La educación de América Latina tiene una cita obligada en el Tec de Monterrey. Entre el martes 23 y el jueves 25 de enero se realiza la décima edición del ya tradicional congreso de innovación educativa, que ahora tiene nuevo nombre: IFE Conference. Desde que se creó el Instituto para el Futuro de la Educación en 2020, el evento quedó bajo su entorno y este año, con la intención de fortalecer el vínculo, tomaron la decisión de renombrarlo.
“El Instituto”, dice José “Pepe” Escamilla, director asociado del IFE, “hace investigaciones interdisciplinares para resolver grandes problemas de la educación y luego busca transferirlas a través de emprendimientos, de proyectos de impacto consultoría y de la diseminación y creación de comunidades”. En ese sentido, el IFE Conference es una herramienta crucial para el tercero de los objetivos, ya que logra con éxito congregar a importantes actores de la innovación educativa: directivos universitarios, formadores de política educativa, organizaciones de la sociedad civil, expertos, emprendedores, etc.
La agenda de este año cuenta con más de 350 actividades. Hay conferencias, ponencias, paneles y espacios de networking con participantes de toda la region. Hay una serie de recorridos especiales dedicados a la inteligencia artificial, la educación para el desarrollo sostenible, la política educativa, el aprendizaje a lo largo de la vida, etc. Además, se montará un EdTech Park y una feria de innovación. Entre los invitados más relevantes, se pueden mencionar a: Michelle Marks, de la Universidad de Colorado; Chong Tow Chong, presidente de la Universidad de Tecnología de Singapur; Adam Freed, de GSV Ventures; la escritora Teresa Viejo, embajadora de Buena Voluntad de UNICEF; Diego Quiroga Ferri, rector de la Universidad San Francisco de Quito, Sean McMinn, director del Centro para la Innovación Educativa de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong, un largo etcétera.
—Dentro del IFE Conference sucede la cumbre “Educational Policy Summit”, dedicada a la política educativa. ¿El Tec se plantea como un facilitador de las relaciones entre los Estados de América Latina?
—Las políticas públicas son un mecanismo para hacer transformaciones a nivel sistémico, y nosotros creemos que la manera correcta de hacerlo es con pilotos, pruebas, ejercicios y mediciones de impacto, y que los ejercicios que ocurren en otros países puedan convertirse en una política pública que se adapte al contexto de los distintos sistemas. De ahí, la importancia de reunir a actores muy importantes del ecosistema, como son los formuladores de políticas públicas.
—Este año el IFE Conference coincide con el Bett en Londres. ¿Cómo plantean el solapamiento?
—La verdad fue algo no planeado. Yo creo que algunas personas de la comunidad van a estar en ambos eventos. Nosotros queremos posicionar al IFE Conference como el lugar de encuentro de los que buscan hacer innovación educativa en América Latina. Ese es el posicionamiento que le hemos dado a lo largo de estos diez años.
—Es llamativa la relación del Tec con la palabra “futuro”. Además del Instituto para el Futuro de la Educación puedo mencionar el Centro para el Futuro de las Ciudades y, aunque no esté la palabra sino el concepto, también al programa Líderes del Mañana.
—El Tec se interesa en la transformación, en el cambio, en la mejora de las cosas. Miramos con optimismo qué podemos hacer. De hecho, siempre vemos a nuestros egresados como creadores: son líderes a través del emprendimiento, a través de las organizaciones de la sociedad civil, a través de las políticas públicas. Y siempre están basados en la idea de cómo mejorar la vida de millones de personas. Ese es el sueño del Instituto para el Futuro de la Educación: cómo mejorar la vida de millones de personas a través de transformar la educación superior y el aprendizaje a lo largo de la vida.
—El CIIE, ahora IFE Conference, siempre se mostró a la vanguardia de los cambios educativos. En la edición pasada hablaban de inteligencia artificial y ChatGPT había salido hacía apenas dos meses. Este año, ¿hacia dónde van la educación y la tecnología?
—Recuerdo que en noviembre del 2021, grabé un podcast y el entrevistado me decía que al menos una centena de estudiantes del TEC hacían sus tareas con ChatGPT. Yo creo que este año la discusión va a seguir ahí, pero si antes era sobre la evaluación y el plagio, ahora la conversación ha empezado a cambiar. Empezamos a entender mejor estas herramientas. Este año tenemos un summit dedicado a la Inteligencia Artificial, que está coorganizado con George Siemens, de la Southern New Hampshire University. Para pensar la inteligencia artificial en la educación hay que pensar cómo va a cambiar el mundo del trabajo.
—¿Por qué?
—La inteligencia artificial no afecta solo a la educación: afecta a muchas cosas y afecta también al mundo del trabajo. Y, por lo tanto, afecta las competencias que buscamos que desarrollen nuestros egresados. Cuando entré a la universidad, mis profesores no me dejaban usar la calculadora científica porque decían que un ingeniero tenía que saber usar la regla de cálculo. Y lo que ellos no veían es que la regla de cálculo iba a dejar de existir. El mundo del trabajo evoluciona, pero la educación no avanza al mismo paso. Una pregunta interesante, entonces, sería: ¿cuáles son las competencias que van a volverse importantes y que no estamos enseñando, y cuáles son las competencias que van a dejar de ser importantes y les estamos poniendo mucho énfasis? Yo creo que lo vamos a ir aprendiendo en los próximos dos o tres años, a medida que vayamos avanzando. Pero la educación es lenta para responder a estos cambios.
