A casi veinte años de la ley de Educación Sexual Integral, qué cambios produjo y qué desafíos enfrenta

En el segundo encuentro del ciclo que coorganizan Ticmas y la editorial Siglo XXI, Cecilia Valeriano, integrante del equipo de Fundación Huésped y una de las autoras del libro Educación Sexual Integral, habló de los aprendizajes que produjo la ley

Cecilia Valeriano

Cecilia Valeriano fue la segunda invitada del ciclo que coorganizan Ticmas y la editorial Siglo XXI, y que tiene por objeto abordar los distintos perfiles de la educación actual. Valeriano es integrante del equipo de Fundación Huésped y una de las autoras del libro Educación Sexual Integral. Guía básica para trabajar en la escuela y en la familia. La entrevista con la especialista en ESI estuvo a cargo de Patricio Zunini. Fue un encuentro sumamente interesnate que incluyó varios pasajes de ida y vuelta con el público que estuvo presente en el auditorio de Ticmas. Publicamos aquí los momentos más salientes de la charla.

La Ley de Educación Sexual Integral se sancionó en 2006; dentro de poco cumple veinte años. ¿Cómo es la situación en la actualidad?

—A mí me gusta decir que es una ley que está en la adolescencia. Y la adolescencia implica el desarrollo de muchas potencialidades, pero también de recorridos pendientes. Hay mucho por construir, por profundizar, por afianzar. La ESI tiene una mirada distinta y revolucionaria de la sexualidad, a la que piensa desde una concepción integral. Nos habla del desarrollo de las personas desde el orden de lo biológico, pero también desde lo afectivo, lo psicológico, lo social, lo histórico, lo cultural.

¿Cómo se trabaja la ESI en la formación de los docentes?

—Hace muchos años que la ESI está incorporada en la currícula de la formación docente. Pero, si decimos que está en la adolescencia, quiere decir que los adultos que hoy cumplimos el rol de educar a niños, niñas y adolescentes, no la tuvimos, y entonces hay que hacer una tarea que excede el trabajo áulico y que impacta en toda la comunidad educativa: en las familias, en el contexto de la escuela, de las personas que se vinculan con esas infancias y adolescencias, etcétera. Con la formación docente pasa algo parecido. Ahora están empezando a llegar a la formación jóvenes que sí tuvieron ESI. Seguramente no hayan tenido la mejor performance en sus niveles, pero ya tienen un registro distinto, y eso es muy valioso.

Te lo preguntaba porque una de las complejidades de la ESI es que no hay una hora dedicada al tema, sino que se debe trabajar el enfoque de la educación sexual integral en todas las materias.

—Exactamente, la ley contempla que se trabaje con la sexualidad vista como una dimensión en la vida de las personas, que existe desde siempre y para siempre. Se trabaja en un enfoque transversal desde el nivel inicial hasta el nivel superior. De alguna forma, toda intervención educativa nos está enseñando algo sobre la ESI. Y por eso la ESI se organiza en distintos ejes: cómo nos tratamos, cómo construimos el vínculo entre quienes enseñan y quienes aprenden, cómo construimos los vínculos con las familias, cómo cuestionamos los estereotipos de género, cómo colaboramos con la construcción de una relación con el aprendizaje basada en el deseo y no en las normas sociales de lo que tiene que hacer una nena o un nene. Claro que esto no quiere decir que no se puedan generar espacios específicos. De hecho, están previstos talleres y jornadas para trabajar cuestiones puntuales de lo que propone la ESI.

Educación Sexual Integral. Guía básica para trabajar en la escuela y en la familia, publicado por Ed. Siglo XXI

¿Qué cuestiones estaban invisibilizadas y, cuando apareció la ESI, se empezaron a ver?

—En principio, se pudo empezar a abandonar la mirada exclusivamente asociada a la genitalidad y dejar de pensar que sólo trabajamos ESI cuando vemos aparatos reproductivos. A los diez años de la sanción de la ley hicimos una encuesta, que repetimos a los quince y la idea es que hacerla cada cinco años para ver cómo evoluciona el registro de los estudiantes. En aquella primera encuesta, cuando preguntábamos qué temas debían trabajarse con la ESI, lo que recibíamos era el aparato reproductivo.

