Se llama Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, pero en todo el mundo se lo conoce como el Tec. Este año, el Tec cumple 80: se fundó el 6 de septiembre de 1943. No es, por supuesto, una de las universidades más antiguas de Latinoamérica, pero sí la única que aparece en el ranking con el mayor número de egresados multimillonarios. Y una de las razones que permite explicar ese fenómeno es el compromiso que el Tec mantiene con la innovación. Fue la primera universidad que lanzó la carrera de Computación en México; fue la primera universidad que instaló una conexión de internet en América Latina a comienzos de los años 90, cuando la red todavía un territorio inexplorado.
“¿Con qué propósito pusimos internet?”, dice ahora Joaquín Guerra, vicerrector de Innovación Educativa, en diálogo con Infobae, “Con el propósito de ver cómo aprovecharla en la educación”. Para Guerra, la clave está en que el Tec consiguió construir una cultura que invita a que los docentes y los estudiantes se atrevan a experimentar, a equivocarse, a buscar cómo fortalecer la educación.
—¿Cómo entiende el Tec el término innovación educativa?
—Normalmente, cuando comentamos este tema, yo hago mucho énfasis en que no hablamos únicamente del uso de la tecnología. La innovación educativa también tiene que ver con la innovación en modelos educativos y modelos de aprendizaje, tiene que ver con apoyar la función de los profesores, con innovar, cambiar, mejorar los espacios educativos. Hablamos de un sistema de elementos que conforman el proceso de enseñanza-aprendizaje. Y yo resalto que se habla de innovación cuando se puede medir el impacto, la mejora, el cambio y, sobre todo, si somos capaces de escalarlo.
—Hace unos días, Berta Saldívar explicaba las etapas del proceso de implementación (análisis, evaluación, prueba piloto e implementación) del Tec. ¿Podemos hablar de los extremos: el input y el output? ¿Qué pautas tienen para implementar un desarrollo tecnológico?
—Primero, nos dimos cuenta de la necesidad de definir claramente los pasos y los responsables, para no duplicar esfuerzos ni hacer cosas distintas. En una primera instancia tenemos al Instituto para el Futuro de la Educación (IFE) con su observatorio de tendencias educativas, con sus investigaciones sobre lo que está pasando en el mundo. Cuando vemos algo que promete ser algo interesante, le pedimos al IFE más información y pasamos a un área de experimentación y evaluación, para entender esa tecnología o esa pedagogía, y ver cómo la podemos aprovechar. Tenemos un equipo cuya función es investigar, experimentar, probar las tecnologías para detectar cuáles pueden ser utilizadas en el proceso de enseñanza aprendizaje. Tenemos otro grupo de personas, que son arquitectos pedagógicos y diseñadores instruccionales, que están viendo cómo incorporar estas herramientas al diseño de los cursos, de las materias, apoyar a los profesores.
Estamos educando a una generación Z, que tiene Google desde que nació. Si te sientas con ellos a platicarles y darles una clase tradicional los pierdes
—¿Cómo se lo dan a conocer a los profesores?
—Ese es el detalle final: cómo le hacemos para asegurar que llegue al salón de clases, que llegue al alumno y al profesor y genere impacto. Ese proceso puede tener dos caminos. En uno, que le llamamos top-down, identificamos la tendencia, se analiza, se va desdoblando y se transmite a la institución, a los profesores, a los alumnos. El otro proceso es bottom-up: puede ser que un profesor o un grupo de profesores hayan hecho una innovación en su curso y que ellos nos las compartan para que hagamos la investigación, el análisis, etc., y lo empecemos a expandir a toda la institución.
—¿Qué tipo de innovaciones persiguen?
—Una: el aprendizaje personalizado. Cómo podemos hacer innovación para que el aprendizaje esté más a la medida del alumno. Otro: aprendizaje activo. Cómo hacer que el profesor y el alumno lleven a cabo un aprendizaje en acción, en hands-on. Está demostrado que el ser humano aprende mejor cuando hace. Otra línea: el aprendizaje inmersivo. Cuando la persona se encuentra en un ambiente de mayor inmersión, de mayor engagement, el aprendizaje es más significativo y duradero. La realidad virtual es una forma de hacer aprendizaje inmersivo para aprender cosas que antes eran muy difíciles de hacer con, por ejemplo, Química y Anatomía. Tenemos que recordar que estamos educando a una generación Z, que tiene Google desde que nació. Si te sientas con ellos a platicarles y darles una clase tradicional los pierdes.
—¿Y con los docentes?
—La innovación es apasionante porque quita el aburrimiento. La educación es una vocación; a través de la educación podemos cambiar el mundo. Pero todos, a veces, nos aburrimos de hacer siempre lo mismo. Entonces, ¿por qué tenemos que enseñar de la misma manera? ¿No hay otra forma de hacerlo? La innovación educativa nos da la posibilidad de seguir refrescando, de seguir cambiando y haciendo más amena y entretenida la forma de educar.
Si hablamos de innovación y disrupción, tiene que haber un espacio para la flexibilidad, para salir de la caja y también para equivocarse.
—¿Cómo hacen para sostener y fomentar la cultura de la innovación en el Tec?
—El reto es encontrar el balance entre cumplir los procesos y tener la libertad para probar cosas distintas, porque, si hablamos de innovación y disrupción, tiene que haber un espacio para la flexibilidad, para salir de la caja y también para equivocarse. A veces equivocándonos encontramos la solución de algo que no nos imaginábamos. ¿Cómo hacemos para que los profesores están alineados? Yo me siento afortunado de trabajar en una institución con esta mentalidad, esta actitud. No trabajamos desde la imposición sino desde la difusión. En el Tec tenemos Centros para el Desarrollo Docente de Innovación y Educativa (CEDDIE), donde los profesores pueden ir a leer, a platicar con otros profesores; hay aulas de entrenamiento y capacitación. Nosotros buscamos que ahí se empiece a diseminar el mindset.
—¿Tienen métricas de adopción de las innovaciones?
—Según nuestros datos hay un 15-20% de los docentes que adoptan la innovación y lo nuevo. Son los early adopters. Luego hay un 50-60%, que esperan a ver cómo funcionan las cosas. Y hay otro porcentaje que, hagas lo que hagas, no van a querer cambiar. Y está bien, se respeta. Pero en los CEDDIE, insisto, se producen colisiones sobre esa mentalidad. Así se genera una cultura que empieza a subir hacia la gente. Además, por un proceso natural, por retiros, jubilaciones, cambios de trabajo, en los últimos cinco o seis años se ha renovado el 30% de nuestros profesores y cuando buscas a los nuevos profesores, buscas atraer al talento con el mismo mindset. Es un proceso muy interesante. No es perfecto, es retador, pero, como todo en la vida, si se tiene constancia, termina bien.
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