—Entiendo a lo que va, pero ¿puedo ponerle un asterisco a esa afirmación? Porque no necesariamente ir más rápido es mejor.
—Estoy de acuerdo en que hay que tomarse su tiempo. Hay cosas que todavía no sabemos, porque no sabemos qué tanto va a cambiar el mundo de los negocios, el de la ingeniería civil, el de la literatura, el del periodismo. El problema con la educación es que generalmente los ciclos son muy largos. En muchos países, a lo mejor te tardas un año en definir un currículum de un pregrado. Y luego las agencias se tardan dos en darte la autorización. Y luego te tardas otros cuatro en impartir el currículum. Y dos o tres años más para ver cómo esos egresados se desenvuelven en el mundo del trabajo. ¡Estamos hablando de un periodo de ocho años! A eso me refiero con los ciclos en educación. Y además hay una resistencia al cambio de las personas, que es muy humana. Durante la pandemia vimos una velocidad de reacción bastante importante en la mayor parte de sistemas educativos, que no la vimos en otros casos. Deberíamos tener mayor velocidad de cambio, sin que sean demasiado acelerados.
—Si bien el IFE Conference mira a la educación superior, hace poco se dieron los resultados de las pruebas PISA y América Latina mostró un retroceso en matemática y en prácticas de lenguaje. Y, de nuevo, Singapur aparece como uno de los países mejor cailficados. En relación con esto, y teniendo a Michael Fung como director ejecutivo del IFE, ¿qué debe aprender Latinoamérica de Singapur?
—Algo interesante de Singapur es cómo se organizan en torno a la visión de país y cómo ejecutan esa visión. Llegan a un acuerdo de hacia dónde quieren que avance el país, la economía, el mundo del empleo y otros temas relevantes. Y luego, desde el Ministerio de Educación, el Ministerio de Economía, el sindicato, el Ministerio del Trabajo organizan la formación de las personas para lograr el talento que requieren trabajos de alto valor agregado. Ese es un cambio relativamente reciente en Singapur y Mike fue parte de ese cambio. Y con él descubrí que hay que concebir la educación de una mnaera distinta, que es todavía una asignatura pendiente en América Latina.
—¿En qué sentido?
—Nuestros sistemas educativos están planteados de manera que apostamos mucho al arranque, con la educación básica y superior, y suponemos que eso va a ser el sustento de todo lo demás. En inglés se dice frontloading education: precargar la educación al principio de nuestras vidas. El concepto de lifelong learning, de aprendizaje a lo largo de la vida, implica repensar la educación como algo que nunca dejamos de hacer. Tendríamos que dedicar la misma energía para seguir aprendiendo y formarnos toda la vida. En América Latina ponemos mucho foco en la educación básica porque es muy importante y hay muchas falencias. Lo que pasó en México con las prueba PISA no es ninguna sorpresa, porque fue uno de los países que más tiempo tuvo cerradas las escuelas en la pandemia y que, al regresar, no hubo ni un diagnóstico ni una sistematización para remediar los aprendizajes que no se habían logrado. Pero si hablas con los secretarios y secretarias de Educación y les preguntas qué sigue después de la universidad, te dicen: “En la Constitución, lo que me toca es la educación básica, la educación superior”.
—¿A quién le debería tocar?
—En teoría, a la Secretaría de Trabajo. Pero ahí te van a decir que ellos trabajan con los sindicatos y las empresas para que haya paz laboral y buenos entendimientos, etcétera. Ese espacio no está bien explorado en América Latina. Es la región del mundo con la mayor brecha de talento y eso podría explicarse en parte por las deficiencias en cuanto al aprendizaje a lo largo de la vida. Por eso, este es uno de los temas que trabajamos en el Instituto, y dentro del IFE Conference hay un summit alrededor del tema.
—Si la educación formal es lenta, ¿qué tan veloz tiene que ser la educación a lo largo de la vida?
—Ahí debemos y podemos ser más responsivos. El lifelong learner, el aprendedor, escoge aquellas cosas que tienen más relevancia para el área en el que quiere desarrollarse, y eso hace que seamos más rápidos. Pero también hay oferentes privados que son más rápidos que las universidades. Es un tema de velocidad y de conexión con las necesidades de la sociedad, la industria, los negocios. Tenemos que buscar la manera de conectarnos mejor. Hay algunos mecanismos que permiten que esto ocurra más rápidamente, pero las universidades tienen que rediseñar el área de educación continua para que esté ligada al aprendizaje a lo largo de la vida. Tenemos que concebir la universidad como una institución que ofrece un currículum de sesenta años y no uno de cuatro. Tenemos que convertirnos en los socios para el resto de la vida de nuestros estudiantes.