¿Cómo es ser niño hoy en Argentina? Para esa pregunta hay tantas respuestas como chicos y chicas, sobre todo en un país tan diverso y desigual como el que ellos van a heredar. Por el Día de las Infancias, Infobae entrevistó a 12 alumnos de 7° grado de la Escuela N° 7 de Villa Devoto, conocida por su comunidad como “La Banderita”. Sus voces dan cuenta de experiencias particulares, que no pretenden ser representativas de las realidades variadas de los chicos y chicas de nuestro país, pero dejan traslucir algunos deseos, miedos y sentimientos compartidos.
Tienen 12 años: son fuentes autorizadas para hablar de la infancia, porque tienen un pie ahí pero están en proceso de dejarla atrás; por momentos se expresan como adolescentes y de pronto reaparece en ellos una seña infantil, un rastro de ese niño que en algunas personas subsiste toda la vida. La conversación transcurre en la sala de computación de la escuela; lo primero que surge en la charla son los miedos.
“Cuando era más chica no me preocupaba tanto. Ahora pienso en lo que me puede pasar en el colectivo o yendo al kiosco y me asusta. Mi hermano de 9 me dice que soy una exagerada, que no es para tanto. Pero siento que él no corre el mismo riesgo que mis compañeras y yo”, empieza Malena. Enseguida encuentra eco entre la mayoría de sus amigas y amigos: casi todos dicen sentir miedo en la calle. A varios les impactó la muerte de Morena en Lanús: una nena de su edad.
“A mí me da miedo que me roben en el colectivo, no me gusta andar solo en la calle. Tampoco me gusta quedarme solo en casa: si escucho un ruido, me quedo jugando en el patio y espero a que llegue mi papá, eso me da alivio”, confiesa Valentino. La calle es una amenaza para estos chicos de 12 años, que se ríen a carcajadas corriendo por el patio aunque diluvie.
Estar solos también los inquieta. Aunque muchos dicen pelearse seguido con sus papás, reconocen que su sola presencia los reconforta. “En mi casa escucho el noticiero y sé que en el barrio puede pasar cualquier cosa. Cuando me quedo sola, la llamo por teléfono a mi mamá: me da tranquilidad hablar con ella”, cuenta Lara. Todos los años ella se plantea metas personales: este año se propuso ser “más agradecida y empática”, especialmente con sus padres. “A veces trato mal a mi papá, aunque me lleva a todos lados”, reconoce también Camila.
La experiencia de crecer y lo que devuelven las redes
¿Se puede sentir nostalgia a los 12? Pareciera que sí. “De chiquita quería llegar a séptimo grado, pero ahora me gustaría volver a primero: no tenía preocupaciones, solo jugaba. Siempre decía que quería salir sola, hacer las compras. Ahora no me gusta andar sola por la calle”, agrega Iara, y explica que su estrategia para espantar los miedos es bailar.
Por su parte, Francisco dice no sentir miedo cuando sale a comprar facturas, aunque coincide en que extraña los “viejos tiempos”, cuando sus únicas preocupaciones eran “jugar y comer”. Mirko aconseja: “Es cuestión de costumbre: cuanto más salís solo, más seguro te sentís. Yo voy a pasear al perro, doy la vuelta manzana, cruzo al vivero de enfrente, viajo en colectivo a la escuela. Además sé un poco de artes marciales”.
La Banderita no tiene nivel secundario: este es el último año que compartirán todos. Dicen que no les gusta faltar para no perderse ni un día con sus amigos. Y que a ellos mismos les cuesta entender cómo crecieron tan rápido. “Cuando yo era chica, los de séptimo grado eran admirados. Ahora los de quinto no nos respetan tanto”, asegura Vera. Varios coinciden. “A mí me parecía que los chicos de séptimo medían como 3 metros, los veía desde abajo y sentía que yo apenas les llegaba a los pies. Pero ahora que estoy en séptimo, los más chicos me llegan al pecho”, describe Mirko.
“De chiquita quería ser grande, y ahora quiero volver a ser chiquita. Lo que más me gustaba era jugar todo el tiempo con las Barbies. Ahora no tengo esa emoción por jugar. Cuando vuelvo de la escuela, hago la tarea y hablo con mis amigas, veo Instagram o TikTok”, cuenta Camila. Las redes ocupan un lugar importante en la vida cotidiana de los chicos. Indira las valora como “un medio para estar en contacto con amigos”. Aitana admite: “El tiempo en TikTok se pasa muy rápido”.
