Marshall Ganz vivía en California, tenía 20 años y estudiaba en Harvard. Un verano, en plena época de la ebullición por los derechos civiles en Estados Unidos —eran los años 60— viajó a Mississippi y tuvo un momento de quiebre, casi una epifanía: en lugar de estudiar Historia en la universidad, podía empezar a hacerla. Abandonó la carrera, y durante seis años se unió al movimiento de Martin Luther King, con quien participó en el comité por la no violencia estudiantil.
Los años en Mississippi lo entrenaron para reconocer las injusticias que antes no veía. De regreso en California, trabajó junto a un dirigente social con nombre de boxeador: Julio César Chávez. Fueron dieciséis años en los que, entre sus tareas, contribuyó a sindicalizar a los inmigrantes mexicanos. Su deriva continuó con participaciones en campañas políticas, como la carrera de Nancy Pelosi parar acceder a un lugar como legisladora. Volvió a Harvard, se graduó en 1991, hizo la maestría, el doctorado y se quedó dando clases. Pero nunca abandonó el compromiso político: en 2008 fue uno de los encargados de diseñar la campaña de base de Barack Obama.
Ahora entra en escena Ignacio Ibarzábal, director ejecutivo de Argentinos por la Educación. Ibarzábal cursó la Maestría en Educación en Harvard, en donde tuvo a Marshall Ganz como profesor en dos cursos sobre movimientos sociales. “Era interesantísimo”, dice ahora en diálogo con Infobae, “pero nunca había escrito las ideas, no había un libro”. Entonces, él mismo le propuso hacerse cargo y escribirlo. Así surgió Organizando: pueblo, poder y cambio, una suerte de manual que compila las ideas de Ganz, dirigido a todo aquel que busque provocar un cambio social en cualquier escala: en la escuela, el barrio, el municipio, la provincia, el país.
El libro tiene, a modo de reconocimiento inicial, los testimonios de cuatro personalidades muy convocantes y muy diferentes entre sí: Verónica Camargo —participante del movimiento #Niunamenos—, el exdiputado Héctor “Toty” Flores —fundador de la Cooperativa La Juanita—, Juan Grabois —referente del MTE y CTEP—, y el neurocientífico y diputado Facundo Manes.
“Siempre me interesé en cómo surgen los movimientos sociales”, dice Ibarzábal. “Cómo se hace cuando no se tiene poder político ni económico para generar cambios. Cómo se generan los cambios sociales: cómo hacen las minorías, los más vulnerables, los excluidos”.
—El libro se desarrolla con ciertas estructuras o esquemas que parecen fijos, pero con el gerundio del título —Organizando— da la impresión de que, a partir de los esquemas, hay que encontrar cierta fluidez. ¿Cómo se hace para tomarle el pulso y que los esquemas sean plataforma de despegue?
—La definición de un movimiento social siempre es David contra Goliat. Podés tener valores convincentes, muchas ideas y muy buena motivación, pero, sin metodología hay infinitos ejemplos de cómo no se llega al cambio buscado. La estructura, entonces, está pensada en ciertas dimensiones: la mente, el corazón y las manos para pensar la estrategia, la motivación y la acción. Lo presentamos en cinco prácticas —narrativa pública, desarrollar relaciones, liderazgo colaborativo, estrategia y acción— con la aclaración de que, cuando te aventurás en el camino de la acción, no se puede llevar un proceso muy ordenado. En la medida en que se incorporen prácticas y hábitos, y que se vayan repitiendo cíclicamente, se pueden encarar los problemas de una manera más metódica, y tener más de chances de lograr lo que uno se propone.
Cuando uno comienza un proceso de liderazgo es básicamente porque, por un lado, ve una carencia y, por otro, tiene la esperanza de cambio
—¿Cómo es la relación de las organizaciones sociales frente a un Estado como el nuestro, que, o tiene instituciones débiles o directamente está ausente?
—Un intelectual americano dice que los jóvenes crecen con una imaginación profética, que implica combinar un ojo crítico y un corazón esperanzado. Cuando uno comienza un proceso de liderazgo es básicamente porque, por un lado, ve una carencia y, por otro, tiene la esperanza de cambio. Si el Estado no lo está solucionando, hay un imperativo moral de hacerlo. Esa es la base del trabajo. En cualquier contexto hay injusticias —no sólo en la Argentina— y eso te plantea una elección. Nosotros pensamos que “Organizando” es una manera de entender cómo se ejerce el liderazgo sin apoyarte en los poderes establecidos, sino en tu misma comunidad, que es con la que compartís el problema o el desafío.