Una visión muy biologicista.

—Sí, pero que, además, solo piensa desde lo reproductivo. Ni siquiera desde una mirada de la genitalidad un poco más compleja. Como si hubiese una corporalidad sin una persona a la que le pasan cosas, que tiene relaciones, que se enamora, que va a una escuela, etc. Yo creo que todavía hay un cambio pendiente. Cuando hablamos de sexualidad todavía nos da vergüenza, nos ponemos colorados. Les pasa mucho a las familias, ¿no? Y junto con la vergüenza, aparecen los miedos. La sexualidad sigue siendo un tema tabú en nuestra sociedad.

¿Cómo interviene el enfoque de la ESI?

—Transmite una forma de entender la sexualidad que no está relacionada con el peligro, sino con el placer, con los deseos, con el bienestar integral de las personas. Ese cambio cultural se hace muy lento.

Perdón que vuelva sobre los docentes, pero, para aquellos maestros y profesores de cierta edad, hay ideas muy arraigadas como, por ejemplo, la certeza de que sólo hay dos sexos. ¿Cómo se trabaja con ellos?

—Ese es otro desafío. En la ESI está expresado el respeto a las diversidades, aunque a nosotros nos gusta hablar más de la “valoración” de las diversidades. La diversidad no es naíf; puede ser algo muy conflictivo. Pero dónde si no en la escuela se aprenden a gestionar los conflictos. En ese sentido, es valioso que haya docentes que reconozcan esas limitaciones. Ese es el ejercicio que hacemos con los que están aprendiendo la ESI: “¿Qué limitaciones tengo por mi historia, por mi trayectoria, por mi formación, por mis creencias? ¿Qué cosas me molestan? ¿Qué me enoja?”. Hay que reconocer las emociones y ponerlas en discusión para que la diversidad se transforme en un valor. No es un ejercicio fácil. Pero es un ejercicio que permite una transformación verdadera. No quiere decir que ese docente deje de pensar que solo hay dos formas de existir —varón y mujer—, pero sí que lo ponga en relación con las creencias de las demás personas con las que convive.

Perdón que insista, pero ¿cómo se hace para que no quede segregado? Por ahí exagero, pero desde el punto de vista de la ESI podría ser considerado como hablar con un terraplanista.

—Algo que destaco mucho de la historia de Fundación Huésped, que empieza a trabajar en el país con los primeros casos de VIH en los 80, es el aprendizaje de trabajar frente a la mirada estigmatizante de un otro. Desde el inicio trabajamos en contextos muy adversos, con personas dañadas, discriminadas y maltratadas en los espacios que habitaban, en las escuelas, en sus trabajos, en sus familias, en sus grupos de amigos. Por eso, el primer ejercicio que hay que hacer como facilitador es reconocer cuáles son las propias limitaciones. En general, en el prejuicio hay miedo. Hay desconocimiento, pero sobre todo hay miedo. Y ese miedo se desarma con vínculos. No solo con información: eso también lo aprendimos en el mundo del VIH. No sólo debo saber cómo evitar la transmisión del virus; se trata de construir un vínculo que me permita abrirme, que me permita tener confianza para traer los temores, los claroscuros, las dudas a la conversación.

Cecilia Valeriano en diálogo con Patricio Zunini

Hay muchos adolescentes que ahora ponen en duda la necesidad de usar preservativos. ¿Qué problemáticas que estaban resueltas ahora parecen volver?

—Es la brecha entre el conocimiento y la práctica. La práctica siempre es más compleja. La información es un aporte necesario, pero no alcanza para construir una práctica. Como la diferencia entre decodificar letras y leer. En el cuidado integral de la salud pasa más o menos lo mismo. Pretendemos que las personas cuiden su salud por arte de magia, porque nunca les enseñamos la importancia de hacerlo. Entonces, en un momento empiezan a tener relaciones sexuales y creemos que, con que tengan información, ya es suficiente. La ESI nos trae ese otro eje del cuidado del cuerpo y la salud, que tiene que ver con incorporar esas prácticas. Yo muchas veces, cuanfo hablo en un auditorio, hago el ejercicio de preguntar quiénes alguna vez hicieron una consulta sobre su salud sexual y reproductiva. La abrumadora mayoría de mujeres levantan la mano, mientras que las identidades masculinas no lo hacen —exceptuando a los que lo hicieron por un proceso de búsqueda de embarazo—. Eso no es casual; nunca les enseñamos a los varones que tenían que cuidar su salud.

