Claves para tener buenas ideas

Diego Golombek, científico e investigador del Conicet, cuenta cómo despertar y potenciar la creatividad en la vida de todos los días. El texto forma parte de la edición de la newsletter Hora libre del jueves pasado.

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Diego Golombek, autor de La
Diego Golombek, autor de La Ciencia de las (buenas) ideas (Siglo XXI)

“Todos podemos tener buenas ideas. No hay que ser genio, ni estar chiflado”, lo escucho decir a Diego Golombek y me ilusiono. ¿Quién no quiere tener buenas ideas?

Hace pocos días leí de un tirón su libro La Ciencia de las (buenas) ideas (Siglo XXI). Al final me topé con esta propuesta: “si queremos que florezcan mil flores y que generen mil ideas, debemos ir a las fuentes, allí donde todavía hoy (y quizá por siempre) se alimentan los deseos, la curiosidad y la imaginación: debemos entrar a las escuelas”. Y ya no lo dudé, le escribí para entrevistarlo.

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Diego Golombek es doctor en Ciencias Biológicas, divulgador científico, profesor plenario de la Universidad de San Andrés, profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes e investigador superior del Conicet. Entre diciembre de 2019 y octubre de 2021 dirigió el Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET) que funciona dentro del Ministerio de Educación de la Nación. El domingo 9 de julio pasado, el programa Noche de mente, que hace en la TV Pública junto a Carla Conte y Coco Sily, recibió el premio Martín Fierro al mejor programa cultural educativo. Lo entrevisté por teléfono horas después, el lunes por la mañana.

—Dedicaste un libro a contar desde la ciencia cómo se generan las buenas ideas y sostenés que todos podemos tenerlas. Ahora, ¿por qué es importante que se nos ocurran?

—Las ideas son una forma de mirar el mundo. Como todos tenemos más o menos el mismo cerebro, miramos el mundo de una manera muy similar. Pero cada tanto se nos escapa una forma diferente, innovadora, divergente de mirar ese mundo. Esto nos pasa permanentemente a todos aunque no nos demos cuenta. Y esas ideas, esa manera diferente de mirar el mundo, es lo que lo mueve, es lo que produce cambios, es lo que hace que no estemos siempre igual. Por eso hay que fomentarlo, para no quedarnos siempre en lo mismo.

—Por experiencia propia y por lo que rescatan docentes con las que he conversado, la libertad con la que piensan los chicos y las chicas hace que sean muy creativos. Pero muchas veces la propia escuela o la familia recortan esa habilidad. ¿Qué deberíamos hacer para preservarla?

—Coincido en que los jóvenes son como calderos de ideas. Pero a esa producción de ideas hay que llevarla hacia un lugar productivo. De lo contrario, puede ser muy frustrante tener un montón de ideas dando vueltas y no poder realizarlas, adaptarlas y aplicarlas en alguna cuestión concreta. En este sentido, es fundamental que la escuela promueva la creación de ideas para no homogeneizar la educación detrás de carriles siempre iguales, sino permitir que aparezcan nuevas formas de pensamiento, nuevas miradas sobre un problema determinado. En general, la educación formal no promueve la creatividad y la innovación. Por supuesto, hay excelentes excepciones, pero tendríamos que pensar qué es lo que está pasando en esa educación formal. Partimos de un jardín de infantes sumamente creativo, sumamente científico incluso, en el que los pibes se tiran en el piso con la maestra a entender el mundo y a cambiarlo. Y luego pasamos a una educación primaria y secundaria que tiende más a homogeneizar que a diverger, que a pensar distinto.

Poco después explica: “Este cambio tiene muchas razones. Tenemos programas kilométricos que son muy difíciles de cumplir, algunos imaginarios sobre el rol de la escuela que suelen excluir esta manera innovadora de pensar distinto, de poder lograr soluciones que no son las más comunes. Pero promover la creatividad es algo que tiene que estar muy presente en la educación porque ahí es donde se gestan los futuros ideadores”.

Hace un tiempo dediqué varias ediciones de Hora libre a plantear diferentes aspectos de la inteligencia artificial (IA) y su relación con la educación (si no tenés esos envíos y querés leerlos, escribime a sbin@infobae.com y te los mando). A partir de ahí, sabiendo que la IA trabaja con contenidos del pasado etiquetados con determinados sesgos y tras escuchar a Golombek decir que las ideas mueven al mundo, le pregunté:

—¿Cómo afecta al proceso creativo la IA, hasta dónde puede promoverlo y cuánto puede frenarlo?

