En los últimos tiempos, la lente de “lo argentino” se ha fragmentado tanto que la imagen que devuelve está atravesada por una multitud de imaginarios. ¿Qué y cómo se conforma, entonces, la identidad nacional? ¿Qué factores culturales, políticos, sociales dan cuenta de esa identidad? Ezequiel Adamovsky trabajó con una figura problemática e imprecisa pero que todavía tiene el poder de convocarnos en torno a sí: el gaucho. El gaucho indómito (Ed. Siglo XXI) es un libro fascinante que va desde los orígenes en que apareció hasta el momento cúlmine en que se volvió sinécdoque de lo nacional. Ensayo histórico, político, educativo, es un trabajo imprescindible.
Ezequiel Adamovsky visitó el auditorio de Ticmas y habló de su libro.
—Aún cuando no se pueda dar una respuesta muy específica, ¿podrías definir al gaucho?
—El gaucho es una figura literaria. Lo que creemos saber sobre los gauchos es lo que nos han contado los textos de literatura. El término gaucho, para decirlo muy brevemente, se empezó a usar en el siglo XVIII, en referencia a los cuatreros que se internaban en el campo y carneaban ganado que no era propio. Tenía un sentido de delincuencia, que mantuvo durante muchísimo tiempo. Luego, por la participación de la gente de a caballo en las guerras de independencia, empezó a haber una asociación de lo gaucho con lo patriótico. Y más adelante, con la literatura criollista, se asoció al gaucho con lo popular y luego con la nación. En cuanto a quiénes eran concretamente los gauchos, eso siempre fue motivo de discusión. Inicialmente era una población subalterna, clase baja. Pero en los últimos años también los empresarios rurales han tratado de ocupar ese lugar. Hay una disputa acerca de quién es concretamente el gaucho, y, además, si está en todo el país o es sólo una figura bonaerense.
—La gauchesca tuvo muchísima influencia hasta comienzos del siglo XX. Después, como cualquier tradición, empezó a tener una cierta latencia. ¿Cómo se la lee hoy, qué representa para nosotros?
—Hasta la primera mitad del siglo XX, la cultura gauchesca tenía una centralidad absoluta en la cultura argentina. Hoy no es tan así. Sin embargo, seguimos volviendo una y otra vez, tanto en la literatura y en la cultura de masas. Un ejemplo en lo literario es cómo la poesía gauchesca se releyó en referencia a los pibes chorros en la obra de Oscar Fariña.
—El guacho Martín Fierro.
—Exacto. Y un ejemplo de cultura popular es el culto al Gauchito Gil, que está extendidísimo en todo el país. Cuando uno les pregunta a los creyentes quién es Antonio Gil, la historia que cuentan es la de un gaucho rebelde, un gaucho matrero. Así que está presente y se vuelve a rediscutir y a replantear constantemente. Sin la pregnancia de otras épocas, pero sigue siendo bastante importante en nuestra cultura.
—¿Es un actor político?
—No hay un grupo social que uno pueda llamar “los gauchos”. Más bien hay intentos de apropiarse de esa voz. Sí lo hubo en otras en otras épocas; uno podría pensar en las huestes de los caudillos federales en el siglo XIX. Pensarlos como gauchos o algunos episodios de luchas rurales hace mucho tiempo en esos términos. Hoy no me parece que se los pueda plantear como un sujeto político.
—En el libro también trabajas la idea del gaucho como figura nacional a partir de las intervenciones de Lugones y Rojas en la década de 1910.
—Cuando Lugones retoma esta figura y propone el Martín Fierro como poema nacional, tenía la intención de construir un culto nacionalista centrado en la figura de lo criollo por oposición a los inmigrantes, que él percibía como una fuerza con ideas revolucionarias, indeseables, que ponían en riesgo a la nación. Pero muchas veces queda en el olvido que su idea fue recibida con mucha frialdad inicialmente. El gaucho todavía estaba asociado a la barbarie que había que dejar atrás. Nadie entendía bien el sentido de plantearlo como emblema nacional y darle un prestigio al Martín Fierro. Esta idea se abrió camino recién a fines de la década de 1930.
—¿En la década de 1910 todavía no se lo aceptaba como figura nacional?
—La propuesta de Leopoldo Lugones que sea una figura asociada a lo nacional es de 1913, y el Estado recién la hace propia y construye una celebración a fines de la década 1930. Lo que sí, el gaucho ya era en la época del Centenario —y desde hacía un par de décadas, por lo menos— un emblema de lo popular. Que no es lo mismo. El gaucho era un héroe popular, una especie de vengador admirado tanto por criollos como por inmigrantes, que eran quienes consumían con fruición los folletitos baratos con las historias de gauchos rebeldes.
—¿Qué lugar ocupaba Martín Fierro entre esos gauchos?
—Había una galería de decenas de personajes, y Martín Fierro era uno más y ni siquiera el más famoso. Quizás el más conocido fuera Juan Moreira. Los primeros usos políticos de la figura del gaucho no son de los nacionalistas de derecha como lo planteó Lugones, sino de los anarquistas, que se apoyan en esa figura de un gaucho que anda enfrentando a los policías y a los militares. Un gaucho que enfrenta la ley del Estado y que se queja por la expansión de los alambrados y la propiedad privada. En el libro parto de la idea de que tomar a este personaje como emblema nacional fue una especie de imposición frente al campo intelectual. Lugones trata de maniobrar sobre un hecho consumado y eso tiene efectos de todo tipo en la cultura posterior.
