Silvia Bacher es periodista y este año fue designada como representante de América Latina y el Caribe en el Comité Internacional de Seguimiento de la Alianza de Alfabetización Mediática e Informacional de la Unesco. Infobae conversó con ella con motivo de la Semana de la Alfabetización Mediática e Informacional que este organismo impulsa a escala global y que –como cuenta ella– será en realidad la “semana” más larga de la historia, dado que empezó el 24 de octubre y se extenderá de manera virtual hasta fines de noviembre.
Celebrada anualmente desde 2011, la iniciativa busca movilizar a actores de todo el mundo para promover la Alfabetización Mediática e Informacional (“AMI”, según la sigla que suele usar Unesco) en el entorno digital. Todas las personas que impulsen alguna iniciativa en este ámbito pueden inscribirla en el sitio de la #GlobalMILWeek (el nombre de la Semana en inglés).
Bacher es autora de dos libros sobre el tema, Tatuados por los medios y Navegar entre culturas (ambos publicados por Paidós), y dirige la asociación Las Otras Voces: Comunicación para la Democracia. Para la especialista, el principal objetivo de la alfabetización mediática e informacional apunta a “fortalecer la comprensión de lo que está sucediendo en el entorno mediático y digital para poder ejercer una ciudadanía plena”.
–¿Por qué una semana dedicada a la alfabetización mediática e informacional?
–Hay distintos enfoques al abordar este tema. Desde hace muchos años yo trabajo desde una perspectiva en la que se entraman el derecho a la comunicación y el derecho a la educación, con la mirada puesta en la construcción de ciudadanía. La alfabetización mediática te permite mirar este mundo cada vez más complejo, cada vez más mediatizado y plataformizado, de una manera más alerta y más inteligente. No solo para comprender lo que está pasando, sino para incidir en lo que sucede y, por qué no, transformar la realidad.
En Brasil hablan de “educomunicación”, en otros lugares lo llaman “media literacy”. Más allá del nombre que cada uno prefiera, para mí la AMI es una especie de “paraguas” que pone en diálogo a distintos actores y distintos espacios, desde las bibliotecas escolares hasta las organizaciones sociales y las políticas públicas. La Semana impulsada por Unesco busca justamente sacar este tema a la superficie, ver lo que está pasando, generar debate, porque hay miradas distintas y mucha necesidad de generar redes, de involucrar nuevos actores: docentes, escuelas y universidades, pero también periodistas, medios de comunicación, plataformas y organismos reguladores.
–Más allá de la diversidad de enfoques, ¿cuál es el objetivo básico de una propuesta de alfabetización informacional?
–En primer lugar, yo no la pienso como una disciplina específica, sino como una formación transversal a las disciplinas tradicionales. Abarca cuestiones como la habilidad de preguntar, de participar, de leer: en definitiva, se trata de fortalecer la ciudadanía. Ahora, en el tiempo de la inteligencia artificial generativa, un nuevo desafío es poder preguntar y repreguntar a la IA, saber redactar el prompt preciso. Siempre con la mirada puesta en poder incidir, es decir, en comprender las transformaciones culturales para ser protagonistas de este tiempo que Jesús Martín Barbero define a partir del “caos”, o que Alessandro Baricco llama “mutación”.
Muchos estudios muestran que la mayoría de los estudiantes toman como seguro el primer resultado que les ofrece Google, ni siquiera distinguen si está patrocinado o no. Jorge Carrión dice que la ciudadanía ahora tiene que ser curadora de contenidos. Ese también es un desafío: elegir qué leemos y dónde hacemos clic o no, estar alertas cuando pasamos las historias de Instagram o los hilos de Twitter, saber verificar una información. Otro desafío es poder identificar los sesgos, por ejemplo en los resultados que te ofrece un algoritmo, o en una respuesta de Chat GPT.
También se trata de comprender cuáles son los nuevos mandatos que se establecen a través de la moda de los influencers, muchos de los cuales generan comunidad sin tener ningún tipo de conocimiento, o peor aún, abordando temáticas que están fuera de toda verificación científica, como los terraplanistas o los antivacunas.
Son cuestiones fundamentales para educar a los chicos y chicas, pero también a toda la ciudadanía, para garantizar por ejemplo la inclusión plena de los adultos mayores en el entorno digital. Tal vez ellos sean el grupo más estereotipado e invisibilizado en las redes.
–En los primeros años 2000 hubo gran optimismo en torno a las redes, se creía que íbamos hacia una internet participativa, donde todos seríamos prosumidores. ¿Qué pasó con eso?
–Este es un tiempo de muchísima incertidumbre, pero también de oportunidad. Si tenemos estas habilidades de poder leer el mundo, de comprender, de identificar estos desafíos, vamos a poder incidir: aunque sea en el pequeño entorno, en una escuela, en un barrio, en un grupo. La AMI busca fortalecer las habilidades necesarias para participar, compartir y transformar: para ser protagonistas de este tiempo, no testigos.
De eso se trata ser “prosumidor”, productor y consumidor de contenido. No es estar todo el día publicando en las redes, sino asumir la responsabilidad de ser parte de la transformación de nuestro entorno, de hacer oír nuestras voces. Muchas veces, producir contenido –por ejemplo, hacer un diario o una radio escolar– nos ayuda a entender cómo se genera la información que nosotros vemos y consumimos todos los días. En esas propuestas, producir ayuda a desarmar, a deconstruir y comprender mejor los mensajes que vemos en los medios y las redes. Hoy se habla mucho de ciudadanía digital, es un término valioso, pero me parece que traza una frontera que ya casi no existe: el horizonte es construir una ciudadanía plena, más allá de la distinción entre online y offline.
Estas habilidades no se aprenden solas. No alcanza con el acceso a los dispositivos y a la conectividad. El acceso es la condición necesaria para que se dé lo más importante: un uso significativo de las tecnologías, para participar, experimentar, preguntar, leer e incidir.
–Estamos asistiendo a un rebrote de los discursos de odio y el antisemitismo. ¿Qué puede aportar ahí la alfabetización informacional?
–El discurso de odio y la desinformación, que no son asuntos nuevos, constituyen puntos claves dentro de las preocupaciones de la alfabetización mediática. Los sesgos, los estereotipos, los discursos violentos sobre grupos vulnerables o minorías son problemas de larga data. En el entorno digital, estas cuestiones se profundizaron con la campaña y el ascenso de Donald Trump en Estados Unidos, luego con la presidencia de Jair Bolsonaro en Brasil... Durante la pandemia hubo gran preocupación por este tema; ahora volvemos a tenerlo en agenda tras el ataque terrorista de Hamas a Israel.
Sabemos que las redes sociales generan bucles en los que quedan “encerrados” los seguidores de determinadas ideas, y esto potencia el discurso de odio. No solo la Argentina tiene “grieta”. Cuando el discurso de odio empieza a difundirse, resulta muy difícil de frenar: la viralización de los mensajes genera una amplificación impresionante. Frente a esos fenómenos, la alfabetización mediática se propone abordar desde la primera infancia el valor de la diversidad, la riqueza de las distintas voces, pero también afianzar la responsabilidad individual y colectiva de no permitir el avance de estos discursos, y armar otras formas de comunidad que puedan dialogar y comprenderse entre sí.