La oficina de María Belén Mendé, rectora de la Universidad Siglo 21, funciona como un panóptico del campus que la institución tiene en Córdoba. Desde el ventanal se observa una muchedumbre que va y viene durante el 5° Congreso Internacional Innova Educa 21 que se llevó adelante entre jueves y viernes. Allí Funcionarios, especialistas y referentes educativos disertaron sobre cómo debe ser la experiencia del estudiante en un contexto de cambio permanente.
Mendé conduce la universidad privada más grande de Argentina y la octava de Latinoamérica. La Siglo 21 tiene una fuerte tradición en la educación en línea, que se vio potenciada con la pandemia. El 70% por ciento de sus estudiantes cursa de forma virtual, pero también sus establecimientos reciben 8 mil alumnos que se forman a través de la práctica en un edificio destinado exclusivamente a ello, con laboratorios, talleres y simuladores.
“El sistema universitario está obligado a cambiar para no volver al mismo modelo de antes de la pandemia”, remarcó Mendé en una entrevista con Infobae. “Y eso ya empezó. El tema es la velocidad que se le impregne a ese cambio. Dudo que los movimientos estén sintonizados con la necesidad del afuera. Lo peor que puede pasar es volver a lo mismo de antes la pandemia. De eso depende el liderazgo de las instituciones”.
-Ustedes hace años que tienen desarrollo en educación en línea. ¿Cuánto más sencillo les resultó sortear la pandemia y cuánto debieron sofisticar la experiencia?
-Cuando vos estás en un lugar donde sucede un tsunami, podés estar en la playa o en un octavo piso, pero te va a impactar. Nosotros estábamos en un octavo piso, pero hubo un cimbronazo grande, sobre todo en el plano personal: la soledad que trajo la pandemia, la depresión, la sensación de no poder. La pandemia hizo pensar que la educación mediada por tecnología es un Zoom, que es replicar la misma experiencia, pero la virtualidad implica miles de detalles de diseño, de inversión tecnológica, de recorridos posibles.
Nosotros hacemos educación mediada por tecnología hace muchos años, somos unos de los pioneros del país, pero la pandemia vino a fidelizar mucho esa opción pedagógica. Hoy se requiere otra flexibilidad con experiencias poderosas cuando estás presencial. En estos dos años pudimos ayudar a otras instituciones a hacer la transformación.
-¿Qué tipo de estudiantes volvieron después de la pandemia? ¿Tuvieron que hacer ajustes?
-El estudiante que volvió de la pandemia es uno sin hábitos. Hubo que volver a acompañarlos a crear hábitos. Nuestro sistema educativo está urgido por un cambio radical. Estamos frente a una catástrofe educativa en la Argentina, desde el jardín hasta la universidad. Por lo tanto, es obvio que desde el secundario llegan sin algunos elementos para atravesar la universidad. La base de la lógica matemática, de la comprensión de textos y hábitos de estudio están muy deteriorados.
-Hoy se habla de habilidades del siglo XXI, pero esas son del siglo XVII y no se están logrando…
-Es así lamentablemente. Pero también es cierto que la usabilidad de la tecnología, la forma en la que se relacionan con los espacios... donde allí uno se puede apalancar y recuperar esas competencias. Se necesita un esfuerzo muy grande para reparar eso y en trabajar con la gran diversidad de alumnos que recibimos. Tenemos alumnos ABC1 y alumnos que hacen un esfuerzo grande por pagar su cuota mes a mes. Intentamos nivelar conocimientos en el primer año. La tecnología es una aliada fundamental para nosotros en ese sentido.
-¿Van tomando la huella que deja el estudiante en la plataforma?
-Exactamente. Y al sistema universitario le cuesta mucho entender eso. La huella que dejan los estudiantes te permite una trazabilidad uno a uno. Si tenés un equipo docente que entienda la información, se logran cosas muy relevantes.
-¿Personalizar la experiencia sigue siendo la gran utopía educativa? ¿Cuán posible es lograrlo con la tecnología?
-Hay un mito muy fuerte de que mientras más individualizada sea la educación más profunda es. Esos modelos dan resultado en ciertos espacios, pero en la educación formal son modelos viejos. Nosotros en la masividad logramos personalizar. El alumno no solamente puede transitar su plan de estudios, sino que puede darle su matiz. Seguir sus intereses, con cursos paralelos, y sumar créditos para terminar la carrera.
-Hoy compiten con muchas instituciones de educación no formal que brindan cursos cortos de programación, de ciencia de datos que ofrecen rápida salida laboral. ¿Cómo hacen desde la universidad, que suelen ser estructuras rígidas, con mayor burocracia, para competir?
-La educación formal requiere de buenas legislaciones que hagan que la universidad esté a tono con el mundo. Las universidades no diferimos mucho en nuestros planes de estudios, pero sí en cómo ponemos el acento en la formación. Nosotros elegimos hace siete años trabajar con el modelo de aprendizaje por competencias. Todos los años nos reunimos con el sector productivo y social y les preguntamos qué competencias necesitan de un diseñador de indumentaria, qué necesitan de un ingeniero. Y bajamos las competencias a los programas, con actualizaciones cada año.
-Hoy muchos dicen que el titulo universitario no alcanza.
