¿Había caníbales en el Río de la Plata? La historiadora que siguió el viaje de los primeros exploradores europeos

La autora de “Quiénes construyeron el Río de la Plata”, libro publicado por Siglo XXI que ganó el Premio de la Asociación Argentina de Investigadores en Historia, visitó el auditorio de Ticmas y habló de los descubrimientos que hizo durante la investigación

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La doctora en Historia Juliana Gandini (foto: Agustín Grizzuti)
La doctora en Historia Juliana Gandini (foto: Agustín Grizzuti)

Juliana Gandini es la autora de un excelente trabajo que investiga el “origen” del Río de la Plata. Quiénes construyeron el Río de la Plata. Exploradores y conquistadores europeos en el lugar donde se acaba el mundo se publicó el año pasado y este recibió el Premio de la Asociación Argentina de Investigadores en Historia (ASAIH).

Doctora en Historia, en su trabajo aborda los documentos que se produjeron alrededor del primer siglo de la llegada de los europeos al nuevo continente, incluyendo el juicio al gobernador del Río de la Plata, Alvar Cabeza de Vaca, sometido por el Consejo de Indias. A través de libros, memorias, actas, crónicas, poesías y mapas, Quiénes construyeron el Río de la Plata da cuenta de cómo se formó el imaginario de los conquistadores, que tenían como motivación principal la búsqueda de riquezas que eran siempre mencionadas pero nunca halladas.

Gandini visitó el auditorio de Ticmas, donde habló de este trabajo y del oficio del historiador.

¿Quiénes construyeron el Río de la Plata?, de Juliana Gandini
¿Quiénes construyeron el Río de la Plata?, de Juliana Gandini

En el poema “Fundación mítica de Buenos Aires”, Borges dice: “¿Y fue por este río de sueñera y de barro / que los barcos vinieron a fundarme la patria?”. Borges siempre habla de Buenos Aires como una ciudad cansina, de siesta. Pero en tu libro se ve que la fundación de la República Argentina —o, en todo caso, de los virreinatos— que está llena de crueldad, de intrigas palaciegas, de luchas por los derechos.

—Lo que cuento en este libro está pensado para un momento en donde no había construcción nacional, donde ni siquiera era una idea peregrina. No tenían las palabras para pensar un Estado-Nación. Lo interesante es que después esas experiencias más tempranas se vuelven una genealogía del Estado. Para eso, hay que hacer un montón de operaciones. La primera es tratar de poner a Buenos Aires en un lugar que no tuvo en el contexto del siglo XVI. El lugar importante era Asunción del Paraguay. Buenos Aires, cuando vino Pedro de Mendoza, era apenas un establecimiento muy precario. El objetivo era irse al norte a buscar esa montaña de plata que andaba por algún lado. Recién hay una fundación completamente legal en 1580. Entonces hay que hacer varias piruetas para construir una historia lineal, y eso es lo que hicieron muchos historiadores del siglo XIX y buena parte del siglo XX, para encontrar orígenes que solo son orígenes cuando uno los mira desde los intereses del presente. Cuando uno se mete en el siglo XVI, se empieza a desligar de ese relato.

¿Cuáles son los debates que tomaste en el libro?

—Uno de los más importantes, que tiene que ver con la construcción de nuestra identidad nacional y que se enlaza con la de Paraguay, es el lugar de las mujeres indígenas. Sobre todo de las guaraníes y chaqueñas que se integraron de una manera más o menos violenta a la población blanca de origen español, y que fueron sobre las que se construyó la población de lo que sería luego serían Argentina y Paraguay. Mujeres que habitualmente están invisibilizadas, que aparecen mencionadas solamente como grupo: “hay tantas indias guaraníes”, “tantas payaguás”. Hay algunas con nombre de bautismo y no mucho más. Por otro lado, me encantaba reconstruir cómo fue cambiando la perspectiva sobre los nativos americanos a medida que se fueron construyendo distintas relaciones con ellos. Una cosa es el momento de la exploración, otra cosa es el momento de una primera conquista y otra es cuando el régimen está asentado.

