Ante un auditorio colmado, la ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires Soledad Acuña participó de una entrevista pública en el auditorio de Ticmas en la Feria del Libro y habló de su reciente libro, El día que ir a la escuela fue noticia (Ariel, 2022), en el que realiza una suerte de memoria personal y política de los dos años más duros de la pandemia, cuando, durante la cuarentena impuesta por el gobierno nacional como medida sanitaria se cerraron las escuelas y la educación pasó a un formato no presencial.
La charla, entonces, resultó una suerte de balance de este tiempo, a la vez que abrió también como la posibildad de señalar los desafíos educativos y políticos que con los que espera continuar en la gestión.
“Gracias por permitirme hablar del libro”, dijo Acuña. “Como digo en el libro, lo que no se cuenta, lo que no se nombra se olvida. Y a mí me gusta que pensemos este tiempo que pasó como un tiempo de aprendizaje para que no se repitan las cosas que hicimos mal”.
—Hay algo que, si no lo mencionamos aquí, tal vez la coyuntura se lo trague: fuiste mamá en el momento en que comienza la cuarentena, y la figura de una ministra-mamá no estaba contemplada en los protocolos del Estado. Lo primero que quiero preguntarte es sobre la maternidad y el camino que llevaste adelante. No digo como una lucha de escudo y espada, pero sí como una persona que se convirtió en el mascarón de proa.
—Escribo en primera persona como mujer, como madre, y como mujer-madre que ejerce el rol de ministra. Y no es una lucha, sino que es abrir caminos. Siento que en estos espacios que tradicionalmente fueron pensados, diseñados y regulados por varones, las mujeres siempre abrimos camino. En mi caso, cuando asumo el segundo mandato en diciembre de 2019 estaba embarazada de seis meses. Horacio, el jefe de Gobierno, me elige como ministra nuevamente sabiendo que estaba embarazada y que esto implicaba que durante un tiempo no estuviera en la gestión. Eso, para mí, es un gesto enorme de su parte en términos de feminismo de verdad, de reconocer y dar igualdad de oportunidades, porque me eligió sabiendo que yo no iba a estar.
—De hecho, contás en el libro que tenías un montón de dudas y miedos sobre cómo contarle el embarazo.
—Yo lo conozco a Horacio desde hace veinticinco años, y trabajo con él desde que estoy en la facultad, desde antes de recibirme. Sabiendo cómo es, igual tenía la incomodidad de decirle: “Estoy embarazada, no sé si te conviene que en este momento yo sea la persona”. Siempre recuerdo el momento en el que él me miró y me dijo: “Al final tanto feminismo y te da miedo decirme algo tan lindo como que vas a ser mamá otra vez”. Yo digo que abrimos caminos porque no estaba previsto que una persona en un cargo de alta jerarquía como es un Ministerio tuviese licencia por maternidad. No existía la norma que lo regulara, no había esquema de reemplazo, no había delegación de firma. Tuvimos que armar una normativa especial. Tradicionalmente estos lugares, o los ocupan varones o los ocupan mujeres que han tenido trayectorias personales distintas y llegan con edades más avanzadas. Esta era la primera vez que, en el Gobierno de la Ciudad, una mujer iba a ser madre y se iba a tomar licencia.
—El libro comienza con el prólogo de la intendenta de Madrid que compara lo hecho entre las dos ciudades. Si pudieras contar qué se hizo bien en estos dos años: ¿qué fue?
—El libro tiene un prólogo de Isabel Ayuzo, que es la presidenta de la Comunidad de Madrid, un texto de Mario Vargas Llosa y una referencia de Graciela Fernández Meijide. Tres defensores de la libertad desde distintos paradigmas y distintas miradas, pero defensores de la libertad. Yo siento que lo que mejor hicimos en la Ciudad fue precisamente eso: defender la libertad de las personas. Cada medida que tomamos, cada decisión, aún en un escenario de incertidumbre —porque, sobre todo al principio de la pandemia, tuvimos que tomar decisiones a ciegas— lo hicimos pensando en que había que defender a las personas y sus libertades. Lo que hiciésemos debía tener la búsqueda permanente de evidencia, de datos, de estrategias. No podíamos improvisar. Esa es una de las primeras cosas: creer en la libertad, defenderla y luego confiar en las personas.
