La mujer que descubrió que Bolaño era feliz cuando escribía

La editora norteamericana Valerie Miles visitó el auditorio de Ticmas y habló de Miles viajó de la obra de Roberto Bolaño y la relación con Borges

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Valerie Miles es escritora, editora y traductora. Nació en Estados Unidos, pero está radicada en Barcelona, aunque también pasa su tiempo entre Madrid y Bilbao. En 2003, cofundó el proyecto en español de Granta, mientras dirigía, además, la editorial Emecé en España. Durante años dirigió el catálogo internacional de Alfaguara, donde presentó autores latinoamericanos en el mundo angloparlante. En la actualidad, mientras continúa dirigiendo Granta, colabora en medios como The New Yorker, el New York Times, el Paris Review, los periódicos El país, La vanguardia, etcétera. Pero entre las numerosas tareas de Miles, hay una que sobresale: la de haber trabajado en el archivo de Roberto Bolaño.

Miles viajó a Buenos Aires para participar en diferentes actividades en la Feria del Libro y también visitó el auditorio de Ticmas. Allí habló de la importancia de Bolaño en la literatura de América latina, los vínculos que el escritor chileno desarrolló en torno a la obra de Borges, lo que una obra como la de Bolaño cierra o clausura y también lo que abre. Sin dudas, Bolaño es uno de los grandes escritores de América Latina, pero también podría decirse que es el prototipo del autor del castellano total: un escritor chileno que viajaba a la Argentina, que vivió en México y murió en España.

¿Cómo fue el trabajo de bucear en su archivo?

—Bolaño es un escritor que está muy cerca de mi corazón y mi cabeza y mi estética. Empecé a trabajar en el archivo en 2008. Bolaño había dejado un archivo muy grande de originales. Como era un escritor más bien pobre, no tenía para escribir más que papel y bolígrafo y lápices. Y escribía mucho. Después tuvo una máquina de escribir manual y también mecánica. Durante todo ese tiempo, él escribía y enviaba cosas a los editores, que se los rechazaban. Alguna vez por enviar algo por escrito.

¿Manuscritos?

—De puño y letra, sí. La viuda quería repasar todos los materiales que estaban allí. Tenía manuscritos y mecanoscritos con correcciones que él quería publicar. Había que poner orden en todos estos papeles y entonces me llamaron a mí para hacer este trabajo.

Hay un libro de Michael Holroyd, que se llama Cómo se cuenta una vida, donde dice que hacer una biografía —o entrar en un archivo— es casi escribir en coautoría. ¿Cómo lo sentiste vos?

—Yo diría que más como una especie de telepatía. Hay una escritora norteamericana que se llama Susan Howe, que escribió justamente un libro que se llama La telepatía de los archivos. Ella trabajó en los archivos de grandes escritores como Emily Dickinson o Henry James. Y ella habla de cómo, cuando tienes las letras, pero también el papel y el bolígrafo, empiezas a tener la sensación de que el autor está vivo. Cuando trabajaba en el archivo de Bolaño, noté que, en sus cuadernos, por todas partes, había escrito una frase que era “Soy inmensamente feliz”.

Justamente un autor que solía escribir sobre el mal…

—¡Sí! Y dices que horror, cómo puede haber sido tan feliz. Pero se sentía muy feliz cuando estaba escribiendo. Y en uno de los cuentos inéditos, él empieza: “Ella abre un armario y saca un manuscrito, y el autor, que ya no está dice ‘Soy inmensamente feliz’”. Y pensé, ¡madre mía! Estaba tomando su propia obra y la traducía a la literatura. ¡Pero yo estaba ahí! Yo sentía que él me estaba mirando.

Yo tengo la intuición de que Bolaño es el último autor del Boom. El Boom, que comenzó a finales de los 60, y tuvo tantos exponentes en todos los países, para mí llegó hasta Bolaño.  Quería preguntarte si te parece una idea demasiado equivocada.