¿Qué cambia?

—Por ejemplo, y es algo que ya ha estudiado Florencia Robleda hace muchos años, los guaraníes se transformaron de guerreros peligrosos que exhibían la violencia y que había que tratarlos con cuidado, en indios pobres, débiles, tristes, apáticos una vez que la conquista sucedió. Hay momentos del registro histórico donde uno tiene muy clara conciencia de que las cosas podrían haber ido en otro sentido. Ahí está el valor del azar, de la coyuntura; también de la ignorancia, porque ninguno estaba muy convencido de cómo actuar frente al otro.

El libro de Gandini mereció el Premio de la Asociación Argentina de Investigadores en Historia (foto: Agustín Grizzuti)
El libro de Gandini mereció el Premio de la Asociación Argentina de Investigadores en Historia (foto: Agustín Grizzuti)

El inconsciente del Río de la Plata aparece también con muchos artistas europeos que miran desde sus ojos europeos al continente americano. Quería preguntarte qué encontraste ahí.

—Si bien son ojos europeos, están usando las herramientas que tienen. Cuando uno tiene que hablar de lo desconocido, habla desde lo que ya conoce. Un ejemplo famoso es cómo describir el ananá a alguien que no lo conoce. “Es como una piña, pero con gusto a manzana y olor a fresa”. Cualquiera de nosotros sabe que el ananá no es así. Pero, a medida que el ananá se va volviendo algo habitual, se le hace un lugarcito y empieza a aparecer separado de un montón de otras cosas. Y, por raro que parezca, ocurre lo mismo con las sociedades americanas y con el territorio americano. Empiezan usando palabras viejas para referirse a fenómenos nuevos, y después, a medida que las van usando, se va acomodando y aparecen palabras nuevas. El arte, y sobre todo la cartografía, que es lo que yo trabajo con mayor interés en el libro, tiene que ver con eso: poner lo nuevo en algún tipo de estructura, que después va cambiando. Por ejemplo, la definición del río, que es un río ancho donde no se ven las orillas. Todas esas novedades que, a ojos de dos europeos, son completamente inéditas.

¿Qué instituciones del siglo XVI perviven hoy en el siglo XXI?

—Bueno, cualquiera que haya tenido que llenar un formulario estatal sabe muy bien que hay que dar verdad de lo que se dice, tiene que estar frente a una autoridad que lo reconoce como tal, aparecen los sellos, las firmas de los escribanos. La misma noción de cómo nosotros creemos las cosas; cuántos testigos necesitamos para hacer algo verosímil; cómo construimos las pruebas. Eso tiene un origen en el contexto de finales del siglo XV, principios del siglo XVI, y donde América fue absolutamente crucial. Los criterios de verdad se transformaron, se redefinieron, cuando tuvieron que dar cuenta los europeos de lo nunca visto, lo nunca imaginado, lo que no conocían lo que estaba fuera de sus tradiciones culturales. Esos mecanismos para aprender lo nuevo y validarlo, y decir “Yo tengo razón” siguen apareciendo mucho entre nosotros.

Si me voy un poco del momento histórico del libro y te traigo al período 1880-1900, cuando la Argentina ha terminado las guerras civiles, y se está convirtiendo en el Estado-Nación moderno. ¿Cuánto de esa Argentina es un eco del siglo XVI?

—Es difícil hacer este tipo de comparaciones porque realmente estamos hablando de mundos muy distintos. Uno podría pensar que hay algunos espejismos que se repiten. Esta cuestión de cómo construimos la verdad y en qué nos apoyamos para hacerlo. La idea de conflictos intestinos constantes, las divisiones políticas, las banderías, todo tipo de problemas internos que, de alguna manera, siguen hasta nuestros días. La idea de construir un enemigo afuera para generar algún tipo de frente común. Y, tal vez, la quimera de buscar entre los bordes de nosotros algo que es valioso, algo que queremos y que siempre se nos escapa. Tal vez ahí haya algo cifrado de la Argentina. Hago, por supuesto, una extrapolación un poco poética que tal vez pueda verse en los documentos del siglo XVI.

