¿Qué significa “adoctrinar” a los alumnos? ¿Por qué algunos ven adoctrinamiento solo en el discurso de quienes piensan diferente? ¿Para qué serviría declarar la educación como “servicio esencial”, tal como lo ha propuesto el Gobierno nacional?
Esta semana, la Academia Nacional de Educación reeligió a Paola Delbosco como presidenta para el período 2024-2026. Nacida en Italia, Delbosco es doctora en Filosofía y profesora en la Universidad Austral. Mientras se prepara para celebrar los 40 años de la institución en abril, conversó con Infobae sobre las prioridades de la Academia y sobre algunos temas de la agenda educativa.
–¿Qué temas son prioritarios para la Academia en esta etapa que empieza?
–Este año la Academia cumple 40 años desde que fue reconocida con personería jurídica el 22 de abril de 1984. En abril empezaremos una serie de celebraciones sencillas, dados los tiempos que corren.
Estamos preparando una jornada sobre lectoescritura, apuntalados en que en el inicio de la nueva gestión el secretario Carlos Torrendell y los 24 representantes del Consejo Federal de Educación se pusieron de acuerdo por unanimidad en reforzar la alfabetización. Queremos invitar a algunos expertos en el tema, entre ellos a Ana María Borzone, que ha hecho cosas extraordinarias en Mendoza y está acompañando a San Luis y otras provincias.
Además, in pectore tengo un proyecto relacionado con la educación rural. Yo hice mis primeros tres años de colegio en una escuela rural en Italia. Es muy parecido a como funciona acá: el plurigrado, la lejanía de los centros de cultura. En algunos lugares muy periféricos, la escuela rural es el único elemento de “civilización”, entre comillas, al que acceden los chicos. Reforzar la escuela rural es un acto de verdadera justicia hacia la nueva generación, porque uno no decide dónde nacer: ni en qué familia, ni en qué lugar geográfico. Es aproximarles, a los que están en zonas más periféricas, los elementos para que puedan crecer bien.
También estamos pensando en una jornada sobre educación técnica. Ahí tengo la ayuda de Norma Sbarbati Nudelman, doctora en Química, que es quien trajo a la Argentina la Olimpiada de Química, que dio muy buenos resultados y que hizo que estudiantes argentinos, algunos de extracción humilde, llegaran a la instancia internacional. Ella me decía que, de las primeras diez medallas de oro que fueron entregadas, cuatro son de Argentina. Me interesa mucho el tema y creo que va de la mano con la necesidad de robustecer en los institutos de formación docente la enseñanza de las ciencias. Un docente que no está bien “alimentado” con el tema, es difícil que pueda entusiasmar.
Para la transmisión de contenidos hace falta esa cuota de entusiasmo que inflama el interés de los alumnos. Pienso en el ejemplo de Daniel Córdoba en Salta, un profesor de Física que murió en 2019, creador de los talleres gratuitos de “Física al alcance de todos”, que primero tuvieron que funcionar en la clandestinidad, y donde se formaron muchos estudiantes que después lograron entrar al Instituto Balseiro. Ese profesor puso su entusiasmo al servicio del conocimiento de los chicos. Y el entusiasmo, esa especie de amor sagrado por el saber, es el mejor vehículo para la transmisión de contenidos.
–¿Cómo llega la Academia a este 40° aniversario? ¿Los alcanzó la motosierra?
–Todos nuestros cargos son ad honorem, así que es muy poco lo que la motosierra puede sacarnos. El período de restricciones económicas, que precede al nuevo gobierno, hizo que las partidas para las academias se volvieran cada vez menos eficientes. Como nuestros empleados están afiliados a UTEDYC, que negocia aumentos de acuerdo con la inflación, las partidas estaban siempre desactualizadas. Hemos tenido que utilizar una plata que era una reserva, donación de académicos de años anteriores, para llegar a acuerdos con tres empleados de cuyos servicios tuvimos que prescindir. Así que tenemos un empleado administrativo y dos empleados de limpieza, no tenemos más portero. Necesitamos un empleado más y estamos considerando un sistema de pasantías. Estamos haciendo lo que hace cualquier familia argentina en este período: restringir gastos, optimizar recursos y movernos a pulmón. De todas maneras, vamos a celebrar los 40 años. Queremos entregar reconocimientos a académicos eméritos, como Pedro Luis Barcia, Julio César Labaké, Guillermo Jaim Etcheverry, entre otros.
–Durante la campaña electoral, la Academia impulsó la declaración de la educación como servicio esencial. Esta medida fue la primera iniciativa del actual gobierno en materia educativa, cuando se la incluyó en el DNU 70/2023. ¿Por qué consideran que esto es prioritario y cómo creen que debería implementarse?
–En 2022 yo hice un estudio sobre la educación como derecho. Está reconocido por la famosa Declaración Universal de los Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948, en el Pacto de San José de Costa Rica y, a partir de ahí, está incorporado a la Constitución de 1994.
