Laura Lewin: “Hoy lo importante no es solo qué sabe un alumno, sino qué puede hacer con lo que sabe”

En su último libro, la autora propone que los docentes sean “custodios” de la autoestima de sus estudiantes, cuestiona la memorización repetitiva en la escuela, subraya el valor de la metacognición y afirma que es clave fortalecer el rol docente para mejorar los aprendizajes

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Laura Lewin conversó con Infobae sobre su último libro, "Hackeando la educación tradicional" (Bonum).
Laura Lewin conversó con Infobae sobre su último libro, "Hackeando la educación tradicional" (Bonum).

Laura Lewin es traductora, profesora de inglés, oradora TEDx y consultora educativa. Ha dictado cursos de formación docente para ministerios, universidades, fundaciones y empresas, tanto en Argentina como en otros países de la región. Acaba de publicar su 12° libro, Hackeando la educación tradicional, editado por Bonum.

En diálogo con Infobae, Lewin habla sobre la necesidad de que los docentes sean “custodios de la autoestima” de sus alumnos y asegura que hay que pasar del saber al saber hacer. También reconoce que la mejora de la educación no puede lograrse sin el bienestar de docentes y estudiantes.

–En los últimos años publicaste varios libros sobre educación. ¿Cuál es el aporte del que presentás ahora? ¿A qué te referís con “hackear” la educación “tradicional”?

–Yo creo que muchos docentes saben que tenemos que transformar la educación, pero no saben cómo hacerlo. Estamos viendo en las aulas alumnos apáticos, adormecidos, anestesiados. Si queremos cambiar esa realidad, tenemos que empezar por repensar la educación que ellos necesitan para poder involucrarse en lo que pasa en el aula. Tristemente, las prácticas áulicas se enfocan más en las notas que en el aprendizaje, entonces pareciera que los chicos van a la escuela a aprobar en vez de aprender.

–¿A qué atribuís esa apatía? ¿Tiene que ver con cambios culturales, con la falta de un futuro claro, con la pérdida de legitimidad de la escuela como institución, con la forma de enseñanza?

–En primer lugar, creo que si bien hay un montón de docentes que están súper entusiasmados y tienen mucha pasión por lo que hacen, también hay otros que siguen enseñando como ellos aprendieron, para un mundo que ya no existe. Hoy tenés un problema muy grande que es el celular, que genera trastornos cognitivos, y esto significa chicos que no se pueden concentrar, que se aburren con todo.

Por un lado debemos repensar la matriz didáctica, es decir, qué se está enseñando y para qué. Hoy el alumno tiene estímulos muy fuertes a través del celular –los sonidos, los colores, la velocidad–, y de repente va al aula y pareciera que todo transcurre en cámara lenta. Muchas veces el alumno no le encuentra sentido a lo que pasa en el aula y entonces se desconecta.

Otro problema muy grande es el rol del docente, que se fue desdibujando a tal punto que las familias van a presionar a los maestros para que les pongan mejores notas a sus hijos. En muchas clases vos entrás y parece que estás en el patio más que en un aula. Y ni hablar de las condiciones laborales: si no tiene un buen sueldo, si tiene que correr de una escuela a la otra, ese docente claramente no está en la mejor situación para ponerse creativo y planificar pensando en sus alumnos.

Hay muchos factores: los padres que presionan, los alumnos que se aburren, el rol docente. Esto no significa que las clases tengan que ser divertidas, pero sí deben ser interesantes. Hoy un docente que se pasa la clase hablando delante del pizarrón aleja a los chicos de las ganas de aprender. Me gusta más pensar en un aula que sea como un laboratorio donde los alumnos puedan hacer cosas y podamos involucrarlos cognitiva y emocionalmente.

–Esa es la portada de tu libro: un docente hablando y un alumno que se queda dormido. Pero ¿hasta qué punto esta dinámica de la clase expositiva sigue siendo una realidad mayoritaria en las escuelas? ¿No hay desde hace ya mucho tiempo un consenso amplio de que esa estrategia no funciona, o funciona solo en ciertos casos?

–Cambiar hábitos no es fácil. Una cosa es lo que vos sabés que tenés que hacer y otra lo que realmente podés hacer. Si caminás las escuelas, vas a ver que en la mayoría de las aulas seguís teniendo esta instrucción frontal: un docente parado delante del pizarrón hablando. Por supuesto que ya conocemos los beneficios del aprendizaje basado en proyectos (ABP), basado en desafíos, basado en escenarios; pero no siempre se trabaja con metodologías activas con el estudiante en el centro.

