Desde el 7 de junio, cuando en la provincia de Buenos Aires se empezó a discutir la anulación de la repitencia en el secundario, se abrió un debate que puso en tensión el modelo tradicional de enseñanza. Desde hace más de cien años, el sistema argentino se sostiene en un modelo gradual; es decir, que se aprueba por año o grado y que, para avanzar al siguiente hay que tener como máximo dos materias adeudadas.
Si bien hay excepciones como las escuelas rurales, que son plurigrado, el sistema argentino entiende que la división por años acompaña la maduración acorde a la edad de los estudiantes. Pero en otros países —el más paradigmático es Finlandia, que es uno de los casos referentes de la educación mundial—, el modelo educativo tiene un régimen de aprobación por materia. Allí, el estudiante no tiene la obligación de recursar todo el año sino sólo las materias que adeuda y completa su cronograma anual con las demás asignaturas.
Hay que señalar, además, que la provincia de Buenos Aires no es la primera en proponer este tipo de cambios en la norma tradicional: Neuquén anuló las repitencias —Santa Fe lo había hecho, pero la gestión actual las repuso—, la ciudad de Buenos Aires las anuló en el bloque que conforman primer y segundo año.
Para entender en profundidad las implicancias de terminar con un sistema de repitencias, Ticmas invitó a distintos expertos para que dieran su opinión. Hablaron Guillermina Tiramonti, Gustavo Zorzoli, Emilio Tenti Fanfani, la española Carmen Pellicer. Todos, aunque con matices, dudas y algunas objeciones, se mostraron abiertos a la disposición.
También Paola Delbosco, la presidenta de la Academia Nacional de Educación, entiende que esta medida podría abrir el camino a una verdadera inclusión en la educación. Así lo señala en esta entrevista.
—¿Por qué motivo sería eficaz anular la repitencia?
—Voy a lo que podría ser la motivación central de la medida. Hay un abandono escolar pronunciado en el secundario, en primer año y también en tercero; quizás cuarto y quinto un poco menos. Los chicos que abandonan —que son más chicos que chicas, aclaro— van a acceder a trabajos menos formales. Más bien, van a acceder a trabajos en negro y más precarios porque, para la mayoría de los trabajos formales, se pide un título de secundario, lo que significa un cierto grado de conocimiento, y un cierto tipo de hábitos y convivencias, que se van asentando a lo largo de los años de secundaria. Por lo tanto, la intención es retener, revincular, lo cual no me parece mal.
—¿La repitencia es factor del abandono escolar?
—Hace poco hice un estudio para saber cómo hacer para que la inclusión educativa sea real y no algo nominal. “Todos pueden entrar”: sí, perfecto, pero si no se quedan, si no aprenden… Entonces, investigué las causas del abandono y vi que son dos interconectadas: las bajas calificaciones y las inasistencias repetidas. Una provoca la otra. Es decir, puede ser que uno saque baja nota y por eso no tenga motivación para seguir yendo, o que, como voy salteado, no entiendo nada y mis notas son bajas. Son los dos elementos que se presentan cada vez que vemos una desvinculación. Entonces, cuando un chico empieza a bajar las calificaciones y además se ausenta, hay que intervenir. Porque, a la larga o a la corta, abandona.
—¿Cómo es la intervención?
—Bueno, hay muchas formas. Una podría ser una flexibilización de la cursada. Pongamos un ejemplo: un chico no entiende nada de Matemática y entonces se le “cierra” el cerebro, y, como ya lo cerró para Matemática, tampoco lo abre para Historia. Ahí hay que intervenir y son claves las tutorías. Tanto las formales como las espontáneas. Y vuelvo a la pregunta anterior: el problema de la desvinculación impacta en la nueva generación y también en la gente que va a trabajar. La resolución para anular la repitencia propone una medida complicada, porque permitiría empezar el siguiente año lectivo con hasta cuatro materias sin aprobar, lo cual va a hacer que la cursada sea irregular. Y, al no entender lo anterior es difícil que se enganche oportunamente con lo que sigue. Reconozco que es muy complejo.
—¿Pero es una medida que avanza hacia donde hay que ir?
—Dos palabras contra la repitencia, pero aclaro por honestidad intelectual que no sé cuál es la alternativa. A muchos chicos, la repitencia les produce una tremenda baja en la autoestima y la pérdida de sus referentes. Eso es un problema. En general, al estudiante que repite se le presenta un mundo hostil: tiene más edad, entiende menos lo que los demás ya saben, no presta atención porque ya lo escuchó, no obtiene buenos resultados. Entiendo, entonces, el intento de intervenir. Pero, por supuesto, lo que no tiene que suceder es que haya un abaratamiento de la exigencia, porque si no se vacía de contenido el título secundario. “Todos pasan, todos entran, todos salen”. Eso quiere decir que nadie sabe o capaz que algunos sí y otros no. Eso no es una verdadera inclusión, es un simulacro. Es un simulacro.
—Dijo la palabra “abaratamiento” y el fantasma de bajar la calidad educativa circula en la anulación de la repitencia. ¿Cómo se puede comunicar una transformación tan de raíz a la sociedad para que entienda las razones sin que se lo tome como una simplificación o un “siga, siga”?
—¡Qué pregunta! Yo diría que hay que reeducar a los que escuchan. Hay una especie de vicio, que es una traducción —y, por lo tanto, una simplificación— a términos políticos. Los de la derecha, los de la izquierda; los que estaban antes, los que vienen ahora. Entonces se interpretan las medidas, no a la luz del bien que defienden, sino a la de los grupos de poder. Eso arruina la lectura de la propuesta, tanto de los que la proponen como de los que la escuchan.
—Pero ¿eso cómo se logra?
—Tendría que haber una cooperación entre grupos de orientaciones diferentes, con una finalidad que los una: queremos que la educación funcione y que no haya ningún chico o chica excluido del sistema. Dado que la Ley 26.206 impone el secundario obligatorio, hay que garantizar que tengan acceso. La mala interpretación se debe a una lectura, entre comillas, “política”. Y uso la palabra del peor modo posible. “Si la proponen los otros, es mala; si la propongo yo, es buena”. Sacarnos de encima esta especie de escafandra partidaria o parcial nos ayudaría a ver qué hay de solución auténtica en esta resolución y en otras similares, para que podamos dar una respuesta flexible, imaginativa, creativa a un problema real.
—En varios momentos dijo “inclusión”. ¿Cómo es la relación entre la inclusión y el no abaratamiento de la educación?
—Queremos una verdadera inclusión. Los chicos no eligen dónde nacer ni qué nivel de educación van a tener sus padres. Somos nosotros, los adultos a cargo, quienes tenemos que dar una solución al problema de una imperfecta inclusión. Una inclusión de palabra, si no se corresponde con los saberes, es un engaño. Entonces, yo te digo: “Sí, vos también aprendés”, pero en el fondo sabés que no y cuando te comparás con los que saben, tu título no vale. Así que, despojémonos de las preferencias parciales, vayamos a lo concreto y busquemos soluciones. La clave de la verdadera inclusión no significa abaratamiento del esfuerzo, sino adaptación del esfuerzo a la capacidad de cada uno para que todos crezcan hacia arriba. No para que se achate, porque eso no les hace ningún bien a los chicos. Ni al país.