» Una vez que el sistema de salud estuvo preparado en la Ciudad de Buenos Aires, el resto de las actividades tenían que volver. Y confiamos en que si a las personas les decimos cuáles son las reglas de cuidado, las personas las van a cumplir. Este enfoque se anteponía a una mirada sobreprotectora del Gobierno nacional: “Yo te voy a cuidar, yo sé lo que necesitás, yo sé lo que hay que hacer y vos no vas a poder cumplirlo”, la mirada del “los reto porque nos estamos contagiando, porque ustedes hacen las cosas mal”. Nosotros creíamos que era al revés, que si poníamos reglas claras las personas podían cumplirlas. Confiamos en las personas porque confiamos en la libertad. Ese fue el camino que nos fue guiando y que nos fue contraponiendo a un Gobierno que se enamoró de la cuarentena, se enamoró de este superpoder que adquirieron para tomar decisiones. No solamente por encima de las jurisdicciones, sino también por encima de las personas.
» “Yo te cuido, yo sé lo que tenés que hacer”: es una mirada autoritaria y paternalista, contraria absolutamente a nuestra mirada, que, al mismo tiempo, imponía un sistema de decisiones de políticas públicas improvisada sin datos ni evidencias. Cada discusión era datos versus creencias, evidencia versus silencio. Las discusiones eran en ese plano.
—Una de las primeras imágenes de la pandemia es la del presidente de la Nación junto al gobernador de la Provincia de Buenos Aires y al jefe de Gobierno de la Ciudad. Sin embargo, al comienzo del libro contás que hablabas con Trotta, entonces ministro de Educación de la Nación, y vos no estabas de acuerdo con cerrar las escuelas. ¿Cómo se maneja el disenso hacia adentro de un partido?
—En otros partidos no lo sé; te cuento cómo lo manejamos en nuestro espacio político. No solamente en el Pro, sino en Juntos por el Cambio en general. Somos un espacio político que comparte diferentes miradas, con partidos políticos de tradiciones diferentes, pero que tienen una raíz de valores en común. Tenemos matices en las miradas sobre lo que hay que hacer. Sabemos hacia dónde queremos ir con matices y diferencias. Esas diferencias se discuten adentro, y siempre con datos. Cuando en el gabinete tenemos diferencias —y en ese momento teníamos muchas—, las resolvíamos mirando los datos. Fernán Quirós traía sus datos, Giusti traía los suyos, se ponían en una mesa todas las evidencias y se tomaba una decisión en conjunto. Esa es una diferencia respecto a cómo se tomaban las decisiones en el Gobierno nacional. Nunca el jefe de Gobierno hubiera tomado una decisión distinta a la que conversaba conmigo, lo que pasaba todo el tiempo en el Gobierno nacional. El ministro nos decía una cosa y, al otro día, el presidente salía a decir algo totalmente distinto, desautorizándolo.
» En nuestro caso, las decisiones siempre fueron en equipo. Por eso, la seguridad con la que las tomábamos. En más de una oportunidad, cuando planteábamos la apertura de las escuelas, algún periodista me dijo: “Soledad, ¿no tenés miedo de la decisión que estás tomando?”. Yo tengo un hijo en edad escolar; lo que yo decía impactaba en la salud y en la vida de mi hijo. Para mí era impensable tomar decisiones de forma inconsciente. No era una decisión caprichosa porque está basada en evidencias, pero además era una decisión en conjunto, donde distintas miradas acuerdan un camino a seguir. Eso nos dio la fortaleza para sostener las posturas.
—¿En qué momento se rompió el diálogo con el Gobierno nacional o, si querés, con el Ministerio de Educación Nacional?
