eso se desarmó y pudimos educar con fuerza, con definiciones políticas, con fuertísimas decisiones institucionales y, por supuesto, con un compromiso grandísimo de la docencia. Esa experiencia nos dio los saberes que necesitábamos para cambiar las condiciones y seguir educando. Dicho todo esto, la escuela secundaria es probablemente uno de los lugares del sistema donde queda más claro la fuerza de esas tensiones.
—¿Por qué?
—Porque las tensiones se juegan en varios planos. Uno, en términos de sus condiciones —de nuevo: tiempo, espacio, currículum, evaluación—. Otro, los chicos de la escuela secundaria están imbuidos de las tendencias emergentes y tienen acceso a las plataformas y las redes sociales. Eso genera una presión que se ve en el cotidiano de las aulas. Y, sin querer simplificar el asunto, uno debería darse la oportunidad de decir: “Podríamos hacerlo de otra manera para que los chicos sientan que lo que pasa acá tiene más sentido en sus vidas, para que se conecten con formas contemporáneas de construcción del conocimiento, para que las evaluaciones sean distintas —si ya sabemos que las van a responder con ChatGPT— y pongan en juego la oportunidad de crear algo original”.
—En esta mirada sobre la secundaria, ¿qué está bien?
—¿Qué está bien? Que la escuela sigue siendo una institución completamente relevante para la sociedad. Se vio en la pandemia: la gente pedía a gritos que las escuelas estuvieran abiertas. Eso no solo muestra lo importante que es desde el punto de vista de lo que enseña, sino como pieza clave de la sociedad. Hay algo de la escuela que no se enseña en ningún otro lado. Ahora decimos: “Los chicos se informan a través de TikTok”. Bueno, pero es una información que ni siquiera tenemos en claro si es válida, si es confiable desde el punto de vista de los contenidos disciplinares ni de la comprensión profunda ni de la articulación de criterios rigurosos a la hora de argumentar. ¿Quién enseña eso? ¡La escuela!
—¿Qué no está funcionando?
—En las prácticas cotidianas nos es muy difícil reconocer las tensiones que hablábamos antes y armar propuestas alternativas. En lugar de que los chicos estén repitiendo algo que les resulta totalmente falto de sentido, podrían estar comprometiéndose en algo que tenga un significado de transformación para su vida y la de sus familias. Cuando eso sucede —y lo vemos en las escuelas de la Argentina, de la región y del mundo—, los chicos dicen: “Ah, bueno, pero entonces quiero ir”. Con un cierto rediseño, la secundaria podría ser mucho más poderosa para construir deseo y que nuestros chicos quieran estar adentro de la escuela. Que lleguen temprano, que estén atentos y que sientan que eso es lo mejor que les está pasando en la vida porque es lo mejor que les está pasando en la vida.
—Recién mencionabas a TikTok. En el modelo clásico de “docente-estudiante-contenido”, ¿qué desafíos propone la tecnología hoy?
—El modelo clásico, desde mi punto de vista, no solo tiene la presencia de los organizadores docente, estudiante y el contenido de la enseñanza, sino también una manera de hacer: una transmisión fuertemente explicativa, donde la explicación se come prácticamente todo lo que hacemos. Ese modelo, que en muchos casos es hegemónico, se basa en una manera de pensar la enseñanza que viene desde el siglo pasado. Pero en el nuevo siglo, el punto de inflexión es la generalización de internet, que estructura actividades centrales para la sociedad y empiezan a moverse otras cosas desde el punto de vista de la construcción del conocimiento.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, hay formas emergentes de inteligencia colectiva que hoy marcan cualquiera de las áreas en las que uno mide la investigación, el desarrollo de los campos profesionales, la divulgación, y que todavía tardan en entrar a nuestras prácticas de la enseñanza. Ahí hay un problema de enfoque, que tenemos que replantearnos. Qué nos pasa con las tecnologías. Internet altera las formas en que se construye el conocimiento disciplinar y las formas del trabajo, y nosotros tenemos que, por lo menos, acusar recibo. Si quiero enseñar una forma contemporánea de conocer, tengo que dar cuenta de esto. Hay una entrada de las tecnologías en las aulas que tiene sentido epistemológico y yo denomino “inclusión genuina”.