¿Por qué?

—Yo creo que es algo que en parte negamos por los valores de la masculinidad. Por los roles estereotipados. Por lo que esperamos que los varones hagan. Pero si no les enseñamos que es una dimensión importante y no generamos los hábitos, si no les damos herramientas a los profesionales de la salud para que puedan atender adolescentes, es difícil que cambie.

¿Cómo se trabaja con las cancelaciones y los escraches? Me refiero al equilibrio de no desmerecer una denuncia, pero tampoco para alentar algo que tal vez no merecía ser denunciado.

—Estamos terminando un nuevo libro que profundiza algunas reflexiones alrededor de las masculinidades en este contexto. Es cierto que, desde la cuarta ola y el #Niunamenos, toda la visibilidad de la agenda de género y de la agenda de las feminidades creció mucho y permitió poner temas que eran necesarios. Eso implicó un reordenamiento en las formas de vincularse entre varones y mujeres, y también de las formas en las que los adolescentes se ven a sí mismos y a los otros. Entonces, así como hay cosas que hoy los chicos y las chicas viven con mucha naturalidad —como vivir en un contexto diverso—, hasta que las nuevas normas implícitas de vinculación no empiecen a ser más naturales, va a ser un momento de estrés. Y las identidades masculinas viven ese estrés con mucha angustia porque, en muchos casos, hay una pérdida de identidad.

¿En qué sentido?

—Durante mucho tiempo les enseñamos que tenían que cumplir con los roles estereotipados de género. Tenían ser fuertes, ir al frente, bancársela siempre. Y de pronto se encuentran con un espejo que les dice: “No. Esa no es la forma en la que esperamos que te vincules con nosotras”. Hay que gestionar ese conflicto con mucha paciencia y con mucha ternura. En estos últimos años hubo una ola de escraches y denuncias que generaron mucho sufrimiento a todas las personas que atravesaron la situación y las resoluciones no han sido súper útiles. En general, han aumentado los conflictos. Siempre hay alguien que queda descontento cuando el problema de fondo es un conflicto que tiene que ver con lo vincular.

Empecé la entrevista preguntándote por los docentes, después, por supuesto, hablamos de los estudiantes. ¿Y las familias?

—La ley incorpora un trabajo con la comunidad, que incluye a las familias, pero que a la vez las trasciende. Hay otras piezas, otros actores clave, que rondan las comunidades educativas y que nos cuesta todavía ver. Los equipos no docentes, por ejemplo. ¿Quién abre la puerta de la escuela? ¿Quién atiende el quiosquito de la esquina, donde los chicos sacan las fotocopias o donde van a comprar el almuerzo? ¿Y las organizaciones del territorio cercano que también son parte de la comunidad educativa?

¿Por qué hay que prestarles atención a ellos?

—Porque los chicos y las familias construyen vínculos con esas otras personas que rondan la escuela. Entonces, ¿cómo las sensibilizamos? ¿Cómo les contamos qué es la ESI? El desafío es un poco más grande. Incluye a las familias y las trasciende.

¿Cómo se reconoce el límite de cada comunidad educativa?

—En principio, conociendo la comunidad educativa. Pero, además, preguntando: ¿con quiénes hablan?, ¿con quiénes se vinculan? Hace muchos años, nosotros hicimos una intervención en una escuela y vimos que los chicos hablaban con la señora del kiosco enfrente. Como iban a almorzar todos los días y ella tenía buena onda, le hablaban y contaban cosas. Bueno: pusimos un dispenser de preservativos en el kiosquito enfrente. Si no hubiésemos hecho ese trabajo, nunca lo podríamos haber identificado.

Es indispensable el trabajo en territorio, entonces.

—Sí, pero es donde también tenemos que permitirnos la sorpresa. En las escuelas, como en todos los ámbitos donde las personas trabajamos, hay un momento en el que creemos que la tenemos atada, ¿no? Pero no. Hay que mantener la posibilidad de escucha siempre abierta.

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