—Nosotros nunca rompimos el diálogo. Yo tenía el mandato de Horacio de conseguir el sí. Yo necesitaba que habilitaran la apertura de las escuelas, por lo cual siempre intentábamos continuar el diálogo. En los reportajes hay un montón de frases mías diciendo: “No puede ser que el jefe de Gobierno y el presidente se pongan de acuerdo en todos los otros temas, y que Educación no sea un punto de acuerdo”. Desde nuestra perspectiva, el diálogo no se cortó. Sí hubo muchas veces que no se contestaban los WhatsApp o no nos daban las reuniones o no nos daban la información. Pero, desde nuestro lado, siempre hubo una búsqueda de diálogo, lo que quedó en evidencia con las decisiones que tomamos y los logros que conseguimos. Siempre intentamos hablar, encontrar un punto de acuerdo, siempre intentamos que tuviesen nuestros datos y nuestras evidencias para discutir. Cuando el presidente negaba las decisiones que había tomado su propio ministro, el jefe de Gobierno iba a ver al presidente y le llevaba datos. De nuestra parte siempre hubo vocación de diálogo y buscamos espacios de encuentro para entender las diferencias.
—¿Cuáles fueron las acciones y medidas en la Ciudad que no estuvieron bien? Es una pregunta que un político sabe encontrar la manera de gambetearla, pero en el libro ponés mucho el cuerpo y por eso te la pregunto.
—Una de las cosas que hicimos mal fue que pusimos a los chicos en penitencia desde el principio. Esto se lo estoy robando a un filósofo español, que lo leí en marzo de 2020 y no lo entendí hasta un tiempo después: encerramos a los chicos, los dejamos en sus casas, les cerramos las escuelas, les cerramos los clubes, les cerramos las plazas y no les explicamos por qué. Sabíamos y empezábamos a ver con el correr del tiempo que eran los menos afectados por la pandemia, y pasaron meses hasta que nos sentamos a discutir la cuestión de las infancias. Y durante todos esos meses, nosotros y los especialistas y todos los que se desgarran las vestiduras hablando de los derechos de las infancias estaban callados la boca. Los grandes pedagogos, los grandes investigadores, los grandes teóricos de la niñez y sus derechos estuvieron callados durante meses y nosotros también. Ese fue un error de todos. Nos llevó más tiempo darnos cuenta; nos dimos cuenta antes que el resto, pero nos llevó tiempo. Era como una niebla. Teníamos la mirada tapada; no veíamos el daño que le estábamos haciendo a nuestros hijos. Por eso encaro el libro desde el lugar de mamá. Si no hubiese estado de licencia, a lo mejor hubiese estado trabajando en la calle y no lo hubiese visto tan de cerca. Pero yo estaba viendo el daño en mi propio hijo. En junio, que en la Ciudad se habilitaron las salidas recreativas —podíamos sacar a pasear al perro, podíamos salir a los trabajos esenciales, podíamos ir al supermercado—, pero nuestros hijos no podían salir a la calle.
—¿Cuáles son tus expectativas con respecto al libro? ¿Por qué lo escribiste?
—El título tiene mucho que ver con las expectativas, lo llamé El día que ir a la escuela fue noticia porque desde que trabajo en Educación siento que esta es una tarea solitaria. En la Argentina hablamos mucho de la importancia de la educación, pero en cualquier encuesta antes de la pandemia, la educación aparecía en la lista de prioridades del número 17 para abajo. Una broma interna con el equipo es que nunca logramos una tapa de diario. La educación nunca era noticia si era buena noticia. Siempre me costó que se trataran temas que no fuesen las luchas por las paritarias o las tomas de escuelas o los temas de infraestructura. Y de pronto, con esta discusión —cuando la escuela se cerró— empezó a ser noticia. Empezó a ser un tema importante no solo para los medios de comunicación y la política, sino que las familias se dieron cuenta que ellos también debían tener un rol y alzar la voz. Recién cuando las familias alzaron la voz, allá en septiembre de 2020, y los estudiantes empezaron a movilizarse para que los dejaran ir a la escuela, en ese momento empezó a ser noticia.
» La expectativa de mi libro tiene que ver con no olvidarnos de lo que pasó, con ponerle nombre a lo que pasó para no repetir los errores, pero, sobre todas las cosas, para sostener la vigencia y la importancia de la discusión abierta en materia educativa. Cuando discuto una política pública, en general mi interlocutor es el sindicato. Cuando me siento en el Consejo Federal junto a los otros veintitrés ministros de las jurisdicciones de la Argentina, hablamos entre nosotros más los sindicatos que están representados, pero ahí la voz de las familias no está representada, tampoco la voz de los estudiantes y son los destinatarios últimos. El libro también es una invitación a pensar cómo sostener la presencia de todas esas voces en las discusiones sobre educación.
