La educación es un tema fundamental en cualquier sociedad y requiere un enfoque completo para lograr una formación de calidad y equidad. Por eso es interesante conocer la perspectiva de expertos en la materia, como Raúl Figueroa, ex ministro de Educación de Chile y actual director del Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Andrés Bello.
Figueroa estuvo en el país gracias a una invitación conjuntad de la ONG Argentinos por la Educación y el Centro para la Concertación y el Desarrollo. Durante su visita, se reunió con ministros y exministros de distintas provincias para compartir experiencias de gestión y discutir los desafíos que enfrenta el sistema educativo. En esta entrevista, realizada en un alto de su agenda, habló de las semejanzas y diferencias entre los modelos de Educación de Chile y Argentina, la necesidad de contar con sistemas que midan e informen el estado educativo del país, los retos que impuso la pandemia, la importancia de poner el foco en la recuperación de los aprendizajes.
—¿Qué puntos en común encuentra entre los sistemas educativos de la Argentina y Chile?
—Si bien tienen aspectos muy diferentes, los dos comparten el desafío de cerrar las brechas de aprendizaje. Que fundamentalmente están asociadas a los niveles de vulnerabilidad de los alumnos. De las conversaciones que tuve aquí, destaco que el problema a resolver está bien identificado. El resto tiene que ver con modelos educacionales y la manera en que esos modelos se administran. Ahí uno puede tener diferencias.
—Comparten los desafíos, pero no la manera de resolverlos.
—Me da la sensación, por lo que he podido ver, es que acá existen pocas herramientas para enfrentar esos desafíos. Me ha llamado muchísimo la atención, por ejemplo, la falta de claridad en términos de información. No quiero decir que un sistema funcione infinitamente mejor que el otro, son simplemente comparaciones objetivas. Chile se destaca por contar con un sistema de información muy robusto que permite tener claridad de cómo se desenvuelven las escuelas, cuánto tiempo le dedican los docentes a la enseñanza, etcétera. Por lo que he visto aquí, existe una urgencia por contar con ese flujo de información y aparentemente hay una discusión muy incipiente sobre cómo construir una institucionalidad que permita lograr ese objetivo. Es difícil diseñar políticas públicas careciendo de la información de base.
—¿Cómo es su mirada sobre la educación en Chile? Usted fue ministro de Piñera; ahora, en el gobierno de Boric, el ministro es Marco Antonio Ávila.
—Lo que le ha faltado al ministro de Educación de Chile es poner todo el foco de su acción en la recuperación de los aprendizajes luego de la pandemia. El gobierno en Chile entró con un discurso excesivamente amplio, ha hablado de un cambio de paradigma en el sistema educativo, y eso confunde cuál es la prioridad. Hoy día, el consenso absoluto en nuestro país es que la única prioridad de la política educativa debe estar en la recuperación de los aprendizajes. Por lo tanto, creo que el comportamiento del ministro Ávila es poco adecuado para la urgencia que vive el sistema educativo en Chile.
—¿Qué se perdió con los casi dos años de no presencialidad?
—La pandemia golpeó al mundo de una manera brutal y era evidente que iba a ser complejo conducir la política educativa en ese tiempo. Nosotros nos pusimos un primer objetivo que fue dar continuidad al proceso educativo en un contexto de las escuelas con las clases suspendidas, y en esa lógica se avanzó con fuerza. No obstante, la evidencia que empezó a surgir mostraba con total claridad que, si no se volvía a clases, las brechas de aprendizaje se iban a profundizar y el deterioro iba a afectar con mucha fuerza a los jóvenes y niños más vulnerables. Por eso, mientras manteníamos los apoyos para la educación a distancia, nos pusimos rápidamente a generar las condiciones que permitiesen, en la medida que las condiciones sanitarias también ayudaran, recuperar la presencia legal. En ese contexto, nos encontramos con una oposición que usó la pandemia como una palanca para acceder al poder.
—A usted le hicieron una suerte de juicio político por impulsar la presencialidad.
