Pablo da Silveira, ministro de Educación del Uruguay: “El mundo les da más oportunidades a los chicos de 18 años, pero les exige saber más”

Da Silveira inauguró el ciclo de charlas en el auditorio de Ticmas en la Feria del Libro de Buenos Aires y reflexionó sobre la educación como herramienta del futuro, la docencia, y la necesidad de reinventarse en la continuidad

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Pablo da Silveira --al frente del Ministerio de Educación de la República Oriental del Uruguay-- fue el primer invitado en el Auditorio de Ticmas en la Feria del Libro de Bueno Aires, inaugurando así las charlas de un auditorio de vanguardia a la hora de tratar temas sobre el ámbito educativo, el emprendedurismo, la profesionalización, la docencia y las competencias, entre otros tópicos de interés de la educación del siglo XXI. La entrevista estuvo a cargo de Patricio Zunini; aquí la reproducimos.

Antes de meternos en lo que tiene que ver con la gestión, tengo una pregunta para hacerle. Porque usted es Doctor en Filosofía: ¿cómo se vive la filosofía y la gestión, que, a priori, parecerían ser, no digo el agua y el aceite, pero no tan complementarias?

—Son reencarnaciones sucesivas. Hubo una reencarnación anterior, en la que yo era un profesor universitario que se dedicaba a investigar, a escribir y a dar clases, y hace ya unos cuantos años que empecé a involucrarme en el entorno del actual presidente de la República de Uruguay, Luis Lacalle Pou. Ya desde las elecciones anteriores, que fue la primera vez que él se presentó. Y una vez que ganamos, estaba claro que a mí me iba a tocar esta responsabilidad. Y, para decirlo corto, son incompatibles, son dos actividades que exigen un grado de concentración y una entrega, un esfuerzo tan grande, que es una ficción pensar que uno va a poder hacer bien la parte de gestión mientras sigue leyendo filosofía. Espero retomarlo una vez que finalice la gestión.

¿En qué se había especializado en Filosofía?

—Me dedicaba a temas de filosofía política y, en particular, durante muchos años trabajé en lo que académicamente se llama Gobierno de la Educación, que es justamente cómo traducir las preferencias de los ciudadanos y el proceso de decisión democrática en instituciones que sean capaces de gobernar la educación y desarrollar políticas para la educación.

Uruguay tiene como mascarón de proa desde hace muchísimos años a Ceibal. Ha sido siempre un modelo que toda la región lo miró para estudiar, para aprender, y también para compararse. Ahora ustedes están planteando una educación integral que va desde el nivel inicial hasta la salida del último año del secundario. ¿Cómo se va a medir? ¿Cómo lo van a proponer? Y además, en educación, de acá a 18 años, ustedes ya no van a estar en el Gobierno. ¿Cómo van a continuar esas políticas con los estudiantes que comienzan ahora?

—Ceibal efectivamente es, tal vez, la experiencia más emblemática que el Uruguay tiene en materia educativa hace años. Creo que su éxito se debe a muchas cosas. Una es que Uruguay es un país muy estable políticamente y tenemos la costumbre de mantener políticas por encima de los cambios, no solo de gobierno, sino de cambios de partido de gobierno. Ese juego de continuidad e innovación, típico de una democracia que funciona. Ceibal en este momento está pasando por su cuarto gobierno. Antes de asumir teníamos claro que íbamos a mantenerlo. Y no sólo mantenerlo, sino que íbamos a reforzarlo. Ceibal empezó como un ejemplo del caso uruguayo de un proyecto que todos conocen, OLPC, que era básicamente un proyecto de distribución de laptops.

