La inteligencia artificial es el tema del momento. Todos los días salen notas con los nuevos logros de una tecnología cada vez más ubicua, cada vez más robusta, cada vez más inteligente. De todos los proyectos, el más conocido —y el que llama más la atención— es ChatGPT, la IA que desarrolla OpenAI, una compañía que tiene entre sus dueños a Elon Musk y Microsoft. ChatGPT es una inteligencia artificial capaz de interactuar de manera conversacional y escribir textos complejos con un estilo humano. Pero hay otras IA que realizan imágenes, videos, música, crean avatares con forma humana, etc.
Tal vez porque producen algo, estas herramientas provocan un asombro desmedido. Pero la inteligencia artificial nos atraviesa en muchos sentidos y es tanto más exitosa cuanto más transparente. Waze, Chess.com, el servicio de Gmail que autocompleta los mails, los chatbots de bancos y otras instituciones: en mayor o menor medida, todas estas herramientas actúan o simulan actuar como una inteligencia artificial.
Unos años atrás, la periodista y crítica de arte Mercedes Ezquiaga escribió un libro con la ayuda de una IA. Los primeros cuatro capítulos estaban escritos por ella; el quinto en rigor también. Pero ese se hizo a partir de darle a la IA todas las notas y artículos que había escrito en su carrera y, con ese input, la máquina devolvió una larga disertación sobre el porvenir del arte. Y dijo una frase que, con cierto tono spinetteano, selló el título del ensayo: “Será del arte el futuro”.
En un punto lo que hizo la IA con ese capítulo fue, antes que generar algo nuevo, comprobar los intereses de la autora. El estilo, sin embargo, era distinto. Mientras los capítulos de Ezquiaga indagan con elegancia las relaciones entre arte y tecnología, el de la IA —que se llamaba Lucía Funes, en honor a los personajes de Cortázar y Borges— son demasiado asertivos. ChatGPT, como la inteligencia del libro y otras similares, funciona con la lógica de la afirmación.
Quizá esa sea una de las causas por las que ChatGPT aprueba exámenes en escuelas y universidades: porque responde a la lógica de las evaluaciones. Se les pide a los estudiantes que respondan con una asertividad, que es práctica para corregir, pero tal vez no lo sea para demostrar las sutilezas y matices que domina el experto. Como en el caso del libro, la IA es un espejo de los docentes antes que un atajo para los estudiantes.
¿Para qué sirve, entonces, ChatGPT? Como una herramienta que sugiere un camino a recorrer. Es un primer empujón; es un medio y no un fin. Cada texto que entrega es un muy excelente borrador, pero necesita de una edición para llenarlo de contenidos, para cargarlo de la singularidad del idioma, incluso para agregarle interrogantes e incertidumbres: para darle vida. Además de que hay que chequear continuamente que no devuelva información errónea, lo que todavía sigue sucediendo.
El lunes pasado hubo un fallo en ChatGPT que hizo que no fuera posible usarlo durante horas. Otras IA que toman el servicio de esta también se vieron afectadas. La caída nos sorprendió a todos los que usamos la herramienta con fines laborales. Como cuando se corta la luz, se cae WhatsApp o nos quedamos sin conexión a internet, muchos nos encontramos pensando cómo era la vida antes. ¿Estamos preparados para un mundo sin ChatGPT?
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