—En un capítulo mencionan sentimientos que funcionan como motivadores y aparece como principal la indignación. Me recuerda un libro de Naomi Klein, que se llama Decir no no basta. Quería preguntarte por esas motivaciones, y por cómo se organiza ese espíritu negativo para construir ciudadana.
—Una cosa interesante que dice Marshall es que todo el mundo preguntaba por la estrategia, y él fue aprendiendo que la movilización social tiene tanto que ver con la mente —con la estrategia—, como con el corazón —los porqués— y las manos —la acción—. Aproximarnos al liderazgo no se trata solo de estrategias. Es la conjunción de las tres cosas la clave para todo lo que hacemos. Uno muchas veces cree que puede movilizar a la acción explicando cuestiones abstractas, con números o dando razones intelectuales. Pero eso no motiva a nadie: son datos de la realidad. Para motivar hay que acceder a los valores que se comparten, con las historias que capturan las emociones. Uno piensa que la razón marca el camino y que la emoción te saca, pero nosotros enseñamos que la emoción es un indicador de las cosas que valoramos. En los movimientos sociales es muy importante tener una narrativa para motivar a la acción.
Lo primero que hay que pensar es cómo vencer la apatía —”No siento que acá haya un problema”— y la inercia —”Las cosas son así y van a seguir igual”—.
—Pero las emociones negativas muchas veces quedan como un descargo a nivel de redes sociales.
—Lo primero que hay que pensar es cómo vencer la apatía —”No siento que acá haya un problema”— y la inercia —”Las cosas son así y van a seguir igual”—. Para sacar a la gente de ahí hay que generar urgencia e indignación. Hay que generar la ansiedad. Estas emociones, por más que no sean positivas, te ayudan a salir del día a día. Me viene a la mente el ejemplo de #Niunamenos, que partió de niveles altísimos y muy justificados de indignación, y después, a través de muchas personas y un liderazgo distribuido, se pudo canalizar en una campaña concreta. El desafío desde las narrativas públicas es aprender a generar urgencia e indignación para que la gente preste atención y, una vez que tenés la atención, generar esperanza —”Si trabajamos juntos es posible que esto cambie”—. Después un sentimiento de solidaridad —”No estás solo”— y, por último, confianza —”Superemos la duda y apoyémonos en nuestras capacidades para actuar”—. Todo esto se logra desde la narrativa pública que, para nosotros, tiene que ver con la historia de uno, de nosotros y del ahora.
—¿Cómo se relacionan “Organizando” y Argentinos por la Educación?
—Todos los que formamos parte de Argentinos hacemos un aporte; yo traigo este como parte de mi bagaje de formación y recorrido. El esfuerzo central de Argentinos por la Educación es que la educación sea una prioridad en el país. Eso, desde la sociedad civil, implica un esfuerzo titánico. Por un lado, nos dedicamos a unir a un montón de personas para que trabajen de manera organizada por la educación, y, luego, hay mucho contacto con las familias. Hay datos que hablan de los problemas en la educación y muchas familias están movilizadas y sienten esa urgencia, esa indignación. El desafío es transformarla en un trabajo colectivo, constructivo, positivo, que ayude a lograr los cambios que necesitamos.
" Ahí entran las prácticas. El eje de la narrativa pública: “Por qué yo estoy y estamos involucrados con cambiar la educación, qué valores compartimos, por qué hay que actuar ahora”. Relaciones: las relaciones son el cemento, solo a partir de las relaciones podemos descubrir los intereses comunes. El liderazgo: cómo generar equipos con roles y propósitos claros, cómo distribuir el liderazgo para trabajar con más gente en la misma dirección. A la cuarta práctica la nombramos “estrategización”, como si fuera un verbo que se actualiza: cómo utilizamos los recursos de la comunidad teniendo en cuenta los intereses de cada persona. Y, por último, la acción: cómo sumar voluntades y compromisos para que lo hacemos no termine drenando, sino que vaya creciendo y logremos mejores cosas.
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