—No es una idea disparatada, no. Hay que pensar que Bolaño era un escritor-lector, en el sentido nabokoviano. Él creía mucho en la relectura y leía a todos los del Boom. Fueron sus padres. Él era un escritor que buscaba maneras de innovar, buscaba nuevas formas de matar al padre. Pero matar al padre es decir que reconoces que es tu padre. Y los escritores padres de Bolaño eran los escritores del Boom. Aunque intentando nuevas maneras, no rompía completamente con la tradición.

Literatura nazi en América Latina, de Bolaño, es una suerte de reescritura de Historia universal de la Infamia, de Borges. Pero, más allá de ese primer libro, ¿se puede armar un puente literario entre Borges y Bolaño con Borges?

—Sí, muy directamente. Yo creo que hay lugares en Bolaño donde busca lo que hace Borges. Por ejemplo, cuando lees “Funes, el memorioso”, de Borges, es imposible no sentir algo casi físico. La claustrofobia de un señor que no puede no recordar. Bolaño buscaba este efecto. Muchas veces tenía un suspense que te hace sentir mal. Hay otra cosa en la que fui testigo. Yo era la directora de Emecé en España, y un día estaba trabajando con Rodrigo Fresán en un libro de Cheever, que es uno de los escritores totémicos de Fresán. El libro era La geometría del amor.

Los títulos de Cheever son siempre perfectos.

—¿Verdad que sí? Fresán estaba escribiendo la introducción y ese día apareció en mi despacho con Bolaño. Broma aquí, broma allí, chiste aquí, chiste allí, estuvimos todo el tiempo riéndonos. Pero él vio que yo tenía en mis anaqueles toda la obra completa de Borges. La miraba, la miraba, estábamos trabajando en aquel momento en el volumen 4. Finalmente dije: “¿Te quieres llevar la colección de obras completas?”. Y se la llevo a casa. Y cuando empecé el trabajo con su archivo, llegué por primera vez a su biblioteca y ahí estaba. Pero no solo tenía la colección que yo le di, sino que tenía otra igual y luego todos los libros de Borges por separado. Borges era un centro para él.

¿Qué se puede aprender de ese arco que va de Borges a Bolaño?

—La primera vez que leí a Borges —justamente “Funes, el memorioso”— fue en una antología de varios cuentos traducidos de distintos autores. Recuerdo perfectamente que me provocó algo que ninguno de los otros escritores de esa antología; ni recuerdo sus nombres. Yo era muy joven y ese cuento era el que había estado buscando durante mi vida. ¡Era Borges! “Ya”, me dije, “aquí está mi autor”. En la literatura de Borges hay una carga filosófica muy grande; ficcionaliza principios filosóficos casi naturalmente. Yo creo que Bolaño, de alguna manera, estaba buscando hacer algo similar. La madre de Bolaño era matemática.

Me hacés pensar en ese libro de geometría que cuelga en 2666.

—Efectivamente. Él tenía un sentido diagramático. Le gustaban los mapas y no hay nada más borgesiano que los mapas. Y luego tienen esta mirada que nos traen mundos parecidos, pero un poquito corridos. Y no hay mayor literatura que mostrar un mundo un poco disociado, que despierta el interés y la curiosidad.

Hay muchos lectores de Borges que dicen que lo leen y se ríen a carcajadas. Lo mismo pasa con Bolaño. A mí nunca me pasó. Yo los leo y los disfruto, pero nunca me río. ¿Está mal no reírse?

—No, qué va. Cada uno lee a su manera. Uno llega a la lectura con una forma de ser y estar en el mundo, con sus gustos, sus experiencias. Eso siempre afecta a nuestra forma de leer. Y, bueno, como dicen los cómicos, no hay nada más serio que el humor, ¿no? Yo creo que tanto en Bolaño como en Borges el sentido del humor es sardónico, mordaz. Te ríes básicamente para no llorar.

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