Los viajeros, dice Calamari que dice Aira, contaban sus viajes como se cuentan las historias: la estructura narrativa de un viaje tiene una partida, un recorrido y un regreso, de la misma manera que las historias tienen una introducción, un nudo y un desenlace. ¿Será por eso que la tradición de literatura de viajes que comenzó antes que Homero es todavía tan vigente?
Escritora, periodista, editora en Argentina de la revista JotDown —que sostiene otra antigua tradición: la de textos extensos, meditados, profundos—, Andrea Calamari publicó este año Volver para contarlo por la editorial Paidós, un libro bellísimo sobre de viajes literarios. Calamari escribe con el mismo espíritu de los cronistas que salen a la aventura, pero en su caso, la aventura está a la vuelta de la página: sus viajes son las lecturas de los textos de viajeros, las representaciones literarias que muchas veces son más ciertas que la realidad.
“Este es un libro de lectora”, dice Matías Bauso en el prólogo, “Dentro hay cientos de libros; tal vez miles: aludidos, parafraseados, sobreentendidos, contrabandeados”. En el libro de Calamari vuelven a salir al mundo Gilgamesh, Ulises, Kublai Kan, Dante, Walter Benjamin, Joseph Conrad, Alejandro Magno, Mansilla y los ranqueles, Hebe Uhart, Dino Buzzati, Elon Musk y la fantasía interplanetaria, Werner Herzog, Witold Gombrowicz y su “maten a Borges” y, claro, Borges.
Si, como decía Pezzoni, cada libro es una de noche de Las mil y una noches, el de Calamari representa el sueño de libertad de Sherezade.
El placer del viajero
“Los viajes nos interesan porque nos siguen interesando las historias”, dice Andrea Calamari en el auditorio de Ticmas, “y porque cada persona que viaja se ve compelida a contarlo”. Como si no hubiera viaje sin el cuento, como si no hubiera Torre Eiffel sin la foto en Instagram: “Sabés que no sos original, pero igual querés subirla”, dice.
—Cuando el mundo era grande y Francia quedaba lejísimos, el que se iba a Francia contaba una historia y a la vez una aventura. Hoy, con el mundo a un clic, uno puede ver en pantalla la calle dónde está tu amigo de vacaciones en Taiwán. ¿Cambia la forma de viajar a partir de internet?
—Cambió antes. Cambió con el turismo, que fue prescribiendo los viajes con un itinerario que decía a dónde ir y qué hacer. Una observación curiosa es que hay dos tipos de viajes que conservan la palabra itinerario: la peregrinación y el turismo. Los viajes están tan formateados por el turismo que ahora en el mismo turismo se busca la experiencia extrema más cercana a los primeros viajeros. Uno puede subirse a un barco de científicos para ir a la Antártida, o vivir la experiencia de un inmigrante ilegal en la frontera de México con Estados Unidos, o puede ir a cazar al África en un viaje más parecido a la caza salvaje que a un safari.
—¿A partir de escribir estos viajes cambió la manera de ver tu propia ciudad?
—Yo escribí un libro de viajes y no soy viajera. Necesitaría tener mucho dinero para viajar todo lo que quisiera. Escribiendo el libro me di cuenta que contaba un montón de historias, pero que no estaba presente desde dónde partía yo: en términos de paisaje, la llanura pampeana es una nada. Yo soy del sur de Santa Fe, que es más o menos parecido a Buenos Aires, y en nuestro entorno recorrés cien, doscientos, mil kilómetros y todo es igual. De alguna manera, los que vivimos acá no tenemos la compulsión de saber qué hay del otro lado. Y, además, somos un lugar de llegada. A diferencia de lo que podría haber escrito alguien de Roma o Irak, que son lugares de salida, nosotros básicamente somos —o fuimos— un lugar de llegada. Nuestra tradición se alimentó de todas las historias de la gente que fue llegando de distintos lugares.
—Un personaje obligado de un libro de viajes es Marco Polo, de quien siempre se señala que miraba el mundo oriental con categorías europeas.
—Marco Polo hace un libro que durante años se leyó como una enciclopedia del Oriente. Y, durante siglos y milenios, la pregunta por la verdad y la mentira no fue importante para la literatura. Yo creo que Marco Polo macanea un montón, como macaneamos todos los que contamos cosas. Macanear en el sentido de exagerar, de deformar —un poquito—. No tenemos idea de cómo se comunicó Marco Polo en esos distintos lugares, pero para la literatura no importa.
—Pero ¿qué contás si no contás la verdad?
—Cuando los hechos están puestos en palabras sufren una modificación radical, como dice Vargas Llosa en La verdad de las mentiras. Los hechos son una cosa y el discurso es otra. La pregunta por la verdad no importa cuando agarrás El corazón de las tinieblas, de Conrad: los lectores no se preguntan si es verdad lo que cuenta un personaje o en quién está basado. La pregunta por la verdad no importa para la literatura. Yo cuento historias a partir de lo que leí. Mi libro es el libro de una lectora atravesada por, si querés no le decimos la “mentira”, si no la “literatura”.