—¿Te preocupa el resultado de las próximas pruebas de aprendizaje?
—Me ocupa y me preocupa. Nosotros creemos en las evaluaciones porque evaluar nos permite mejorar. Venimos evaluando en la Ciudad desde hace más de diez años, desde la gestión de Esteban Bullrich, y continuamos evaluando incluso en pandemia. Cuando nadie evaluaba, nosotros sí lo hicimos porque necesitábamos saber dónde teníamos que mejorar. El año pasado evaluamos el impacto de los aprendizajes en la pandemia y los datos son absolutamente preocupantes. No solo en las escuelas de gestión pública, sino también en las escuelas de gestión privadas; no solo en los niveles más bajos, sino también más altos. La pandemia tiene y tuvo secuelas en los aprendizajes y en lo que tiene que ver con lo emocional.
» Ya en diciembre del 2020 teníamos evaluaciones que nos permitieron armar estrategias y, desde entonces, lo estamos haciendo. El año pasado dijimos que nos iba a llevar tres años de medidas extraordinarias para recuperar los saberes. Medidas extraordinarias significa que no alcanza con abrir las escuelas, hay que hacer más cosas para que los chicos recuperen lo que perdieron, para que estén en el nivel que tienen que estar, y, a la vez, para que podamos acelerar un poquito lo que ya sabíamos que veníamos perdiendo. Estas medidas extraordinarias empiezan por más días de clases, y por eso la Ciudad tiene un calendario extendido de 192 días. Más horas de clase: el 66% de las escuelas tienen jornada completa. Volvimos obligatoria la jornada extendida, que son nueve horas más de clase por semana, y volvimos obligatorias las clases de los sábados para aquellos estudiantes que tienen materias pendientes o aprendizajes por acreditar.
» La alfabetización ya era un problema; ahora, con la pandemia es muchísimo peor. Hay chicos que tuvieron que aprender a leer y escribir desde casa, con padres que no estaban preparados para enseñar a leer y escribir. Y al año siguiente, en segundo grado, que es cuando tienen que consolidar esa alfabetización, tenían clases intermitentes o tenían menos horas de clase. Hoy estamos con terceros y cuartos grados que no tienen consolidada la alfabetización inicial, que es lo que les permite la estructuración de todos los saberes posteriores. Eso es lo que hay que acelerar, hay que cambiar la forma de enseñar, hay que utilizar otras estrategias didácticas. Todas estas son medidas extraordinarias forman parte de un plan que va a seguir un año más.
—¿Cómo toman los datos y cómo los evalúan para saber si está dentro de la expectativa de logro?
—Tenemos las evaluaciones que hacemos todos los años, que se llaman FEPBA y TESBA, que son las de séptimo grado, finalización de la primaria, y en tercer año de la secundaria. Más las pruebas nacionales que se suspendieron y se hicieron a las apuradas el año pasado en diciembre, pero que deberíamos tener los resultados —espero— después de junio…
—Estás re en contra del Ministerio de la Nación, ¿no?
—¡Noooo! [Se ríe] Estoy en contra de las políticas que vienen realizando. El ministro actual está mostrando una vocación de diálogo y de trabajo mucho más genuina y concreta que el ministro anterior, pero yo no estoy de acuerdo con la mirada. Siento que durante todos los años del kirchnerismo la mirada estuvo cooptada por el sindicato. O sea: es una política educativa de CTERA. Es muy difícil que quien tiene que tomar decisiones de política pública tome decisiones en función de una de las corporaciones que están dentro del ámbito educativo. Pero no es que tenga nada personal.
—Te lo pregunto porque cuando justo revoleaste los ojos y me quedé pensando en eso. Pero, te interrumpí, perdón, estábamos hablando de las evaluaciones.
—Te decía que además de las pruebas anuales, tenemos las pruebas nacionales y las pruebas internacionales y empezamos a desarrollar pruebas intermedias, que llamamos “Pausas evaluativas” en la primaria —y las estamos extendiendo a la secundaria—, que nos permiten ver el progreso y tomar decisiones que impactan en la capacitación docente, en los recursos pedagógicos que utilizamos, en las decisiones de medidas extraordinarias como el cambio del régimen académico que acabamos de hacer para secundaria. Impacta en el tipo de tecnología que utilizamos en las aulas y en las escuelas, en los recursos tecnológicos que utilizamos para acelerar o ralentizar algún proceso. Para nosotros, la evaluación es una medida para la toma de decisiones, nos permite corregir, mejorar y encauzar. Por eso evaluamos: no para poner a nadie en algún ranking, sino para mejorar nosotros mismos.
