(Enviado especial)
Rosamira Guillén se sienta en el espacio de Ticmas con la sonrisa de la tarea cumplida. Acaba de dar una conferencia fabulosa en el Congreso Tesol de Colombia. Ella era una de las figuras más convocantes de la jornada —y de todo el congreso—. Dio su charla en el auditorio principal de la Universidad de la Sabana, que está preparado para recibir más de 600 personas. Detrás de ella, una pantalla de seis metros mostraba las fotos que fue tomando a lo largo del tiempo en su trabajo de campo.
Guillén es arquitecta y ganó notoriedad por su activismo ambientalista, por el que fue reconocida en 2017 con el premio de la National Geographic Society. Tiene un traje azul y una camisa floreada; el pelo prolijo, unos aros finos, los labios pintados. Pero dice que prefiere la ropa de expedición: “Ayer tenía puesto el pantalón caqui, la gorra, las botas, el termo, el morral; sin duda, estaba más cómoda”.
Es la directora ejecutiva de la Fundación Proyecto Tití, que se dedica a la preservación del mono tití cabeciblanco, que vive en los montes del norte de Colombia. El tití cabeciblanco es un monito muy simpático que tiene el tamaño de una ardilla y una cresta despeinada y blanca —”como un rockero”, dice—. Mayormente se alimentan de insectos y frutas, lo que lo convierte en un importante difusor de semillas a través de las heces. Tiene buena relación con los humanos, pero eso, paradójicamente, lo pone en peligro: el tití cableciblanco está en riesgo crítico de extinción por los efectos del cambio climático y el tráfico ilegal.
—¿Cómo se educa en los valores de la ecología?
—Lo que hemos aprendido es que hay que usar un discurso relevante para las diferentes audiencias: qué le interesa a cada persona y por qué se vincularía con esta causa. Los niños quieren divertirse y aprender y pasarla bien, y con ellos hacemos juegos y se les habla directo al corazón y al orgullo de que esta sea una especie única de Colombia. Y como el mono tití vive en familia y tiene hábitos como los nuestros, se lo puede relacionar con conceptos del tipo: “Imagínate que no estuvieras con tu familia y te llevaran de mascota a otro lado”. De acuerdo con las evaluaciones que hacemos, ese tipo de mensaje es efectivo con los niños. En cuanto a los campesinos, lo que ellos necesitan resolver es el tema socioeconómico. Ahí tratamos de acordar un arreglo que beneficie a unos y otros: trabajamos juntos en proteger los bosques porque eso mejora la producción de la tierra. Hay que trabajar la escala para conseguir un efecto a largo plazo. Esa es nuestra teoría del cambio por lo que estamos trabajando y esperamos pues.
—¿Cómo son las estrategias en el aula?
—Vamos con títeres, hacemos juegos, contamos historias. Se busca el vínculo afectivo. A los niños más grandes los llevamos a visitar el campo para que vean a los monos tití y entiendan cómo es el ambiente, y lo horrible que es traerlos a la casa. Uno de los principales objetivos es desmotivar el tráfico.
—Lo que, además, está penado.
—Está penado, pero Colombia es un país con muchos retos y hay otros que están por encima de este. Entonces motivamos a que los chicos, después de esa conexión afectiva, hagan algo. “¿Qué puedo hacer?” Puedes pintar un mural y contarle a tu familia qué aprendiste, puedes sembrar árboles, puedes ser voluntario del proyecto, puedes estudiar una carrera similar y hacerte cargo de tu propio proyecto. Esta es la experiencia que les llevamos a los chicos. Siempre hay algunos más motivados que otros, pero queremos que todos tengan el conocimiento y, por el cambio de actitud y comportamiento, sabemos que vamos a lograrlo en aquellos que tengan la motivación para salir adelante.
—¿Cuáles son los criterios de éxito con respecto a estas estrategias?
—Los medimos con diferentes indicadores. En los programas básicos, medimos el aumento de conocimiento pre y post. Por ejemplo: antes no sabía que el tití era colombiano, ahora sí. También hay experiencias anecdóticas. Ahora mismo, cuatro chicos que hicieron los programas están trabajando temporalmente en el proyecto, con lo que tenemos la oportunidad de mostrarles cómo se trabaja en una ONG. Y hay otros indicadores accesorios o complementarios, como el aumento o la disminución de los titíes decomisados y el número de titíes silvestres.
—¿Cómo es la articulación entre la Fundación y el gobierno?
—El gobierno nos provee la licencia y los permisos para hacer el trabajo en las áreas de bosque. Tenemos una relación institucional muy cordial y positiva. Financiación: no mucho. El programa se financia con fuentes internacionales, aliados, amigos y benefactores que se motivan con la causa y nos ayudan. Pero tenemos una relación muy cordial con el gobierno, y estamos aportando a nuestro país, que es lo que queremos.
—¿Cómo es la relación con otras fundaciones?
—Con muchas tenemos trabajo de aliados, con otras tenemos relación de financiación, y con otras hacemos relaciones públicas y participación en eventos. Yo creo un 200% en las alianzas. Siempre hay que hacer alianzas en las que las dos partes ganen tanto en su discurso como en su objetivo.
—¿Cómo caracterizarías la conciencia de Colombia con respecto a la naturaleza?
—Nuestro país ha tenido unos retos increíbles en la última década con la situación sociopolítica, con la violencia y otras cosas que se consideran mucho más importantes, y, entonces, desafortunadamente, se subestima la importancia de proteger el ambiente. Hay un discurso apropiado, pero no llega a los hechos. Pienso que las organizaciones como la nuestra, así sean en escalas limitadas de acción, crean la plataforma y la infraestructura para que crezca a futuro. Y como el trabajo con especies como la del mono tití cabeciblanco ha sido muy efectivo —porque son especies carismáticas, endémicas, colombianas—, nos ha permitido llevar un mensaje y crear un modelo fácilmente replicable a otras especies. Pero nos falta mucho recorrido. Y pienso que el tema clave es la educación a temprana edad: hay que crear la conciencia y confiar en que eso va a marcar nuestras vidas en adelante.
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