Educación religiosa y compromiso ambiental: qué dice la encíclica Laudato Si y por qué ver el documental “La Carta”

Silvia Alonso, coordinadora en Argentina del Movimiento que lleva el nombre de la encíclica papal que Francisco firmó en 2015 visitó el auditorio de Ticmas, donde habló del compromiso de la Iglesia por el ambiente, la opción por los pobres, la necesidad de pensar un mundo más “desinstalado”

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Silvia Alonso, coordinadora en Argentina
Silvia Alonso, coordinadora en Argentina del Movimiento Laudato Si, junto a Agustín Grizzuti, de Ticmas

Silvia Alonso, coordinadora en Argentina del Movimiento Laudato Si, visitó el auditorio de Ticmas para tomar parte en una entrevista pública a cargo de Agustín Grizzuti. En el encuentro, que pudo seguirse tanto de forma presencial como a través del canal de YouTube de Ticmas, hablaron de la encíclica de la que el movimiento tomó el nombre, pero también del documental La carta, el compromiso de la Iglesia por el ambiente, la opción por los pobres, la necesidad de pensar un mundo más “desinstalado”.

El movimiento nació formalmente en enero del 2015, pero ya hacía mucho tiempo que venían trabajando. Por lo menos desde 2008, año en que se realizó el primer congreso de la Doctrina Social de la Iglesia. Fue entonces cuando ella, que coordinaba EDIPA, el Equipo Diocesano Pastoral Ambiental de la Diócesis de San Isidro, entró en contacto con diferentes personas que estaban relacionaban con el problema del ambiente: el padre Lucio Florio, Pablo Canziani, Tomás Insúa, mucha más gente de distintos países.

Eso le dio forma al Movimiento Católico Mundial por el Clima. La organización mantuvo su nombre hasta 2020, pero “veíamos”, explicó Alonso, “que el clima no era el único problema y empezó a nacer la idea del cambio de nombre”. Así fue como iniciaron un proceso de renombrar el movimiento acompañados por expertos de diferentes culturas, y se llegó a la nueva denominación, Movimiento Laudato Si.

El movimiento tiene el nombre de la encíclica Laudato Si (alabado seas) del canto a las criaturas de San Francisco. Y, tal vez, como un estigma lindo, llevan la bandera de un movimiento verde, pero esconde una encíclica social. ¿Podés contarnos un poco por qué?

—La encíclica nació en un momento muy particular. Francisco la firmó el 24 de mayo del 2015. Se publicó unos días después, pero el aniversario que conmemoramos es el 24 de mayo. La encíclica se anticipó a dos eventos muy importantes: uno fue la COP, que se conoce como el Acuerdo de París, y también a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que reemplazaron a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). No cumplimos lo del Milenio, no vamos a cumplir los del Desarrollo Sostenible, y no vamos a cumplir el Acuerdo de París.

Con más de quince años
Con más de quince años de experiencia en labores ambientales vinculadas a la Iglesia, Alonso busca generar la reflexión en jóvenes y adultos sobre la necesidad de responder al cambio climático (Foto: Agustín Brashich)

Voy a dejar el optimismo para dentro de un minutito, pero…

—Me quedó algo importante. Laudato Si no es una “encíclica verde”. Incluye lo verde, pero es una encíclica social; es parte de la Doctrina Social de la Iglesia. Lamentablemente, como nadie es profeta en su tierra, tuvo más difusión en otros países que en Argentina. Además, no es la encíclica de Francisco: él le puso el gancho —como decimos en Argentina—, pero cualquier particular podía hacerle llegar sus aportes. De hecho, tiene partes textuales de los aportes de otros. Pudo haber recibido aportes de todo el mundo, pero, yo sé que el Dr. Pablo Canziani hizo aportes, María Eugenia di Paola, que ahora trabaja en el programa de Naciones Unidas para el Desarrollo; montones de personas de la UCA… Por eso, la parte verde es importante, pero habla mucho más que de ambiente. Yo la defino como la encíclica de las relaciones: las relaciones con Dios, con uno mismo, con los demás y con la naturaleza. Esas cuatro relaciones engloban todo el comportamiento humano.

Dejame agregar que la encíclica también promueve el diálogo interreligioso.

—Absolutamente: las relaciones con los demás.

Las palabras que los guían en el movimiento son inspirar y movilizar. ¿Cómo acompañan a la persona para que se inspire y movilice?

—Hay distintas formas en distintos países y en distintas culturas. En el movimiento se llaman programas, y uno de esos programas para inspirar, para movilizar y —te faltó la tercera— para incidir, es “Animadores Laudato Si”. Es un curso que se da en todos los continentes en cuatro, cinco, seis idiomas. Es gratuito, es asincrónico. Son cinco módulos y un trabajo final, que este año tienen que ver con proyectar en comunidad la película La carta.

¿Podés contarnos un poco del documental?

