Como parte del ciclo que Ticmas y la Universidad de San Andrés (UdeSA) coorganizaron en la Feria del Libro de Buenos Aires 2023, Diego Golombek visitó el auditorio de Ticmas para hablar de su libro (hasta ahora) más reciente, La ciencia de las (buenas) ideas, publicado por la editorial Siglo XXI.
En su trabajo como divulgador, Golombek es capaz de hablar desde cómo se hace un asado (científico) hasta cómo es el trabajo de las neurociencias. Ha participado en programas de radio y televisión, dirige colecciones: es una usina de propuestas que acercan y promocionan la ciencia. Escritor incansable, entre sus libros se pueden mencionar La ciencia es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas, Las neuronas de dios, Demoliendo papers, Sexo, drogas y biología, un largo etc. Con La ciencia de las (buenas) ideas plantea un método para producir conocimiento e innovación: una ciencia de la creatividad.
“Entendemos el mundo a través de los sentidos”, decía Golombek al comienzo del encuentro. “Y como a veces no nos alcanzan, inventamos prótesis: un microscopio, un telescopio, un resonador magnético. Para el pensamiento todavía no tenemos esa prótesis. Lo que podemos, más que con el pensamiento en general, es ver qué pasa con ciertas ideas. No hay genios y genias de las ideas. Todos tenemos buenas ideas, y la receta principal es: trabajo, trabajo, trabajo, disrupción. Vos trabajaste, te obsesionaste, te apasionaste y, en un momento, te permitís ir a tomar algo con amigos o ir a darte un baño de bosque —como dicen los japoneses— o dormir y, tal vez, en ese momento se están asociando los conceptos que obtuviste durante el trabajo tan intenso. Es una receta aplicable que tiene evidencia. Por eso el libro es La ciencia de las (buenas) ideas. Son experimentos que muestran que, con esta receta y varias otras, se te pueden ocurrir cosas”.
—¿Cómo es la relación entre las ideas y el error? El científico, sabemos, lo utiliza. Pero en el aula, si bien los docentes suelen decir que el error es una oportunidad de aprendizaje, no siempre se lo considera así.
—¡Estamos agazapados esperando el error del competidor! Pero así avanza la ciencia. La ciencia suele tener cuestiones más bien efímeras, hasta que te das cuenta de que la pifiaste o la pifió otro y encontrás un hueco para una nueva idea. Estoy de acuerdo en que el error sirve para avanzar, pero también noto una tendencia reciente del elogio excesivo, desmesurado del fracaso. Compañeros míos que hacen reuniones para contarse lo bien que fracasaron. No sé si es tan sano. Y está el otro mito de que para lograr algo tenés que salir de la zona de confort. ¡No! Si encontraste una zona de confort, aprovechalo. No salgas de ahí, puede llegar a tener ideas. Volviendo a la pregunta, la ciencia avanza de a errores, de a preguntas y no de respuestas. No soy experto en educación formal, pero sospecho que en el aula no está tan presente la mirada que avanza, discute, consensua fenómenos como ocurre en la ciencia. Y creo que sería bastante sano.
—En alguna entrevista que hicimos durante la pandemia hablamos de las vacunas. Uno sabe que hay un proceso, que las vacunas pasan por una serie de etapas, y que en la pandemia se avanzó sobre los tiempos. ¿Se puede innovar si ya hay un proceso?
