En el marco de la cuarta edición del Seminario de innovación educativa realizado en el auditorio de Ticmas en la Feria del Libro, José Escamilla, director asociado del Instituto para el futuro de la educación (IFE) del Tec. de Monterrey, compartió su visión sobre los retos y oportunidades de la educación en la actualidad. Con un sólido trasfondo en ingeniería en sistemas computacionales y doctorado en inteligencia artificial, Escamilla inauguró la charla destacando los avances y proyectos en los que ha estado involucrado, como los podcasts de Edutrends, una iniciativa que explora la vanguardia educativa.
Durante su intervención, Escamilla reflexionó sobre el concepto de “lifelong learning” o aprendizaje a lo largo de la vida. Subrayó que “el sistema educativo tradicional está creado con una perspectiva de precargar todo lo que debemos de saber para el resto de nuestras vidas en los primeros 20 años aproximadamente”. Esta premisa, argumenta, es insuficiente en un contexto donde “la velocidad de cambio en el conocimiento cada vez es más alta”. La necesidad de una formación continua responde no solo al avance tecnológico sino también a cambios demográficos significativos, como el aumento en la expectativa de vida.
Agregando que estos cambios, si no se hacen desde políticas públicas, -qué es el ideal- también necesitan ser abordados directamente por las organizaciones educativas. Las universidades, en particular, deben reinventarse no como instituciones que ofrecen formación limitada a cuatro o cinco años, sino como entidades comprometidas con la educación continua de sus estudiantes. Esto implica desarrollar un currículum ampliado, pensado para seguir a los estudiantes a lo largo de toda su vida, potencialmente a lo largo de 60 años, asegurando un acompañamiento persistente en su desarrollo personal y profesional.
Lifelong learning como derecho humano
Partiendo de la premisa de que la formación inicial recibida en los primeros años de vida no es suficiente, José Escamilla subraya la importancia de la capacidad de reinventarse constantemente para mantenerse relevante en el ámbito laboral. “No es solo lo que aprendemos al principio de nuestras vidas, sino cómo nos tenemos que reinventar”, afirma. Esta reinvención va más allá de lo profesional, abarcando el derecho a seguir desarrollándose como seres humanos integrados en la sociedad. En palabras de Escamilla, “las personas no solamente somos trabajo”, lo que lleva al concepto de “aprendizaje a lo ancho de la vida” promovido por el Instituto para el Futuro de la Educación (IFE). Este enfoque no solo busca la formación académica y profesional, sino también el desarrollo personal y social que enriquece la vida de las personas.
La urgencia de adoptar esta visión se ve incrementada por la observación de una posible degradación en la salud psicosocial de las nuevas generaciones, fenómeno asociado a las redes sociales, aunque “todavía la evidencia no es contundente”. Escamilla observa una “degradación comparado con las generaciones más antiguas” en los estudiantes de hoy, lo que refuerza la relevancia de una educación que abarque todas las facetas de la vida humana. Por tanto, el aprendizaje a lo ancho de la vida se convierte en un pilar esencial, ya que “es el que te hace ser feliz, que te hace encontrar tu propósito, y te hace ser humano”.
¿Quién controla el futuro de la educación cuando se termina la universidad?
Escamilla sostiene que el futuro de la educación no debería depender exclusivamente de una entidad o individuo, sino de una colaboración entre diferentes sectores y fuerzas. Pone como ejemplo a Singapur, mencionando su admiración por el proyecto “Skill Future”, liderado por Michael Fung, que facilita a los ciudadanos singapurenses el acceso a la educación continua. Esta iniciativa asigna un cheque anual de $500 a cada ciudadano para que lo invierta en su aprendizaje, una práctica que, aunque parece salida de una obra de ciencia ficción desde una perspectiva latinoamericana. Singapur no solo proporciona recursos económicos para la formación, sino que también dirige estratégicamente el desarrollo nacional hacia sectores específicos de interés, trabajando en conjunto con la Secretaría de Economía, el Ministerio de Educación, el Ministerio del Trabajo y los sindicatos docentes, para mapear las habilidades y talentos que necesitará el país en el futuro. Esta planificación integral desde la educación primaria hasta la secundaria y más allá busca alinear el desarrollo de competencias con las necesidades futuras de la nación. Escamilla reflexiona sobre la distancia entre esta realidad y la situación en América Latina, subrayando que si bien este enfoque colaborativo y prospectivo puede parecer inalcanzable, debería ser el ideal hacia el que se aspire para tener una mayor incidencia en nuestro futuro como sociedad.
¿Cómo nivelar estudiantes rezagados?
Escamilla señaló que es importante atribuir una parte de los desafíos actuales en educación a las circunstancias generadas por la pandemia, sin caer en críticas injustas hacia los docentes, quienes han enfrentado condiciones muy difíciles y han realizado un trabajo admirable. El problema no radica en la calidad de su enseñanza, sino en cómo abordamos la situación educativa en su conjunto. En el Tec, contamos con un proceso de admisión riguroso y selectivo, pero hemos observado que no basta con imponer requisitos previos o cursos remediales –estrategia que se abandonó a partir del 2019 con la introducción de nuestro nuevo modelo educativo–, el cual promueve que los estudiantes tomen un rol más proactivo en su formación. Les ofrecemos un amplio abanico de recursos para actualizar o mejorar sus conocimientos en áreas como física, idiomas o informática, pero notamos que no todos los estudiantes aprovechan estas oportunidades, revelando así una falta de desarrollo en habilidades de autogestión del aprendizaje.
