“Insistir, insistir, insistir, que nos devuelvan, nos devuelvan las Malvinas. Exigir, exigir, exigir, nos exhorta la Patria por ella morir” (de la canción “Son nuestras las Malvinas”, de Francisco Ríos y Pedro Vettori).
Desde el 14 de junio de 1982, día de la rendición, gran parte de la sociedad entendió que la recuperación de las islas había sido un grave error, una irresponsabilidad de la dictadura, si no directamente como un crimen. El rock nacional —el género más masivo en todos estos años—le dedicó algunas canciones a la guerra, y en todos los casos lo hizo acentuando ese recelo. Algunas canciones: “No bombardeen Buenos Aires”, de Charly García, “Comunicado Número 166″, de Los Violadores, “2 de abril”, de Attaque 77, “Héroes de Malvinas”, de Ciro y los Persas, “La canción del soldado y Rosita Pazos”, de Fito Páez.
Lo interesante es que antes del 82, los músicos —en su mayoría folkloristas, que por entonces era el de mayor difusión— habían hecho suyo el reclamo de la recuperación con el convencimiento de que sería inexorable, pero también con la impaciencia que justificaba y alentaba la presencia militar.
La comunidad emocional
Sebastián Carassai, que hace seis años publicó Los años setenta de la gente común. La naturalización de la violencia, publica ahora una gran investigación sobre Malvinas: Lo que no sabemos de Malvinas. Las islas, su gente y nosotros antes de la guerra (Ed, Siglo XXI). El libro está llamado a convertirse en un texto canónico sobre el conflicto.
A lo largo de casi 300 páginas, Carassai habla de cómo era la relación entre el continente y el archipiélago y de lo poco que nos se conocían a un lado y al otro del mar. Reseña las visitas de los primeros viajeros, la desconfianza de los isleños, las acciones armadas que se realizaron sin apoyo estatal —por ejemplo, la que lideró Dardo Cabo a mediados de los 60—, las extensas misiones diplomáticas y los acuerdos entre Buenos Aires y Londres, etc. También le dedica un profundo análisis a la música de las Malvinas entre 1941 y 1982, que permite cuenta de cómo “la comunidad emocional” vivió ese tiempo.
“Ninguna canción acerca de las islas compuesta en el período considerado”, escribe Carassai, “ironizó o simplemente expresó dudas sobre el derecho argentino a ellas. Ello sugiere que, al menos desde los años cincuenta, la convicción de que las Malvinas eran tierra usurpada y que la Argentina debía proponerse su restitución no fue privativa de las élites políticas, diplomáticas o profesionales. Igualmente significativo resulta el hecho de que, al menos hasta donde se sabe, las canciones dedicadas a las islas no se incluyeron en las listas de obras censuradas o prohibidas de ningún gobierno”.
Carassai trabajó con más de 270 canciones incluidas en el registro de Sadaic; una laboriosa indagación con la que determinó ciertas insistencias: la argentinidad que se testimonia hasta en el paisaje, el derecho imperecedero y el reclamo irrenunciable, el coraje como un valor necesario para recuperarlas, la preferencia por la acción directa antes que otras opciones de más largo aliento, la feminización de las islas —que reforzaba la visión de que la recuperación era un imperativo masculino—, el absurdo que un archipiélago en el Sur esté bajo el control británico, etc.
Un manto de neblinas
La “Marcha de las Malvinas” que muchos conocimos en la primera semana de abril del 82 fue escrita en 1940. Un año antes se había creado la Junta de Recuperación de las Malvinas, que, entre sus varias tareas, organizó un concurso para crear una canción patria del archipiélago. Surgió como ganadora la marcha de Carlos Obligado y José Tieri, y se la cantó por primera vez el 3 de enero de 1941, en el 108° aniversario de la ocupación británica.
A mediados de los 60, sobre todo después de que la ONU firmara la Resolución 2065 reconociendo la disputa entre la Argentina y Gran Bretaña por la soberanía de las islas, los letristas empezaron a reclamar una actitud más firme. Escribe Carassai: “Realzaron la bravura y el coraje como valores determinantes para alcanzar el objetivo de la restitución, tendieron en algunos casos un manto de sospecha sobre la vía de la negociación pacífica y festejaron las incursiones en las islas de los argentinos que decidieron pasar por su cuenta a los hechos”. Así aparecieron zambas y chacareras que fueron cantadas, entre otros, por José Larralde y Los Chalchaleros.
Hasta la incursión militar, las canciones se referían a los isleños como huestes extranjeras, gringos, intrusos, invasores, piratas; durante el conflicto, las canciones le hablaban con respeto al “pueblo malvinense”.
El silencio
Algunos años antes de la guerra, Atahualpa Yupanqui y Ariel Ramírez escribieron “La hermanita perdida”: “Malvinas, tierra cautiva / de un rubio tiempo pirata. / Patagonia te suspira. / Toda la Pampa te llama. / Seguirán las mil banderas / del mar, azules y blancas, / pero, queremos ver una / sobre tus piedras clavada. / Para llenarte de criollos. / Para curtirte la cara / hasta que logres el gesto / tradicional de la Patria”. Aún cayendo en los tópicos mencionados más arriba, la canción tiene la característica de reclamar la soberanía sin hacer referencia a la vía armada.
No se había cumplido un mes del desembarco que Cacho Castaña promocionaba la canción “Oé oé oé, las Malvinas son argentinas”: la canción permite comprender cómo la mayoría de los argentinos vivía ese tiempo con optimismo y alegría. Con un ritmo cercano al de los cantitos de las hinchadas de fútbol, “la canción de Castaña”, dice Carassai, “captura mejor que ninguna otra ese momento, no por fugaz menos verídico, en que la proximidad de una eventual guerra con el Reino Unido fue vivida por algunos en forma casi análoga a como se había vivido, menos de cuatro años atrás, la conquista del campeonato de fútbol”.
Después de la guerra, ningún cantor volvió a incluir estos temas en su repertorio.
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