Beatriz Diuk es investigadora del Conicet y creadora de la propuesta Dale!, destinada a dar apoyo a chicos que crecen en contextos de pobreza y que no logran completar el proceso de alfabetización al ritmo de sus pares. Acaba de publicar Enseñar a leer y escribir (Siglo XXI), un libro que se presenta como “una guía práctica y equilibrada para orientarse en el barullo de la alfabetización inicial”.
En diálogo con Infobae, Diuk plantea que el sistema educativo argentino bajó las expectativas con respecto a lo que espera de los estudiantes, y que eso repercutió en los niveles de aprendizaje. Señala que la crisis educativa no se explica por razones estructurales, sino que su solución también es educativa: hay que empezar por repensar la enseñanza. Hacia allí apunta su libro, que aporta ideas concretas para los docentes a partir de la evidencia que ofrece la ciencia de la lectura.
“Cuando veo a la Argentina por debajo del promedio latinoamericano en lectura me pasan dos cosas. Primero, me resisto a creerlo, y creo que como sociedad nos estamos resistiendo a creer lo que nos pasa. Después, me duele en el alma. Me duele porque no hay una razón estructural que lo justifique”, define Diuk. Y agrega convencida: “Tenemos las herramientas y una sociedad que puede darlo vuelta, no tengo ninguna duda”.
–Hoy el tema de la alfabetización está en agenda. ¿Qué busca aportar tu libro al debate?
–En Argentina hay mucha mezcla y poca claridad respecto de los enfoques. Creo que en las últimas décadas avanzamos mucho en el trabajo con los textos. Nuestras aulas tienen libros que están a disposición y que podemos aprovechar más. Pero hubo un descuido muy importante de lo que llamamos el camino de la autonomía: para poder realmente apropiarse de esos textos, los chicos tienen que saber leer por su cuenta, no depender de la lectura de los docentes.
Hemos bajado mucho nuestras expectativas respecto a lo que nuestros chicos y chicas pueden hacer, y eso se está reflejando en el bajo nivel de aprendizaje. Las pruebas de UNESCO nos han mostrado que Argentina está por debajo del promedio latinoamericano en tercer grado. Estamos debajo de países como El Salvador. Hay algo –que no es el orden de lo económico, sino específicamente educativo– que no estamos haciendo bien, porque estamos por debajo de países que tienen situaciones económicas y sociales mucho más conflictivas que la nuestra, y sin embargo están logrando que sus chicos lean mejor.
El descenso de las expectativas hoy está teniendo consecuencias muy serias. La UNESCO lo midió en 2019 y nos dijo: Argentina no está a la altura de su historia y de sus posibilidades. Nosotros podemos mucho más que eso. Uno recorre las aulas y ve un potencial enorme: maestras comprometidas, gente que sabe, escuelas funcionando. La educación es absolutamente multicausal, pero hay un tema en el que yo me especialicé, el aprendizaje y la enseñanza de la lectura y la escritura, que no estamos manejando bien. En el libro trato de tomar algunas ideas que circulan en nuestro sistema e invitar a pensarlas con la información que nos provee la investigación actual. Porque esto también es algo relativamente nuevo: en los últimos 50 años hubo una revolución en la investigación sobre el aprendizaje de la lectura y la escritura.
–Reivindicás una enseñanza “activa” y “sistemática”: ¿es un intento de equilibrar dos grandes marcos que a veces antagonizan como polos opuestos?
–Apunta a equilibrar dos cosas. Uno de los aspectos tiene que ver con la enseñanza. Seguimos pensando en términos de polos: o la escuela tradicional, repetitiva y mecánica, que no convoca a los chicos; o una escuela donde hay niños totalmente libres, porque creemos que solitos van a construir el aprendizaje. La verdad es que la escuela tradicional ya no se ajusta a nuestro mundo, pero el otro polo también tiene problemas, porque deja a muchos chicos en el abandono.
Hay chicos que llegan a la escuela sabiendo un montón, porque provienen de contextos donde hay mucha lectura y escritura. No es un tema de que los padres se preocupen más o menos, sino de oportunidades extraescolares desigualmente distribuidas. Entonces el chico que llega con menos conocimiento previo necesita una maestra que tenga un programa de enseñanza muy bien armado. Entre el polo de la escuela tradicional y el polo de lo que se suele llamar la “enseñanza centrada en el estudiante”, está el sistema educativo real, al que la sociedad le pide otro nivel de logro: le pide que los chicos aprendan a leer y escribir.