—La historia de las vacunas es la historia del método científico. Edward Jenner vio que quienes manipulaban vacas con viruela vacuna no se enfermaban de viruela humana, y se preguntó si había algo en las vacas que nos protegía de enfermarnos de otra cosa. Pero en lo que decís hay varias cosas escondidas. Efectivamente, durante la pandemia tuvimos la oportunidad de presenciar la naturaleza de la ciencia en tiempo real. Con lo bueno y lo malo que eso puede tener. La pandemia fue un laboratorio extraordinario. La vacuna le señaliza al cuerpo que se prepare porque puede venir algo tóxico. ¿Cómo hace la señal? Con un pedacito de eso tóxico. Pero entonces alguien dijo: ¿y si en lugar de darle un virus atenuado, le damos algo para que el cuerpo lo fabrique? Asistimos a una manera inédita de producir vacunas y funcionó. Innovamos en el proceso, no solo en el concepto. Y vamos a la última locura: una vacuna íntegramente desarrollada en Argentina. Los incrédulos van a decir que ya pasó la pandemia. ¡Pero aprendimos a hacerla! Y Juliana Cassataro, que es la investigadora a cargo, dice que puede modificar aquello para lo que quiere que responda la vacuna en meses.
—Se innova en el proceso, en el diseño, en el resultado: ¿qué marca la innovación?
—Hay muchas formas de definir innovación. Innovar es mirar el mundo distinto. A mí me gusta pensar que es mirar con ojos científicos, basados en evidencia, sin principio de autoridad, con control, etcétera. Pero hay otra definición de innovación que me fascina incluso literariamente, que es juntar mundos dispersos. Tenés un mundo acá y otro allá, y cuando los metés en el mismo lugar, aparece una idea nueva. Tal vez no es algo completamente innovador, pero lograste algo diferente. Un ejemplo. Inventamos la rueda hace 10.000 años, inventamos la valija en el Medioevo. ¿De cuándo es la primera patente de una valija con rueditas? De 1970, hace 50 años. Eso es innovación y nos pasa todo el tiempo.
—Me hacés pensar en la evolución del libro. Los primeros e-books trataban de replicar la metáfora del libro y fracasaron todos, hasta que empezamos a ver que el libro digital no necesariamente tenía que repetir la dinámica del papel. Pero ¿cuándo se produce el clic?
—Usaste la palabra evolución y hay mucha gente que demuestra que los objetos siguen un proceso evolutivo del tipo darwiniano. ¿En qué se basa la evolución darwiniana? Primero, en tener variabilidad. Necesitás varios productos distintos, porque, si todos son iguales, obviamente no tenés nada que pueda ser seleccionado. Y después, que alguno tenga reproducción diferencial. En el caso de un producto, que alguno le guste más a la gente. Entonces, tenés un montón de e-books distintos, pero ves que a la gente le empieza a gustar uno un poco más. Se empieza a vender más, y los otros se empiezan a reproducir menos. Con lo cual, hay una cierta selección natural de ese producto. Es interesante pensar la evolución darwiniana aplicada a los objetos. De los monos a los libros hay un breve paso, me parece.
—¿Se puede innovar en la escuela hoy?
—Yo no soy pedagogo, pero he colaborado con gente que es experta en esto. En ciencias —yo puedo hablar de ciencias— hay muchísimo por innovar. El nivel educativo más científico posiblemente sea el inicial. La maestra se tira en la alfombra y los chicos van cambiando de una variable por vez y eso es hacer ciencia, es mirar el mundo con ojos de científico. Después pasamos al nivel obligatorio primario, y cambia mucho, porque el imaginario de la primaria es leer, escribir, sumar, restar, hay un poquito de ciencias sociales y la mirada de las ciencias naturales muy relegada cuantitativamente. En la primaria aparece el error. He sido invitado a laboratorios donde proponés un experimento y es inevitable que venga un chico y te diga “Me dio mal”. No te dio mal: te dio lo que te dio. Discutamos por qué te dio eso, por qué no te dio lo que esperabas. Pero eso, en la historia de la ciencia, ha sido el origen de un montón de descubrimientos.
—¿Y la secundaria?
—La secundaria tiene tal vez otro problema, que es la compartimentalización de la ciencia. La ciencia se vuelve extremadamente disciplinar. Tenés la física, la química, la matemática, la biología, y allá, en la vereda de enfrente, la literatura, la historia, las ciencias sociales. Más adelante es posible que te vuelvas a encontrar con esta división disciplinaria, pero me parece que es el momento ideal para integrar la mirada de la naturaleza. Las ciencias naturales requieren de una mirada experimental. Después podemos hacer abstracciones, podemos hacer consensos, podemos hacer teorías completas, pero, si vos no tenés la oportunidad de experimentar, no estás haciendo ciencias naturales.