En respuesta, hemos implementado en los cursos básicos estrategias de aprendizaje adaptativo, que utilizan la inteligencia artificial para personalizar el proceso educativo y permitir que cada estudiante alcance todos los objetivos de aprendizaje del curso, ajustando contenidos a sus necesidades y reforzando los conocimientos básicos necesarios para avanzar. Esta herramienta ha demostrado ser eficaz no solo en remediar lagunas de conocimiento previo, sino también en fomentar la responsabilidad individual sobre el propio aprendizaje, subrayando la importancia de que los estudiantes entiendan que, en el futuro, serán principalmente responsables de dirigir su educación continua.
Innovación e impacto
El director de Innovación Educativa del Tecnológico de Monterrey , agregó que en el Instituto para el Futuro de la Educación (IFE), cuentan con una sección dedicada específicamente a la “medición de impacto”, cuyo origen se remonta a una década atrás. “Decíamos con mucho orgullo, que hacíamos muchas cosas de Innovación educativa”, sin embargo se preguntaron: “Oye, de veras. Esto es innovador innovador innovador”, enfatizando la palabra ‘innovador’ hasta tres veces. Llegando a la conclusión de que la verdadera innovación no solo involucra la creación de algo nuevo y creativo, sino que debe añadir valor sustancial a sus receptores, en este caso, los estudiantes. La innovación, por lo tanto, requiere generar un impacto tangible en la comunidad estudiantil, de lo contrario, se consideraría solamente como una novedad creativa.
Para asegurarse de que las iniciativas cumplan con este criterio, establecieron el área de medición de impacto, que opera bajo un enfoque de arriba hacia abajo (top down) en lo que respecta a decisiones implementadas masivamente, y de abajo hacia arriba (bottom up) que refleja las acciones orgánicas de los docentes. En los proyectos piloto, incorporaron un componente de investigación externo para evaluar variables específicas como resultados de aprendizaje, motivación, participación, y bienestar psicosocial entre otros. Esta evaluación les permite recabar datos cruciales para la toma de decisiones informadas y la mejora continua.
Más allá de la barrera digital
José Escamilla señala una paradoja en el contexto de la educación en línea al mencionar que: “con la educación en línea podrías pensar que beneficia a muchos grupos vulnerables que de otra manera no tendrían acceso a educación porque puede llegar a lugares donde no llega como a lo mejor a zonas rurales, donde no hay una universidad o no hay una escuela o a barrios donde a lo mejor no hay una oferta presencial digamos de educación de calidad”. Sin embargo, identifica que más allá de la “barrera digital” existe un desafío aún más profundo: “Además de la barrera digital, hay otra barrera que es, el capital cultural”. Este concepto refleja las limitaciones en el entorno familiar y social de los estudiantes que dificultan su acceso y aprovechamiento de la educación en línea. Escamilla explica que muchos estudiantes no cuentan con una “red de apoyo para poder siquiera a veces saber que existe esta oportunidad acceder a una beca entrar y luego mantenerse estudiando”.
Por lo tanto, subraya la necesidad de abordar esta situación desde una perspectiva más amplia que solo la provisión de recursos tecnológicos: “No podemos cantar victoria porque ya les dimos una computadora, le decimos Internet y acceso a un curso, tenemos que hacer un proceso que tiene más que ver con lo social”. La solución propuesta implica la reconstrucción o creación de redes de apoyo que faciliten a estos grupos vulnerables no solo acceder a la educación en línea, sino también perseverar y tener éxito en ella.
¿Bootcamps o universidades?
José Escamilla reflexiona sobre la elección entre la formación universitaria tradicional y las formaciones de ciclo corto diciendo: “Yo creo que depende de tu situación”, reconocimiento de que no todos parten de las mismas circunstancias familiares o económicas. Subraya que, aunque la experiencia universitaria es valiosa, “no siempre se puede”, y por ello recomienda explorar alternativas que puedan ofrecer un sustento económico y acceso a empleos mejor remunerados. Este tipo de formación a menudo se encuentra en programas de ciclo corto, como los bootcamps, especialmente en campos como la computación.
Escamilla vislumbra un futuro en el que “cada vez va a haber menos barreras entre la educación formal y la educación no formal”, lo cual permitirá una mayor fluidez entre diferentes tipos de aprendizaje. Plantea la posibilidad de que las formaciones de ciclo corto puedan ser reconocidas académicamente, permitiendo a los participantes acumular créditos hacia títulos universitarios, fortaleciendo así su perfil profesional con “una formación más sólida, eh? Que te permita ostentar una credencial”.
El experto identifica que esta transición todavía enfrenta desafíos en América Latina y sugiere que debería convertirse en “un tema de política pública”. Mientras tanto, insta a las universidades, startups y otros proveedores de formación a colaborar para validar estas credenciales en el mercado laboral. Este enfoque, argumenta, no solo beneficiaría a los jóvenes en busca de educación inicial, sino también a adultos y personas mayores que buscan reinventarse en sus carreras.