Tamara Vinacur es licenciada en Ciencias de la Educación por la Universidad de Buenos Aires y especialista en Gestión Educativa por la Universidad de San Andrés. Tiene, además, una maestría en Medición, Evaluación y Estadística por la Teachers College de Columbia University. En su trayectoria laboral se destacan trabajos en UNESCO y en el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, donde lideró, entre 2015 y 2019, la Unidad de Evaluación de la Calidad y la Equidad Educativa. Desde este año, se desempeña como especialista senior en Educación en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Con un curriculum como este, se ha convertido en una figura relevante para hablar de las problemáticas educativas que enfrentan tanto la Argentina como toda América Latina. Vinacur visitó el auditorio de Ticmas y habló de la apuesta que el BID hace por la tecnología como herramienta de inclusión y equidad.
—Te propongo partir desde los problemas: ¿cuáles son los desafíos más urgentes en cuanto a la educación?
—Hay cuestiones estructurales del sistema educativo argentino, que se agudizaron en un contexto de pandemia. Hablo concretamente del acceso a ofertas educativas. Sabemos que el nivel inicial no tiene la cobertura que desearíamos, y que hay chicos de salas de dos, tres y cuatro que no están pudiendo acceder a un servicio educativo de calidad. Hay problemas en el aprendizaje de Lengua y Matemática en los niveles primario y secundario, y a esto se agrava la situación con el abandono en los primeros años del nivel secundario. Esto, para dar un pantallazo general, de los principales problemas en materia educativa en Argentina.
—¿Y en relación con la tecnología?
—Ahí nuevamente vemos una desigualdad, una brecha en términos de acceso. No hace falta que lo diga yo; cotidianamente vemos no solo quiénes pueden acceder al dispositivo sino también quienes pueden asistir a una escuela con conectividad, donde los maestros sepan qué hacer con la tecnología en un uso pedagógico. En esto hay cuestiones en las que podemos ayudar, y hay otras cuestiones que requieren de una voluntad política sostenida en el tiempo, porque son decisiones que seguramente van más allá de una gestión de gobierno.
—Ante esto, ¿qué hace el BID?
—El BID tiene, por un lado, productos de conocimiento: hay un montón de informes y análisis que se hacen sobre lo que pasa en la Argentina y en la región, que ayudan a contextualizar para comprender cuántos de los problemas que mencionaba anteriormente son del país o son recurrentes en los sistemas educativos de América Latina. Hay una página, CIMA, con un montón de informes muy interesantes. También hay eventos que el BID acompaña y apoya. Hace poco pudimos promover que varios referentes de Tecnología Educativa de las provincias de Argentina asistieran a un seminario de formación con el equipo de Ceibal, que es un equipo de Uruguay que trabaja con políticas de inclusión digital. Una segunda cuestión tiene que ver con promover diagnósticos sobre habilidades digitales docentes, por ejemplo. Se desarrolló una plataforma a nivel regional para que cada docente pueda acceder a un dispositivo de evaluación online, que le permite reconocer cuáles son las fortalezas que, en términos de un currículum de habilidades digitales, se espera que tenga.
—Con esa plataforma ¿se puede pensar capacitaciones?
—Eso es lo interesante: a partir de este diagnóstico, se les puede proponer capacitaciones a medida, orientadas a lo que cada uno necesita. Otra línea de acción del BID es que se hace un trabajo muy riguroso para ver el grado de madurez de los sistemas de información y poder acompañar a cada gobierno provincial o municipal en el diseño de planes estratégicos para focalizar recursos. Estas son algunas de las cuestiones que se están haciendo. Después hay alianzas público-privado en el marco de un área que se llama BidLab, que son espacios para promover la innovación más próximos a lo que son inversiones del sector privado. Y, finalmente, hay programas de préstamos donde se colabora con los gobiernos nacionales o provinciales en acciones específicas.
—Uno de esos programas está apuntado a la provincia de Buenos Aires y se llama “Préstamo basado en resultados”. ¿En qué se basa ese préstamo? ¿Cómo se puede utilizar ese dinero y cómo se miden los resultados?
—Una de las principales dificultades que mencionábamos recién tiene que ver con la brecha en el acceso de los estudiantes a la tecnología. De algún modo, eso hay que atenuarlo. Entonces, la provincia de Buenos Aires pidió el apoyo del BID para un préstamo con un componente de inclusión digital, mediante el cual la provincia les va a entregar en netbook a todos los chicos de los últimos años de nivel secundario de gestión estatal. Y, para garantizar que las netbooks efectivamente contribuyan a la inclusión digital, se va a verificar que los chicos hayan participado de un curso de capacitación. El énfasis está puesto no sólo en el uso pedagógico, sino también en la utilización posterior; son chicos próximos a graduarse. Esto les va a permitir el desarrollo de ciertas habilidades digitales indispensables para que su proyecto de vida a futuro. Tanto en términos de inserción en la universidad o en el trabajo, como en su desempeño como ciudadanos. Hay un montón de trámites que se hacen mediados por tecnología y entrando a webs. Si no tienen la posibilidad de un equipamiento, de entender cómo funciona, se están quedando mucho más afuera.
—¿Cómo evalúa el BID a los sistemas educativos?
—Hay tres grandes líneas. Por un lado, está todo lo que tiene que ver con las habilidades digitales de los docentes. Hay una mirada respecto de cómo se acompaña el desarrollo profesional de los docentes, para garantizar que todos tengan la oportunidad de acrecentar estas habilidades tan útiles para dar clases. Por otro lado, está lo que tiene que ver con las habilidades digitales de los propios estudiantes. Se apoya a los gobiernos con un montón de programas; ahora estamos impulsando uno en la provincia de Entre Ríos de aulas híbridas. Es muy interesante porque complementa el espacio formativo programático con un espacio extracurricular. Y hay una tercera línea, que es la de documentar y dar visibilidad a qué cosas salen bien y qué no tanto. En la medida en que podemos acompañar el desarrollo de evaluaciones rigurosas, tenemos la posibilidad de transferir algunos de estos aprendizajes y hacer más robusto el diseño de políticas educativas en Argentina.
—De todos los puntos que hablamos, ¿en dónde pondrías el foco?
—Me hiciste pensar… Hay cuestiones que ya se conocen. Sabemos que es conveniente pensar en sistemas de evaluación que permitan diferenciar qué hacer con cada estudiante. Podemos apoyarnos en la tecnología para pensar en recorridos a la medida de cada estudiante. Sabemos que, también a través de la tecnología, hay oportunidades para entusiasmar a los estudiantes y que mantengan los niveles de atención necesarios para aprender. Pero, por otro lado, hay un montón de temas que no están tan visibles y que afectan enormemente el sistema educativo. Hay temas de salud mental de jóvenes y adolescentes; post pandemia, sobre todo. Hay estrategias de evaluación que no son lo justas que quisiéramos. Tenemos que pensar en modos de garantizar pisos básicos de saberes comunes para todos los estudiantes, pero que contemplen las diferencias de recorridos. Y hay un desafío adicional que quisiera agregar, que es lo que pasa con los estudiantes en situación de discapacidad. Ahí la tecnología tiene la enorme oportunidad de contribuir.
LEER MÁS