El estudio se publicó en inglés: se llama To know is to compare, “conocer es comparar”, y los autores son Mora Matassi y Pablo Boczkowski. Lo publicó nada menos que la editorial del MIT. El trabajo propone estudiar los modos en que se producen, circulan y se reciben las redes sociales a través de la comparación de usos y costumbres entre naciones, medios y plataformas. “Cuando se habla de redes sociales”, decía Matassi en el auditorio de Ticmas en la Feria del Libro, “se las piensa como una especie de todo indiferenciado, como si fueran un objeto global que no tuviera especificidades de la cultura local en la cual surgen y se utilizan”.
La entrevista a Mora Matassi se realizó en el marco del ciclo coorganizado por Ticmas y la Universidad de San Andrés y la docente e investigadora comenzó con una caracterización del consumo de las redes. “Se suele pensar que las redes sociales aparecieron en el mundo como si no tuvieran historia”, decía, para inmediatamente señalar que se puede trazar un arco que va de los realities y Gran Hermano a Facebook. “Esos incidentes fundamentales en la historia de medios tradicionales formaron un tipo de subjetividad, por eso nos referimos a que conocer es comparar: para saber cómo se usan las redes, es importante tener una mirada comparativa”.
—Hace unos días, en este mismo auditorio, Tomás Balmaceda decía que TikTok era una droga. Lo llamativo es que usó las mismas palabras que me dijo Luis Pescetti quince años atrás cuando hablamos de Twitter. ¿Qué sucede que siempre hay una red social que sea “adictiva”?
—Es interesante. Se suele pensar a las redes sociales en términos relacionales. O sea, una persona define lo que le pasa con una red social en base a lo que le pasa con otras redes sociales que usa. En ese sentido, funciona como el lenguaje según Saussure. Dependen del valor que tienen en ese conjunto de plataformas que se usan. Ahora TikTok está asociada con la idea de droga y la metáfora de la droga es una metáfora recurrente en la historia de los medios de comunicación. Como bien decís, siempre hay una red a la que le toca ser la droga del momento. Incluso está muy presente en el discurso de los propios usuarios: “soy adicto”, “soy adicta”, “tengo una adicción”. Nadie diría: “Sí, soy drogadicto, tranqui”. Pero ahí hay cierto uso del lenguaje que señala el exceso. Yo no creo en la definición de adicción para TikTok; sí creo que tiene algo bastante sorprendente e interesante y es que te conecta con contenidos que no sabés que te van a gustar, pero que finalmente te gustan. Como si el algoritmo pudiera predecir mejor que vos hacia dónde van tus intereses. Imagino a TikTok como un caleidoscopio que pega mucho con los intereses no descubiertos de uno mismo.
—¿Qué pasa con las otras redes sociales que uno termina dejando de lado en pos de una que se vuelve hegemónica?
—Es un tema que estoy indagando ahora. Estoy haciendo mi tesis doctoral sobre este fenómeno. Por qué algunas redes se dejan.
—¿Cuál es la hipótesis de trabajo?
—Todavía está in progress. Hay múltiples razones por las cuales se abandonan distintas redes. Solemos pensar que todo el mundo usa Twitter, TikTok, Instagram. Pero no es así: Twitter es una red de élites. También se dice que Facebook se está abandonando: algunos grupos, los más jóvenes, la están abandonando. ¿Con qué tiene que ver esto? Evidentemente hay un componente de modas. Las modas atraviesan todo lo que hacemos en la sociedad y también en las redes sociales. También hay ciertos discursos que impactan sobre lo que las personas imaginan sobre las redes. Entonces, por ejemplo, Twitter se transformó en una plataforma bastante política, y hay mucho temor a la polarización ideológica. Hay estudios que justamente contradicen esto y plantean que la gente no necesariamente se polariza sino que se le abre la cabeza por tener redes. Pero está esta idea demonizante de Twitter. Hay modas, hay discursos, hay tendencias. No hay una sola variable para explicar qué pasa, pero es interesante pensar el ecosistema y cómo unas van desplazando a las otras.
—Yo tengo la intuición de que las redes se abandonan cuando entramos los adultos y los adolescentes no quieren compartir el mismo espacio en donde está el padre.
—Sin dudas, hay algo etario. Yo te diría que la única plataforma que rompe con las barreras de la edad es WhatsApp. Ahí estamos todos.
—¿Pero tiene lógica de red social?
—Es algo para preguntar; yo creo que es una especie de híbrido. Yo concibo a las redes sociales como lugares donde se vive, donde se hacen cosas, donde se socializa. Y desde siempre las culturas adolescentes tratan de resguardar su espacio propio, su cuarto propio. Ahora el cuarto del adolescente está mediatizado. Puede ser que haya algo ahí. En Facebook fueron ingresando progresivamente otras generaciones y los más jóvenes se desplazaron. Lo interesante es ver en qué redes no hay tanto desplazamiento. Un ejemplo: TikTok.
—¿Por qué?
—Vuelvo a la metáfora de caleidoscopio. Habría que ver las estadísticas de qué generaciones están. No tengo dudas de que los más jóvenes están en TikTok. Pero en este caleidoscopio, veo muchísima más diversidad que en otras redes de mundos representados. Veo realidades muy diversas. Y veo que uno, por el algoritmo, termina encontrando cosas que no se hubieran encontrado de otra manera. Eso, como WhatsApp, rompe la lógica de segmentación por edad o por nivel sociodemográfico.