Yo siempre digo que aprende el que habla. A veces entrás a un aula y ves a un profesor y decís “guau, cuánto sabe de su materia”. Pero termina la clase y no tenés idea de si los chicos aprendieron, porque el único que habló fue el docente.

Hoy es fundamental entender que lo importante no es solo qué sabe un estudiante, sino qué puede hacer con lo que sabe. Cuando en el aula no le das tiempo para practicar ese contenido, para activarlo, el alumno estudia, rinde, aprueba y a los cuatro días se olvida de todo. Todavía está muy fuerte la idea de aprender de memoria.

–¿En la formación docente tampoco observás que esto haya cambiado?

–Ese es otro problema que tenemos. Hay algunos centros de formación docente que tienen un prestigio enorme y que son maravillosos, pero tenés muchos otros que no. Entonces el mismo docente de la escuela secundaria, que tal vez no es el más creativo ni el que tiene mejor vínculo con sus alumnos, es el que está impartiendo clases en el centro de formación docente. Así, siguen saliendo docentes que enseñan de manera tradicional y cuesta quebrar esa tradición de la instrucción frontal.

–Mencionaste la cuestión de la memorización, que en tu libro aparece contrapuesta con el pensamiento crítico y la creatividad. ¿Existe realmente esa antinomia? ¿No es necesaria alguna instancia de memorización para hacer posible el pensamiento crítico y la creatividad?

–La memoria es una habilidad cognitiva importantísima y la tenemos que ejercitar. El problema aparece cuando les pedimos a los chicos que repitan como loros de manera no significativa, sin entender lo que están diciendo: lo van a recordar para el examen, pero como no le encuentran sentido, al poco tiempo se olvidarán de todo. Hay cuestiones que sí tenemos que aprender de memoria y otras en las que tenemos que enseñarles a los chicos a pensar de manera creativa y crítica.

Estamos viendo que muchos trabajos se van a automatizar. Eso significa que necesitaremos personas que puedan ocupar lugares que las máquinas no ocuparán. ¿Cómo hacés para que tus alumnos piensen de manera crítica y creativa cuando todos tienen que hacer lo mismo al mismo tiempo y de la misma manera en el aula?

Tenemos que dejar de enseñar en serie y empezar a enseñar en serio. Esto supone también personalizar la educación, que implica entender que hay alumnos que necesitan un poquito más de tiempo, o que necesitan hacer las cosas de una manera diferente.

Siempre digo que cuando un docente asume el compromiso de enseñar, está asumiendo un segundo compromiso: que sus alumnos aprendan. Entonces, más allá de si lo expliqué o no, yo tengo que chequear que el alumno lo haya aprendido. De ahí la importancia de la evaluación formativa, de trabajar con tickets de entrada y tickets de salida para chequear qué se acuerdan de la clase anterior, para que el nuevo conocimiento se asiente mejor sobre el conocimiento viejo, para que el docente pueda chequear si el alumno aprendió o si tiene que enseñar algo de nuevo.

Lewin suele ser convocada por ministerios, escuelas, fundaciones y otras organizaciones para dar charlas.
Lewin suele ser convocada por ministerios, escuelas, fundaciones y otras organizaciones para dar charlas.

–¿Podrías explicar cuál es la importancia de la metacognición para el aprendizaje?

–La metacognición es preguntarnos cómo estamos aprendiendo, cómo pensamos. Y esto está directamente relacionado con la autonomía y con poder autogestionar nuestro aprendizaje. Nosotros en el aula necesitamos en algún momento frenar y lograr que los alumnos puedan pensar acerca de cómo están pensando. Disparadores como “¿qué es lo que más me interesó hasta ahora?”, “¿qué es lo que más me sorprendió?”, “¿qué sabía del tema antes de empezar?”, “¿cómo voy a aplicar esto en la vida?” son preguntas metacognitivas, que también permiten parar para recapitular, para ver si hay lagunas de aprendizaje, si tengo que reforzar algún contenido.

Es importante que podamos en el aula trabajar la cultura del pensamiento. Por un lado tenés docentes que enseñan a pensar, porque trabajan con rutinas de pensamiento y hábitos de la mente, entre otros recursos, pero hay otros que no: por ejemplo, les piden a sus alumnos que lean un texto y les hacen preguntas fácticas, en las que los chicos lo único que hacen es transcribir la información del texto a la carpeta, y tenés a todos contestando lo mismo.

Cuando vos empezás a trabajar con habilidades superiores, ayudás a los chicos a pensar por sí mismos. Si yo le pregunto cómo se llama el perro del protagonista, solo estoy chequeando si se acuerda. Pero si pregunto “¿qué hubieras hecho vos en su lugar?” o “¿qué pensás que pasó con los protagonistas cuando terminó la historia?”, no solo tiene que haber leído la historia, sino que pone en juego el pensamiento crítico.

