La inteligencia artificial generativa en la escuela puede funcionar como una garrocha que potencia las capacidades de los estudiantes y les permite llegar más alto y más lejos. Pero también puede ser una muleta que genera dependencia y los desalienta a aprender a caminar solos. Entre esas dos metáforas se despliegan las ideas de Santiago Bellomo, decano de la Escuela de Educación de la Universidad Austral, en su libro Educación aumentada. Desafíos de la educación en la era de la inteligencia artificial.
En diálogo con Infobae, Bellomo indaga en las posibilidades y riesgos que trae la IA al aula. Cuestiona la educación “minimalista”, que degrada los contenidos en pos del supuesto foco en las competencias, así como la personalización entendida como una mera customización del aprendizaje en manos de las plataformas. Aboga, en cambio, por una personalización profunda al servicio del proyecto de vida de cada estudiante, y subraya el valor crucial de la autorregulación, para que los chicos no caigan en la trampa de la atención involuntaria a la que los arrastran las redes.
–¿A qué te referís con “educación aumentada”?
–El concepto juega con el de “realidad aumentada”, que –a diferencia de la realidad virtual– incorpora información digital sobre imágenes del mundo real, ampliando o distorsionando su fisonomía original, como los autos que tienen una cámara de video que orienta la maniobra de retroceso. El concepto de educación aumentada pretende describir un modelo de hibridación entre la educación tradicional –podríamos decir, analógica– y las nuevas tecnologías, que no se limitan a la inteligencia artificial.
Esta no es la primera revolución tecnológica que deja perpleja a la educación. Si vamos unas décadas atrás, la aparición de internet también generó un gran revuelo. Hay una imagen bastante instalada de que la educación es conservadora y le cuesta modificar sus prácticas. Yo propongo pensar la relación entre educación y tecnología a partir de la metáfora del rayo y el trueno, fenómenos físicos que ocurren en simultáneo, pero cuya temporalidad difiere para el ser humano. El desarrollo tecnológico es por naturaleza como el rayo, mientras que la educación va a otra velocidad, como el trueno. Y está bien que sea así: la educación debe ir más lento, porque es como una suerte de Historia digerida, es el legado de la humanidad que se va desarrollando y se va pensando a sí misma. La educación siempre va más atrás: el problema es si queda demasiado rezagada.
Vemos una división entre los que podríamos llamar tecnócratas progresistas, que son muy críticos de la educación tal como la conocemos y piensan que la escuela va a desaparecer, y los tecnófobos conservadores que piensan que la tecnología es una amenaza. Pero me parece fundamental abordar este tema con una mirada equilibrada, sin exceso de euforia ni de temor.
Hoy está de moda hablar de la inteligencia artificial como “copiloto”. Yo estoy de acuerdo parcialmente con esta imagen, porque es difícil pensar en un copiloto que haga estrellar el avión. El copiloto suma, mientras que la tecnología tiene un lado luminoso, pero también un lado oscuro que implica nuevos riesgos.
–¿Qué destacarías del “lado luminoso”?
–Esta es una revolución nueva. Algunos piensan que la IA generativa es como una suerte de buscador más potente, como un Google aggiornado. Pero hay diferencias importantes. Cuando apareció internet, hubo una revolución en educación porque la información se puso a disposición de manera ubicua y en cualquier formato. Entonces aparecieron, por ejemplo, Wikipedia y Rincón del Vago: reservorios de toda una tradición escolar puesta al servicio de futuras generaciones. En internet uno encuentra información. En cambio, la IA generativa usa esa información disponible y aprende a aplicar un procedimiento que en la historia de la humanidad se ha ido transmitiendo de generación en generación. Por ejemplo, aprende a redactar un fallo jurídico, decodificando patrones de todos los fallos jurídicos disponibles; escribe un poema a partir de cientos de miles de poesías; o compone una canción usando millones de canciones.
En educación, hay un montón de prácticas que realizan docentes y alumnos que también están disponibles de manera digital y que la inteligencia artificial puede reproducir. Por ejemplo, la IA puede corregir ensayos de estudiantes. También sintetizar un conjunto de artículos, o traducir un texto de cualquier idioma al español y ampliar el acceso a los contenidos. En otras palabras, la IA puede simplificar varias tareas de los docentes y de los estudiantes.
Al uso potente y positivo que puede hacerse de la inteligencia artificial yo lo llamo modo garrocha, porque te permite llegar más alto y más lejos. Pero la IA también se puede usar en modo muleta: en ese caso, genera dependencia y atrofia progresivamente los músculos de la inteligencia.
