Tucumán. Enviado Especial.
“Namasté, Tucumán!”. Akash Patel se presenta en uno de los auditorio del 6° Congreso de Educación de Tucumán vestido con la ropa típica de la India: una kurta azul larga hasta las rodillas y unos pantalones brillantes. Su idea es partir del estereotipo y quebrarlo en mil pedazos. El castellano de Patel es perfecto —es uno de los cinco idiomas que habla— y hasta tiene la capacidad de ajustarlo a los modos locales: “Sho me shamo Akash”, dice acentúando la ye argentina y cuela frases como “¡Qué copado!”.
Elegido por la revista Time como el maestro innovador del año, Patel es uno de los docentes finalistas del Global Teacher Prize, considerado como el Nobel de la Educación, y es una de las principales figuras que participan en el congreso, junto con Keishia Thorpe (Jamaica), Gymaah Larbi (Ghana), Sindey Carolina Bernal Villamarín (Colombia) y los argentinos Agustín Porres, Sandra Torresi, Laura Marinucci, Valeria Edelsztein, entre otros.
Patel es el director de la Happy World Foundation, que conecta a más de 1.200 docentes voluntarios de 150 países. El objetivo de la fundación es educar para la ciudadanía mundial y la promoción del encuentro intercultural en el mundo. Como los grandes proyectos, la fundación nació casi fortuitamente.
Daba clases en una pequeña comunidad rural de Oklahoma, Estados Unidos, y la gente le preguntaba si era verdad que en la India había elefantes paseando por la calle. “Me daban ganas de decirles que sí... dependiendo de cuánto hayas tomado”, dice con una risa estruendosa. Patel tiene un carácter muy divertido y, entonces, lejos de enojarse, tomaba el equívoco como una oportunidad de enseñanza.
Así fue como empezó a trabajar con sus estudiantes en un proyecto sobre elefantes: cómo se los protege de los cazadores furtivos, cómo se analiza el ADN, cómo se alimentan, cuánto defecan, etc. De esa manera —y ya no solo con los chicos— empezó a desarmar prejuicios. “A través de la conversación podemos disipar los estereotipos y luchar contra la intolerancia”, dice.
El valor de la diferencia
En 2014 se dio cuenta de que su influencia iba a quedar limitada a unos pocos cientos de personas del pueblo en donde vivía, pero, si aprovechaba la tecnología para invitar a amigos de otros países, tal vez podía lograr una red que tuviera un alcance global.
Al día de hoy, a través de videoconferencias gratuitas, ha puesto en contacto a más de 500.000 estudiantes de lugares tan distantes entre sí como el Reino de Bután, Brasil, Nueva Zelanda, Burundi, Inglaterra.
“No se puede enseñar la empatía”, dice Patel, “pero sí se puede inspirar”. Y las llamadas entre los grupos de estudiantes lo comprueban: después de un diálogo que sus alumnos en Estados Unidos mantuvieron con los chicos de una pequeña isla africana amenazada con desaparecer bajo el mar producto del cambio climático, una de las alumnas escribió una petición para recibir a los refugiados en casa. “Nunca se van a conocer”, dice, “pero que lo haya escrito es una muestra de cómo pudo sentir empatía”.
La fundación busca inspirar empatía a través de distintos programas que destacan la importancia de valorar las diferencias culturales, como el que pone en relación distintos idiomas. “La diversidad”, dice, “se refiere a que participen todos y todas. Incluso —y especialmente— quienes tengan otras posturas. En la justicia social no se trata de que todos piensen lo mismo sino que se valoren las diferencias de lo que pensamos y sentimos”.
La intención es cambiar la narrativa —otra vez: romper los estereotipos— y darles herramientas a los grupos desfavorecidos. Además de una intensa formación docente por la que ya han pasado más de 50.000 maestros, otro de los programas más relevantes tiene un título muy fuerte: “De la escuela a la prisión… universidad”.
Cómo aprender español y triunfar en el intento
“Ahora les voy a contar cómo aprendí yo a hablar en español”, dice y cuenta una historia que parece lo más inverosímil del mundo y, sin embargo, uno se la cree en el momento.
En 2011, durante un receso de la universidad, mientras sus compañeros planeaban sus vacaciones, Patel quería trabajar y a la vez aprender un nuevo idioma. Escribió entonces una carta, la tradujo con Google y la mandó a varios destinatarios. Sólo uno respondió: el jefe del despacho de la primera dama de República Dominicana le dijo que la carta estaba muy mal escrita —”¡pero, claro, si la traduje con Google!”—, pero, si quería viajar, ellos le iban a pagar 400 dólares y le iban a poner un traductor. “Nunca tomé una clase de español”, dice.
Antes que un simple autoelogio, la historia tiene una moraleja para los docentes: hay que animarse, hay que desafiarse. Convertir en una experiencia vital el encuentro con el otro tiene muchísima más potencia.
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