-Estoy de acuerdo en eso. La universidad no alcanza, pero también creo que es muy necesaria. Te da una plataforma de sistematización, de comprensión de los fenómenos, de incorporar pensamientos lógicos y escenarios que no te la da una formación más corta. Después sí es necesario complementar, pero ya me parece hasta viejo hablar de aprendizaje para toda la vida. Aprender es un estilo de vida.
-¿Cómo sería eso?
-Me refiero a la autogestión. Nosotros aprendemos todo el tiempo con el celular, por ejemplo. Hay un estigma que marca que en las universidades privadas a los alumnos se les resuelve todo, que no tienen que pasar por la tenacidad de transformarse en personas que superen escollos. Nosotros no creemos en eso. Trabajamos especialmente en la autogestión, para que una vez que se encuentren con dificultades en la vida profesional lo puedan sortear por sus propios medios.
-¿Todavía notan cierta desconfianza por ser una universidad que es mayormente virtual?
-Nosotros fuimos creciendo como una universidad virtual, con todo lo que eso implicaba en la Argentina: cuestionamientos de la calidad, no validación de la modalidad. Pero nosotros no somos una universidad virtual. El alumno puede venir todos los días al campus, puede venir algunos días, puede ir a su sede en los 320 lugares del país o puede cursar totalmente virtual y venir solo para rendir. El alumno ha cambiado y no te podés estancar en una modalidad.
-Hace dos años implementan un modelo que se llama “educación positiva”. ¿De qué se trata?
-Nuestro modelo base es de aprendizaje por competencias, que busca poner al alumno en acción. Eso no es una enunciación. Es una forma de vivir el aula. Los profesores se forman bajo esa premisa. Todo eso tenía una coherencia total con los sistemas de bienestar, que retoman algunos principios del humanismo y nosotros lo vinculamos con la tecnología: la persona como el centro de la escena y la tecnología como el gran amplificador. La educación positiva habla de enseñarle a las personas a habitar emociones positivas, generar relaciones, poder tener retos, tener zanahorias cortas en el proceso, fortalecer la autoestima, sentir bienestar físico que es indispensable para poder aprender. Lo interesante es que todo es medible. No se puede gestionar más sin evidencia.
Lo que dejó el Congreso
Bajo la premisa “Estudiantes como centro, experiencias como medio”, el Congreso giró en torno a cuatro ejes principales: Ecosistemas y Economía del Conocimiento, Motivación y Aprendizaje, Estudiantes y sus identidades y La Educación total.
En diálogo con Infobae, Laura Rosso, secretaria general académica, destacó la importancia de diseñar experiencias de estudiantes a partir de tres puntos esenciales: hacerlo en comunicación con otros, focalizar en el alumno y qué lo motiva, y que el diseño respete la diversidad de las identidades. “Llegar a la personalización máxima es imposible porque al, fin y al cabo, vos tenés 40 o 50 alumnos adentro de un aula. A veces incorporar las perspectivas requiere mucha interacción con el destinatario. Por ejemplo, si vas a trabajar cinco textos de lectura, podés proponer que dos los elijan los estudiantes. Son prácticas muy concretas que te permiten volver a alumno más protagonista”.
Rosso también se refirió al vínculo necesario con el sector productivo. “Las instituciones deben tener procesos sistemáticos para chequear y evaluar todo el tiempo lo que el sector productivo y social necesitan. Nuestro modelo de aprendizaje es basado en competencias. Generamos espacios de consultas con empresas de todos los sectores, relevando qué nos dice la organización de nuestro egresado trabajando en ese ámbito. Y en ese proceso identificamos qué necesita hoy esa industria. A partir del relevamiento, generamos propuestas de formación más cortas, que el alumno puede ir tomando más allá de que no forme parte de la currícula formal de su carrera”.
Por su parte, Pablo Rivarola, vicerrector de asuntos académicos, advirtió: “Cuando pensamos en la experiencia del estudiante la concepción de la identidad debe estar muy presente. Los estudiantes no quieren ser encasillados. Por caso, el que estudia software no quiere que lo encasillen como una persona retraída, sin las habilidades sociales necesarias. Insisten en que no los sesguemos”.
Rivarola explicó que el valor del título fue variando y depende de cada industria. “El mundo de la empresa ha ido cambiando. Si bien hay un estilo de organización más tradicional, ahora se producen hibridaciones y el título deja de ser lo que realmente miran. Las empresas tecnológicas se detienen en las habilidades. Nosotros debemos ofrecer diferenciales. Extrapolar prácticas profesionales a contenidos teóricos”.
En tanto, Leonardo Medrano, vicerrector de innovación, investigación y posgrado, mencionó el reto que implica ir al mismo ritmo de los cambios en la demanda de las empresas. “El sector productivo va a una velocidad y la educación va a otra mucho más lento, lo que genera que se agranden las brechas. El gran desafío de las universidades diría que es mental: la innovación es indispensable. Son altos los costos que pagamos por no innovar en materia educativa. Esa es una primera barrera mental que hay que superar”.
Medrano contó que se sorprendió al notar que las competencias más requeridas no siempre son las tecnológicas. “Se habla mucho de competencias del futuro, pero ya hoy son habilidades que se demandan. Lo llamativo es que, en general, las empresas piden más las llamadas soft skills, que son las habilidades interpersonales, de comunicación, de trabajar con otras personas, de aprender. Obviamente las competencias tecnológicas también son requeridas, pero las empresas están dispuestas a capacitar en ellas. En función de ello nosotros revisamos la experiencia que ofrecemos”.
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