En el marco de una jornada de reflexión académica, el destacado investigador y director de Investigación de CLACSO —Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales—, Pablo Vommaro, visitó el auditorio de Ticmas. Vommaro es una figura clave en el ámbito de las ciencias sociales en América Latina. Con un currículum que incluye un Doctorado en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y un Posdoctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, su experiencia en el campo de la investigación es ampliamente reconocida.
Bajo la coordinación de Patricio Zunini, el encuentro se centró en explorar diversos temas de vital importancia para la academia latinoamericana y el Caribe. Entre las cuestiones abordadas se destacan la especificidad y singularidad de la investigación y enseñanza desde la región, así como la posibilidad de innovar y no solo aplicar o reproducir conocimientos provenientes de otras latitudes. También se analizaron las agendas emergentes y en curso en la investigación social y humanística, así como las lógicas y dinámicas de producción de conocimiento promovidas en CLACSO y el significado de trabajar en red en este contexto.
“Reconocer la diferenciación entre América Latina, el Caribe, Sudamérica, Centroamérica, México, tiene que ver con poner cierta relevancia a las singularidades de la región, que, a veces, desde Europa o Estados Unidos, se la ve como un todo”, comenzó Vommaro.
—Brasil, Argentina y México podrían ser, cada uno, un continente.
—Exactamente. Si uno los compara con toda Europa occidental, son más extensos y diversos. A veces, cierta unidad idiomática —aunque, por supuesto, están los idiomas de los pueblos indígenas— da la sensación de que hay una unidad cultural étnica. CELAC tiene treinta y tres Estados: diecinueve son islas en el Caribe. Más de la mitad de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños son Estados insulares con sus singularidades culturales, étnicas, económicas, políticas.
—En Neurociencia en la escuela, Andrea Goldin dice que no todas las investigaciones que se hacen en Estados Unidos y Europa pueden incorporarse directamente en América Latina. ¿Cómo es el caso de las ciencias sociales? No solo desde la producción de esos países, sino e los movimientos internos en la región.
—En CLACSO, como en muchas otras instituciones, trabajamos con una perspectiva situada. O sea: reconocemos las condiciones espaciales, temporales, culturales, políticas, económicas en las que se produce el conocimiento. Ese conocimiento situado tiene que ver justamente con reconocer la singularidad: se puede buscar puntos en común con otras realidades, pero a partir de recuperar una cierta singularidad. América Latina y el Caribe son muchas veces vistos más como espacio de aplicación de los conocimientos que de producción. Creo que, sin caer en un localismo a ultranza, está bueno pensar en las especificidades de nuestra región que no se explican reproduciendo teorías producidas para contextos.
—En relación a lo que decís, recuerdo que, en Filosofía y Nación, José Pablo Feinmann se preguntaba cuándo los licenciados en Filosofía de la Argentina iban a ser considerados filósofos.
—En CLACSO promovemos el hecho de poner en valor el conocimiento latinoamericano y caribeño. No por un localismo ni por ser americanistas, sino para saber e interpretar las singularidades con herramientas, instrumentos, nociones, perspectivas, teorías, producidas en la región. En diálogo con otras. Reconocer los diálogos sur-sur para, para dialogar desde el sur con el norte. Vuelvo a decir que muchas veces somos vistos como laboratorio de aplicación de otras teorías y pocas veces reconocidos como productores, y eso tiene que ver con la baja inversión en ciencia que hay en la región.
—¿Cuáles son las agendas emergentes de las investigaciones en materia social y humanística?
—En los últimos diez, quince, veinte años, estamos más en torno a problemas que a disciplinas. El mundo actual es demasiado complejo y cada vez se va complejizando mucho más. Requiere abordarlo desde problemas antes que desde disciplinas. Por lo tanto, las agendas emergentes tienen que ver con agendas vinculadas con problemas sociales. Una tiene que ver con género, diversidades, disidencias. Otra tiene que ver con los temas ambientales y el cambio climático. Otra es una agenda que fue un debate muy fuerte los años 50, 60 y 70, luego desde los 80 pasó desapercibido, y ahora volvió, que es el desarrollo. O sea: qué desarrollo queremos. Tiene que ver con extractivismo, con recursos naturales, con la defensa del medio ambiente que a la vez no sea incompatible con el desarrollo local o regional. Y una última cuestión tiene que ver con las desigualdades sociales crecientes, que no es tan novedosa, pero la pandemia la volvió a colocar.
—¿Qué observan en cuanto a desigualdad?
—Vivimos en la región más desigual del mundo. No la más pobre —que es África—, aunque tenemos el país más pobre, que es Haití. Pero, medido por el índice de Gini, de los diez países más desiguales, siete son latinoamericanos y caribeños. La desigualdad se encara desde una perspectiva multidimensional; no solamente el factor socioeconómico, sino por desigualdades de género, territoriales, culturales, educativas, laborales, la condición migrante. En los últimos años, se encara el posible conflicto entre desigualdad y democracia: qué pasa con la democracia en sociedades crecientemente desiguales.