—¿Por qué tenemos la necesidad de participar en una red social?
—En la red social uno consume y produce, y además hay un componente central, que es el de la red. Vos estás conectado con los demás en un formato reticular. Tenés acceso a los contactos de los demás. Son nodos que te conectan adentro de una red. Esto no es menor. Todos, en algún punto, estamos conectados con los demás. Por eso es tan interesante para mí la pregunta sobre la desconexión. ¿Qué pasa cuando salís de esa red donde hay tanta conexión, cuando salirte tiene costos? A lo largo de la historia de los medios ha habido impulsos de las personas, que no podían atravesar el poder institucional de los medios, para decir cosas y hacerse escuchar. Querer subirse a un banquito y que la gente te escuche, ¿no? Y es como si la red social te diera ese banquito de forma gratuita —no es gratuita; pagás con algunas cosas de tu vida—. Ese, me parece, es un deseo de todos los humanos: ser escuchados.
—¿Qué queda de plataformas como Second Life?
—Hay un capítulo de “The Office” en el que uno de los personajes se crea un avatar en Second Life y todos descubren cómo en esta especie de videojuego se podían crear alter egos, biografías paralelas. Por eso es interesante considerar que las redes tienen un pasado, y que hay continuidades y discontinuidades. Second Life tenía que ver con la promesa de que internet nos iba a dar anonimato, y el anonimato nos iba a permitir que expandiéramos nuestra imaginación hacia lo que podíamos llegar a ser. Siempre recuerdo ese chiste del New Yorker en el que hay dos perros y uno está en una computadora y le dice al otro “En internet nadie sabe que sos un perro”. La promesa de anonimato no sé si todavía existe, pero al menos se transformó. En las redes, si bien hay mucha gente que usa seudónimos, en general tendemos a asociar nuestro nombre y apellido. Incluso tenemos cierta tendencia a valorar la autenticidad. Los influencers son figuras que se constituyen en una tensión muy particular con lo auténtico.
—¿Cómo se relacionan las redes sociales en Estados Unidos, en Europa, en América Latina y en Argentina?
—Más allá de la prohibición de TikTok, que es un tema profundamente geopolítico, en Occidente y Oriente hay ecosistemas de redes muy distintos de redes. En China se usa mucho WeChat. Nosotros nunca lo usamos; en general, tendemos a usar WhatsApp. Pero el hallazgo más interesante es cómo en Argentina y en países como Brasil, India y otros más —pero no en Estados Unidos— hay una construcción institucional sobre WhatsApp. Me vuela la cabeza la idea de que intercambies por WhatsApp información con un médico; la idea de que en la pandemia hubo muchísimas escuelas que pudieron seguir funcionando porque las personas chateaban por grupos de WhatsApp. Uno comparte un tipo de información que en otros países se consideraría sumamente sensible o privada. Toda esa articulación que hace WhatsApp con un montón de esferas de la vida cotidiana no se da en otros países. Eso me parece un hallazgo muy interesante.
—Si TikTok está cuestionado a tal punto que los soldados estadounidenses no pueden usarlo —se dice que tiene vínculos con el Partido Comunista Chino, como dijo Agustín Barletti en una entrevista en Infobae—, ¿sería, de alguna manera, la aceptación de que Facebook también tenía vínculos con el Gobierno?
—No sé. No creo que de las personas que están diciendo que TikTok tiene que ser censurado surja el insight correspondiente de Facebook. Nosotros planteamos en el libro que hay que estudiar las genealogías culturales, empresariales, políticas en donde surgen las redes. Uno tiende a pensar que ciertos lugares de construcción de la tecnología están predeterminados: “las tecnologías surgen en Silicon Valley”. Y de pronto aparece una tecnología hecha por una empresa china, Tencent, y uno se pregunta ¿qué es esto?, ¿cuál es el objetivo? La censura de TikTok, más allá de que nos remita a la importancia de pensar cómo se generan pánicos morales sobre las tecnologías, es importante porque nos refresca la idea de la geopolítica de las redes. Cualquier plataforma que descargamos sin pensar demasiado viene de ciertas culturas, viene de ciertos países, viene de ciertas ideas de una sociedad.
—Estamos hablando en el auditorio de un espacio educativo. Si pensamos en la educación y la ciudadanía digital, ¿cómo se pueden trabajar los límites de la intimidad en una red social?
—¿Cuáles son los límites de lo íntimo, lo privado, lo público? Son límites que históricamente van cambiando. Yo he visto las cosas más íntimas en TikTok, y se cuentan con total naturalidad. Los adolescentes que usan TikTok van a reconfigurar en el futuro qué es público, que es privado, que es íntimo. Sí me parece interesante el ejercicio reflexivo de lo que uno hace con las redes. Eso podría expresarse en el aula. ¿Qué es lo que hago cuando entro al teléfono? ¿Qué es lo que más me llama la atención? ¿Cómo me siento cuando terminé de hacer eso? ¿Cuánto tiempo le dedico? Me parece importante la conversación con los demás: con los amigos, con la familia, con los padres. Sobre todo, en el caso de la educación. Unas investigadoras planteaban que, cuando un chico vuelve de la escuela, es muy común preguntarle, “¿Qué hiciste hoy?”, pero cuando un chico vuelve a internet, nadie le dice qué hizo. Internet es un lugar y las redes sociales son lugares con sus historias, con sus espacios, con sus reglas. Hay que abrir la conversación para que no sea un espacio de misterio entre los más grandes y los más chicos.
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