Unos días atrás, la provincia de Buenos Aires anunció que va a implementar una serie de cambios en la escuela secundaria y uno de los que mayores controversias ha generado es que los estudiantes ya no repetirán el año completo, sino que sólo se recursarán las materias desaprobadas. De esta manera, la acreditación de conocimientos será “por materia”, con calificaciones numéricas cuatrimestrales en un formato similar al del nivel universitario y con una intensificación de aquellas disciplinas desaprobadas hasta que los estudiantes adquieran los conocimientos. La decisión de la provincia es tema de debate en todas las jurisdicciones del país.
Guillermina Tiramonti, una de las voces más autorizadas en la educación de la Argentina, visitó las oficinas de Ticmas para hablar de los efectos que el nuevo régimen puede provocar, pero también de las transformaciones que la educación actual necesita. Licenciada en Ciencias Políticas (USAL) y con un máster en Educación (FLACSO), Tiramonti es autora de La educación de las élites y El gran simulacro. El naufragio de la educación en Argentina, entre otros títulos.
—¿Cuál es su posición respecto del debate sobre eliminar la repitencia en el secundario?
—La repitencia es el instrumento de un modelo educativo que se basa fundamentalmente en la vigilancia, en la amenaza a los chicos. Y toda la investigación ha mostrado que no ayuda. No es, como se pensaba en otra época “Que repita y ahí engancha”. Pero, además, me parece una discusión antigua que forma parte de un modelo que deberíamos estar cambiando. Lo que importa no es sostener una amenaza, sino, al contrario, convocar el interés y la capacidad del chico de trabajar con sus compañeros.
—¿Sería una forma de quitarle peso a lo disciplinar y hacer que los estudiantes encuentren un sentido en la educación?
—Este no es un problema sólo de la Argentina, sino de todos los países. En la Argentina le agregamos otros problemas que son propios, criollos. Hemos ido desorganizando esa institución y le hemos puesto un poco de cambio pedagógico y algo de cambio organizacional. Yo creo que hacemos un esfuerzo en sostener una institución cuando deberíamos empeñarnos en hacer un cambio en favor de una forma de enseñar y aprender más acorde con el mundo contemporáneo y con los chicos que estamos recibiendo en la escuela. Todos sabemos que los chicos no son los mismos que hace 40 años: están inmersos en otra cultura, en otro modo de comunicarse, en otro modo de relacionarse con la información y con el saber.
—La escuela tiene una visión tradicional y se mueve lentamente, por ejemplo, en el cambio curricular. Pero, cuando las reglas cambian tan rápido, como en este caso, ¿están preparados los docentes y los alumnos?
—¡No! Una de las cosas que habría que tener en cuenta es cómo los docentes y los alumnos leen medidas como estas, que se aplican rápidamente, o de sorpresa. Yo creo los alumnos la leen como que es todo cada vez más flojito, y los docentes están viendo que van a aprobar a los chicos que tengan que aprobar y el resto ya verá cómo se arregla el circuito de apoyo o profundización con las materias que no se hayan aprobado. A mí me parece que va a ser una rutina difícil.
—¿Por qué?
—Porque se toma la medida de aprobar por materia, pero a la vez se sigue cursando en bloque. No es como la universidad, donde se cursan las materias que aprobás. Acá estás en 3° año, aprobás siete materias, te quedan cuatro, y después tenés que cursar todo 4º más las cuatro que hay que ver cómo hacés para aprobar. Es difícil. No estamos haciendo trayectorias individuales, sino que les “perdonamos la vida” a los chicos que se llevan más de dos o tres materias. Yo creo que en la práctica va a ser complicado. Y, por eso, ya que nos complicamos la vida, por qué no nos complicamos en favor de la innovación de verdad.
—¿Cómo sería la innovación?
