La situación de la escuela secundaria es preocupante. No es necesario ir más allá de los resultados de las pruebas estandarizadas como las PISA para comprender que hace falta una transformación educativa en vías a mejorar las competencias básicas de los alumnos. Se han planteado, de hecho, distintas estrategias que abordan esta cuestión: implementar metodologías novedosas, diseñar estrategias para remediar habilidades y capacidades todavía no asentadas, etc. Valeria Abusamra decía hace unos días que la escuela secundaria debería abordarse desde una responsabilidad compartida por todos los docentes del nivel. La pregunta queda abierta: cuál es el alcance de esa responsabilidad compartida.
Paola Delbosco, presidenta de la Academia Nacional de Educación, también participó en el debate de la transformación del secundario. Además de dar su visión sobre la anulación de la repitencia, se interesó por la necesidad de revisar el currículum educativo y la importancia de mantener contenidos que fomenten el desarrollo integral de los estudiantes. Con una formación en ética y antropología filosófica, Delbosco participó en una entrevista en las oficinas de Ticmas, donde habló de una mirada global de la educación, la necesidad de una formación docente con altos estándares y el papel crucial de los educadores como “constructores de puentes” de la enseñanza y el aprendizaje.
—Si se piensa en la transformación educativa del nivel secundario, ¿hay que cambiar el currículum o hay que encontrarle un sentido al que está en funciones?
—Te cuento una cosa que me decía mi hermano, que, siendo muy inteligente, ha sido un pésimo estudiante. Él decía: “¿Por qué tenemos que estudiar cómo demostrar que la Tierra es esférica, si la hemos visto?”. Todos esos cálculos... Está bien si me decís que hay que estudiar la historia de cómo hicieron antes de verla desde afuera, cómo tomaban las sombras, etcétera. Pero para qué tenía que repetir los cálculos si ya la habíamos visto. Nosotros somos hijos de un aviador, además. Quiero decir, puede ser que haya contenidos asentados cuya utilidad es tendiente a cero. Eso tendríamos que verlo.
—Entonces, hay que revisarlo.
—Sí, hay que revisarlo. Pero antes de que se decida qué entra y qué no, hay que revisar qué le da vida. Vos dijiste la palabra “sentido”. Algo tiene sentido si responde a cuestiones concretas del ser humano. Concretas no quiere decir materiales. Por ejemplo, ¿por qué estudiamos Historia del Arte? Porque en la Historia del Arte, el ser humano se expresa y manifiesta que hay algo más importante que el simple comer o cuidar de su salud, y es la expresión de la belleza, de lo extraordinario, inclusive de lo terrible. Estudiás Historia del Arte y entendés más al hombre. Por eso, yo no sacaría lo inútil, que se llama supraútil. Como no sabemos cuáles van a ser los trabajos del mañana, es importante que el ser humano se haya desarrollado lo más completamente posible, porque eso le va a permitir no ser obsolescente. Es una ayuda para adaptarse e inventar una solución frente a los distintos requerimientos del mundo.
—Haciendo una síntesis, podría decirse que…
—Hay que revisar el currículum, pero, además, hay que hacer que el contenido que estamos dando por las razones que sean, se llene de vida. Es decir, que se lo confronte con la actualidad por contraste, por continuidad, por haber sido una anticipación de lo que vino. Esos lazos, esos puentes hacia el pasado, hacia el presente e inclusive hacia el futuro, constituyen la tarea concreta de los educadores. Barcia decía que somos “pontífices”, en el sentido que hacemos puentes para las personas. Me parece una buena metáfora, porque hacer puentes te da sentido, te muestra hacia dónde vamos y de dónde venimos.
—En ese sentido, cuando hay tantos modelos educativos en pugna —pienso los dos sistemas de alfabetización que se contraponen—, ¿se puede hablar de matices en la educación?