» ¿Cómo nos evaluamos? Veníamos en un proceso de caída en términos de calidad desde hace muchísimos años que habíamos logrado estabilizar en Prácticas del Lenguaje y que en Matemáticas habíamos empezado a mejorar. Con la pandemia caímos abruptamente en las Prácticas del Lenguaje. En secundaria, todo lo que es comprensión lectora fue lo más afectado en el aprendizaje, pero Matemáticas significativamente es uno de los puntos en los que se mejoró. Estamos haciendo hipótesis y teorías con los especialistas, porque no entendemos por qué mejoramos. Suponemos que es porque no se requieren tantas instancias grupales de aprendizaje colegiado ni tanto detalle, o porque no necesitás tantos estímulos desde casa como para realizar situaciones de matemáticas.
» El mayor efecto en los aprendizajes fue en los más chiquitos. La buena noticia es que los chicos aprenden rápido. Con ellos tenés tiempo dentro de la escuela para recuperarlos. Para los más grandes, lo más afectado es lo emocional y ahí estamos complicados, porque lo que se ve en las aulas es muy difícil. Tenemos situaciones de autolesiones muy graves. Situaciones de violencia entre pares permanentemente, situaciones de dificultades de convivencia y estamos tratando de encontrar una respuesta que no es tan simple y que no depende solo de la escuela.
—Uno de los grandes proyectos de la educación está asociado a la educación para el trabajo. De hecho, este encuentro en la Feria se llama “Educación y futuro”. Y uno de los temas del futuro es la programación y la robótica. ¿Cómo hace la Ciudad de Buenos Aires para dar soluciones a este planteo?
—Bueno, eso también es parte del libro: yo creo que la pandemia nos puso delante una pregunta clave que es: qué rol cumple la escuela en la sociedad y para qué enseñamos. Es la pregunta. Justo antes de la pandemia habíamos cambiado la misión y la visión del Ministerio para enfocarlo más al desarrollo económico y vincular la escuela con el mundo del trabajo. Cuando uno habla de preparar a los chicos para los desafíos del siglo XXI, es para todo el desarrollo económico y social del siglo XXI. En ese sentido, hay habilidades esenciales para cualquier trabajo, incluso para aquellos que sabemos que no se han inventado. Los chicos van a necesitar capacidades específicas y lo digital es uno de ellos, el idioma es otro de ellos. Por eso en la Ciudad tenemos educación digital desde sala de 5, tenemos equipos de computación —que los llamamos “atelliers digitales”— y buscamos que los chicos desarrollen desde la más temprana edad pensamiento computacional. La robótica, como excusa para empezar a entender los lenguajes de la programación: a lo largo la primaria, programación y robótica atravesadas con pensamiento computacional porque queremos que los chicos sean creadores de tecnología y no solamente usuarios. Todas las plataformas que tenemos en el sistema son para acompañar las estrategias de enseñanza de los docentes. Por ejemplo, la plataforma de aprendizaje basado en proyectos que utilizamos en secundaria les da más herramientas a los docentes para trabajar en el modelo de la escuela, con algo más provocativo para los chicos.
—Una figura del libro es Horacio Rodríguez Larreta. Vos contás cómo empezaste a andar —o desandar— el camino de la política junto a él. ¿Lo vas a seguir en la carrera presidencial?
—Voy a seguir trabajando en su proyecto. Hace veinticinco años que trabajo con él. El libro es sobre mí, pero especialmente es sobre él y sobre cómo toma decisiones como líder de un espacio político y de un proyecto político. Realmente creo que la Argentina necesita un proyecto con mirada de futuro, con una mirada de mayorías; no con una mirada segmentada o ideologizada. Una mirada estratégica que pueda generar planes y ese es Horacio. Así que confío plenamente y voy a trabajar para que pueda ser el presidente del próximo gobierno.
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