Con el convencimiento de que la educación y el diálogo son un camino a recorrer, la Fundación Varkey en colaboración con la UNESCO y la experiencia educativa Ticmas iniciaron esta semana “Es por acá”, un nuevo ciclo de encuentros públicos con referentes educativos en donde generar un espacio de reflexión y debate para analizar los desafíos de construir un futuro mejor. La casa museo Villa Ocampo será el escenario por donde pasarán distintas personalidades de Argentina y el mundo con la intención de compartir sus ideas y plantear soluciones a los conflictos más urgentes y más profundos de la enseñanza y el aprendizaje.
La primera invitada del ciclo fue la reconocida educadora Paola Delbosco. Con más de cuarenta años de experiencia docente, doctora en Filosofía y presidenta de la Academia Nacional de Educación, es una figura ineludible en la gestión educativa. En una entrevista a cargo de Patricio Zunini, Delbosco habló de las diversas temáticas relacionadas con la educación, la tarea docente, la inclusión, la tecnología en el aula, el futuro de la universidad. “En el aula se aprende una materia pero también se aprende un modo de adultez”, dijo, “y yo quiero que vean que soy una persona adulta interesada en su crecimiento”.
Publicamos aquí la transcripción de la entrevista.
—¿Cómo caracterizaría la situación de la educación en la Argentina?
—Voy a empezar por lo más cercano, que es el efecto de la pandemia y los dos años de discontinuidad de clases. La educación es el órgano por el cual crece una comunidad y, sobre todo, por el cual se hace justicia, porque con la educación se achican las diferencias. Y durante la pandemia se agudizaron. Me alegra que se haya vuelto a la presencialidad, hay mucho de la educación que pasa por el encuentro entre personas. Yendo a las estadísticas y siendo obligatorio el secundario en la Argentina, lo completa menos del 50%. Y sabemos por Argentinos por la Educación que sólo un 16% lo hace en el tiempo previsto.
—Un ministro del Uruguay, que vive una situación similar a la de la Argentina, decía que, como la educación es obligatoria, esos números plantean a los dos países como infractores de la ley.
—Y a eso hay que añadir que en algunos lugares ni siquiera hay una estructura física para el secundario. No van los chicos, pero, si fueran, tampoco habría edificios. Lo que vagamente me consuela es que la fuente de conocimientos hoy día está esparcida; no está solo en la escuela. Aunque es verdad que la escuela da una estructura al conocimiento y entrena habilidades, lo que no sucede con las pantallas o la televisión. La situación es grave. ¿Qué alimenta la esperanza? Que se está moviendo mucha gente. Organizaciones no gubernamentales, fundaciones, padres. Me preocupa que se extienda el homeschooling, porque, si bien es un derecho, me hace pensar que algo de lo que se ofrece no está funcionando tan bien como para que un número creciente de padres crea que es mejor educar a sus hijos por fuera del sistema.
La educación es el órgano por el cual crece una comunidad y, sobre todo, por el cual se hace justicia, porque con la educación se achican las diferencias.
—¿El homeschooling es una señal de las falencias del sistema educativo?
—Todo sistema educativo tiene falencias. Pero acá lo cito a Juan Llach, que fue ministro de Educación. Él decía que muchas veces, aún donde había condiciones muy negativas, aparecía un resultado positivo. Lo llamaba “El misterio del aula”: hay un hecho imprevisto que sucede en el aula con la presencia del docente y sus alumnos, que moviliza algo profundamente humano y bueno. Me encanta una expresión de Hans Jonas, que en su libro El principio de la esperanza habla de una “responsabilidad no recíproca”, que tiene la persona adulta hacia el que está creciendo. Hay un único caso en la naturaleza en donde se presenta esta situación y es en la paternidad —y la maternidad—. Y yo añado: la docencia. Yo siento que debo enseñarte lo que hace falta para que puedas tener una buena vida.
—Hace cuarenta años, un presidente dijo: “Con la democracia se come, se cura y se educa”. ¿La educación en la Argentina es una deuda de la democracia?