¿Cómo se diferencian España y Portugal?

—En este primer periodo, en términos prácticos no hay grandes diferencias respecto de cómo los portugueses se instalan en el territorio brasileño y cómo lo hacen los españoles. En términos legales sí hay una armadura muy distinta de los proyectos de ocupación colonial o intercambio comercial que después se transforma en proyecto colonial. Es muy consistente la forma en que los exploradores y conquistadores españoles y los conquistadores y exploradores portugueses representan el territorio. Hay una continuidad clarísima. Y, de hecho, tendríamos que pensar que el Río de la Plata fue, antes que nada, un espacio brasileño —o lindante a lo brasileño— que, solamente en el curso de proceso histórico, se convierte en una posición española.

¿Cuántos mitos encontraste o pudiste desenmascarar en la investigación? Pienso, de nuevo en el poema de Borges, cuando Juan Solís ayunó…

—… y comieron los indios. Ese es un tema muy discutido desde la antropología, la historia, la arqueología. El consenso actual es que efectivamente había sociedades nativas que practicaban ritos canibalísticos. Lo que pasa es que fue usado como una forma de justificar el dominio colonial. Hay que separar el registro histórico de las interpretaciones. Tal vez, lo más interesante para mí fueron los mitos que se generan a partir de la escritura de la historia de ese pasado. Entonces me encontré con las indias guaraníes que se pintaban como las sabinas raptadas por los romanos, en una especie de comparación un poco extraña entre esas dos experiencias. Y considerada con un signo positivo. Hoy en día, uno no solamente cuestionaría el paralelo sino también la valoración positiva del rapto de mujeres. Ese tipo de mitos todavía aparecen entre nosotros y quizás son los más peligrosos. Me parece más sana la montaña de plata que esas construcciones sobre los unos y los otros

Juliana Gandini en el auditorio de Ticmas
Juliana Gandini en el auditorio de Ticmas

Si el lector siempre lee presente, ¿el historiador también estudia en presente? ¿Cómo hacés para llegar a esos 500 años que nos separan y poder interpretar, en el concepto de la época, la dominación del hombre blanco, la mirada de las mujeres, los matices?

—Es resultado de varios procedimientos. Por un lado, como bien decís, los historiadores también trabajamos desde el presente, porque la única forma que tenemos para acceder al pasado son los restos de ese pasado que están en los archivos, en los sitios arqueológicos. Ese pasado nos condiciona y a la vez permite nuestro trabajo. Para reconstruir este ambiente, hay una operación muy historicista, que es leer las fuentes y tratar de embeberse lo más que uno pueda de ese lenguaje, de esas categorías. Después, la perspectiva de afuera te la dan los años de formación, de lectura, de discusión con colegas. Ese roce constante con los otros, como diría Montaigne, es lo que nos permite trabajar sobre los testimonios y reconstruir ese país extraño, como habitualmente se describe al pasado.

En la historia del Río de la Plata, ¿quiénes son tus héroes?

—No, acá no tengo héroes. Toda esta gente es muy cuestionable.

¿No hay nadie que se salve? ¿Nadie de quien digas: “Me gustaría escribir un libro sobre él”?

—Es que son todos interesantísimos, pero no los quisiera tener ni como amigos ni como vecinos ni como alumnos ni como profesores. En ese sentido, es gente bastante despreciable. Mi gran interés sigue siendo Cabeza de Vaca, que, antes de venir al Río de la Plata, había estado perdido diez años en tierras indias en Norteamérica y eso le da un cariz casi legendario a su figura. Pero como objeto de estudio, nada más.

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