En un ambiente de enriquecedor intercambio de ideas y perspectivas, el panel “Las políticas educativas en los colegios congregacionales y diocesanos” congregó a dos destacados especialistas en el Auditorio Ticmas. Participaron Joaquín Viqueira, director pedagógico de la Vicaría de Educación del Arzobispado de Buenos Aires —una red que nuclea a 70 escuelas de la ciudad—, y Rosana María Conte, directora de Estudios Nivel Medio del prestigioso Instituto Inmaculada Concepción.
El encuentro estuvo moderado por Agustín Grizzuti, quien llevó a los participantes a través de los desafíos inherentes a la educación: la importancia de innovar en los colegios, la priorización de contenidos, el rol de los docentes y los directivos en conseguir una educación integral que abarque lo académico, lo socioafectivo, lo emocional y lo espiritual.
Los desafíos de la educación católica
Joaquín Viqueira comenzó hablando sobre los desafíos de innovar en los colegios católicos. Que, para él, no son tan diferentes de cualquier otra institución. “En la educación primaria, hay que poner mucho foco en lo esencial”. Según Viqueira, ante una oferta excesiva de proyectos e iniciativas que inundan la agenda, se diluyen los temas de enseñanza. El desafío, entonces, podría caracterizarse como priorizar las bases de la educación: el pensamiento lógico-matemático, la alfabetización —incluyendo la alfabetización digital—, los valores éticos ciudadanos que forman al ciudadano local y al ciudadano global.
En cuanto al nivel secundario, el reto está en conectar con los adolescentes, de manera que, desde el propio contexto de ellos mismos se les pueda enseñar. “En el fondo”, dijo, “la educación es prepararlos para que puedan insertarse y transitar una vida feliz y de plenitud integral una vez que egresan del colegio”.
Viqueira también señaló los desafíos propios de la escuela católica: Tomando una frase del Papa Francisco —”mente, corazón y manos”— expresó: “Una educación que abarque lo académico y lo intelectual, pero también lo socioafectivo y lo emocional. Y, hablando de lo estrictamente católico, lo espiritual y religioso. Que puedan tener una formación en ideas, una en afectos, sentimientos, en la capacidad de amar. Cuánto de nuestra felicidad se juega en la capacidad de ser amados y de amar. Y es en el encuentro con Jesús es que se termina de planificar todo lo anterior”.
Las dos G contra la cultura del diálogo
Si la escuela católica debe sostener una cultura del diálogo, existen —tal como dijo Viqueira—dos obstáculos, “dos G”, para lograrlos. Esas dos G son la guerra, a nivel internacional, y la grieta, a nivel local. ¿Cómo enfrentarse desde la escuela a estas dos barreras? “La gran posibilidad que tenemos”, dijo Viqueira, “es que en la escuela se trabaja principalmente con la palabra. Entonces estamos en un ámbito más que propicio para generar buenas conversaciones”. Para él, la definición de buena escuela sería la de un ámbito en donde suceden y ocurren buenas conversaciones a nivel aula y a nivel institución.
Viqueira, entonces, trajo como ejemplo del plano religioso el pasaje de la Biblia que hace referencia a los discípulos de Emaús, donde Jesús resucitado se acerca a los discípulos que desconsolados y él en lugar de bajar línea indaga por sus intereses, sentimientos, inquietudes de la gente. “En ese texto”, dijo, “hay un plan pedagógico y didáctico muy interesante para combinar la cultura del diálogo desde la misión que tenemos las escuelas católicas”. Aún cuando hoy, dijo, parece que la cultura está secularizada y Dios ausente, hay, sin embargo, un deseo profundo de trascendencia y de espiritualidad que se manifiesta de múltiples maneras en la sociedad, como, por ejemplo, la importancia que se le da la meditación.
La escuela como tierra de misión
Se dice que el contexto escolar es “tierra de misión” para los docentes. ¿Cómo hacen, entonces, los directivos para evangelizar, capacitar y acompañar al docente? Rosana Conte dijo que ese es un gran desafío: hacer que los docentes sean evangelizadores de los estudiantes. Eso implica hacer que se embeban del ideario institucional, que no alcanza sólo con darles un documento escrito y esperar que lo internalicen.
Conte retomó el pasaje de Emaús que había mencionado Viqueira, pero no desde los discípulos sino desde Jesús: “Entra en la conversación y observa y escucha, pero después habla”, dijo. “Los discípulos no lo reconocen porque no bastó la palabra —el ideario escrito que el docente lee—, lo que necesitó fue entrar a la casa, reunirse alrededor de la mesa y hacer un gesto clave, que es la fracción del pan”. El maestro, destacó Conte, no se vale de cosas extraordinarias, sino de hechos cotidianos, como el pan en la mesa.
“Y nuestra misión como directivos es hacer la fracción del pan”, dijo. Esa acción cotidiana, la entiende como observar las clases de los docentes, pero desde un rol que sea de acompañamiento antes que de crítica. Que implique un diálogo con el maestro, que implique saber cómo está, cómo se lleva con el grupo, cómo está su vida. “Cuando hago esa devolución en el uno a uno, en el cara a cara, estoy partiendo el pan y le estoy diciendo Qué pasa con tu vida, Qué pasa en tu corazón”.
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