Tucumán. Enviado especial.
“Bueno, vamos a comenzar, así que: saquen una hoja”. Las casi mil personas que estaban en el auditorio hicieron silencio de inmediato. El encuentro formaba parte del 6° Congreso Internacional de Educación de Tucumán, que entregaba puntaje docente, y es cierto que, para obtener ese puntaje, además de asistir a las charlas había que rendir un examen, pero nadie esperaba que fuera en ese momento. Y, sin embargo, ahí estaba la disertante Laura Marinucci insistiendo con voz imperiosa: “Saquen una hoja”.
El sobresalto duró unos dos o tres segundos. Marinucci captó el interés del público, que, desde ese momento, ya no dejaría de prestarle atención hasta el final. La charla era sobre el pasaje de la evaluación tradicional a la evaluación formativa, y con esas tres palabras hizo que todos los docentes que estaban allí recuperaran las sensaciones a las que se enfrentaron durante años cuando eran estudiantes.
“¿Por qué le tenemos miedo a las evaluaciones?”, dijo. Con eses simulacro de prueba comenzó la conferencia.
La evaluación como oportunidad
Laura Marinucci tiene una vasta trayectoria en educación, con más de veinte años de estar al frente del aula, dando clases en colegios secundarios. Es licenciada en Biología con orientación en Ecología y especialista en Educación en Ciencias. Durante años desarrolló contenidos educativos en el área de las Ciencias para la experiencia educativa Ticmas, donde actualmente se desempeña como integrante del equipo de formación docente.
La conferencia partió del miedo, pero sobre todo de entender qué encierra ese temor: “Es habitual observar que muchos docentes evalúan para identificar errores”, dijo, y, por lo tanto, el error se convierte en un problema que genera angustia y estrés. Pero, desde otra perspectiva, “el error puede ser un elemento con el que se puede trabajar. El error es una fuente de aprendizaje para los estudiantes y de información para el o la docente, ya que a partir de este se puede trabajar en la construcción del conocimiento”.
Y, entonces, trajo un concepto fundamental de Rebeca Anijovich: la evaluación como oportunidad. Pero ¿qué significa esa oportunidad? “La evaluación”, dijo Marinucci, “es la oportunidad que tienen los y las estudiantes de poner en juego sus saberes, visibilizar sus logros y reconocer sus debilidades y fortalezas. Además de acreditar la materia”.
Evaluar para aprender
Las evaluaciones son valiosas cuando son prácticas sin sorpresas y constituyen una instancia más de enseñanza y de aprendizaje. “De enseñanza”, dijo Marinucci, “porque es la oportunidad del docente de encontrar en las producciones de los alumnos las evidencias de lo aprendido, pero también para sugerirles nuevas propuestas para aprender lo que falta y, de aprendizaje porque al recibir retroalimentación del docente y mediante actividades de metacognición el estudiante es consciente de lo que aprendió, qué estrategias cognitivas utilizó para hacerlo y lo que le falta aprender. Y así logramos que el miedo desaparezca”.
Sin dejar de lado la necesidad de certificar, la función más relevante de la evaluación es la pedagógica. “Evaluar para aprender se refiere al modo de integrar la evaluación en el proceso de enseñanza/aprendizaje de un modo más auténtico y desafiante para los estudiantes”, dijo.
Esto significa que mientras se aprende, el docente retroalimenta constantemente a sus estudiantes para que avancen y logren cumplir los objetivos de aprendizaje propuestos. De esta manera la evaluación se inserta a lo largo de todo el proceso de formación. El objetivo de la evaluación formativa debe empoderar a los estudiantes en su capacidad de autorregular el propio aprendizaje, planificar, monitorear sus avances, sus estrategias y obstáculos. “Es decir”, dijo Marinucci, “desarrollar la habilidad de aprender a aprender”.
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