—¿Qué significa que haya gente que educa a otra gente? Significa que, dada la historicidad de la vida de cada ser humano, si uno no está favorecido por los que ya habían comenzado antes, significa volver atrás. Es como volver a inventar la rueda. ¿Por qué educamos? Aprovechamos el conocimiento que hemos acumulado para favorecer el ingreso de los nuevos al mundo, y que ellos, cuando sean adultos, habiendo reconocido, gracias a una buena tarea de educadores, su propio talento y el deseo de ponerlos a prueba, puedan dar su aporte. Que no sean egoístas o que pongan la comodidad como valor máximo, sino que entiendan el servicio de hacerse cargo de los demás. Ese es el tema de la educación. Ahora, para adueñarte de contenidos necesitas herramientas: la lectoescritura, el uso óptimo de la memoria, los hábitos intelectuales.
—¿Qué son los hábitos intelectuales?
—Si lo ponemos en términos concretos, se trata de hábitos, tanto de conducta como mentales, que hacen que te adueñes de los contenidos de una manera óptima y que lo puedas reconstruir en tu cabeza. Pasado el tiempo quizá no te acordás de todo, pero te acordás de un principio. A mí, por ejemplo, me pasa con cosas de geometría, que la tengo abandonada, pero después la recuerdo. Quiero decir, al hábito lo puedo reconstruir porque es un hábito, no es simplemente contenido. Eso también es importante.
—Venimos hablando de la necesidad de una transformación educativa. Quería preguntarle por la situación de la formación docente.
—Es una buena pregunta. En la Argentina hay un montón de profesorados. Algunos dicen 1.200; en lugares distintos he escuchado 1.400. Y tienen duraciones que van de los dos a los cuatro o cinco años, con lo cual el resultado también podría llegar a ser distinto. Algunos son de gran prestigio, como el Joaquín V. González y el Lenguas Vivas, que tienen una tradición importante y que se sintieron ofendidos cuando se propuso una universidad pedagógica, porque sentían que no reconocían todo lo que habían conquistado a lo largo de la historia. Una revisión de contenidos podría ser oportuna. Además, sé que en algunos lugares los profesorados funcionan, no tanto como para preparar docentes —porque no hay suficientes escuelas que los absorban— sino como un semillero de futuros funcionarios municipales o provinciales. Entonces, en realidad, son profesorados porque son terciarios. Pero hay que hacer una revisión, supongo que desde la Secretaría de Educación o desde el Infod.
—¿Qué implica esa revisión?
—Una comparativa de los contenidos y quizás también un análisis de los resultados: ver cómo salen, qué cosas saben bien, qué estudios hacen —si hacen— después de terminar el profesorado. La formación tiene que ser continua porque hay que refrescar contenidos y absorber nuevas herramientas. Por ejemplo, el conocimiento de las inteligencias múltiples se une al conocimiento antropológico anterior y hace que tu enseñanza tenga en cuenta el modo de aprender de cada uno. Antes la educación era más uniforme y ahora es taylormade, una enseñanza a cada uno según su tamaño. Yo revisaría los contenidos, aunque el tema lamentablemente se politiza, con lo cual hay una resistencia, no tanto a la revisión que puede ayudar a mejorar, sino a la interpretación. Un poder que invade al otro.
—¿Un poder académico, uno sindical, uno político?
—De los sindicatos también, porque aparentemente defienden a los docentes para que tengan un mejor salario —que me parece de lo más justo— pero cualquiera visión del gobierno nacional levanta su reacción. Es una cosa delicada. Hay que hacerlo bien; hay que hacerlo hablando con sinceridad sobre las finalidades, sin que haya un programa oculto. Hay que equiparar para arriba, porque de ahí van a salir las enseñanzas; para la nueva generación es fundamental. Vos no le vas a dar una comida podrida a los chicos de una guardería. Vos te quitás la comida de la boca para que ellos puedan comer lo bueno. Este mismo criterio se tiene que aplicar a lo que uno les enseña, porque es una forma de alimentarlos.
—Usted tiene una idea sobre el origen de la palabra “educar”.
—Me lo corrigió un lingüista, Bauza. Uno siempre dice que educar viene de educere, que significa sacar. Pero él me dijo que no, porque, en vez de ser educación, sería educción. El verbo es educare, que entre otras cosas quiere decir “alimentar”. Educar significa hacer crecer al otro porque vos lo alimentas. Si es así, lo que le das a un estudiante tiene que ser de primera y tiene que renovarse el stock. Cómo explicarlo: que haya mercadería fresca para ser entregada con todo su potencial nutritivo.