—Una definición de innovación o de creatividad es juntar mundos dispersos, poner en el mismo lugar fenómenos o procesos que estaban alejados y ver si se logra algo que sea realmente novedoso. Visto así, creo que la inteligencia artificial puede ser muy útil en este proceso de, llamémosle, innovación sumatoria. Porque al tener una base de datos potencialmente infinita o muy grande, puede ocurrir que junte cosas que no se nos había ocurrido reunir. Por otro lado, no olvidemos que detrás de la inteligencia artificial hay inteligencia humana. Por supuesto hay inteligencias generativas y machine learning, pero los algoritmos son pensamientos hechos códigos. Por ahora, soy moderadamente optimista. Hay expertos que están muy preocupados y lo que dicen, con mucha razón, es que necesitamos regulaciones muy estrictas de la IA para que realmente sea una ayuda. En este sentido pueden ser muy complementaria de la educación, muy complementaria de la creatividad, puede ayudar a buscar datos o combinarlos de maneras que nos disparen una idea nueva. Pero por ahora, y creo que por bastante tiempo, no reemplazarán a la creatividad humana.

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—En el libro también decís que el pensamiento creativo sigue reglas que pueden ser predecibles y entrenables. ¿Cuáles son esas reglas y cómo se pueden entrenar? ¿Cómo se aprende a pensar distinto?

—Creo que un resumen del libro y del problema de las buenas ideas se podría ajustar a cuatro palabras que son: trabajo, trabajo, trabajo, disrupción. O sea, no hay una receta mágica para las ideas pero sin duda su génesis está en trabajar obsesivamente detrás de un problema hasta volverse un experto. Sin eso no hay posibilidad de nuevas ideas. No existe la inspiración, no existe una musa que te sople al oído una idea fantástica. Existe el trabajo, aunque el trabajo solo tampoco asegura que aparezcan ideas nuevas. Por eso justamente la cuarta palabra es disrupción, que significa darse el permiso para correrse de ese trabajo obsesivo. Salir a dar una vuelta, darse un baño, ir a tomar algo con los amigos, mudarse o aburrirse efectivamente hacen que todos esos conceptos que se acumularon durante el trabajo previo, sin ninguna garantía, se asocien en una idea nueva. Claramente uno tiene que especializarse para lograr desarrollar un fenómeno disruptivo e innovador en una disciplina, en un problema en particular. Pero también tiene que mirar otras disciplinas, como humanidades o artes, porque no sabe de dónde va a venir ese complemento.

Según Golombek hay cuatro palabras
Según Golombek hay cuatro palabras claves para concebir buenas ideas: trabajo, trabajo, trabajo, disrupción

—En cuanto a los tiempos, ¿es mejor ponerse plazos? ¿Cómo juega el descanso, la disrupción, con las metas temporales?

—Existen muchos ejemplos en los cuales el proceso creativo tardó muchísimo, gente que dejó un manuscrito en un cajón por mucho tiempo y cuando lo recuperó logró terminar una obra extraordinaria. Pero yo creo que debemos ponernos un plazo que sea razonable, ambicioso pero cumplible. Porque lograr cosas, por mínimas que sean, activa áreas de placer en el cerebro. O sea, hacer un cronograma donde dice, por ejemplo, “terminar tal párrafo”, cumplirlo y poner un tilde de que se hizo activa áreas de recompensa o satisfacción en el cerebro. Si se extienden los plazos o se establecen plazos incumplibles se pierde esa posibilidad de recompensa que es la que nos mueve, es la zanahoria para seguir haciendo cosas. Con lo cual, claramente uno tiene que ponerse plazos.

—¿Pero cómo darse cuenta que es necesario ese momento disruptivo, ese momento de parar?

—Hay dos cuestiones a tener en cuenta con respecto al descanso. Por un lado, el sueño promueve la creatividad. Y no solamente el sueño per se, sino los dos momentos de duermevela —cuando uno se está por dormir y cuando se acaba de despertar—. En esos momentos la actividad censora del cerebro, esa que es más buchona y que dice no vayas por este camino, no vayas por ese lado, está un poquito inhibida. Entonces hay un estado de conciencia que permite identificar problemas. Muchas veces, esas ideas maravillosas se olvidan porque son efímeras. Pero se puede entrenar, empezar a anotarlas. Al principio, vas a anotar cualquier verdura, pero con el tiempo podés llegar a recuperar algunas ideas del momento del sueño. Por otro lado, está el momento de correrse, que tiene que ser previo a una situación de ansiedad. Cuando uno ya trabajó mucho y no llega a esa idea maravillosa. Hay que detenerse, no correr el riesgo de agotarse. Un escritor, que no recuerdo quién era, decía que uno debe escribir y detenerse en el momento en el cual ya ha hecho bastante y sabe cómo va a seguir la historia. Así, al día siguiente podrá retomarlo desde ahí y completar el argumento.

