A punto de cumplir veinticinco años, el Instituto Internacional de la UNESCO para la Educación Superior en América Latina y el Caribe ayuda a construir mejores políticas en educación, tanto por parte de los gobiernos nacionales, como por parte de las universidades. Además, tiene la misión de favorecer el vínculo entre los países de la región, pero sin perder una visión global: el Instituto es la voz técnica de la UNESCO en materia de educación superior.
Su director es Francesc Pedró. La paradoja de que sea un español quien coordine los esfuerzos de Latinoamérica desaparece casi en el instante mismo en que se comienza a hablar. Su compromiso es tal que evapora las fronteras. Habla con entusiasmo y pasión de todos los tomas, pero, sobre todo de uno que podría cambiar las reglas del juego de la educación: en los próximos días, más precisamente el 23 de noviembre, entrará en vigor un convenio que fomentó el Instituto para que las universidades latinoamericanas puedan reconocer las distintas titulaciones obtenidas en cada país. La educación entraría en una nueva etapa con una red que podría tener desarrollos tan imprevisibles como ventajosos.
Pedró visitó el espacio de diálogos que la experiencia educativa Ticmas montó en la feria Virtual Educa de Medellín y habló de este ambicioso proyecto, pero también de la necesaria reconfiguración de la educación superior y los vínculos que se deben promover entre el nivel secundario y el terciario.
Una entrevista imperdible, plagada de conceptos y de un profundo análisis de las problemáticas más urgentes de la educación.
—El Instituto de la UNESCO nació en el momento en que empezaban a proliferar las universidades. Ahora hay instituciones de educación superior que se han desprendido de las universidades. ¿Cómo cambia la dinámica y cuáles son las problemáticas en torno a esto?
—El concepto de universidad apareja inextricablemente la función formativa con la función de investigación. Nuestras sociedades y economías han necesitado cada vez más y más profesionales de nivel superior cuya formación no tiene por qué darse en instituciones que dedican buena parte de sus recursos a la investigación. Al mismo tiempo, la creación de estas instituciones de educación superior ayudan a la democratización de esa educación. Generan oportunidades porque ofrecen titulaciones de menor duración con una mayor implicación en el mercado laboral, y son puertas de acceso a la educación superior que, si todo va bien, con políticas de flexibilización, le permiten a graduado continuar adelante si lo desea.
—En un esquema muy generalizador: ¿las universidades se dedican a la ciencia y los institutos de formación a la tecnología?
—Yo no lo diría tanto así. Más bien, las universidades forman profesionales que dependen intrínsecamente de la investigación y deben mantenerse constantemente al hilo de la última investigación, mientras que los institutos de formación profesional, aunque lógicamente pueden beneficiarse de la investigación, están más destinados a la implementación de aplicaciones.
—La educación en América Latina está tomando un camino que va virando hacia la formación para el trabajo. ¿Qué piensa la UNESCO de este rumbo?
—De alguna manera, es la maldición de nuestro tiempo. A la UNESCO le gusta decir que la experiencia de educación superior conlleva aparejada una serie de aprendizajes que, por qué no, deberían tener una implicación clara con el mercado laboral. Pero es tanto como decir: “¿Qué colocas por delante: la economía o la sociedad, la persona o el trabajador?”. Desde la UNESCO tenemos una concepción holística, amplia, y vemos al estudiante —sobre todo al estudiante joven— como una persona que, a través de la educación superior, va a vivir una experiencia transformadora y, en algunos casos, no necesariamente en todos, va a desarrollar unas competencias con valor de mercado. Pero no al revés.
¿Qué colocas por delante: la economía o la sociedad, la persona o el trabajador? Desde la UNESCO tenemos una concepción holística, amplia, y vemos al estudiante —sobre todo al estudiante joven— como una persona que, a través de la educación superior, va a vivir una experiencia transformadora
—Los trayectos universitarios tradicionales podían duran seis o más años. Hoy ya hay licenciaturas de cuatro años e incluso hay programas más cortos. ¿Cambia el paradigma, cambia el alcance?
—Nosotros somos partidarios de que haya una mayor flexibilización y diversificación de los programas que imparten las instituciones de educación superior. Quien se dedique a la filología grecorromana inevitablemente va a tener que dedicarse a estudiarla durante muchos años, pero quien busca dedicarse a la gestión de los negocios o a las aplicaciones informáticas tal vez con un año o nueve meses tenga suficiente. Nosotros apostamos por la convivencia entre el modelo tradicional disciplinario y el de las microcredenciales, las neocredenciales. Es decir, las universidades deben ser más relevantes porque lo que no hagan ellas, lo harán otros.
—Con esta respuesta, la pregunta que cae de maduro es la certificación de saberes. Históricamente uno debía terminar la carrera para obtener el título; hoy se habla de certificaciones intermedias.
