“¿Por qué creemos en algo más allá de la naturaleza, más allá de las leyes de la química y de la física? ¿Será que, además de algo cultural, hay algo biológico?”.
La ciencia y la religión son dos maneras de entender el mundo, y hasta hace poco parecían irreconciliables. Una y otra intentaban silenciarse con discursos furibundos. Pero, de un tiempo a esta parte, ha habido un cambio que tal vez se mantenga: quizás, debido a los fracasos que ambas tuvieron al intentar acallar a la otra. Hoy la ciencia observa con interés a la religión y la religión acepta saberes científicos.
“Desde la ciencia podemos entender qué les pasa a las personas que creen y qué les pasa a las sociedades que se organizan en religiones sin juzgarlas ni criticarlas”, dice Diego Golombek, uno de los referentes de la ciencia y la divulgación científica más importantes de la Argentina. Doctor en Biología, ha publicado La ciencia es eso que nos pasa cuando estamos ocupados haciendo otra cosa, El parrillero científico, Neurociencias para presidentes, entre otros títulos; trabajó en distintos programas de tevé, y está a cargo de la colección Ciencia que ladra, de la editorial Siglo XXI.
Es autor de Las neuronas de Dios, un libro que, justamente, aborda la hipótesis de que fe y creencias religiosas son desarrollos evolutivos. Publicado hace casi una década, Las neuronas de Dios ha tenido varias reediciones, una de ellas muy reciente y Golombek visitó el auditorio de Ticmas para hablar del libro. “¿Y si venimos de fábrica con esa propensión a creer y después se organiza como religión? ¿Tendrá alguna ventaja?”, se preguntaba. Y respondía: “Sí. Si creés en lo sobrenatural —llamalo como quieras: dios, energía, espiritualidad—, estás más tranquilo porque tenés respuestas. Y eso no es malo. Tenés respuestas, te baja el estrés, vivís más. Y si tu población o tu comunidad es más religiosa, es más fuerte. En términos evolutivos, las dos cosas son buenas”.
—Un par de años después tu libro, Yuval Harari publicó Sapiens. Los dos abordan la religión como relato organizador. Él, como historiador, dice que ese relato permite que los hombres colaboren entre sí.
—Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Harari, desde las ciencias sociales. Trazo una línea muy tenue en que la religión es un fenómeno cultural social estudiado y estudiable por gente que viene de la sociedad. Te da rituales, te ordena, te da códigos de ética, una moral determinada. La mayoría de las religiones modernas monoteístas tienen un código de ética: las Tablas de la Ley, el Corán, la Biblia son códigos de ética que, en algunos casos incorporan cuestiones fisiológicas —como la prohibición de comer cerdo—. Esa parte es sociocultural. Y los rituales, además, tienen un efecto biológico. Cuando la gente reza mucho tiempo y muy repetitivo, algo pasa en el cerebro. Cuando los derviches se ponen a bailar, algo pasa en el cerebro. Cuando la gente está frente a algo que es extático, que le produce algún tipo de sensación mística, algo pasa en el cerebro. La religión repercute sobre la biología.
—Es interesante que el momento epifánico sea un no tiempo.
—Absolutamente. Hay algo que se llama flow, que se ha estudiado mucho en psicología. Vas a la cancha y faltan 5 minutos para que termine el partido: si tu equipo va ganando 1 a 0, el tiempo se estira; si tu equipo va perdiendo, el tiempo se comprime. El tiempo es absolutamente lábil internamente. Con la religión hay cambios en el tiempo también: la gente que reza el Rosario no sabe cuánto tiempo pasó. Entró en ese estado de flow.
—¿Por qué a los científicos les obsesiona tanto la religión?
—Las bases de la ciencia y la religión son opuestas. La base de la ciencia es la evidencia y no puede admitir que tiene un límite. La religión también tiene un pilar, que es la fe, y la fe sí tiene un límite: más allá es el misterio y eso es parte de las religiones. En ese sentido, cada uno está en su rincón del ring y no está bien mezclarlas. Pero lo que sí podemos hacer es mirarnos y tratar de entendernos amigablemente. Tratar de entender, por ejemplo, qué le pasa a una persona cuando tiene un fenómeno místico, cuando cree, cuando reza. Y, del otro lado, otro ejemplo, que la Iglesia haga congeniar su principios con la Teoría de la Evolución. No tenía sentido en el siglo XXI que una institución tan poderosa como la Iglesia dijera que esto es bíblico. Afortunadamente, ha habido cambios.
—Hay un planteo sobre el cuerpo humano: los que señalan la perfección del cuerpo, la usan como argumento para demostrar la existencia de Dios.
—Es el argumento de los enemigos de Darwin. Básicamente le decían eso y el ejemplo que usaban era el de la perfección del ojo. Pero el ojo no es perfecto, ¡está mal diseñado! Los fotorreceptores están al fondo y la luz tiene que pasar por un montón de capas y se deforma. Está tan mal diseñado que, si pensás que lo hizo un dios, es un dios bastante opa. No es un buen argumento. Las personas creyentes no debieran ir por ese lado. Deberían ir por el yo quiero creer y me hace bien, y está fenómeno. Pero no se puede decir que fue hecho por un creador; no es un argumento que se pueda sostener porque el cuerpo no es perfecto. Y, en todo caso, lo que podemos pensar como perfecto es producto de tanto tiempo de evolución que te da tortícolis de pensarlo.
—Por la teoría de rendimientos decrecientes, cada descubrimiento tiene menos impacto que los anteriores. Los científicos dan pasos cada vez más cortos. Significa que hay partes del cerebro que van a quedar en el misterio por largas generaciones, si no para siempre.
—Tu definición es algo que los filósofos de la mente llaman “El problema difícil”. Y sí, no se jugaron mucho. Qué dice esta escuela: hay problemas complicadísimos que vamos a entender —cómo funciona una neurona—, pero hay problemas que exceden lo que pueden comprender las ciencias naturales. Por ejemplo: la conciencia. Estos filósofos dicen que, para eso, la ciencia no nos alcanza ahora y posiblemente no nos alcance nunca. Es una posición minoritaria. La mayoría pensamos que todavía son problemas tan tremendos que no sabemos formular la pregunta. No es que no tenemos la respuesta: no tenemos qué preguntarle a la conciencia. Y además no tenemos “concienciómetros”. Nosotros entendemos el mundo a través de los sentidos, pero los sentidos no alcanzan para mirar estrellas y planetas: hay que usar una “prótesis de sentidos” para ver más lejos o para ver lo más chiquito. Tal vez nos falte inventar algo que que nos permita hacer la pregunta adecuada. ¿Falta mucho? No me cabe duda. Pero vamos a llegar, de eso tampoco me cabe duda.
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