—Borges decía que el personaje Martín Fierro le había ganado a José Hernández, porque él tenía una idea de escritura, pero Fierro mata al negro y comienza su ficción. Siguiendo la idea de que el gaucho fugitivo aparece en un montón de obras, la propuesta borgiana parecería no ser correcta. ¿La gauchesca necesitaba una figura opuesta a la ley?
—La figura del gaucho desertor, por ejemplo, está en la gauchesca de la década de 1830. Es un motivo recurrente. Es central en la historia de Fierro, pero también en otras decenas de historias de la época. No me parece que fuese necesario esperar a Hernández para esto; ya estaba planteado. La gauchesca es una tradición en la cual cada autor retoma motivos e incluso personajes de los autores en una conversación que construye un arquetipo del gaucho. Me interesaba reponer el lugar central que tuvieron las clases populares en esta afectación gauchesca sobre la cultura argentina. Se suele contar la historia a partir de los grandes textos —Hernández, Lugones, Rojas y demás— pero hay toda una historia previa de gente desconocida, tanto los que escribían como las decenas de miles de personas que las compraban y las iban a ver en los circos criollos, y que son quienes le impusieron al campo intelectual la figura del gaucho.
—¿Qué hace de Fierro que se convierte en un ícono?
—Yo leí cientos de historias de gauchos en poema, en prosa. Y la calidad literaria de Martín Fierro es incomparable. En el conjunto es realmente descollante. Circulaba como un folletito más, pero cuando uno los lee en serie, hay en ese poema una potencia literaria que realmente impresionante. Otra razón es que Hernández escribió la segunda parte, donde Martín Fierro se calma un poco.
—Carlos Gamero dice en Facundo o Martín Fierro que la segunda parte es una especie de manual de autoayuda sobre cómo deben comportarse los gauchos y los inmigrantes.
—Lugones se para en esa segunda parte para su propuesta. Si no hubiese habido una segunda parte, probablemente no habría sido elegido como el gran poema nacional.
—Vayamos a los años 40, cuando Perón resignifica la figura del gaucho. ¿Por qué lo toma?
—Es interesante porque para el momento en que nació Perón estamos en el pico de influencia de las novelas y de los poemas gauchescos. Perón, como todos los varones y mujeres de su generación, se cría en esta cultura. Incluso está la anécdota que tenían el cráneo de Juan Moreira en su casa, que después lo donaron a un museo. Perón se crió leyendo estas historias de gauchos y en su campaña del 46 fue insistente en tratar de asociarse al prestigio de la figura del gaucho. Hay una especie de profecía en el Martín Fierro, que dice: “Tiene el gaucho que aguantar / hasta que lo trague el hoyo, / o hasta que venga algún criollo / en esta tierra a mandar”. Perón y su aparato de propaganda decían que él era el criollo que iba a redimir los sufrimientos de los criollos. Perón jugó con esa idea y asoció su proyecto político con la llegada de una justicia real para los de abajo. Si hasta ese momento, decía, la ley era como una tela de araña, que la atraviesan los bichos grandes y solo atrapa a los chicos, ahora iba a ser igual para todos. Perón jugó bastante con la imagen del gaucho en la construcción de su liderazgo.
—¿En qué momento empieza a decaer la figura del gaucho?
—Es muy poderoso hasta por lo menos la década de 1940, y luego, ya en la década del 50, sigue siendo importante pero empieza a decaer.
—¿Por eso el periodo que estudiás hasta el peronismo?
—Sí, porque es hasta allí que tiene una perseverancia enorme en la cultura argentina. No tengo del todo claro por qué desaparece. Tengo algunas hipótesis. En alguna medida desaparece —y, retomando la pregunta anterior— porque el gaucho, que fue un emblema político plebeyo utilizado por muchas agrupaciones fue reemplazado en parte de sus sentidos por la figura del cabecita negra, que es una figura que surge como emblema político a partir de la caída de Perón. El cabecita negra concentra algunos de los valores que tenía la figura del gaucho, como ser el emblema de los criollos del interior profundo, de las costumbres rurales, de lo plebeyo y lo moreno. Por otra parte, me parece que está el cambio en las relaciones de género. La gauchesca es espantosamente masculina, les habla a los varones, los personajes son varones, las mujeres no tienen voz o son objeto de disputa. En la cultura de los años 60-70 en Argentina ya quedaba un poco vieja.
—¿Podría definirse una figura identitaria actual que reúna lo que el gaucho?
—No creo que haya algo comparable. Me parece que las referencias están un poco más estalladas.
—¿Es la grieta que aparece?
—Sí, pero no solo en lo político. Es una fragmentación también en términos de estilos de vida, de modelos, y hay una influencia muy grande de ciertas referencias transnacionales. No hay un foco tan excluyente como en el pasado lo fue el gaucho.
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