Para hacer cumplir un derecho, están los adultos responsables. El filósofo Hans Jonas habla de la “responsabilidad no recíproca” para pensar la responsabilidad de los padres con respecto a sus hijos. Yo “estiré” su concepto para pensar la obligación que tiene la generación anterior respecto de la siguiente. Entonces, la responsabilidad no recíproca significa garantizar el ejercicio de los derechos.
También tomé un concepto de Simone Weil, una humanista extraordinaria que murió en 1943. Ella, justo antes de morir, dejó unos escritos que después publicó Albert Camus en Gallimard, donde habla sobre el arraigo. Ahí ella hace un análisis de las necesidades del alma y las precede por la idea de derecho, y la idea de derecho la hace preceder por la idea de obligación. Ella dice: donde nadie siente obligación, los derechos no valen, no se pueden ejercer. Así que si la nueva generación tiene derecho a ser educada, es porque la anterior asume la obligación de garantizarle la educación.
Este preámbulo es para decir que, si la educación es un servicio esencial, significa que lo vamos a garantizar. La OIT define los servicios esenciales como aquellos cuya interrupción pone en peligro la vida, la seguridad o la salud de las personas: los hospitales, los bomberos, la recolección de basura, la distribución de agua. Si un día no te recogen la basura, no te morís. Pero en 20 días sin recolección de basura podría crearse un brote infeccioso. Análogamente, la interrupción de la educación produce efectos no inmediatos pero sí muy visibles: lo sabemos por los dos años de la pandemia. Por ejemplo, la pérdida de hábitos, de conocimientos, de capacidad de convivencia; las consultas a psicólogos de los chicos cuya escolaridad fue interrumpida; una baja tremenda en los resultados.
Tenemos la mitad de los chicos que no entienden lo que leen y tres cuartos de los chicos que no son capaces de encarar un problema matemático. Está bien, no morimos si se interrumpe la escuela. Pero sabemos que en el mediano y largo plazo se notan los efectos deletéreos, y entonces la gente que sale del sistema educativo no puede aspirar a trabajos formales bien remunerados y protegidos. En nuestra región el trabajo en negro representa más del 50%. Para sanear esta situación, necesitamos educación. Por eso creemos que se la debe declarar como esencial.
–Teniendo en cuenta que en la práctica implica una restricción del derecho a huelga, ¿qué lectura hacen del contexto en el que se está proponiendo la medida, con recortes en el salario docente y pérdida del poder adquisitivo de los docentes y de los trabajadores en general?
–Son dos derechos en pugna: el de los chicos y el de los docentes. Al reclamar por un justo salario, tienen toda la razón del mundo. Mi marido y yo somos docentes, siete de nuestros nueve hijos son docentes. Sabemos cómo es la cosa. Por eso, cuando yo escribí sobre este tema me parecía que había que escuchar la voz de los sindicatos y entrevisté a cuatro gremialistas. Uno de ellos me dijo: “Declarar la educación como servicio esencial significa pisotear nuestro derecho a huelga”. Él me decía: “Imagínese dos docentes con 200 alumnos a su cargo para garantizar el servicio mínimo”. Eso no sería viable. Pero si fueran cuatro o seis, con 50 o 30 alumnos cada uno, eso es perfectamente llevadero. Ahora yo me hago eco de una propuesta de Padres Organizados que plantea que para garantizar el derecho a huelga, un 25% de los docentes podría parar mientras el otro 75% sigue dando clase, lo cual no deja de ser incómodo porque no se pueden desarrollar plenamente las clases imaginadas.
Pero no dejaría en la calle a muchos chicos para quienes la escuela no solamente representa un lugar donde se aprende, sino un lugar seguro donde son recibidos y donde están resguardados mientras sus padres trabajan. Eso hay que pensarlo. Te aclaro que yo creo necesario pedir una recompensa adecuada a la importancia del trabajo docente. Es inexplicable que en el mundo del espectáculo haya gente que gana cifras exorbitantes mientras que los docentes, que se ocupan de preparar a los chicos para que sean buenos adultos en el futuro, reciben apenas para sobrevivir. Y si llegan a querer comprarse un libro, tienen que hacer saltos mortales.
–Algunos críticos de la propuesta señalan justamente que, al ofrecer un servicio “mínimo”, difícilmente se puedan garantizar aprendizajes, y que entonces subyace a la medida una concepción de la escuela como “guardería” donde dejar a los chicos.
–Hay que ver el tiempo que dure la medida de fuerza, porque si es uno o dos días, no impacta demasiado en los hábitos de aprendizaje y podría ser un ejercicio de convivencia. Es decir, te cambia el esquema, te juntan con gente de otro curso: también eso podría ser un aprendizaje. Pero si la medida dura 15 días, produce un impacto muy negativo. Yo creo que junto con esta idea de la actividad esencial, habría que garantizar una compensación acorde a los docentes. Y entonces me dirán: que se preparen mejor. Eso también: yo te pago más porque reconozco que lo tuyo es importante, pero quiero que vos sepas. Habría que ir a controlar qué pasa con los institutos de formación docente, algunos de los cuales son muy buenos, como el Joaquín V. González o el Lenguas Vivas.