—¿Cómo elegiste tu carrera?
—La respuesta es muy sencilla: ni idea. Yo trabajaba en periodismo desde los 15 años. Había respondido un aviso del Buenos Aires Herald para ser cronista deportivo y los muy insensatos me tomaron. Hacía deportes: iba a los partidos de críquet. Después seguí haciendo literatura, música, teatro. Me metí en una carrera científica sin saber muy bien por qué. Algo de mandato familiar debe haber: mi viejo era químico, mi hermano mayor es astrónomo, mi otro hermano es médico. Al principio no me iba bien, no me gustaba, pero algo hizo clic. Yo entré hace muchos años a la facultad, que tenía un plan muy viejo, el típico plan naturalista con biología, zoología, botánica. Eso no tenía nada que ver conmigo. Yo no era un niño naturalista. Yo no levantaba las rocas para ver qué bichos había abajo. Pero en algún momento apareció lo funcional, apareció el cerebro, apareció el tiempo y desde entonces me dedico a eso. Lo que más me causa placer y orgullo es que pude juntar los dos mundos. Seguí haciendo ciencia, pero pude meter en la ciencia también mis intereses anteriores del periodismo, de la literatura, del teatro. Para, además de hacer ciencia, contarla.
—Vos sos parte de la tradición de científicos que hacen divulgación. ¿Cómo es el contacto con el público no especializado?
—Es maravillosa. De un respeto y un cariño extraordinario. Muchas veces que hay pibes —no sé cuánto creerles—, que me dicen que influí en su elección de carrera científica. El problema es que últimamente no son tan pibes. También me ha pasado estar caminando y escuchar que dos se hablan y uno dice “Ese es el que hace de científico en la tele”. A veces también soy científico en la vida real. Elegí una forma de contar la ciencia que no es original, no la inventé ni mucho menos, que no es contar noticias de la ciencia, sino contar historias. Cuento historias donde lo primero es el rigor científico. Después, bajo las defensas del que cuando le vas a decir “Te voy a hablar de ciencia” inmediatamente se pone la armadura. No, yo no te voy a hablar de ciencia, te voy a hablar de deporte, de música, de cocina, de sexo, de religión y de toda la ciencia que viene atrás. Para mí es un método infalible y lo aprendí entre otros de Adrián Paenza, tremendo divulgador y tremenda persona, y de muchos otros que son mis ídolos.
—Además de tu rol como científico y divulgador, vos también tenés un perfil político. Y no me refiero a ser funcionario, sino al tipo que hace política desde la ciencia. Sos un tipo muy comprometido.
—Es un rol del científico comprometerse con lo que pueda. No tenés por qué llegar a ser funcionario, pero claramente estás dentro de un sistema. No estás aislado. Estás en un sistema que, en Argentina particularmente, tiene un rol indelegable del Estado. El Estado: o sea, la gente. Con lo cual tenemos que comprometernos muy fuertemente. Hay que convencer al Estado. Dentro del sistema científico hay ciertos elementos que no son tradicionalmente considerados como parte del sistema, pero que son fundamentales, como, por ejemplo, contar la ciencia. Si hay un Ministerio de Ciencia, claramente tiene que haber un área del Ministerio que se ocupe de contarla, de mostrar a sus científicos y científicas. Contar lo que hacemos tiene que ser parte de lo que hacemos los científicos. No te digo que sea full-time, no te digo que dediques necesariamente tu vida a eso. Yo me dedico porque me causa mucho placer, pero un poquitito tenés que hacerlo, es parte de tu trabajo. Y si no lo haces, me parece que tu trabajo está hecho a medias.
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