Gonzalo Baroni tiene el pelo largo, la barba prolija y una sonrisa joven: tiene 37 años. Desde hace dos años está a cargo de la Dirección Nacional de Educación del Uruguay, oficina en la que se definen las políticas educativas del país. Baroni es un animal político: habla y comprende la responsabilidad y el alcance de lo que dice. Por eso es tan interesante escucharlo.
Baroni fue uno de los invitados destacados en el 9° Congreso Internacional de Innovación Educativa del Tecnológico de Monterrey que sucedió la semana pasada y durante los tres días del encuentro visitó stands, habló con emprendedores y académicos, participó en paneles y dio entrevistas a los medios acreditados. Generoso en las respuestas, no le esquiva el cuerpo a las críticas —y hasta es el primero en señalarlas—, pero no se queda en el lamento. Es un hombre con fe en la educación y en el rol de los maestros. “Cambiando la formación docente”, dice, “cambia el país”.
—Cuando en la Argentina y Chile, para mencionar dos países de la región, se habla de modelos educativos existosos, siempre se suele mencionar a Finlandia y Uruguay. Pero ¿es posible replicar el modelo uruguayo en otro país?
—Yo no sé si lo pondría en ese nivel. Argentina y Chile y, en algún aspecto, Ecuador, tienen cosas muy buenas para replicar. Una gran virtud de Uruguay es que tiene un sistema con gratuidad bien extendida, con una cobertura muy amplia. Tenemos un sistema de escuelas rurales muy amplio. Hay centenas de escuelas rurales uniestudiantes: hay un chico en el medio del campo y ese niño está recibiendo educación. Y lo tenés con conectividad y lo tenés con una computadora. Uruguay tiene un modelo que ha sabido resistir los embates y los cambios, pero que en este momento está un poco vetusto y el que principalmente lo interpela es el propio sistema.
—¿Es por eso la reforma educativa que proponen llevar adelante en los próximos días?
—Nosotros tenemos el Plan Ceibal desde 2007, que ahora se va llama Ceibal porque se transformó en una agencia de innovación educativa, que constantemente está interpelando al sistema y encuentra carencias en la formación docente, en la gestión del sistema, en las familias. El sistema de educación uruguayo tiene dos grandes carencias. Teniendo una alta cobertura, que muchos países de la región no la tienen...
—Perdón que lo interrumpa, pero en un país con la superficie de Uruguay ¿la cobertura no es algo esperable?
—A veces, sobre todo cuando hablo a nivel de Mercosur, me dicen: “Uruguay es un tema de escala”. Yo creo que también hay un tema de voluntad política y que, en algunos países, la visión federal permite avanzar con mucha amplitud en algunos aspectos, y en otros no tanto. Hace poco hablaba con mi contraparte de Brasil, que me decía: “Ustedes son pocos”. Pero también somos pocos los que pagamos impuestos. En una ciudad de diez millones de habitantes hay diez millones de contribuyentes, y tenés mucha plata para manejar. Cuando vamos a comprar computadoras para los estudiantes —y le compramos al 100% de los estudiantes del país—, podríamos pagar muchísimo menos si en lugar de cien mil computadoras, compráramos cinco millones. Hay un trade off, un ida y vuelta. El tamaño es manejable, pero también hay que avanzar.
—Lo interrumpí cuando mencionaba las carencias del sistema de educación.
—Los dos grandes problemas son la tasa de deserción, que es muy alta en el nivel secundario, y la brecha educativa muy grande. Las pruebas Pisa no son necesariamente el mejor sistema de evaluación para las realidades de países como Argentina y Uruguay, pero nos permite compararnos con otros países del mundo. Y Pisa muestra que Uruguay los estudiantes que son altamente performáticos están por muy arriba de la media, incluso superando los resultados de los europeos, y los que están abajo están muy por debajo. Esto dice que la brecha es muy grande. Pero además, nosotros estamos midiendo sólo a los que están dentro del sistema. La tasa de deserción es muy alta: si tomamos a los estudiantes de 18 años, tenemos el 55% de la población fuera del sistema.
No alcanza con decir que la educación es obligatoria. De hecho tenemos un 55% de infractores de la ley, porque abandonaron el sistema
—Termina el secundario casi uno de cada dos. En Argentina es uno de cada cinco.
—Estamos en números malos, y en países como los nuestros deberíamos avanzar más. Uruguay se ha quedado anquilosado en las viejas prácticas de un modelo más afrancesado en el que todos aprendemos igual, de la misma forma y en todos los lugares del país. Y se ha demostrado que la contextualización es fundamental porque no todos aprenden lo mismo y a la misma velocidad, ni a todos les interesa lo mismo. No alcanza con decir que la educación es obligatoria. De hecho tenemos un 55% de infractores de la ley, porque abandonaron el sistema.
—En Uruguay, alrededor del 50% de los estudiantes universitarios elige las carreras tradicionales. ¿Interviene el Estado para que, en base a las necesidades del trabajo o del desarrollo económico, haya más estudiantes en algunas carreras que en otras?