Con la idea de Nicholas Negroponte…

—Exactamente. Negroponte fue el que lo impulsó. Uruguay bastante rápidamente se alejó de ese modelo; lo cual fue bueno porque fracasó en todo el mundo y se terminó cerrando y no existe más. Uruguay empezó a apartarse en varias cosas de ese modelo. Algunas eran tecnológicas: por ejemplo se apostó no a un sistema de conectividad muy complejo que proponía el proyecto original, sino a un modelo de conectividad convencional y comercial. Rápidamente se salió de las máquinas específicas de OLPC que te encerraban en un mundo que no tenía ningún contacto con la realidad y se pasó a trabajar con equipos comerciales. Unos años después, empezó a crecer la conciencia de que el núcleo del esfuerzo no estaba en distribuir fierros. Tú podés distribuir muchos equipos, pero si no hay buenas plataformas… y para que haya buenas plataformas tiene que haber una buena concepción educativa acerca de lo que quiero hacer con eso. Nosotros dimos un paso más, que es transformar a Ceibal en la agencia de innovación educativa con tecnologías en Uruguay.  Mucho más cerca de lo que pasa en el ámbito educativo, más cerca de los docentes. Y lo hicimos tratando de superar un problema: Ceibal tenía una muy buena propuesta y estaba muy bien pensado, pero solo el 11% de los alumnos lo estaba haciendo. Y eso tenía que ver con una escasa construcción de puentes entre Ceibal y lo tecnológico y lo estrictamente educativo.

El ministro Pablo da Silveira
El ministro Pablo da Silveira en el auditorio de Ticmas junto a Patricio Zunini

Cuando dice el 11 % ¿habla de lo urbano o lo rural? Porque Uruguay tiene esas dos problemáticas bastante diferenciadas.

—En el conjunto. Con todo, a esta altura tenemos una conectividad muy buena que llega a todo el país. En el medio hay que explicar otra cosa: nosotros llegamos al Gobierno con un montón de ideas y un montón de propuestas de educación el 1 de marzo de 2020. El 13 de marzo estalló la pandemia en Uruguay, y nuestras hermosas planificaciones tuvieron que ser puestas patas arriba, porque de golpe todo había cambiado. Ahí Ceibal ganó muchísimo protagonismo, porque fuimos los primeros en interrumpir las clases y también los primeros en reiniciarlas, y el objetivo fue que todo aquello que se iba a perder en lo presencial, teníamos que ganarlo en lo virtual a través de Ceibal.

En ese sentido, Uruguay tuvo una cuarentena mucho más breve. Ya en el 2020 habían regresado a las aulas…

—Sí, en realidad fueron solo tres meses de cierre total. Pero después empezamos, de a poco, justamente por las escuelas rurales, que eran las que tenían menos conectividad y menos riesgo de contagio. Y luego fuimos aumentando con una serie de criterios, y al mismo tiempo reforzamos mucho Ceibal. Lo que significa dos cosas. Primero, teníamos un problema inmenso: Ceibal tenía asegurada la conectividad en las escuelas, pero eso era lo que estaba cerrado. Por tanto, hubo que asegurarla en los hogares y eso incluyó desafíos tecnológicos y desafíos comerciales. Tuvimos que negociar con todas las telefónicas para que haya datos gratis para que los chicos de bajos recursos pudieran servirse de ese instrumento. Y luego hubo realmente un factor que no es mérito del Gobierno ni de las autoridades educativas, sino que es mérito de los uruguayos: los docentes, los alumnos, las familias se volcaron masivamente a Ceibal. En cierto momento la cantidad de gente que usó Ceibal se multiplicó por once. Eso significó un desafío tecnológico muy grande de reforzar servidores y un montón de estructuras, para resistir esa ola de demanda que era enorme y que hasta ese momento no había pasado.

¿Y la formación docente?

—La hay, pero todo esto que hablamos era el escenario de la pandemia, donde tuvimos que hacer todas estas cosas muy rápido, postergando algunas de las decisiones que teníamos planificadas en materia de transformación educativa. Después fuimos progresivamente pudiendo iniciar las acciones de transformación y, por supuesto, las aceleramos mucho cuando salimos del escenario de pandemia. Ahí voy a tu pregunta. Nosotros estamos impulsando una transformación educativa que tiene cuatro grandes ejes. Un primer eje tiene que ver con el cambio de gobernanza, para cambiar el modo en que se gobierna el sistema educativo. El segundo tiene que ver con el funcionamiento de los propios centros educativos, abandonando el modelo centralista. El tercero eje es el cambio curricular: pasamos de un enfoque contenidista a uno de competencia. Estábamos muy atrás en esto e incluso había situaciones incongruentes. Nosotros, como todo el mundo, usábamos las pruebas PISA como un buen instrumento para evaluar cómo nos va, pero las pruebas PISA están diseñadas en términos de competencias y nosotros no estábamos enseñando en términos de competencia. Nos ajustamos a lo que son las prácticas predominantes en el mundo.