La enseñanza con instrucción explícita combina estos dos polos. Se puede ser sistemático sin ser rígido. Ser sistemático quiere decir: yo tengo una planificación, sé cuál es la progresión de los aprendizajes, sé hacia dónde voy y los mojones que tengo que alcanzar en ese camino. Pero estoy abierto a la espontaneidad. Justamente porque soy sistemático, puedo abrir la escuela a lo que surja, y después sé adónde volver, no pierdo el rumbo. Entonces un primer equilibrio tiene que ver con abandonar esa idea polar entre la escuela rígida y aburrida o la escuela totalmente libre. Los chicos necesitan que los adultos los conduzcamos.
El otro equilibrio se relaciona más específicamente con la enseñanza del proceso de alfabetización, que tiene dos grandes componentes: uno vinculado con la comprensión y producción de textos, y otro que es el sistema de escritura (las letras, los sonidos, las palabras). Estos dos componentes avanzan en paralelo. La Argentina está muy orientada hacia los textos y ha descuidado el sistema. Entonces tenemos chicos en quinto grado que no conocen las letras.
Yo vengo de diez años de trabajar con chicos y chicas que son grandes y no saben leer y escribir. Nos sentábamos a trabajar con ellos sistemáticamente y en tres meses aprendían, después de cuatro años de escolarización en los que no habían aprendido. Hay que recuperar la enseñanza del sistema de escritura, que no es volver a 1950, no es enseñar a copiar. Tenemos que fortalecer esto en el primer ciclo de nuestras escuelas, porque ese es el camino de la autonomía.
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–¿Hasta qué punto la ciencia de la lectura ofrece un método, o brinda orientaciones generales sobre lo que hay que hacer? ¿Cuánto margen queda para las “intuiciones” docentes?
–Catherine Snow, que es una referente en el campo de la alfabetización, viene planteando que la ciencia de la lectura es una ciencia del aprendizaje de la lectura, y que tenemos que complementarla con una ciencia de la enseñanza. La enseñanza se nutre de la ciencia del aprendizaje, pero no es lo mismo. Entonces, por supuesto que puede haber más de un método. La ciencia de la lectura no dice que hay una única manera de hacer las cosas. Pero sí nos da algunas ideas fundamentales. Por ejemplo, en el libro trabajo la idea de que “leer no es decodificar”. Bueno, hay 50 años de investigación que dice que en algún momento aprender a leer sí requiere de aprender a decodificar. Eso no quiere decir que enseñar a decodificar tenga que ser esa cosa tediosa y aburrida que se hizo hace 100 años, pero el proceso cognitivo tiene que suceder. La gran pregunta es cómo hacemos que suceda desde la enseñanza.
–En el libro sostenés que para mejorar la alfabetización no es necesario refundar todo: ¿qué se está haciendo bien y cuál es el punto crítico en el que es necesario un cambio?
–Cuando yo digo que no hay que cambiar todo, hay ahí un respeto hacia los docentes. Todo el mundo habla de respeto a los docentes, pero en la práctica no están siendo muy respetados, porque hay mucha imposición (“tenés que hacerlo así”), que es totalmente contradictoria con el discurso del respeto al docente como un profesional. Hay muchas cosas que los docentes hacen bien, y hay que respetarlos porque ellos conocen a su grupo. El modo de mejorar no es decir: “Yo tengo la verdad revelada y les voy a decir a todos ustedes lo que tienen que hacer”, sino ayudar a los docentes, ampliar su caja de herramientas como dice Daniel Feldman. Ningún cambio se puede hacer sin los docentes.
Hay un enorme logro que tiene que ver con las bibliotecas y los libros en las escuelas. Esto es algo que recuperamos; en algún momento se dijo que el libro de texto era rígido y había que abandonarlo, y dejamos a los chicos sin un libro para trabajar. Es una recuperación muy valiosa que se ha dado en estos años.
Creo que tenemos que seguir en la línea de un trabajo más fuerte con el sistema de escritura en los dos primeros años de primaria. A fin de segundo grado los chicos tienen que saber leer y escribir, y tienen que poder leer un texto corto. Muchos de los problemas que después tenemos a lo largo de la escolarización tienen su origen en que los chicos no han tenido un buen primer ciclo. Hoy en la Argentina hay chicos que entran a la secundaria sin saber leer y escribir. ¿Cómo pasó eso, cómo puede ser?