—Si lo presentás así, sí. Si quedan excluidos, es una deuda. Hay muchos lugares donde la escuela no llega. Lo emocionante es que hay mucha gente que se está moviendo. Estuve en Catamarca, donde estaban esperando instalar fibra óptica para llegar a chicos que estaban al otro lado de una pequeña cadena de montañas no muy altas, pero que los separaban de los centros urbanos. Vi también un centro de estudios donde se reunían artesanos y artesanas, y no sólo hacían de sus artesanías algo de mejor calidad, sino que además los ayudaban a completar los estudios primarios y secundarios. Entonces: sí, es una deuda y muchos la toman tan enserio que están haciendo algo para que la gente pueda acercarse a la educación.
—¿Es muy notable la distancia entre la educación privada y la educación pública?
—Lamentablemente, sí. Y lo digo siendo hija de un sistema educativo estatal. Yo estudié la totalidad de mis años en la escuela estatal, que era lo lógico en Italia. Cuando vine a la Argentina me sorprendí mucho —y diría que me escandalizó— pensar que la segmentación social se hacía desde el Jardín. Me pareció horroroso. Después fui entendiendo que, al descuidarse tanto la educación pública, muchos padres se inclinaban por el colegio privado que podían pagar. Porque ahí también está el otro tema: elijo lo que está a la altura de mi bolsillo. ¿Qué deseo? Que mejore la educación pública, porque si el sistema educativo es el órgano por el que crece una sociedad, ese órgano tiene que permitir el crecimiento de toda la sociedad. Lo cito de nuevo a Juan Llach: en su proyecto, el desafío de la inclusión a través de la educación significaba que las mejores escuelas estuvieran en los lugares menos favorecidos. Yo sigo creyendo en eso. No tengo armas para hacerlo, pero sí para difundirlo: hace falta robustecer las escuelas de los lugares menos favorecidos, porque si no, no habrá justicia social.
No tengo armas para hacerlo, pero sí para difundirlo: hace falta robustecer las escuelas de los lugares menos favorecidos, porque si no, no habrá justicia social
—Históricamente las crisis económicas también irrumpieron en el aula. En momentos de crisis aparecen frases como: “Para qué estudio si no voy a conseguir trabajo” o “Para qué estudio si me voy a ir del país”. ¿Cómo se hace para no caer en el pesimismo? O mejor: para mantener la esperanza.
—Hoy mis estudiantes son universitarios de los últimos años y de posgrado. Todos apuntan a ser profesionales y con ellos veo algo que es parte de mi respuesta. Para un chico de hoy, el mundo es mucho más grande que el de sus padres. Si se van a vivir afuera no lo sienten como una traición. Yo creo que, cambiando un poco los parámetros, el mundo está a sus pies. Si me dicen que se van a Australia, a Inglaterra o México, yo no me escandalizo. Pero sí puedo retrucar diciéndoles qué le falta a este país para que se queden. Y una vez que me lo dicen, les puedo preguntar qué podrían hacer para que eso esté en el país. Quizá no ha crecido la responsabilidad por el pedacito en donde te tocó vivir y crecer. Entonces, hacé tu experiencia afuera y después volvé. No nos asustemos si se quieren ir. Pero tratemos de reconocer qué hay que cambiar: ese es un buen camino para arraigarlos. Si la crisis económica los lleva a decir que no van a tener futuro, hay que devolverles la pelota diciéndoles: “Hace el futuro, hacelo”.
—En los últimos años tuvimos pandemia, clases virtuales, debates por los contenidos prioritarios, regreso a la presencialidad, foco en los vínculos afectivos y ahora la inteligencia artificial. ¿El trabajo docente se está haciendo inestable?
—A mí no me asusta la inteligencia artificial. No le va a quitar el trabajo a los docentes. Hay que ver cómo incorporarla. En la medida en que los conocimientos aumentan, hay que hacer movimientos para establecer qué se enseña. Porque si enseño todos los detalles como antes, no me alcanzan los años. Hay que elegir cuáles son los contenidos más importantes, más prioritarios. Hay que ver cómo se encara, también. Por ejemplo, el aprendizaje por proyectos tiene la ventaja de que lo teórico tiene aplicación y eso fija los conocimientos de una manera extraordinaria. Tendría que haber una instancia teórica y después una aplicación. Yo creo que es algo que se podría hacer en casi todas las materias.