Creo que todo lo que el Estado pueda ahorrar debería ir a la educación. Fortalecer la educación es un beneficio para toda la comunidad, no es solamente el bolsillo del docente. Gloria Vidal, que fue ministra de Educación de Rafael Correa en Ecuador y después fue embajadora en Argentina, impulsó allá una transformación fundamental y nos contaba que les pagaron mejor a los docentes, pero también les exigieron que rindieran exámenes cada tres años. Cuando les iba mal, la primera vez el Estado les pagaba un curso de capacitación, pero a la tercera vez podían quedar fuera del sistema. Así que pagar bien a los docentes significa también poder exigirles y ofrecerles los medios para alcanzar los conocimientos y aptitudes necesarios para su tarea.
–Esta semana en el colegio Cardenal Copello el presidente Javier Milei consideró que toda la educación pública, sea estatal o privada, es adoctrinamiento. A la vez, dio un discurso abiertamente ideológico, por lo que uno podría ver ahí también una escena de adoctrinamiento. Como filósofa, ¿podrías explicar qué es y qué no es “adoctrinar”?
–El adoctrinamiento no es educación, porque significa restringir el panorama de la realidad a una sola visión. Desde esa perspectiva, el que piensa distinto se equivoca. Cuando uno asume la responsabilidad de educar a la siguiente generación, hay cuestiones que están fuera de toda duda: por ejemplo, si metés los dedos en enchufe, te da electricidad y te podés morir. Pero hay otras que son más abiertas, y que requieren de la honestidad intelectual de quien enseña. Sobre algunas cosas tenemos certeza porque son comprobables, y otras tienen que ser presentadas bajo la luz en que uno las ha percibido, como una posibilidad. Ahí uno debe tener la honestidad intelectual de decir: yo no tengo la certeza absoluta de esto, así que te paso la posta a vos para que sigas.
Adoctrinar es cerrar la posibilidad de explorar otras soluciones. La Historia nos dice que el cierre de visiones significa siempre un cierto grado de violencia. El que piensa distinto no puede hablar; en los casos más extremos, se lo mata, se lo envenena o se lo manda a un campo de trabajo.
Por el contrario, el docente abre panoramas. Yo no tengo la certeza de todo. Me parece bueno el diálogo, donde ponemos en juego tu cabeza con mi cabeza, tu corazón con mi corazón. Buscamos coincidencias que son buenas para convivir, pero también dejamos un espacio para los puntos de disidencia, que son una exploración que nunca se termina.
–¿No es excesivo plantear –en una escuela– que toda educación es adoctrinamiento?
–Sí, a mí me parece excesivo decir que toda educación lo es. Un adulto revisa lo que sabe en presencia de los nuevos. Entonces si es honesto, transmite las cosas de las que está convencido, y sobre las otras abre panoramas. Transmite sus convicciones y muestra los aspectos en los que estas no han podido dar respuesta. Ahí no estoy adoctrinando: simplemente no puedo enseñar algo que no me convence.
Muchas veces los ojos nuevos de los chicos te hacen ver las fisuras de las propias convicciones, las partes no resueltas. Eso me hace bien a mí, porque es una manera de crecer, y a ellos los habilita a buscar las soluciones que uno no encontró. Se trata de abrir el juego. Adoctrinamiento es lo contrario: es cerrar el panorama de visión de los alumnos. Es una grave injusticia hacia la nueva generación.
Cuando Thomas Kuhn hablaba sobre las grandes revoluciones en ámbito científico, decía que se han dado siempre de la mano de gente que no pertenecía a la academia. El que mira desde afuera tiene esa posibilidad de una visión más amplia o alternativa. Incluso él dice una edad, alrededor de los 30 años. Eso me parece interesante: la nueva generación me va a dar esa amplificación.
Hay dos actitudes completamente diferentes: la de los docentes y padres que se esfuerzan en mostrar la amplitud de la realidad, y la de quienes no lo hacen porque lo que quieren es que los hijos o los “nuevos” simplemente sigan sus pasos.
En la docencia, el amor a la nueva generación te obliga a una continua revisión de tus certezas y a una apertura a la luz de las críticas, de la visión alternativa que te viene de los alumnos. Esto no significa relativismo, sino ampliación, porque la realidad es enorme, tiene muchos matices y una sola cabeza no lo refleja todo. En ese intercambio desaparece el adoctrinamiento cuando existe una conexión auténtica. Y una apertura de panorama de los dos lados: del que aprende y del que enseña. Claro, el adoctrinamiento te da seguridad, pero al mismo tiempo asfixia las ideas.