—Se presentaron —a falta de uno— cuatro proyectos de ley que prohibían la apertura de las escuelas y afortunadamente fueron rechazados. Y sí, se presentó una acusación constitucional en mi contra por atentar en contra de la vida de las comunidades educativas. Yo creo que esa acusación marcó un punto de inflexión, porque la ciudadanía, que de una manera razonable tenía temor y tenía dudas respecto del proceso de apertura, cuando constató el nivel de politización al que se llevó esa oposición, empezó a apoyar con fuerza la reapertura de las escuelas. Lo que, desde el punto de vista pedagógico, era fundamental.
—Con respecto a los índices que mencionaba al comienzo, ¿qué señalas se toman en cuenta para reconocer la situación de la educación? Más allá de pruebas estandarizadas como las PISA, me refiero.
—Chile tiene una cultura de evaluación muy interesante, que está compuesta por una batería de instrumentos. Por un lado, hay instrumentos de evaluación docente. Todos los profesores de la educación pública se evalúan cada cuatro años, y esa evaluación está conectada con el desarrollo profesional de los profesores, de tal manera que la mejora en las remuneraciones está asociada a una buena evaluación de los docentes. Junto con la evaluación docente, tenemos también un sistema de evaluación de las escuelas, que se llama SIMCE. Son pruebas estandarizadas y censales —es decir, que se toman a todas las escuelas al mismo tiempo— con alumnos de 10, 14, 16 años. A eso se agrega una clasificación de las escuelas, más otros indicadores de calidad controlados por niveles socioeconómicos de los alumnos, que permite ordenar a las escuelas de acuerdo a sus resultados y focalizar el apoyo del Estado en aquellas que tienen mayores necesidades.
—Pregunta.
—La buena noticia es que Chile ha tenido una mejora sistemática en sus resultados de aprendizaje y que las brechas de aprendizaje, si bien existen, se fueron achicando. La mala noticia es que estas mismas pruebas nos muestran, por ejemplo —y esto antes de la pandemia, porque la pandemia lamentablemente suspendió el proceso de evaluación—, que el 60% de los niños de cuarto básico no alcanzan un nivel adecuado de comprensión lectora. Eso, obviamente, es una cuestión muy preocupante, porque es muy seguro que ese número como consecuencia de la pandemia haya aumentado.
—En Chile y la Argentina históricamente se miraba a la educación como un factor de promoción social. ¿Cómo es la relación de la sociedad con la educación hoy en día?
—En Chile, a diferencia de lo que he podido percibir aquí en Argentina, el debate educacional ha estado siempre muy presente en la opinión pública. Las propuestas de educación a nacionales son escuchadas por la ciudadanía. En los programas de gobierno, educación siempre tiene un eje relevante y por lo tanto se genera una discusión muy viva. Creo que la pandemia lamentablemente afectó la percepción y hemos visto en los últimos años una distancia entre la escuela y la familia. Hemos visto cómo aumentan los índices de deserción y la inasistencia crónica. En parte, eso se debe a que las familias han perdido la relación de valor que le asignan a la educación. Es fundamental recuperar ese objetivo que se ha ido perdiendo.
—En la Argentina, Sarmiento decía que había que “educar al soberano”. En Chile hubo un presidente que tenía como lema “gobernar es educar”. ¿Hoy en día —más allá de quien ocupe el cargo—el ejecutivo prioriza la educación?
—Sí, uno puede decir con orgullo que, más allá del signo político, la educación forma parte de un eje prioritario de las acciones del ejecutivo. Por diversas razones: algunas más ideológicas, otras más concretas. En los últimos quince años, el sistema educativo estuvo presente con mucha fuerza en la acción de los distintos gobernantes y eso se transmite también a la ciudadanía. Genera una simbiosis muy positiva. La duda que queda es cuánto de ese esfuerzo se dirige a cambios estructurales que tienen menos impacto en la calidad y cuánto de esos esfuerzos apuntan directamente a la sala de clases y a mejorar los aprendizajes. Hoy día es el debate que tenemos instalado.
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