—Se estrenó el año pasado; llevó ocho años. Fue una coproducción del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano más YouTube Originals más la productora Off The Fence, que ganó el Oscar con Mi maestro el pulpo, más el Movimiento Laudato Si. Llevó unos cuantos años llegar a los objetivos comunes, con falta de recursos, con diferentes visiones, con la pandemia. Yo tuve el honor de ser invitada a la premier en el Vaticano y, cuando salimos, nos regalaron una carta firmada por Francisco. Desde el momento que vi el primer corte dije que esta era La carta, primera parte, porque la encíclica es mucho más que lo que se muestra en La carta. Mi síntesis y mi visión es que mostró la voz de la naturaleza, la voz de los jóvenes, la voz de los pobres. Se puede ver en theletterfilm.org. Y, además, los que quieren hacer un evento, si se registran, les llegan todos los recursos. Está todo prearmado. Una de las cosas que se hacen bien en el movimiento es armar cosas para que la gente pueda usarlas fácilmente y no tenga que empezar de cero. Entonces, hay muchas cosas que ya están hechas. Es cuestión de meterse en el sitio y buscar y experimentar.

El Movimiento Laudato Si toma
El Movimiento Laudato Si toma el nombre de la encíclica de 2015 del Papa Francisco que hace foco en cuestiones sociales y ambientales

La carta es excelente. Reúne la experiencia de distintas personas del mundo. Habla de refugiados climáticos, de migrantes. Es excelente.

—¿Puedo agregar una cosita más? Yo la había visto la película, pero tengo una ahijada que vive en España y pedí permiso para llevarla al estreno. Cuando terminó la película, nosotros estábamos en las primeras filas y me di vuelta para sacar fotos y mandarlas a Buenos Aires: la aplaudían de pie. Lloraban. Fue muy emocionante. Se ve el tema de los refugiados climáticos, pero no espoilemos mucho para que la vean.

En La carta se habla de “embajadores del dolor”. Uno puede ser embajador de un dolor distinto: del clima, del océano, de distintas formas de ver el mundo, de los pobres. ¿Por qué vos, sabiendo que las metas no se cumplen y que los objetivos no se están alcanzando, podés ser embajadora de la esperanza?

—Supongo que por vieja. Supongo que porque ya lloré mucho de joven. Supongo que porque, cuando comparo cómo está la sociedad ahora de cómo estaba cuando yo empecé, no son muchos los que nos ocupamos del tema, pero somos muchísimos más de lo que éramos. Y veo a todos los jóvenes que se están metiendo en esto porque es su futuro, es su vida. Y también muchos no tan jóvenes. Mi marido y yo estamos jubilados y no tenemos nietos que cuidar: le podemos dedicar un tiempo que antes no podíamos. Hay mucha más conciencia que antes. Es cierto que se escribe mucho y se hace poco, pero cada uno de nosotros puede hacer cosas simples. Hay una parte de la encíclica que dice que cada compra es una decisión moral. Aprendé a comprar, volvé a usar la misma pilcha, no te dejes llevar por la moda. Todos necesitamos aprender a vivir en austeridad. La experiencia, dijo un filósofo argentino, es un peine que nos da la vida cuando nos estamos quedando pelados. Usemos ese peine con los pelitos que nos quedan. Seamos felices con lo que tenemos.

En La carta hay una frase del Papa sobre los “jóvenes desinstalados”. Dice que el futuro está en manos de los jóvenes desinstalados. ¿Podrías darnos tu opinión al respecto?

—Te voy a dar mi interpretación. En la película de Al Gore (Una verdad incómoda) se muestra algo que yo conocía de mi época de empresaria, y es el cuento de la ranita. Si tirás una rana en un balde de agua hirviendo, salta y se escapa y sobrevive. Pero, si la pongo en una olla que está fría y prendo el fuego y voy levantando la temperatura —el cambio climático— la rana se muere hervida. Tenemos que desinstalarnos de la comodidad. Tenemos que hacer esa conversión ecológica. Lamentablemente hay cada vez peor educación, cada vez más información sesgada, incluso desde los supuestos expertos. Una empresa de marketing de Inglaterra mostraba que la publicidad de productos ecológicos había crecido un 85% y casi el 90% de esos productos no eran ecológicos. Tenemos que aprender más. Tenemos que tomar conciencia. Tenemos que comprar productos agroecológicos. Las mismas empresas que nos dan productos envenenados y verduras llenas de pesticidas, después nos venden los remedios para mantenernos vivos. Vivimos cada vez más años con menor calidad de vida. Y nos quieren hacer creer que alcanza con cinco sellitos que dicen exceso de esto o exceso el otro. Hay que desinstalarse de la comodidad para sobrevivir.

La mayoría del público que nos escucha en el auditorio o por YouTube son jóvenes o son educadores en contacto con jóvenes. ¿Qué mensaje les dirías?

—¡Desinstálense! Primer mensaje. Segundo: opinen, permítanse equivocarse, pero aprendan. Basta de la vida fácil: los van a hervir como ranitas. Nos sentimos importantes y la verdad que nos están usando. El futuro está mal, si no cambian. Si no se desinstalan. Un dato: a este ritmo, para el 2050 no va a haber pareja humana que pueda procrear naturalmente. Seguro que, si se ponen a pensar, todos tienen cerca algún chico con déficit de atención, con síndrome de hiperactividad, tienen algún adolescente con cáncer, con disrupción endocrina. Cada vez hay más diabetes, cada vez más hipertensión, cada vez hay más asma. Todo eso es un ambiente contaminado, degradado, mal alimentado, con productos químicos que nos enferman. Volvamos a lo natural, a lo no descartable. Acordémonos de que todo y todos estamos conectados.

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