¿Ahí entra STEAM (ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas; por sus siglas en inglés)?

—Ahí entra STEM, entre otras cosas. Pero el último gran cambio a nivel curricular es pensar todo el trayecto educativo, desde que entran hasta el final de la educación media básica. Nosotros teníamos muy fragmentado el sistema y entonces la educación primaria pensaba sus planes de estudio y sus objetivos de aprendizaje casi sin diálogo con lo que hacía la educación media. Ahora pensamos todo esto en conjunto y bueno, empezamos ahora a aplicarlo y estamos muy confiados en que eso va a tener buenos resultados.

¿El cuarto eje es...?

—La formación docente. En la formación docente tenemos muchos problemas. Para empezar, una tasa de titulación muy baja. No en la educación primaria, porque por ley hace falta el título de maestro para estar frente a un grupo. Pero en la educación media no es necesario y tenemos una tasa de titulación muy baja, entre otras cosas, porque los chicos que hacen formación docente empiezan a tomar horas de clase antes de terminar la carrera y cada vez toman más horas de clases y llega un momento en que el trabajo le ganó al estudio y casi sin darse cuenta dejaron de estudiar.

No deja de ser paradójico que abandonen el estudio los docentes…

—Curiosamente, las tasas de abandono más altas de todo el sistema educativo las tenemos en el área de la formación docente. Y también otros desajustes graves, como por ejemplo que tú podías salir con tu título de docente después de haber estudiado cuatro años sin saber prácticamente nada de Ceibal y sin saber servirse de los instrumentos de Ceibal. A esto hay que agregar otro problema, que en Argentina también existe, y es que la formación docente no tiene carácter universitario.

Además de una atomización.

—La atomización es la mala cara de la diversidad. A mí la diversidad no me molesta, pero sí me molesta cuando no está en un marco que asegura ciertos resultados. Argentina y Uruguay vienen de la vieja tradición normalista francesa. Optamos por el que los docentes sigan un camino bien distinto del que sigue quien estudia Derecho, Ingeniería o cosas por el estilo. Eso le trae una serie de problemas a nuestros docentes, por ejemplo, para seguir estudiando en el nivel universitario. Estamos haciendo un cambio de la formación docente que incluye mucha más convergencia con lo que pasa en las aulas. Por ejemplo, ahora hay que formarse sí o sí en todos los instrumentos digitales que ofrece Ceibal y fortalecer algunas áreas básicas en las que estábamos débiles: lengua materna, matemáticas. Luego estamos también cambiando todo el currículum y cambiando toda la estructura de la carrera. Y la idea es que al final de eso salgas con un título universitario. Tratamos de fortalecer y dignificar la formación docente y al mismo tiempo de actualizarla y de ponerla más en sintonía con lo que es el funcionamiento del sistema.

¿Cómo es el perfil del estudiante egresado del liceo?

—Primero, estamos girando hacia un enfoque de competencias y ahí hay algunas cosas que nos resultan fundamentales como el buen manejo de la lengua materna y un nivel razonable de STEAM. Uruguay tiene muchos déficits que compartimos con Argentina: la formación tecnológica, por ejemplo. Tenemos enormes oportunidades de crecimiento en el área y tenemos déficit de formación en esa materia. Estamos tratando de fortalecer eso. Y que a la vez sea compatible con la formación para el ejercicio de la ciudadanía. Una de las peores cosas más dañinas que hay en el debate educativo es lo que se plantea como una alternativa: o te formo para que tengas oportunidades de empleo o te formo para ejercer ciudadanía. Entonces estamos combatiendo esa falsa oposición. La idea es formar al mismo tiempo para la ciudadanía y para que las nuevas generaciones aprovechen lo que felizmente es un paquete de oportunidades que hoy ofrece el mundo. Vivimos en un mundo que a un chico de dieciocho años le ofrece muchas más oportunidades de formación, de trabajo, de emprender, que hace cuarenta años. Pero te exige saber más.

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