—Exactamente y eso pasará cada vez más. Hay muchos profesionales en América Latina y en todas partes que, cuando van a buscar una formación de corta duración, no piensan tanto en tener el título, como hacía la gente de mi generación, sino que, sobre todo, buscan saber si van a conseguir la competencia que les falta para progresar en su carrera. Las universidades de América Latina viven en un entorno sobrerregulado, y esa sobrerregulación, que fue muy importante para sanear la oferta, debería abrir un poco la ventana para facilitar la innovación.
—¿UNESCO les da lineamientos a los gobiernos?
—No. La UNESCO, en primer lugar, promueve la creación de agencias de certificación y aseguramiento de calidad donde todavía no existen. En segundo lugar, promovemos el trabajo cooperativo entre las agencias, y eso es algo tremendamente importante porque vamos hacia una globalización de la educación superior. La pieza más importante que UNESCO ha puesto sobre la mesa es el “Convenio para el reconocimiento de las titulaciones universitarias”, un acuerdo que facilitará que cualquier estudiante de cualquier país de la región, al volver a casa, pueda ver reconocido automáticamente el esfuerzo realizado. Eso nos va a llevar a una progresiva convergencia de las titulaciones a escala regional. La UNESCO facilitará ese proceso.
—¿Un estudiante de la UBA podría seguir sus estudios en la Usabana o en el Tec?
—Exactamente. Y hacerlo con la certeza de que ese esfuerzo será reconocido por su institución de origen o, si completa una titulación en el extranjero, que al regreso el gobierno nacional se lo reconocerá en, como dice el convenio, “un plazo razonable”.
—La parte difícil es que las universidades se pongan de acuerdo.
—Yo creo que en la región hay un gran apetito. Si lo examinamos a escala global, es posible que América Latina tenga cierto sentimiento de dependencia con respecto a los grandes focos que son Estados Unidos, Inglaterra, Francia, España, y Portugal para Brasil. Pero, si lo miras a escala regional, las instituciones de educación superior son al mismo tiempo clientes y proveedores. Es decir: tienen el mismo interés en que sus estudiantes sean reconocidos cuando salen al exterior, que en reconocer, por un simple principio de reciprocidad, a quien viene de afuera. Estamos creando una especie de consorcio a escala global.
—El convenio entra en vigor el 23 de noviembre, ¿cómo espera que sea recibido?
—El Instituto tiene la responsabilidad de ejercer como secretariado del convenio. Vamos a generar una dinámica que puede ser enriquecedora. En nuestra página web ya hay todos los detalles con respecto a ese proceso.
—Si por un momento examinamos la escuela media, ¿qué requisitos, según la UNESCO, deberían tener los estudiantes que quieran seguir en los estudios terciaros?
—Es una pregunta capciosa, sobre todo en un momento en muchos estudiantes de la región han estado sometidos prácticamente dos años a un régimen con probables pérdidas de aprendizaje. Culpabilizar a los estudiantes por las pérdidas de aprendizaje me parece irresponsable. Si por razones obvias, la cohorte de estudiantes que te llega tiene carencias de aprendizaje, tu obligación como institución, sobre todo si eres una institución pública, es poner remedio a esas carencias. Hay estrategias de aceleración de aprendizajes, de tutorización, de acompañamiento que exigen un esfuerzo por parte de las universidades, y que dan resultado.
Culpabilizar a los estudiantes por las pérdidas de aprendizaje me parece irresponsable. Si por razones obvias, la cohorte de estudiantes que te llega tiene carencias de aprendizaje, tu obligación como institución universitaria es poner remedio a esas carencias
—Buena parte de la educación básica y media en América Latina tiene un carácter asistencialista: que el estudiante siga sin importar cómo. Pero cuando se llega a la universidad, hay una fractura y eso queda de lado. Es un choque muy grande para los estudiantes.
—Totalmente de acuerdo. En varios países se da la paradoja de que las mejores universidades son las públicas, pero, cuando miras el itinerario de sus estudiantes, proceden mayoritariamente de escuelas privadas. Eso dice mucho acerca de la necesaria transformación que debe tener la provisión pública de educación básica y secundaria. Es muy importante que las universidades no culpabilicen ni a los docentes ni a los estudiantes, sino que vean cómo pueden implicarse. Hay estrategias donde los estudiantes de los últimos años toman un curso en la universidad y esa visita les muestra el entorno en el que van a estar. Gente que tal vez nunca hubiera pensado que podía llegar a la universidad de pronto ve que está a su alcance. Del mismo modo, hay profesores universitarios que van a centros de secundaria a impartir una clase y ver el entorno en que esos estudiantes se mueven y lo importante que es el trabajo que hacen los docentes.
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