Para generar esta cultura de pensamiento en el aula necesitás tener tiempo. Y necesitás algo que en Argentina falta mucho: trabajar con aulas sanas. Un aula sana es aquella donde nadie puede interferir con el aprendizaje de un compañero, donde se desdramatiza y se naturaliza el cometer errores, entendiendo que es parte del proceso de aprendizaje. Muchas veces el alumno no va a desplegar toda su creatividad por miedo a confundirse, por miedo a irse del libreto. Tenemos que trabajar mucho este concepto de aprender del error. Por sobre todas las cosas, un aula sana es aquella donde el docente es custodio de la autoestima de sus alumnos. Necesitamos alumnos que estén tranquilos en el aula, porque sin cierta seguridad emocional es muy difícil llegar a tu potencial creativo.

–Afirmás que esto es un problema en Argentina. ¿Hay algún lugar donde veas que está más resuelto, podrías dar algún ejemplo? ¿Cómo se logran esas aulas que llamás “sanas”?

–Yo siento que en Argentina hay mucha violencia de los adultos, que se transmite a los chicos. En los colegios muchas veces ves aulas donde los chicos son muy violentos entre ellos, verbal y físicamente, y hasta agreden a los docentes. Es muy difícil aprender en esos entornos.

Hay otros países, como Finlandia, Dinamarca, Canadá, Corea del Sur, que no se pueden comparar porque tienen culturas muy diferentes. Pero en esos países hay algo que a mí me gusta rescatar: el rol del docente. Es un docente empoderado, respetado, y eso me parece importantísimo para que podamos empezar a hablar de una nueva educación. Un docente que tenga la autoridad que necesita para poder enseñar, que esté en control de lo que pasa en el aula.

Creo que a veces nos enfocamos demasiado en lo cognitivo y muy poco en las habilidades socioemocionales, por ejemplo la tolerancia a la frustración. Si no trabajás eso, el alumno llega al primer año de la universidad y, en cuanto le va mal en un parcial, abandona. Hay que enseñarles a los chicos a aprender de sus errores, enseñarles que ellos son responsables de su esfuerzo, no del resultado. Son cosas que los ayudan a tener cada vez más autonomía. Pero todavía hay docentes demasiado enfocados en la transmisión del contenido.

­–Algunos de los países que mencionás tienen una formación docente muy fuerte en lo disciplinar, los contenidos, y después los estudiantes reciben la formación didáctica, enfocada en cómo enseñar. ¿Cómo ves ese balance en la formación docente en Argentina?

–Tenemos que buscar un equilibrio. Cuando vos te enfocás solo en la transmisión del contenido y en completar el programa, te quedás a mitad de camino, con un docente que enseñó y un alumno que no necesariamente aprendió. Así se llama uno de mis libros: Que enseñes no significa que aprendan.

Si no sabés captar la atención de los alumnos de una manera rápida, los vas perdiendo. No podés empezar la clase tomando lista o corrigiendo deberes: perdiste un tiempo importantísimo. Tenés que empezar con un gancho motivacional. Y trabajar con estímulos fuertes, porque tenemos que reconocer que estamos compitiendo con el celular.

A mí me interesa mucho un concepto que es el “estado de flow”: cuando estás tan conectado con lo que estás haciendo que el tiempo se te pasa volando. Este estado de flow es el nivel de motivación más alto que hay: vos no querés terminar la actividad porque te resulta gratificante. La contracara es el aburrimiento, que genera que los chicos se distraigan y se desconecten.

–¿Qué puede aportar la política educativa al “hackeo” del que hablás? ¿Qué medida podría contribuir a que haya cada vez más creatividad y aprendizaje en las aulas?

–Una cosa es lo que lo que te pide el ministerio y otra cosa lo que vos podés hacer en el aula. Si hablamos de políticas educativas, me interesa mucho lo que tiene que ver con formación y desarrollo de los docentes. Para mí es muy importante el bienestar no solo del alumno, sino del docente.

Hoy la docencia es una profesión muy difícil. Tenés que enfrentarte a presiones, cuestiones administrativas, burocráticas, la familia, los alumnos que se aburren, los bajos sueldos, la falta de recursos y de infraestructura. Todo esto debería ser abordado por las políticas educativas.

Pero me parece importante marcar la diferencia entre la política educativa y las prácticas áulicas. Muchas veces el argumento es “el ministerio no me da”, pero hay un montón de cosas que tienen que ver más con la práctica áulica, con lo que vos sí podés hacer como docente. El desafío es empezar a ver tus oportunidades en vez de tus limitaciones.

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