—Este año, que se cumplen 40 años de democracia en la Argentina, parecería que todavía está en deuda la promesa de Alfonsín.
—Hay muchas promesas incumplidas, muchas expectativas que no fueron satisfechas o que son defraudadas en la democracia. No solo en Argentina. Si se analiza la coyuntura en Chile, en Ecuador, en Colombia, en Brasil, en México, en muchos países centroamericanos y caribeños aparece la expectativa de un bienestar social, de un bienestar económico, de condiciones de vida que mejoren que, por ahora, las democracias no han podido resolver. Eso también tiene que ver con ciertos riesgos y ciertas pérdidas de legitimidad de las democracias de la región, que, por supuesto, son aprovechados por algunos grupos más regresivos que buscan amenazar a la democracia y no, por el contrario, fortalecerla y repensarla.
—¿Cómo hace un doctorando para pensar su objeto de estudio? ¿Cómo se evalúa que lo que hace puede llevarse adelante?
—Hay que pensar la evaluación en relación al conocimiento científico. ¿Por qué? Porque los científicos muchas veces nos movemos por incentivos o por cómo vamos a ser evaluados o por lo que se espera de nosotros. Y si lo que se espera, por ejemplo, es que uno produzca un artículo en una revista científica súper indexada en inglés y desanclada de la realidad local en la que se produjo ese conocimiento, yo no voy a producir un conocimiento para la innovación o la transformación social de la población en la que vivo. Entonces, en Argentina hay, por ejemplo, muchísimas vacunas, pero no hay vacunas contra el mal de Chagas.
—Que es una enfermedad endémica.
—¿La ciencia médica no tiene avances suficientes para producir una vacuna contra el virus Chagas-Mazza? Seguramente que sí, pero no hay incentivos necesarios para que esa vacuna pueda ser producida. Pongo un ejemplo biomédico, porque los ejemplos sociales parecen un poco más difusos aunque no lo son. Por ejemplo, lo que tiene que ver con el urbanismo: cómo pensar a las ciudades contemporáneas latinoamericanas a nivel transporte, vivienda, espacio público, educación, salud, trabajo. Cómo pensar a la ciudad latinoamericana pero no desde las europeas para copiarlas. En CLACSO estamos trabajando para transformar los criterios, los procesos, los indicadores con los cuales evaluamos la producción de conocimiento científico. Transformar eso, creo que es el camino para desandar ideas y producir innovación con un conocimiento conectado con la realidad local. Uno quiera publicar para que lo lean sus conciudadanos. Acá se pagan impuestos, entre otras cosas, para que haya educación pública gratuita de calidad, para que haya un sistema científico tecnológico. Bueno: tenemos que poder hacer que esos sistemas y esa educación superior esté conectada con la realidad de los ciudadanos que están pagando los impuestos para sostener esos sistemas.
—Suele pasar que los medios publican una noticia con una investigación en Ciencias Naturales que parece disparatada y eso mueve a risa. Pero, cuando se da el caso en las Ciencias Sociales, lo que aparece es la indignación. ¿Cómo se nos enseña a nosotros, a la sociedad, la importancia de esas investigaciones?
—Por un lado, que uno piense que el conocimiento científico tiene que mejorar la vida de las personas, no quiere decir que tenga una aplicación inmediata. El conocimiento científico se va mejorando, va incrementándose por una acumulación que, muchas veces, es un poco azarosa. La manzana de Newton es un mito, pero fue un poco así. Copérnico y Galileo estaban azarosamente observando algo y de ahí sacaron una ley científica. Muchas veces se dice “Pero esto para qué me sirve”, y quizás ahora sea poco evidente para qué, pero dentro de cinco, diez o veinte años, ese azar sirve para entender la dinámica social entre personas. Hay un montón de cuestiones que tienen que ver con aplicaciones que no son inmediatas.
—Pero ¿cómo se maneja el presupuesto para esas investigaciones?
—Hay una cierta resignación a estar subordinados a la ciencia de otros países. Si ves los temas que investigan los científicos estadounidenses, también son risibles. Por ejemplo, se estudia el comportamiento de cinco mujeres afroamericanas en Ross Dress for Less. Uno puede decir que Estados Unidos puede darse el lujo de hacer eso porque tienen plata, pero acá no. Y es un poco el huevo y la gallina, porque, que yo sepa, Estados Unidos no nació potencia, se construyó potencia. Ha-Joon Chang, que es un economista coreano, tiene un libro que se llama Retirar la escalera, que señala cómo los países desarrollados, cuando llegaron a ser lo que son, te sacaron la escalera. “Yo puedo investigar cómo cinco mujeres hacen las compras; si lo hacés vos, malgastas plata”. Ahora, esas investigaciones sociales sirven para encontrar pautas de consumo, dinámicas de circuitos urbanos, cómo mejorar el transporte público, y un montón de cuestiones que tienen que ver con profundizar el conocimiento sobre la sociedad. Entonces, tenemos que estar abiertos a cierta imprevisibilidad, cierto azar, cierta incertidumbre que el conocimiento nos da.
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