Aunque su nombre no sea tan conocido, Katherine Johnson es una de las mujeres más relevantes de la historia moderna. Fue física, científica y matemática. Trabajó en la NASA a comienzos de los años 60, en la época en la que la carrera espacial estaba en su apogeo, y los Estados Unidos y la Unión Soviética competían por controlar el cielo. Por aquel entonces, los que llevaban la delantera eran los soviéticos, que hasta habían logrado que Yuri Gagarin orbitara el planeta a bordo del Vostok 1.
La conquista del espacio está plagada de hombres: Robert Gilruth fue el director del Space Task Group de la NASA, Alan Shepard fue el primer estadounidense en el espacio y John Glenn el primero en dar tres vueltas completas a la Tierra, Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins fueron los primeros en alunizar, Jim Lovell estuvo al mando de la misión del Apollo 13 —es el que dijo “Houston, we have a problem”—. Las doce personas que caminaron la luna son varones. Incluso en la actualidad, los grandes impulsores son Elon Musk y Jeff Bezos.
La conquista del espacio está plagada de hombres, pero ninguno habría llevado su nombre al firmamento sin Katherine. Su historia es como la de tantas otras mujeres, que debieron hacer un gran esfuerzo para sobreponerse en un ambiente que las invisibilizaba o que directamente les era hostil.
La mujer que le ganó a la computadora
Katherine Coleman —ese es su apellido de soltera— nació en 1918 en una pequeña ciudad de West Virginia. Rápidamente se hizo notar como una niña de altas capacidades, pero, por ser afroamericana, las leyes de segregación imperantes no le permitían avanzar más allá de octavo grado. La familia, entonces, decidió mudarse de condado para que ella pudiera continuar sus estudios.
En la biografía de Katherine resalta una determinación que la lleva a batallar ante cada dificultad, a saltar todas las barreras. Su primer trabajo fue como maestra en una escuela pública; cargo que dejó al casarse con Johan Goble. El matrimonio tuvo tres hijas, pero él murió prematuramente. Más tarde, Katherine se volería a casar, ahora con un teniente coronel de quien tomó el apellido. Para ese momento, ella ya trabajaba como “calculadora humana” en el Centro de Investigación Langley de la NASA.
Las “calculadoras humanas” eran personas que se ocupaban de realizar cálculos complejos ante de que existieran las computadoras. El trabajo era crucial y Katherine destacaba tanto que la convocaron para encargarse de las operaciones de mecánica orbital en las misiones que llevarían a Alan Shepard y John Glenn al espacio.
Aquellos primeros tiempos no fueron buenos para ella, porque tenía dos “desventajas” muy determinantes para la época: era mujer y era negra. Y, si como mujer no era lo suficientemente valorada por los hombres, como negra tenía que moverse por los sectores permitidos para la “gente de color”. ¿Cómo habrá sido trabajar en un lugar en el que, por el tono de tu piel, no te dejaban usar el mismo baño que los demás y debías caminar ocho cuadras para usar uno habilitado? ¿Cómo habrá sido trabajar en una institución que se dedicaba a mover las fronteras de la humanidad, que era capaz de hacer soñar a los hombres, pero que no conseguía desterrar los prejuicios sociales?
Fue gracias a Katherine y a otras mujeres brillantes que los trabajadores de la NASA comenzaron a despojarse de los prejuicios de sexo y raza.
Al infinito y más allá
La reputación de Katherine la precedía. Todos hablaban de su inteligencia. Tal es así que John Glenn, antes de abordar el “Friendship 7″, le pidió que rechequeara los datos que había generado la computadora IBM. Eran los primeros tiempos de las computadoras, que ocupaban salones inmensos y parecían salidas de una película de ciencia ficción; la confianza en esos equipos era todavía limitada. Katherine tardó un día y medio en resolver lo que a la nueva computadora le había tomado unos pocos segundos: sus resultados fueron igual de precisos y Glenn, entonces, continuó con la misión tal como estaba programada.
Katherine trabajó 35 años en la NASA: calculó trayectorias orbitales, ventanas de lanzamiento, comprobó las rutas de emergencia de los vuelos espaciales; fue decisiva en el regreso del módulo lunar del Apolo y en el programa del transbordador espacial. En una de sus últimas tareas estuvo abocada a pensar planes para trazar una misión a Marte.
En 2015, el presidente Barack Obama le entregó la Medalla Presidencial de la Libertad, y en 2016, la NASA inauguró el “Centro de Investigación Computacional Katherine G. Johnson”. Ese mismo año, la actriz Taraji P. Henson encarnó su historia en la emocionante película Talentos ocultos, que estuvo nominada al Oscar.
Murió el 24 de febrero de 2020, a los 101 años de edad.
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