La afirmación que abre las puertas es: Los docentes pueden hacer la diferencia. Esas palabras son las que día a día se dicen en las instituciones de formación docente. “Los docentes pueden hacer la diferencia”: esas son las palabras que Agustín Porres, director regional de la Fundación Varkey para América latina eligió para el título del artículo que se incluye en el libro Educación en Colombia, un volumen llevado adelante por la ministra de Educación María Victoria Angulo.
“Si los docentes pueden hacer la diferencia”, escribe Porres, “todo lo que podamos hacer para ayudarlos a desarrollar sus habilidades, para acompañarlos y para transformar con ellos la educación debemos hacerlo”. Con esta idea como Norte, se hace dos preguntas que parecen simples pero, más bien, necesitan de cierta audacia para ser respondidas: ¿Qué es ser buen docente? ¿Cómo formamos esos buenos docentes?
Cuáles son las características de un buen docente
Porres señala que “los futuros profesores tienen que vivir una experiencia transformadora en su propia formación”, porque la formación docente no puede limitarse a aprender determinados contenidos y luego practicar cómo enseñarlos. La formación docente debe estar abierta al mundo para así entender cómo es la realidad y cómo será el futuro de los estudiantes a los que se va a formar. “El desafío”, dice, “es formar docentes que estén a la altura de las nuevas circunstancias”, y destaca diez rasgos distintivos que todo docente debería cumplir:
1. Trabajo en equipo: comprender el significado real de un equipo, valorar las capacidades y las destrezas de compañeros que pueden enriquecer la enseñanza y el aprendizaje.
2. Desarrollo profesional continuo: la formación no acaba en el magisterio, sino que es una parte fundamental del proceso de aprendizaje que se debe seguir construyendo
3. Inteligencia emocional: abarca la gestionar de emociones, ser empáticos, entusiastas y motivadores de los aprendizajes de sus alumnos, a quienes conciben en su integralidad
4. Innovación: innovar no es solo hacer algo nuevo, sino mejorar lo que ya hacían y cambiar algo que podría limitar el deseo de aprender de los alumnos,
5. Educación del carácter y las virtudes: se apunta a formar ciudadanos que no solo dominen la técnica sino que, a través del ejemplo del docente, puedan desarrollar valores como la justicia, la honestidad, el respeto y el bien común.
6. Atención a la diversidad: reconocer las diferencias que son inherentes al ser humano y que están presentes en cualquier proceso de enseñanza y de aprendizaje
7. Clima escolar: el buen clima del aula y de la escuela es clave para lograr aprendizajes profundos
8. Liderazgo distribuido: el trabajo diario requiere de las competencias de cada miembro de su comunidad educativa, lo que implica una actitud de escucha, humildad, autocrítica y consenso, para lograr ubicar al estudiante en el centro.
9. Humanizar la tecnología: la integración de la tecnología en la enseñanza puede ayudar a humanizar el proceso de aprendizaje al adaptar las circunstancias de los estudiantes y potenciar la relación con ellos.
10. Comunidad profesional de aprendizaje: gracias a la participación de toda la comunidad escolar se pueden establecer objetivos comunes y posibilitar un cambio profundo y de mayor alcance.
El cambio es posible
Una vez definido el ideal, hay que comenzar a plantear las acciones que permitan alcanzarlo. No es un camino sencillo cuando se habla de educación, sobre todo porque hay que entender que el contexto tiene ciertas limitantes que rechazan el cambio. El desafío, entonces, es lograr que cada integrante del sistema educativo acepte —y abrace— el cambio para que ocurra con celeridad sin perder cuestiones claves como la excelencia y la equidad.
“El sistema está minado por la desconfianza”, dice Porres. “Los Gobiernos no siempre confían en los directores, los directores no siempre confían en los docentes, los padres no siempre confían en los docentes y ellos no siempre confían en los estudiantes”.
El trabajo principal debe abocarse a la construcción de confianza y la creación de vínculos sanos y perdurables. Son cruciales: el trabajo en equipo, la apertura al diálogo, la toma de decisiones basada en evidencias, el desarrollo a largo plazo.
“¿Cuál es el propósito de la educación en la escuela? Una respuesta corta podría ser que cada niño y cada niña florezcan en la vida, sin importar lo que pase”. La educación necesita un cambio de paradigma que apunte a ese objetivo. Si en la escuela, como dice Santiago Rincón Gallardo, un aprende a que le enseñen —a sentarte, a estar callado, a escuchar al maestro, a responder a las expectativas de la autoridad—, no hay posibilidad de florecer. Ni tampoco hay posibilidad de crear confianza.
Repensar la escuela
La escuela, siguiendo con el artículo de Agustín Porres, debe reflexionar sobre aquellos aspectos que pueden reconfigurar todo el edificio de la educación:
1. Ubicar al estudiante en el centro. Cualquier decisión que se tome en cuanto al desarrollo educativo debe responder a una única pregunta: “¿Mejora en el aprendizaje de los estudiantes?”.
2. Enseñar y aprender para toda la vida. En una escuela que funciona bien hay un buen balance entre el estudio teórico y el hacer para aprender.
3. La familia, nuevo aliado. En los últimos tiempos, las familias han comprendido la necesidad de involucrarse en el proceso de aprendizaje de los hijos.
4. La conectividad como herramienta para garantizar derechos. La conectividad y el uso de la tecnología no pueden ser vistos como un lujo. Si no se brinda accesibilidad, se amplían las diferencias y se profundiza la brecha educativa.
5. Nuevos contenidos, nuevas habilidades. Hay que repensar los contenidos y educar en el pensamiento crítico, la empatía y la reflexión.
6. Repensar la evaluación. La evaluación no puede darse al final. Es —o debe ser— formativa.
7. Liderazgo directivo. Las escuelas que funcionan bien son las que, en gran medida, tienen buenos directores.
8. Autonomía. En las relaciones basadas en la confianza y la rendición de cuentas, no se requiere el control permanente sobre los docentes para alcanzar los objetivos.
El orgullo de ser maestro
“Educar no es solo una tarea solitaria del docente”, dice Porres y abre el juego a la comunidad. La responsabilidad de la educación no puede estar delimitada en un claustro o un edificio. Es un compromiso de toda la sociedad: la profesión docente debe representar un buen sueldo, pero antes que eso un motivo de orgullo, relevancia social y la satisfacción personal.
“Tenemos que reconocer que mucho de lo que logramos está vinculado a los maestros que tuvimos, a los que creyeron en nosotros, a los que nos desafiaron en algún momento de nuestra vida”, escribe. Los docentes pueden hacer la diferencia si sus estudiantes confían en ellos, si creen en ellos, si los respetan, si los conocen. “En otras palabras, nuestros estudiantes serán mucho más permeables si la sociedad que los rodea valora a sus docentes”.
Porres cierra el artículo haciendo justamente lo que pide: reconociendo a los docentes:
“Es repetida la frase de que la calidad de un sistema educativo no puede superar a la calidad de sus maestros. Es cierto. Pero también es cierto que debemos escuchar cada día más su voz, sus nombres e historias que se convierten en prácticas para reimaginar la escuela. Los buenos docentes son personas valientes, justas, honestas y de ellos seguimos y seguiremos aprendiendo. Conozcámoslo y reconozcámoslos más y más. Es el momento de decirles más fuerte: ¡gracias! Y motivar e inspirar con ellos los desafíos que la escuela reclama en estas épocas de postpandemia”.
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