No es posible saber cómo será la educación en el futuro, pero sí cómo no va a ser. No va a ser como era hasta febrero de 2020. Los cambios que habían comenzado a notarse antes de la pandemia —bastante antes, por lo demás: por lo menos diez años antes—, se acentuaron y se consolidaron en este tiempo. El mundo ya había empezado a ser otro, pero la escuela necesitó una crisis global para comprenderlo.
Fernando Valenzuela Migoya es una de las personas más preparadas para pensar el futuro de la educación. “No estamos frente a una época de cambios, sino a un cambio de época”, dice. Con un profundo diagnóstico de la educación a nivel regional y una cantidad de ideas desafiantes y provocadoras, Valenzuela ha sido reconocido como una de las cien personalidades más influyentes en EdTech, una industria que el año pasado movió nada menos que 21 billones de dólares.
Esta semana, Fernando Valenzuela estuvo invitado en un encuentro organizado por Ticmas —que justamente ha sido señalada por GSV Ventures como una de las veinte compañías de EdTech más innovadoras del mundo—. El encuentro se realizó en la Ciudad de México y formó parte del Seminario de Transformación Digital para Directivos de Escuelas de Ticmas, que busca reflexionar acerca de la implementación de diferentes estrategias para afrontar los retos de la post-pandemia en las instituciones, contrastando sentidos sobre la situación actual y las posibles proyecciones futuras. (El seminario continúa esta semana con dos virtuales y de inscripción gratuita).
Estas son algunas de las frases que Fernando Valenzuela Migoya habló con el público convocado por Ticmas:
Hoy estamos educando para el caos. Nuestros estudiantes han vivido, viven y seguirán viviendo situaciones que distan mucho de una estructura rígida, de una clase que empieza a las 7.30 de la mañana y que dura 50 minutos, en donde todos hacen el mismo examen el mismo día con el mismo contenido. Entonces, la primera pregunta que quiero compartir con ustedes es cómo preparamos estudiantes que van a vivir en caos. Y la única respuesta es que tenemos que experimentar permanentemente. Lo que hicimos durante la pandemia debemos verlo como una gimnasia para prepararnos para un futuro que va a tener mucho más de esto. Y evitemos pensar que se va a normalizar y vamos a regresar a los mismos salones de clases con los mismos estudiantes. Porque sería el fallo más grande que podríamos hacer en la educación.
Tampoco podemos decir que todos quieren regresar a la presencial y que todos pensamos que la presencialidad es maravillosa. Nos cuestionamos muchísimo las fallas de la educación vía tecnología, pero si nos hubiésemos cuestionado las fallas de la presencialidad de la misma manera, nos daríamos cuenta que tener un pizarrón y un docente que les entrega contenido a los estudiantes y que hace dictado y que hace exámenes —y que los estudiantes preguntan “¿Eso va a venir en el examen?”— era tan malo o peor que la educación digital que hemos vivido.
La innovación de la educación no viene de nuevas tecnologías, sino de nuevas formas de colaborar
La innovación de la educación no viene de nuevas tecnologías, sino de nuevas formas de colaborar. Innovar no es vender la última tecnología; innovar es colaborar de forma distinta entre los miembros de la escuela con los padres, con los estudiantes, y también fuera de las fronteras de al escuela. Colaborar con otras escuelas, con otros países, con emprendedores, con otras tecnologías. Durante la pandemia, los docentes se tuvieron que convertir en artistas de cine, en conductores de televisión, en expertos frente a la pantalla. Sólo se puede ganar agilidad perdiendo el control y nosotros perdimos el control. Eso creó una industria que no tiene vuelta atrás. El incremento que hubo en la digitalización no va a regresar a los estados del 2020.
Yo estoy en muchos grupos de directores de Recursos Humanos y de CEOs de empresas latinoamericanas, y la discusión es si tiene sentido la oficina, si tiene sentido pedirles a nuestros empleados que regresen a un mismo espacio físico. Qué sentido tiene ir a la oficina, cuándo hay que ir, para qué y por qué, cuál es la motivación.
Para que el directivo de un colegio tenga éxito de aquí en adelante no sólo tiene que tener una capacidad de cambio, sino que tiene que estar propenso al cambio. Tiene que proponer el cambio y tiene que asumir que ya no hay una estabilidad, una estructura, una rigidez. Estamos en un momento clave, pasamos por un proceso de transformación con riesgos pero también con beneficios, y tenemos que dar el salto a lo que puede ser. Y ahora hay que preguntarse qué tipo de colegio queremos ser. Qué tipo de docentes, qué tipo de estudiantes, qué tipo de agilidad, qué flexibilidad, qué innovación, qué transformación vamos a hacer. Hay mucha gente en este “liderazgo ambidiestro” que dice que lo único que espera es regresar a la ruta que teníamos antes, a las clases como eran antes, a la presencialidad como eran antes. Ese es el punto que quiero evitar a toda costa.