–¿Cómo sería este uso de la IA en “modo muleta”?
–Es el caso del estudiante que se vale de la IA para certificar una habilidad o un conocimiento que en realidad no adquirió. El plagio en educación no es nuevo, pero ahora es más sencillo, e incluso podría discutirse si redactar un ensayo con IA sería plagio. La IA produce un empobrecimiento si uno se acostumbra a usar la muleta todo el tiempo: el músculo se atrofia, pierde fuerza, y ya no puede moverse por sus propios medios. Mientras que el uso como garrocha resulta posible solo cuando se tiene mucho músculo. La paradoja actual es que aquel estudiante que desarrolló buena musculatura intelectual, buenas habilidades propias, es quien logra sacar provecho de la IA.
El modo muleta acentúa un mal de nuestro tiempo: la pantomima educativa. Yo lo describo como una suerte de simulación generalizada en la que el sistema educativo se hace trampa jugando al solitario, certificando apariencias. Alrededor de la mitad de los estudiantes que terminan la escuela no saben entender un texto de mediana complejidad o resolver cálculos matemáticos sencillos. Es una tragedia, que viene de años de hacer la vista gorda con situaciones de simulación educativa.
En este contexto, los docentes deben orientar a los chicos en el uso de la IA. Hay que aprender de tecnología para enseñarles a los estudiantes a usarla en modo garrocha. Si no, solo usarán la IA para tomar atajos. Pero en educación, los atajos terminan siendo rodeos y los rodeos, atajos. Porque cuando uno hace el camino más largo, el que requiere un poco más de esfuerzo, desarrolla músculo y después logra resolver mucho más fácil lo que al principio era complejo. Mientras que si uno abusa del atajo, termina pagando el precio más adelante.
–En el libro hablás del “pensamiento aumentado”, que implica que los estudiantes aprendan contenidos y desarrollen competencias y virtudes. ¿Cómo se relaciona esa tríada?
–Cuando surge internet y el acceso a infinitos contenidos, la educación buscó su refugio en el desarrollo de habilidades. Y surgió esta idea, que después fue muy discutida, de que no hace falta saber datos porque los tenés en tu celular. Entonces tenés que aprender a pensar, aprender a escribir, aprender a dialogar: saber hacer. Hay algo de acertado en ese procedimentalismo. Lo que pasa es que el procedimiento sin contenido es como aprender a nadar fuera del agua. Uno aprende el procedimiento con el contenido. Después surgió el concepto de competencia, una amalgama entre contenido, habilidad o procedimiento y valoración o motivación. Desde Harvard llegó también la idea de “comprensión profunda”, que implica que no cualquier contenido vale la pena. El docente tiene que saber elegir los contenidos más nutritivos, los más hondos, los que más permiten entender la complejidad y los más cercanos al estudiante.
Esa idea obliga a adelgazar los programas, tanto escolares como universitarios: es mejor tener menos contenido, más profundo y abarcador. De esa manera el estudiante desarrolla mucho músculo, logra entender en profundidad un problema, explicarlo, relacionarse con otros mientras resuelve una tarea. Ahí entran en juego las virtudes. En Europa y sobre todo en Estados Unidos hay un retorno muy fuerte a Aristóteles y al concepto de virtud, que para algunos huele a naftalina. Tiene que ver con estas habilidades relativamente estables que se desarrollan en nuestra inteligencia y nuestra voluntad. Una vez que están bien desarrolladas y arraigadas, las podés usar en cualquier campo de tu vida: en el estudio, en el trabajo o en tus vínculos personales.
Por ejemplo, suena lindo hablar de pensamiento crítico, pero si el estudiante no sabe nada es muy sencillo que lo embauquen, o que caiga en algunos de los sesgos que trae la inteligencia artificial. Entonces la solución para lograr este pensamiento aumentado, lejos de ser menos contenido y menos procedimiento, es aprender contenidos en profundidad, con rigor crítico y autonomía.
–También destacás la importancia de la autorregulación en el entorno digital. ¿Por qué?
–Para los adolescentes, internet es un espacio de diversión y socialización: son las prácticas que surgen por default. Pero eso hace que hoy, cuando se introduce tecnología en las aulas, si no se reeduca a los alumnos y no se desaprenden esas prácticas que surgen como primer impulso, resulte muy difícil hacer un uso productivo de la tecnología.
