“¿Y fue por este río de sueñera y de barro / que las proas vinieron a fundarme la patria?”. Con esa pregunta comienza “Fundación mítica de Buenos Aires”, el magistral poema de Jorge Luis Borges que pinta la gesta de unos barquitos que iban a los tumbos entre los camalotes de la corriente zaina.
Una gesta que, tal como cuenta María Juliana Gandini en ¿Quiénes construyeron el Río de la Plata? Exploradores y conquistadores europeos en el lugar donde se acaba el mundo (Ed. Siglo XXI), estuvo rodeada de ambigüedades, confusiones y fantasías en torno a las riquezas del territorio. Al punto que uno se pregunta qué habría pasado sin esas promesas.
El excelente trabajo de Gandini —realmente es un gran libro— toma los textos que se escribieron a lo largo del primer siglo desde la llegada de los europeos al nuevo continente, y, muy especialmente, el juicio que el Consejo de Indias sometió a Alvar Cabeza de Vaca, segundo adelantado y gobernador del Río de la Plata.
A través de libros, memorias, actas, crónicas, poesías, mapas y demás documentos, Gandini muestra cómo se conformó el imaginario de los conquistadores, motivados por el oro y la plata que todos mencionaban pero nadie encontraba. Una ambición de fortuna tan grande que el Río de Solís, como fue llamado inicialmente en honor a quien su “descubridor” —el que, como decía el poema de Borges, ayunó mientras los indios comían: lo comían—, trocó prontamente por el nombre oficial que permanece hasta nuestros días.
“La primera representación europea construida sobre los territorios que luego constituirían parte del Río de la Plata”, escribe Gandini, “se estructuró en torno a sus paradójicas peculiaridades geográficas —un mar dulce, un río sin orillas— pero, sobre todo, a la atribuida violencia extrema de sus nativos, capaces supuestamente de las prácticas caníbales más horrendas y espectaculares”.
El libro da una serie de precisiones que hace a la historia de América del Sur, y que permiten entender la configuración política de la región, la supremacía de Asunción ante los otros fuertes que se levantaron —en especial el escuálido e indolente de Buenos Aires—, la idea de que la desembocadura del Plata era una parte más del Paraná, la justificación —aunque no unánime— ante el abuso hacia los habitantes originarios por su condición de salvajes, la codicia desmedida por el oro y la plata que aceptaba historias fantasiosas como la existencia de tribus de amazonas en el Chaco o negros ricos en la jungla brasileña. También la importancia de los procesos judiciales durante la Conquista y la forma —sutil, pero sostenida— en que las Indias modificaron la cosmovisión europea.
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