Entre julio de 1998 y abril de 2000, Keizo Obuchi ocupó el cargo de Primer Ministro del Japón. El 1 de abril sufrió un ataque cardíaco del que no pudo recuperarse y murió pocas semanas después, el 14 de mayo. En su primera juventud había soñado ser escritor, vocación que dejó de lado para seguir los pasos del padre en política. La vida de Obuchi es una aventura digna de ser narrada: antes de llegar a los treinta, había circunnavegado el globo y había visitado casi cuarenta países en los que había conseguido cualquier trabajo que le permitiera seguir el viaje. Fue lavacopas, asistente de cámara de televisión, profesor de aikido, etc.
Hacia el final de su vida, Obuchi había pensado en implementar una beca que promoviera investigaciones en torno a cuatro temáticas: ambiente, diálogo intercultural, tecnologías de la información y la comunicación, y resolución pacífica de conflictos. El proyecto pudo continuar tras su muerte gracias al vínculo con UNESCO. Desde hace casi dos décadas, se entregan veinte becas de investigación “Keizo Obuchi” de UNESCO-Gobierno de Japón por año. Las becas otorgan 10.000 dólares y definen que la duración de la investigación tome entre tres y nueve meses.
Carolina Hecht y Mariana García Palacios son dos antropólogas argentinas que recibieron la beca y, en un encuentro organizado por UNESCO, Fundación Varkey y Ticmas, contaron su experiencia. Actualmente las dos son investigadoras del CONICET y coordinan —junto a otras colegas— un interesante proyecto, con el apoyo de la British Academy, explora las “Infancias diversas y desigualdades educativas en Argentina a partir de la Pandemia”.
La experiencia de la beca
Carolina Hecht se postuló en 2010. Había completado su doctorado con una tesis sobre interculturalidad centrada en la comunidad qom de la provincia de Buenos Aires. “Trabajé con la primera generación de niños qom que no hablaban el qom como primera lengua”, explicó. La beca le permitió realizar un trabajo de campo en comunidades del estado de Michoacán, México, donde, además de ocuparse de los trayectos bilingües de los chicos, trabajó en la historia de vida de los maestros.
Por su parte, Mariana García Palacios contó que se había enterado de la beca justamente a través de Carolina Hecht. Ella también había terminado el doctorado, que se centró en el proceso de construcción de conocimiento y creencias de la misma comunidad indígena, con un análisis en el que combinó herramientas de la antropología y de la psicología constructivista, lo cual resultó en un enfoque original. “Trabajé en cómo los niños y las niñas del barrio indígena urbano que mencionábamos construyen el conocimiento religioso”, explicó, “por lo que tuve que estudiar los vínculos con la Iglesia Católica y con las iglesias evangelistas, a las que adscribe la mayoría de pueblo qom”. La beca Obuchi le permitió estudiar en Berlín, donde se dedicó a sistematizar el relevamiento de materiales que tuvieran que ver con experiencias de educación intercultural y de educación indígena, lo que, junto con el contacto con otros investigadores, le permitió ampliar su mirada sobre la educación intercultural.
—¿Cómo es la tarea de un antropólogo social hoy?
—Si bien hay muchas ramas —dice Mariana García Palacios— hay una perspectiva antropológica que tiene que ver con tratar de entender la diversidad sociocultural en vínculo con las desigualdades. La antropología piensa esa diversidad: cómo se vive socialmente, en el sentido de cómo se entrelaza con la desigualdad, y cómo se la entiende desde la perspectiva de las propias personas. Algo muy antropológico es pensar cómo la gente entiende su mundo, cómo lo vive, qué experiencias tiene.
—A eso —completa Carolina Hecht— sumo que la metodología del trabajo de campo etnográfico da la posibilidad del contacto cara a cara con las personas, de convivir con la gente, de comprender, desde la práctica cotidiana, conviviendo y charlando informalmente con la gente, cómo entienden su mundo, su cotidianidad, su perspectiva.
—¿Cómo es el trabajo de campo? Hay un chiste famoso de una tribu que desde la ventana ven a los antropólogos y dicen: “¡Vienen los antropólogos, escondan los televisores!”.
—Mi trabajo de campo fue en la Provincia de Buenos Aires —dice García Palacios—, y, en ese caso, por la distancia, íbamos y veníamos varias veces por semana. No cohabitamos, no había necesidad. Por el tema de la investigación, yo trabajaba con niños y niñas, lo que no es tan usual en Antropología. Hicimos talleres con los niños, visitaba las casas o iba a los espacios de culto. Una investigación doctoral lleva mucho tiempo y, a lo largo de cinco o seis años, se ven los distintos modos de presentarse que tenemos las personas. Pero no hay una esencia oculta a descubrir, sino que todo es parte del ser indígena y de un montón de procesos históricos que impactan en el presente.
—A lo que dijo Mari —dice Hecht—, agrego la cuestión quizás de la presentación. El primer momento en el que decimos que vamos a hacer una investigación, se tienen contactos previos con la gente y tratamos de ponernos al servicio de las necesidades que tengan en esa comunidad. En el Chaco, por ejemplo, hicimos varios talleres de capacitación para las docentes en temas de ESI, que era un área bastante de vacancia. En la “negociación” inicial aparece también la pregunta de sobre qué les va a servir a ellos el trabajo. Está el imaginario de que los antropólogos vienen, escriben un libro, se llenan de plata y se vuelven a casa. (¡Aprovechemos este espacio para decir que no nos llenamos de plata!) Entonces, en términos de la ética profesional, se negocia el acceso al campo.
Los aspirantes a la beca UNESCO/Obuchi deben ser investigadores de posgrado, con el título de maestría o título equivalente, con límite de hasta 40 años de edad. Se considerarán con especial atención las candidaturas presentadas por representantes de minorías.
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