Acá entra en juego la autorregulación, otro concepto que no es nuevo y que tiene que ver con la capacidad que van desarrollando los chicos –ya desde el nivel inicial– de autodominio. Cuando son chiquitos, por ejemplo, aprender a controlar sus emociones; cuando son más grandes, poder ponerse una meta y cumplirla, no ceder ante la primera distracción, poder sostener la atención voluntaria. Hoy las plataformas trabajan mucho sobre la atención involuntaria, la que surge porque algo nos cautivó, y que genera este comportamiento más adictivo que vemos con los celulares, incluso en los adultos.
Aprender a regular el propio comportamiento, tener disciplina, poder decir basta sin que me lo diga alguien externo es una habilidad muy codiciada e infrecuente. Hay que desarrollarla en casa y en la escuela. Si no hay autorregulación, es difícil desarrollar virtudes intelectuales o sostener su práctica en el tiempo. Leer un libro al principio cuesta, hasta que uno adquiere el gusto por la lectura. Para poder disfrutar más, hay que transitar esos momentos de aridez. Aquellos a los que nos gusta el deporte lo vivimos a diario. Si estás desentrenado la pasás mal, pero si sostenés ese momento de aridez, te entrenás, recuperás el estado físico y lo disfrutás. La motivación y la capacidad de disfrute están muy relacionadas con la capacidad de aridez, y eso tiene que ver con adquirir autorregulación.
–En oposición a la educación “aumentada”, argumentás que en las últimas décadas se fue consolidando una educación minimalista. ¿A qué se refiere esa idea?
–Tiene que ver con esa educación que se va refugiando cada vez más en lo poco que encuentra como irreemplazable. Cuando aparece internet, se plantea que ya no tiene sentido que el docente sepa todo y se reduce la carga de contenido; la educación se refugió en los procedimientos. Ahora se ataca el procedimentalismo porque la IA también resuelve el procedimiento. Entonces te dicen que la educación tiene que dedicarse a favorecer la socialización. Ahí uno ve la reducción progresiva: una educación cada vez más pobre, en la que la escuela puede terminar convirtiéndose en una suerte de club donde los chicos van a socializar y la tecnología reemplaza el aporte de contenidos y de procedimientos. El minimalismo también abarca al docente: hay docentes que no saben matemática y lengua en primaria. Entonces, ¿cuál es su valor agregado?
Hay docentes que se sienten amenazados por la inteligencia artificial. Yo creo que todo docente que se sienta amenazado va a ser reemplazable, porque no está encontrando el verdadero sentido de la docencia, que tiene que ver con el saber, saber hacer, saber motivar, saber relacionar. Un buen docente es aquel que transmite ejemplaridad en todos esos campos, contagia entusiasmo por lo que sabe, disfruta y siembra vocaciones. El docente enseña la disciplina: les enseña a los estudiantes de Ingeniería a ser ingenieros, les enseña a los estudiantes de Medicina el oficio de ser médico, que es mucho más que saber contenidos de Anatomía. Esas capacidades ejemplares del docente no las puede tener una máquina. Hay un aspecto muy profundo en la docencia que no solo no se ve amenazado por la nueva tecnología, sino que está llamado a relucir con mucha más fuerza.
–Los algoritmos suelen asociarse a la idea de personalización del aprendizaje. ¿Cuál sería la diferencia entre una mera customización y una personalización profunda?
–El concepto de personalización aparece muy asociado a las nuevas tecnologías. Se habla de que gracias a la tecnología los estudiantes pueden aprender a su tiempo y a su modo. Ese es solo un aspecto de la personalización, casi como una customización. Por supuesto que te puede ayudar que una plataforma te dé ejercitaciones más acordes con tu modo de pensar. Pero hay una personalización más profunda que ocurre cuando el estudiante logra apropiarse de su aprendizaje, logra la autorregulación, logra un desarrollo integral, logra la motivación y el entusiasmo, y entonces descubre un proyecto de vida.
Eso no ocurre gracias a la inteligencia artificial, sino porque un estudiante se hizo cargo de su proceso, ayudado por sus docentes y sus padres o tutores. Ocurre, por ejemplo, porque un docente lo ayudó a lograr el gusto por la lectura y a descubrir el entusiasmo por algo que escribió uno mismo y no una máquina. Podemos estar llenos de tecnología pero con estudiantes que no saben para qué usarla, o que tienen tanto a su disposición que nada los motiva. Eso no se resuelve con más tecnología, sino con con una dedicación personalizada y con más ejemplaridad.