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Los chicos también plantean una mirada crítica: hablan de los malentendidos, de la falsa perfección que intoxica las plataformas. “Lo que no me gusta de las redes es la comparación. Me gusta subir fotos y ver cómo están mis amigos; tengo una amiga en Uruguay y ahora es muy caro ir a visitarla. Pero si no estoy hablando con alguien, me pongo a ver videos, y nunca salgo bien de eso, siempre me entristece un poco. Te empezás a comparar con los otros, los cuerpos lindos, lo que no tenés; por ejemplo ves a una que dice que come de todo y nunca engorda”, analiza Malena. Mirko complementa: “O ves a uno que, como nació en una familia rica, no hace nada y es millonario, mientras que tus papás viven preocupados por el sueldo”.
Presente frágil, futuro incierto
Como la inseguridad, la economía y la política se cuelan en la conversación. “Me gustaría que el país fuera más seguro y más limpio, menos contaminado”, reclama Aylén. “Hace unos días el dólar estaba a 500 pesos, ahora está arriba de los 700. ¿Cómo es posible eso? La gente tiene que trabajar cada vez más para conseguir menos de lo que conseguía antes”, cuestiona Francisco. Vera siguió los resultados de las PASO por televisión en la casa de su abuela: “Me gusta hablar de política, pero no quisiera dedicarme a eso”, aclara.
Frente a un escenario nacional abrumador, vuelven a sentirse chiquitos. “Me preocupa que venga una crisis más grande. Mi mamá me dice que el futuro está en nuestras manos, pero yo no sé cómo podría ayudar”, dice Lara. “Cuando escucho eso siento que tengo que crecer más rápido. Ser adulto es demasiada responsabilidad”, coincide Mirko. “Seguro que podemos hacer algo más que tantos adultos que se quedan sentados en su casa mirando la tele”, piensa Malena.
Aunque la sociedad y la política no les ofrecen un horizonte demasiado alentador, los chicos proyectan: anticipan la secundaria, imaginan su futuro con ilusión pero también con temores. “La secundaria no va a ser lo mismo: las materias, las amistades… Siento que voy a ser la única que va a estar sola”, dice Indira. “A mí también me parece que todo va a ser más difícil: tantos profesores, la distancia hasta la escuela, hacer amigos”, anticipa Ámbar.
El miedo a la soledad, a no encajar, vuelve a la conversación: casi todos lo comparten. Valoran los vínculos con sus compañeros y con sus docentes. “Cuando nos juntamos todos, nos llevamos bien y no hay problemas”, describe Vera. Dicen que La Banderita “es mágica”, que algunas maestras les cambiaron la vida. Al mirar hacia atrás, coinciden en que 4° grado es un mal recuerdo: era 2020, estaban encerrados. Ahora cuentan los días hasta diciembre, cuando se irán juntos de viaje de egresados a Sierra de la Ventana.
Es temprano para saber qué serán de grandes; proyectan caminos distintos. Malena quiere dedicarse a la fotografía o a “algo que ayude al país”. Valentino quiere ser docente de jardín, maestro de primer grado o futbolista: le gustaría enseñar en las escuelas donde estudió (“Soy bueno para jugar, para reírme, para enseñar y para calmar a los chicos si lloran”). Lara va a ir a una secundaria con orientación en Cerámica; proyecta ser docente de Lengua o de Plástica, como su mamá. Aitana va a ir a una secundaria orientada a Danza; se imagina como maestra de baile.
Mirko quiere ser ingeniero aeroespacial, le gustaría trabajar en la NASA construyendo cohetes; por lo pronto, va a hacer la secundaria en una escuela técnica, como Vera y Francisco. Este último imagina tres destinos posibles: empresario automotor, futbolista profesional o presidente. Explica: “Cuando vamos a visitar a mis abuelos, pasamos cerca de Villa Celina, veo el río lleno de basura, todo sucio, abandonado… Me gustaría ser presidente para arreglar eso. Y la economía”.
“El presente mucho no me gusta, pero creo que el futuro será mejor. Algunos de mis compañeros son muy inteligentes, sé que les va a ir muy bien. Yo quisiera dedicarme a la Historia: disfruto de escuchar historias del pasado. Me gusta que me escuchen y creo que es importante escuchar las historias de otros”, dice Aylén.
Más allá de los descuentos en jugueterías, ahí hay un sentido posible para el Día de las Infancias: es una oportunidad para escuchar las voces de chicos y chicas, entre tanto grito de los adultos. En ellas resuena una esperanza a prueba de crisis, pero también una demanda de responsabilidad, el reclamo de una herencia menos cruel. No es justo que sientan miedo. Los sueños que describen son generosos: es urgente ponernos a su altura.
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