El 15 de agosto de 2021, cuando los talibanes tomaron la capital de Afganistán, Suraj Samim supo que su vida había cambiado para siempre. Tenía 21 años, había terminado de estudiar la carrera de Filología Hispánica, tenía todo por delante para aportar a la reconstrucción de un país que había estado en guerra durante 20 años, tras la invasión de Estados Unidos en 2001. La caída de Kabul significó no solo el fin de la República Islámica de Afganistán y la instauración del régimen talibán: ese día Suraj perdió su futuro.
Aún no sabía que lo reencontraría a 15.000 kilómetros de su casa, en Buenos Aires. Tras el ascenso de los talibanes, Suraj y su familia –sus padres y cinco hermanos– migraron a Mashhad, una ciudad del noreste de Irán. Él tuvo que dejar su trabajo en el Ministerio de Comercio y su activismo en una red de jóvenes por la democracia. “Somos jóvenes que queremos cambiar el mundo. Pero todos mis compañeros tuvieron que huir como yo”, cuenta a Infobae Suraj, ya instalado en Argentina, adonde llegó el 14 de julio.
Solo su hermana mayor, médica, se quedó en Afganistán, aunque ya no puede ejercer: los talibanes –Suraj prefiere llamarlos “zombis”– prohibieron que las mujeres trabajen o vayan a la universidad. Las restricciones a los derechos y libertades avanzaron de manera brutal desde 2021; las noticias más recientes que llegaron a los medios argentinos informan que el gobierno –no reconocido por casi ningún país del mundo– ordenó quemar instrumentos musicales y cerrar salones de belleza.
Desde Irán, Suraj empezó a buscar alternativas para rearmarse y salir adelante. Sus estudios de Filología Hispánica entre 2016 y 2019 en la Universidad de Kabul lo habían acercado a la cultura hispanoamericana; aprendió español, leyó historia y literatura. Investigó sobre los países de América Latina y le resonó especialmente Argentina. “Vi el Mundial: fue maravilloso”, recuerda. El fútbol contribuyó a que tuviera al país en el radar, así como la tradición nacional de abrir las puertas a todos los hombres y mujeres que quieran habitar nuestro suelo, como dice el preámbulo de la Constitución.
Buscó rankings universitarios y encontró buenas referencias de la Universidad Austral, le interesó especialmente la presencia de estudiantes internacionales. Sin saber cómo haría para llegar a Buenos Aires ni para costear sus estudios, les escribió para solicitar admisión.
La lengua fue su pasaporte: le permitió desenvolverse en las entrevistas por videollamada. “Profesor, me quiero presentar como el primer estudiante afgano que se va a matricular en la Universidad Austral”, dijo Suraj desde su ventana de Zoom al profesor Said Chaya, que lo escuchaba en Buenos Aires, a mediados de 2022. Chaya es el coordinador académico de las carreras de Ciencia Política y Relaciones Internacionales y director del Núcleo de Estudios de Medio Oriente de la Austral.
El mismo lunes que conoció a Suraj en esa entrevista inesperada –no es del todo habitual que una universidad argentina reciba postulantes de Medio Oriente–, Chaya se enteró de la existencia de Operation Snow Leopard (OSL), una ONG fundada por veteranos estadounidenses dedicada a la evacuación y reasentamiento de refugiados afganos. El jueves de esa semana un equipo de OSL visitó el campus de la Universidad Austral. Chaya les contó el caso de Suraj y ellos se comprometieron a intervenir; mientras que otro profesor, Juan de Dios Cincunegui (director general de Diplomacia Parlamentaria del Poder Legislativo), también ofreció su colaboración.
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Suraj vino a Argentina con una visa humanitaria gracias al esfuerzo articulado de varias personas y organizaciones: la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR); organismos del Estado argentino como la Cancillería, Migraciones, las embajadas y consulados en Pakistán e Irán, y el Círculo de Legisladores de la Nación; la ONG Operation Snow Leopard; la Unión Interparlamentaria, una organización que representa a los parlamentos de 190 países; y la Universidad Austral, que impulsó las gestiones para que Suraj pudiera llegar a la Argentina y le dio una beca completa.
“Fue un trabajo en red entre instituciones del gobierno, la sociedad civil y la universidad”, cuenta el profesor Chaya. Suraj envió a Infobae una lista de las personas que lo ayudaron: son más de 50 nombres. Él quisiera que los publicáramos todos; además de los profesores, pide al menos mencionar a Lucila Crexell, Margarita Stolbizer, Graciela Camaño, Federico Pinedo, Claudio Rozencwaig, Leandro Abenante, Leopoldo Sahores y Alfredo López Rita, así como a Karmen Sakhr, Virginia Gamba y Daniela Skiba de ACNUR. También a Operation Snow Leopard, que cubrió los gastos de su traslado a Argentina y le da apoyo financiero. Un estudiante de la Austral de su edad, Santiago Vera García, lo acompañó a la distancia, orientándolo y comunicándose todas las semanas con él.
El proceso llevó un año. “Primero intenté tramitar una visa de estudiante, pero fue imposible, porque el gobierno de Argentina, como la mayoría de los gobiernos del mundo, no reconoce al de Afganistán”, cuenta Suraj. Finalmente solicitó un visado humanitario, que se aprobó el 11 de julio: justo tres días antes de que se le terminara la visa iraní.
El 14 de julio de 2023 Suraj aterrizó en Buenos Aires, pocos días después celebró su primer cumpleaños en Argentina. El pasado martes 1° de agosto empezó a cursar Relaciones Internacionales en la Universidad Austral, donde es el único alumno musulmán. Los primeros días se quedó en la casa del profesor Juan de Dios, pero vivirá en una residencia estudiantil frente al campus en Pilar.
“Por el momento puedo ver que la gente de Argentina es amable y muy abierta a los extranjeros. Ahora es mi segunda tierra. Nuestras culturas son diferentes, pero no creo que haya diferencias graves”, describe Suraj sobre sus primeras impresiones en el país. Probó el mate –jura que le gustó– y elogia la comida nacional; destaca sobre todo carne.
Pronto se cumplirán dos años de las escenas de terror que Suraj y los suyos vivieron en Kabul: la toma del palacio presidencial, los tiroteos en el aeropuerto internacional, el caos. La familia Samim continúa en Irán; no descartan seguir los pasos de su hijo. En Argentina Suraj reencontró el futuro que le arrebataron en su país. Sonríe, está entusiasmado. Proyecta: “Creo que esta carrera me va a servir para desarrollarme, para poder hacer algo por mi país y por el mundo. Todos mis amigos emigraron; ahora tengo amigos en muchos países. Mi sueño es trabajar por la igualdad a nivel mundial: quisiera descubrir cómo mostrarle a la gente que todos somos humanos, que somos uno. Todos tenemos sangre roja en las venas: debemos respetarnos en nuestras diferencias”.
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