Tuvimos un impacto social increíble. Muchísimos de nuestros niños, pero también muchísimos de nuestros docentes perdieron la socialización, la interacción, la empatía, la sensibilidad. Uno de los grandes beneficios de la pandemia fue entender que la emoción es parte del aprendizaje. ¿Cuántos teníamos niños problema y batallábamos con la indisciplina y la tensión, y pensábamos que era un problema de aprendizaje? Hoy sabemos que son temas emocionales, y que no podemos dar una clase sin empezar por saber cómo estamos emocionalmente los docentes y los estudiantes. Y probablemente los padres y madres de familia. No podemos aprender si no tenemos la emoción y la motivación en el lugar correcto. Entonces: ¿cómo aprende el niño que tuvo la pérdida de uno de sus padres, cómo aprende la niña que está siendo acosada? ¿Cómo enseña el docente que está preocupado por sus hijos?
Empecé este camino en 2010 y me di cuenta que, como los taxis y los hoteles, la única manera en que la educación se va a transformar es a partir de los emprendedores
Me di cuenta hace diez años que yo tenía el suficiente entendimiento de pedagogía para pensar en las innovaciones pedagógicas. He dado clases toda mi vida, he sido socio de colegios, he dado clase en varios países y me dije que la forma de enseñar tenía que cambiar. Pero a la vez me di cuenta que los que entienden de pedagogía no entienden de tecnología y entonces los de tecnología llegan con una solución, pero no se entienden entre ellos. Y ninguno de los dos se entiende con el capital: qué es barato, qué es caro, en qué dejamos de gastar, en dónde gastamos más. Y ninguno de los tres se pregunta cómo usar la nueva tecnología y la nueva pedagogía para cerrar brechas sociales y de género. Ese fue el espacio que decidí ocupar. Un balance muy difícil, porque muchas veces la pedagogía, la tecnología, el capital y el impacto están en direcciones totalmente opuestas. Ese espacio me parece que es uno de los grandes desafíos.
Empecé este camino en 2010 y me di cuenta que, como los taxis y los hoteles, la única manera en que la educación se iba a transformar era a partir de los emprendedores. En la educación decimos que nosotros nos vamos a transformar a nosotros mismos. Y la respuesta es: ¡No! Nos van a transformar los mismos emprendedores de la educación, que, además, acaban de cumplir un reto enorme: el año pasado se invirtieron 21 billones de dólares en innovación educativa. Y esto es solo el comienzo. En innovación educativa el capital llegó para quedarse y tomó un nivel espeluznante de tracción. Eso no lo saben los directivos de los colegios, no lo están acompañando, es un mundo ajeno, que nos queda muy lejos, pero no lo podemos desconocer, porque cuando el mundo del capital empieza a invertir en transformación educativa, la transformación se acelera. Sólo para tener una referencia: 21 billones de dólares invertidos en innovación educativa equivale a la inversión de toda América latina en tecnología. Brasil, México, Perú, Chile, Colombia, Argentina, Uruguay.
Hay 38 empresas de educación que valen más de un billón de dólares. Como directivos de colegios no podemos estar ajenos a este mundo. Es como si los taxistas no supieran que ya existe Uber. Es una llamada de atención. Hay que conocerlos, experimentarlos, hay que acercarse y evaluarlos; hay que ver para qué sirven, hay que ver por qué sirven. Me imagino este espacio como el de los primeros que cruzaron el estrecho de Bering, que estaban abandonando Asia y no sabían a dónde iban. O nos regresamos a lo que ya conocíamos y de lo que veníamos huyendo, o cruzamos el estrecho y vemos qué pasa del otro lado. Eso es lo que los directivos de colegios tenemos que plantearnos hoy.
Hay 38 empresas de educación que valen más de un billón de dólares. Como directivos de colegios no podemos estar ajenos a este mundo. Es como si los taxistas no supieran que ya existe Uber.
Hoy el mundo es un mundo caótico. Es un mundo de transformación como nunca, de inversión en tecnología, de desarrollos y de crecimiento. Si queremos volver al pasado, nos perdemos de muchísimo. Recordarán el puente en Centroamérica que se hizo con la última tecnología y que decían que no lo iba a tirar nadie: efectivamente, no lo tiraron abajo, pero el cauce del río cambió y el puente se hizo inservible. Esta es mi metáfora para hoy. En qué estamos siendo rígidos. Y cómo aprovechamos la pérdida de control para ganar agilidad y ganar transformación. No hay manera de pensar en una transformación digital rígida que no se atreva a hacer cosas, que no sea una especie de laboratorio.
Como bien decía Ken Robinson, el mundo no es lineal. El desafío es pensar cómo creamos escuelas que se parezcan al mundo: que permitan un poco más de caos, un poco más de diversidad y de resolución de problemas reales. Los invito a pensar que cada uno de nosotros somos una startup. Nuestra escuela es una startup, la clase de Matemáticas de las ocho es una startup, el maestro que da la clase de Ciencias o de Inglés es una startup. Hay un montón de cursos y herramientas que ya existen para crear la mentalidad “startupera” en docentes, en padres, en maestros, en los propios alumnos. Y lo mejor de todo es que tenemos a los mejores consultores de startups, que son los estudiantes. Tenemos que darles voz para que nos ayuden a experimentar.