—Por un tema filosófico, mi visión de la intervención del Estado es distinta a la que clásicamente podría pasar en otros países, que indican qué estudiar o ponen cupo. Yo creo que nosotros tenemos que basarnos en un régimen de incentivos. Hemos definido una hoja de ruta y hemos tomado muchas decisiones en ese sentido, y hay una pata clave, que es la formación docente. Uruguay tiene 19 departamentos y en todos hay al menos un centro de formación docente. Es la carrera más descentralizada del país. La docencia es de nivel terciario, pero el Ministerio de Educación y Cultura encontró un camino intermedio que, en vez de reconocer a las instituciones como universidades, reconoce a las carreras con nivel universitario. Una vez que los docentes terminan sus estudios, se presentan voluntariamente a un examen final que se da a través del Instituto Nacional de Evaluación y se los mide en determinadas áreas bien básicas: idioma español, pensamiento lógico-matemático, habilidades y competencias digitales, y educación inclusiva. Que son las áreas donde los docentes tienen mayores carencias. ¿Y dónde fallan más? En las carreras STEM [ciencia, tecnología, ingeniería y matemática; por sus siglas en inglés]. Retomando la pregunta, estamos buscando cambiar la elección de las carreras de los estudiantes mejorando la formación de los docentes.
—¿De qué manera?
—Partimos de la base de que eso sucede porque, para elegir esas carreras, se necesita la vocación, el incentivo y la influencia de los docentes. Cambiando la formación docente, cambia el país. No necesitás que el Estado te diga que tenés que estudiar Tecnologías de la Información. Lo que necesitás es un docente copado que en tercero de media te contagie las ganas de entrar a clase de Biología. Capaz después no me gusta, pero al menos voy a tener una referencia en mi componente cognitivo de que no hago áreas humanísticas porque le tengo miedo a las matemáticas y las ciencias. De hecho, en cada vez más trabajos de abogados, contadores público, notarios, las áreas asociadas a las STEM son las que terminan ganando más plata. Al final del día, no alcanza con darte información y decirte: “Acá vas a ganar más plata”, sino que hay que decirte: “Vos podés estudiar matemática, ingeniería. O arte”. Hablamos de STEM y de STEAM. Yo creo en que las posibilidades de desarrollo tienen cara de educación. También de salud y lo pongo en igual nivel, pero tengo mi sesgo: tienen cara de educación, y tienen cara de educación infantil, y tienen cara de educación infantil que transfiere a las familias y que corta el círculo de pobreza. Volvemos a lo de siempre: no le des el pescado, dale la caña de pescar.
No necesitás que el Estado te diga que tenés que estudiar Tecnologías de la Información. Lo que necesitás es un docente copado que en tercero de media te contagie las ganas de entrar a la clase de Biología
—Retomo la primera pregunta y, aún con los matices que usted decía, la educación uruguaya y, sobre todo, Ceibal es un caso insignia. ¿Por qué no sucede lo mismo en la educación universitaria?
—Esto requiere de una explicación previa. En todo el mundo OLPC [One Laptop Per Child] fracasó salvo en Uruguay, porque se hizo el modelo a la uruguaya. A los pocos años cambiamos a computadoras comerciales y pasamos de una etapa de delivery, de entrega de tecnología, a una de profundización de la infraestructura con conectividad en toda las escuelas. Y nos dimos cuenta que con eso no alcanzaba. Hasta antes de la pandemia, el uso del celular era cercano al 8%. Todos tenían su computadora, pero faltaba capacitar a los docentes. Hasta este gobierno no era obligatorio aprender habilidades y competencias de tecnología, una cosa ilógica. ¿No funciona en la educación superior? Yo ahí pongo un “sí, pero”. La generación que hoy en día está ingresando en la universidad tiene incorporadas las habilidades tecnológicas de una forma que nosotros no tuvimos. Recién llevamos quince años con Ceibal. Esperamos tener avances, pero llevan mucho tiempo los cambios en la educación.
—Estamos en el Congreso de Innovación Educativa y es notable la poca presencia de los gobiernos. ¿No nos estamos perdiendo algo?
—Nosotros vinimos al Congreso con cuatro personas del Ministerio y dos rectores universitarios. Y eso es más por un tema de vínculos con el Tec de Monterrey que por una decisión a nivel central. Yo participo en este congreso, que es el más importante de la región, y también participo en el World Education Forum de Londres. Los gobiernos van al Foro Económico Mundial, pero no van a cumbres educativas. No tengo una respuesta clara. Yo creo que hay un tema de costo de oportunidad que miden mal. La mayoría no valora el networking, las conexiones, la potencialidad que tiene intercambiar una tarjeta y tomar un café con un par. Hay una falta de humildad de la mayoría de los gobiernos, que creen que no pueden aprender nada de los demás. La visión aldeana no alcanza, tenemos que tener una visión global.
LEER MÁS