—¿Cómo es?
—Es, ni más ni menos, reconocer qué está pasando con la trama tecnológica en los campos de conocimiento y emularlo en el aula. Parece raro cuando uno lo dice, pero en términos bien concretos tiene que ver con decir: “Si la investigación hoy está totalmente atravesada por el trabajo de colaboración en entornos tecnológicos, así debería plantearse en la escuela”. Entonces es rarísimo que estemos discutiendo la prohibición de la tecnología en la escuela, porque justamente tiene que ver con las formas en que se construye el conocimiento contemporáneo.
—¿Por qué se impone la sospecha sobre la tecnología?
—Hay un segundo aspecto de la trama epistemológica. Voy primero a eso y después conecto con esta respuesta. Nosotros empezamos a ver los cambios en los modos en que se construye el conocimiento más o menos a mitad de la década pasada. Michel Serres publicó Pulgarcita, donde nos habla a nosotros, los docentes, y nos dice que los chicos no prestan atención porque no les interesa, porque cambió su cabeza, porque saben que eso que, eventualmente van a querer aprender, lo van a encontrar en algún otro lugar. Entonces no hay sólo un cambio en cómo se construye el conocimiento disciplinar, sino también hay un cambio en los sujetos que educamos, que, cuando están incluidos en términos digitales, vienen a las aulas con otra cabeza.
—Y, entonces, la prohibición…
—Y entonces la escuela dice: “No, sigamos con nuestra manera porque funcionó, porque se necesita tiempo y porque aprender requiere de mucha dedicación”. Son argumentos súper legítimos, pero se produce una disociación. A los chicos esto no les resulta atractivo. Y tienen un dispositivo en la mano que no solo es exótico y atrapante, sino que además es adictivo. Nosotros creemos que vamos a ganar con nuestra forma de entender el asunto, pero la realidad es que estamos perdiendo. Y entonces se empieza a instalar en la agenda la idea de que hay que prohibir el celular.
—¿Qué implica el rechazo a la tecnología en la escuela?
—Jordi Adell, entre otros especialistas, dice que esto nos está llevando casi a una forma de negacionismo digital. Para la mayoría de nuestros estudiantes, la escuela es el camino de la inclusión: si prohibimos la tecnología estamos generando expulsiones que hoy son invisibles, pero que van a ser algo muy complejo cuando los chicos quieran insertarse en la educación superior o en el mundo del trabajo. ¿Qué pasa con los chicos que no están incluidos digitalmente en sus hogares? Prohibimos la tecnología en la escuela y los dejamos afuera. Y además, hay otra complicación. Porque le pedimos a la escuela que prohíba, pero esos mismos chicos salen de la escuela y están horas y horas y horas conectados.
—En un momento dijiste la palabra “adicción” y hoy hay un tema tremendo…
—Las apuestas en línea.
—Exactamente.
—Ya hay suficientes alertas que se están discutiendo a nivel de la sociedad y creo que está bien. Hay que dar señales súper precisas como sociedad. Es algo que tenemos que trabajar muchísimo. Decir qué está bien, qué alentamos, qué experiencias de vida queremos para nuestros chicos y chicas. Ahora bien, creo que las prohibiciones en general no funcionan. Eso también lo tengo que decir. Lo que funciona inexorablemente es la educación, la buena educación. Hay que discutir encuadres, hay que discutir qué se puede hacer y qué no. Y no solo en la escuela, porque si decimos que eso no puede pasar en la escuela, pero pasa a una cuadra, ese chico de 13 años o 14 años sigue en una zona de tremendo riesgo. También quiero decir que la primera persona, hace ya bastante tiempo, que me dijo que había un problema con las apuestas en línea fue el director de una escuela del conurbano. Los docentes se dieron cuenta y empezaron a instalar el tema. Todo el tiempo parece que llegamos tarde, pero esta vez la escuela llegó primera. ¿Qué hay que hacer? Yo creo que hay que seguir educando y hay que insistir con educar.