—En una entrevista de Claudia Peiró, mencionaba el concepto de “maternidad” en la educación. En un punto me hace pensar en el texto “Maestras, no tías”, de Paulo Freire —que en la Argentina sería “Maestras, no segundas madres”—, con el que buscaba validar el reclamo de los derechos laborales. ¿Qué significa esa idea de “maternidad”? Y, por otro lado, si los docentes se ocupan de la enseñanza, la alimentación, el cuidado de sus estudiantes, ¿no les estamos pidiendo mucho?
—Seguro. Y que la profesión docente no goce del prestigio del que tendría que gozar te habla de una insuficiente compensación económica. Es feo que el valor de algo se mida, pero sí, claro, también se mide por eso. Si una maestra no puede comprarse libros, no puede hacer un curso, si su vida es llenarse de horas de clase para poder sobrevivir, está funcionando mal. El prestigio de la profesión docente quizá se refuerce con una compensación económica adecuada, que les permita pensar bien de ellos mismos y eso lleve consigo que la sociedad los considere distinto. Entiendo lo que puede decir Freire con “Maestras, no tías”. La maternidad —y paternidad— significa el deseo de que el otro crezca, ponerme al servicio de ese crecimiento. Pero si la maternidad significa justificar y ablandar, no puede haber crecimiento. El crecimiento significa robustecer al que tenés enfrente y también poner una exigencia. Si sos un profesional, hacés crecer. El exceso de maternización en la relación con el alumno no lo hace crecer, como no lo hacen crecer los padres y, sobre todo, las madres sobreprotectoras.
El exceso de maternización en la relación con el alumno no lo hace crecer, como no lo hacen crecer los padres y, sobre todo, las madres sobreprotectoras.
—Quería preguntarle sobre la situación universitaria. Vuelvo a la entrevista de Claudia Peiró, en donde usted hablaba de la mala preparación de los que llegan a la universidad.
—Esto me lo dijeron tanto profesores de la UBA como de universidades privadas, que generalmente son elegidas por gente que a su vez viene de colegios privados. Decían que habían tenido que poner cursos de nivelación de lectoescritura para gente que empezaba Medicina. Eso sería una prueba de que algo no está funcionando en el sistema educativo y, por lo tanto, necesita ser modificado. Es una situación que no puede mantenerse. Quizá alguien dirá que el ingreso a la universidad ahora es más masivo y es verdad. En una reunión de mujeres nos hicieron levantar la mano a quienes teníamos más estudios que nuestras madres y éramos la mayoría. Como hay más gente que estudia en la universidad, ya no acceden solo los mejores alumnos del secundario. Puede ser, pero hay que compensarlo porque, si no, se reduce la preparación que da la universidad y eso también se va a repetir en el ejercicio de la profesión.
—¿Cómo se puede hacer?
—Hay profesores que se ocupan de nivelar o de detectar a los que tienen alguna falencia y tratan de resolverla. Yo no sé si se puede estructurar en forma estable. Preferiría que el esfuerzo se hiciera antes. El secundario tendría que dar la posibilidad de acceder con una preparación lógica a los estudios superiores.
—Si tomamos los extremos del mundo universitario, tenemos la esfera académica y la esfera laboral. Y hoy el mundo laboral empezó a tomar cierta distancia. Se reemplaza las carreras largas por cursos más breves con una salida laboral más rápida. ¿Son opciones que van en paralelo, compiten, uno va a terminar por dejar de lado a la otra?
—No lo sé, no tengo una esfera de cristal. Pero sí sé que se está apuntando a carreras más cortas porque hay mucho abandono. Mucha gente ingresa y pocos egresan. Si certificar lo que estudiaste hasta el momento te ubica laboralmente mejor me parece bárbaro. No me parece que eso arruine la idea de la universidad. Puede haber trabajos que no necesiten el estudio universitario, sino una preparación coherente que dure menos, como en una tecnicatura. Es más grave la frustración del quien empieza una carrera, no la termina, y eso no significa ninguna diferencia con directamente no haberla hecho. En cambio, si eso significa un certificado, me parece bien. Habría que verlo. En Italia y otros países europeos se ha hecho una primera parte de tres años y otra de especialización. Un curso de cinco años se divide en dos y tiene dos títulos, pero ya a partir del tercer año sos un universitario recibido. También podría funcionar un tipo de preparación por fuera de eso. Hay mucha gente que no ha hecho estudios y aprendió por otro lado. Por qué frenarlos. Hay gente que sabe por haber aprendido por otros caminos. En eso no tenemos que ser supersticiosos.
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