—En el libro también hablás del rechazo que en general se tiene a las ideas nuevas, ¿qué tiene que saber un chico o una chica para persistir y no bajar los brazos?

—Voy nuevamente a un ejemplo de la educación en ciencias. Cuando en el aula o en el laboratorio de la escuela se hace un experimento, es muy común que el profesor ofrezca una metodología para realizarlo y los chicos y las chicas no consigan lo que estaban esperando. Y el profe dice: “Sí, te dio mal”. En realidad, tenemos que comprender que las cosas no dan mal. En todo caso, no dan lo esperado y hay que preguntarse por qué. Hay que ver por qué a uno le dio esto y a otro le dio otra cosa, analizar los pasos que se hicieron porque tal vez en ese camino aparezca algo nuevo. No defiendo de ninguna manera el elogio al error o al fracaso, que está muy de moda. No me refiero a eso, sino a no descartar que los múltiples caminos son una buena forma de llegar. Esto también debe estar muy presente en la educación porque es lo que prepara a los chicos y las chicas para la vida que les espera afuera de la escuela. Y suele no estar en la escuela por falta de tiempo, por falta de formación, etc..

—¿Decís que si un o una estudiante tiene una idea diferente a la que tiene el resto, lo ideal es que entable una conversación para evaluar hasta dónde puede llevar su idea adelante y qué necesita modificar para que realmente esa idea cambie algo en el mundo?

—Es exactamente así y no solamente con una idea. También con un resultado. Cuando un docente propone una actividad determinada sabe adonde quiere llegar, pero a veces llega a lugares distintos y es valioso permitirse acompañar esos recorridos desde la aventura y desde la ignorancia. Un “No sé” de un maestro o de una maestra puede ser poderosísimo si abre puertas. Si a ese “No sé” le sigue “Mirá qué interesante, busquemos juntos, hablemos con gente que sabe, hagamos otro experimento”. Es la forma con la cual debemos formar miradas científicas, miradas innovadoras sobre el mundo.

"Sentirse bien creando es una
"Sentirse bien creando es una droga", dice Golombek

—Dijiste que las buenas ideas llegan después de mucho trabajo, ¿cómo pueden ayudar docentes y familias para que los y las estudiantes aprendan a trabajar en el desarrollo de ideas?

—Creo que si instalamos este asunto de la recompensa por algo hecho, vamos a lograr generar un hábito en los chicos y las chicas. Los hábitos son una especie de aprendizaje condicionado, es hacer automáticamente algo después de haberlo probado muchas veces. Por ejemplo, subir al auto y ponerse el cinturón de seguridad. Eso requiere muchas veces de asociar una cosa con la otra hasta que se vuelve automático. Creo que esto es lo mismo. Hay que insistir en la prueba, en la prueba y error, en volver a probar de otra manera, etcétera. Claro que esto al principio es muy tedioso, sobre todo para un chico. Pero hay que insistir porque en algún momento le llega esa recompensa de mirar lo que hizo, que los demás vean que hizo algo nuevo, que nadie pensó antes —tal vez desarrolló una mínima y pequeñísima tecnología hogareña—. Pero la recompensa es tan grande que después de haber sucedido varias veces se logra ese hábito de dedicarse porque si me dedico rinde frutos que me producen placer. Por supuesto esto requiere de un tiempo para repetir, para volver a probar, que debe generarse en la escuela y en la casa porque de eso depende la educación. Una vez que uno atraviesa la experiencia de sentirse bien creando, es una droga, una droga interna que activa algún sistema de neurotransmisión que nos da placer y que nos lleva a decir sigamos haciéndolo porque aunque demanda un esfuerzo me da mucho placer.

Por último, Golombek agregó dos cosas que para él es importante que se sepan y tienen que ver con lo que no hay que ser para ser creativo: “No hay que ser genio. La creatividad no es de los genios y las genias. En todo caso, es de personas más bien apasionadas. Tampoco hay que estar chiflado. Hay un mito dando vueltas por ahí de que los grandes creativos de la historia, sobre todo en artes, tenían algún problemita. No es así. Hay cosas que salen más a la luz que otras, que son más llamativas y entonces nos agarramos de un Van Gogh, de una Alejandra Pizarnik o de una Silvia Plath que sí, claramente tenían algún trastorno, pero eso no quiere decir que haya que tenerlo para ser creativo. Por el contrario, cuanto mejor se está más creativo se es. Hay que desterrar ese mito del artista sufrido, del científico solitario y ermitaño que con algún trastorno es más creativo. El objetivo es lograr que todos seamos más creativos y más felices”.

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