—Yo creo que deberíamos abrir espacios para generar áreas de conocimiento. Por ejemplo: trabajar todas las disciplinas de las Ciencias Sociales inventando programas, proyectos para los chicos, problemas donde aparecen los núcleos básicos del conocimiento de las ciencias. Por un artículo que estoy trabajando ahora, me puse a ver cuáles fueron las innovaciones que hemos hecho desde el inicio de la democracia hasta ahora. Y resulta que en 1988 hubo un proyecto piloto que se aplicó a muy pocas escuelas, que incluía talleres y áreas del conocimiento. Duró muy poco. Ya desde esa época —y desde antes— estamos intentando romper con el modelo tradicional y no lo logramos.
—¿Qué acciones se deberían poner en marcha para evitar el abandono de los estudiantes?
—El ausentismo docente y el ausentismo de los alumnos es enorme. Yo digo que nadie quiere ir a la escuela: ni los alumnos ni los docentes. El espacio escolar no es un espacio para aguantar chicos. Por supuesto, me parece que el mejor lugar donde pueden estar los chicos es en la escuela. Entonces, hay que hacer una escuela atractiva para esos chicos. No compasiva: atractiva. Que estén haciendo algo que sientan que les aporta, que los hace crecer, que los hace aprender. No es cierto que haya chicos vagos; hay chicos desinteresados. Y los que estamos en la escuela no sabemos inventar algo que les interese. Entiendo que la competencia es terrible, que TikTok tiene elementos que contribuyen a la adicción, pero usemos ese aparatito mágico que es el teléfono para que averigüen cosas y contesten problemas. Hagamos de la escuela un lugar atractivo.
—En su libro El gran Simulacro mencionaba el caso de Carlos Tévez, que avanzaba en los grados y, sin embargo, no estaba alfabetizado. ¿Hay una disociación entre escolaridad y alfabetización?
—Hay una discusión muy antigua sobre las metodologías, que ahora se ha renovado con la campaña de alfabetización. El gobierno nacional comprometió a las provincias en una campaña de alfabetización y cada provincia ha elegido la metodología que considera mejor. Lo importante es que después se evalúe y la evaluación diga “vos pudiste/vos no pudiste” y, si no pudiste, que pongas en revisión tu metodología. La prueba empírica es el único instrumento que tenemos para saber qué aquello funciona y qué no funciona. La educación en la Argentina es un espejo de las diferencias sociales y algunas metodologías suelen funcionar mejor con unos que con otros.
—En la pandemia nos preguntábamos si no les pedíamos demasiado a los docentes, que tenían que dar sus clases, responder a las familias, contener emocionalmente a los estudiantes, etc. Ahora, en medio de la revolución tecnológica y la irrupción de la inteligencia artificial, el pedido es que los chicos sepan leer. ¿No le estamos pidiendo demasiado poco a la educación?
—Por supuesto. Lo que pasa es que la ineficacia de nuestro sistema nos lleva a pedir lo mínimo. Tenemos la idea de que en situaciones de crisis hay que pedir lo mínimo. Yo creo que no. Está bien, tenemos que hacer un plan de alfabetización. Pero al mismo tiempo tenemos que preguntarnos a qué edad los chicos tienen que empezar a programar y cómo cultivamos lo emocional y la relación con los otros chicos. Y, por supuesto, hay que reinventar la escuela secundaria tradicional y también la escuela técnica, que se hizo con la idea de la industrialización y la sustitución de importaciones. Estamos en otro, estamos en otro mundo.
—Recientemente se publicaron datos que dicen que el 92% de los estudiantes del país hacen la tarea con inteligencia artificial. ¿Qué respuestas puede dar la educación ante los cambios que implica la tecnología?
—¡Eso es lo que tenemos que pensar; no si repetimos o no repetimos! Tenemos que pensar qué papel juega la inteligencia artificial y cómo debemos ser cómo docente, en ese mundo donde los chicos pueden hacer la tarea con inteligencia artificial. ¿Qué le vamos a exigir a ese chico? ¿Qué debemos hacer para que la presencia de la inteligencia artificial no reemplace su cabeza, sino que, por el contrario, incentive su inteligencia? Un filósofo francés, Michel Serres, decía que, ahora que todo el conocimiento y el saber está acumulado en la computadora, no tenemos más remedio que ser inteligentes. Eso mismo es lo que nos sucede con la inteligencia artificial.