Hemos bajado las expectativas y el resultado es que los chicos aprenden menos. Esto no es reivindicar la rigidez, no estoy diciendo que todos tienen que repetir. Una cosa es lo que vos te proponés y otra cosa es lo que hacés cuando no se logra. Son discusiones diferentes, y estas discusiones se nos mezclaron.
–¿Tener libros es una condición indispensable para que haya un ambiente alfabetizador en la escuela?
–Ciertamente es muy favorecedor. Hemos visto maestras extraordinarias haciendo cosas maravillosas con muy poco, pero no es lo deseable. La Argentina es un país que tiene los recursos para mandar libros a las escuelas; eso es bienvenido y tiene que seguir sucediendo. El libro propio además es algo que después va a la casa. Hay muchos hogares donde no hay libros infantiles por la sencilla razón de que requieren de un nivel socioeconómico muy alto. Que el Estado a través de su sistema educativo pueda garantizar que a las escuelas vayan llegando buenos libros impacta en el chico, en sus hermanos. Cada conquista que hacemos en la dirección correcta hay que valorarla. Pero debemos seguir trabajando, eso no alcanza.
Hay chicos que llegan a primer grado y hace cinco años que están aprendiendo a leer y escribir, porque tienen un mundo de oportunidades y un nivel inicial que las enriquece. Otros llegan a primer grado y apenas empezaron el camino de la alfabetización. Si queremos un sistema equitativo, hay que darles más a los que menos tienen: más recursos, más tiempo de aprendizaje y sistematicidad en la enseñanza.
Una buena escuela puede tener logros enormes con chicos de cualquier sector social. No estoy diciendo que la escuela iguala: no se le puede pedir a la escuela que haga el trabajo que tiene que hacer la sociedad en su conjunto, en términos de dar oportunidades laborales y demás. Pero la escuela puede hacer mucho más de lo que hoy estamos haciendo en la Argentina.
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–¿Qué tan estratégica es en una escuela la decisión de qué maestra va a ir a primer grado?
–Es absolutamente vital. También sabemos que a veces es difícil encontrar maestras de primer grado porque requiere un gran esfuerzo y, pasados algunos años, resulta cansador. Uno ve que en las escuelas que mejor funcionan las directoras les proponen a las maestras ir un tiempo a primer grado, después pasar a tercero que es más tranquilo, después volver a primer grado... Yo creo que las escuelas necesitan formar un buen equipo de primer ciclo. Tenés maestras que no quieren salir de primer grado, pero son las menos. Creo que la inteligencia de una buena directora es tener los mejores recursos pero no sobrecargarlos. Lo que pasa es que primer grado tiende a caer en manos de la gente con menos experiencia porque es el que nadie quiere. Ahí entramos en el territorio de la política educativa, me parece que necesitamos que la política piense en estos problemas. Si primer grado es tan importante, ¿qué puedo hacer para que las buenas maestras se queden ahí?
–El libro subraya la importancia del rol de la maestra en el aula por medio del “modelado”. ¿Cómo es un buen modelado docente?
–La idea del modelado docente es que, si los chicos tienen que escribir palabras, les muestro cómo se hace, escribo con ellos. La maestra que va prolongando los sonidos, que va pidiéndoles a los chicos que la acompañen en el proceso de reconocer cada sonido de la palabra, de asignarle una letra a cada sonido. En el modelado, la responsabilidad de mostrar cómo se hace es fundamentalmente de la maestra. Después viene un proceso donde los chicos tienen más responsabilidad.
La enseñanza sistemática es todo lo contrario de la maestra en el frente escribiendo y los chicos copiando, o de la maestra diciéndoles “escriban como puedan”, que sería el otro extremo. El modelado, la instrucción explícita, es un proceso donde si vos tenés que poder comprender un cuento, bueno, los primeros cuentos los comprendés conmigo, yo leo y te ayudo a hacer los procesos que involucran la comprensión. Por ejemplo, para comprender hay que hacer inferencias: yo te muestro cómo se hacen las primeras inferencias, te ayudo a hacerlas.
Por eso decimos que no es la enseñanza de la escuela tradicional: es una maestra trabajando con los chicos y las chicas. En ese sentido es un aula dinámica, activa.
Esto no se logra dejándolos solos, por eso a mí me gusta la idea del camino de la autonomía. Los seres humanos nacemos profundamente dependientes y conquistamos la autonomía si los adultos nos ayudan. En la escuela es lo mismo. Los chicos llegan y no saben leer y escribir. Yo asumo una responsabilidad grande al principio, te ayudo mucho y cada vez te ayudo menos porque vas pudiendo solo.
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