Pepe Menéndez es uno de los grandes referentes actuales de la educación. Es divulgador, maestro de maestros y asesor educativo. Con más de cuarenta años de experiencia en aula, fue director del Colegio Joan XXIII (Barcelona) y director adjunto de la Red de Colegios de Jesuitas de Cataluña.
Desde hace varios años acompaña a instituciones y organismos de España, Portugal y América latina en la transformación educativa; transformación que, si hasta 2019 parecía vertiginosa, en los dos años de pandemia ha tomado un ritmo febril. De hecho, llegó a Buenos Aires invitado por el Ministerio de Educación para prestar un servicio de asesoría en el inicio del ciclo lectivo y, entre sus tareas, se hizo tiempo para hablar con Ticmas.
En su libro Escuelas que valgan la pena (Paidós) daba cuenta de cómo los profesores tienen una posición privilegiada “para distinguir entre el Ser del alumno y su Hacer académico”: una idea que propone pensar a los estudiantes desde la integridad de su persona. El estudiante no es solo una mente, no es sólo un cuerpo, no es solo un corazón: es todo eso. En buena parte de la entrevista, esta concepción funcionará como un gran paraguas desde donde pensar el presente y el futuro de la educación.
—Hoy se dice que el contenido ya no ocupa el centro del aprendizaje, sino que en ese espacio están las habilidades para acceder al contenido. Pero ¿es tan distinto a la idea del docente como andamiaje y a la tríada compuestas por docente, estudiante y aprendizaje?
—Has señalado varias cosas. Con respecto a la idea del triángulo, a mí me inspira mucho la teoría del núcleo pedagógico de la escuela de Richard Elmore, que habla de tres vectores —el profesor, el alumno y el contenido— y en el medio está la tarea que hace el estudiante. No la que se supone que hace, sino la que efectivamente hace. Por eso, la escuela de Elmore propone las “Instructional Rounds”, las rondas de información en las que, en vez de mirar al docente, se mira lo que el estudiante está haciendo y desde ahí componer una teoría de la acción pedagógica. Y respecto al andamiaje, me gusta la inspiración de Melina Furman cuando habla de la chispa y el andamiaje. Yo creo que, sin duda, los contenidos son importantes. Pero son importantes en función de las personas. Al final, es la formación integral de la persona lo que construimos alrededor de la columna de los contenidos. No al revés: no construimos los contenidos en los cuales, si el alumnado encaja, bien, y, si no encaja, fuera.
—Ese era el modelo de la educación tradicional.
—Era un filtro, una especie de selección natural del alumnado. En realidad, lo que la educación obligatoria nos plantea con toda claridad es el derecho al aprendizaje. No solo a la escolarización, sino a que todos los alumnos aprendan. Y eso significa que los propios contenidos, la propia metodología, la propia acción del docente se deben poner en función de garantizar esos aprendizajes, tanto de ciertos contenidos básicos como de las competencias transversales que nos garantizan la capacidad de seguir aprendiendo. Como dice John Hattie: ojalá la escuela consiga que los alumnos no odien aprender.
Lo que la educación obligatoria nos plantea con toda claridad es el derecho al aprendizaje
—Hay una hermosa frase de Nicholas Burbules: “El aprendizaje es un arte que dura toda la vida”.
—Aprender requiere de cierta generosidad, de poder abrirte, dejar fluir, de reconocer que no lo sabes todo. Esto ya lo decía Paulo Freire: no hay nadie que lo sepa todo. Todos estamos abocados a aprender a lo largo de nuestra vida. Algo que nos cuesta mucho es el ritmo de las innovaciones. Por ejemplo, he podido comprobar el impacto de la inteligencia artificial en apps de creación de textos típicamente académicos de la escuela secundaria. Por ejemplo, una tarea: “Escriba una redacción sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania”. Estas apps, con tres o cuatro palabras, son capaces de construir un texto entero en el que mezclan muchísima información, pero lo que tenemos delante no siempre es verdad. En definitiva, necesitamos estudiantes que aprendan que van a estar inundados de fake news. Es un reto apasionante adquirir el criterio de interpretación y de fiabilidad.
—Siempre se habla de las habilidades del siglo XXI que debe adquirir un estudiante. ¿Cuáles serían las que debe tener un docente?
—Son exigentes. Sobre todo, si pensamos en un docente de secundaria. Antes se le pedía que dominara el área de conocimiento, que hablara de ella y luego examinara lo que había explicado. La autoridad, que casi podríamos decir autoritarismo, era muy fácil: “Haced silencio, copiad y luego os examino”. Ahora la tarea del docente es mucho más compleja. Si hablamos de situar en el centro al estudiante, decimos que el docente debe tener habilidades de orden psicopedagógico, de conocimiento sobre los procesos de madurez, sobre la resolución de conflictos, sobre lo que significa acompañar a las personas, sobre la sensibilidad, sobre el ámbito relacional.
—¿El uso de la tecnología?
—Claro. Necesita un progresivo dominio de la tecnología educativa. Lo que no significa estar a la última moda, sino saber adaptar la tecnología a los propósitos pedagógicos y educativos. Y también, a menudo, necesita hablar más de un idioma. El mundo está cada vez más abocado a las migraciones, a la mezcla de diferentes culturas. Yo diría que este docente debería ser una persona inquieta por la cultura, que lea, que escriba, que sea capaz de interrelacionar saberes. Vamos hacia una interdisciplinariedad y al trabajo en equipo de docentes. Y, además, a ese docente le pedimos que no hable tanto, que deje que los estudiantes participen. En el fondo, le estamos pidiendo unas competencias que luego, entre comillas, van a aparecer como invisibles. Es un reto y yo estoy convencido de que tenemos que construir la transformación de la escuela desde los docentes que tenemos, consiguiendo que todos aprendamos más.
La educación está siendo interpelada por la evolución tecnológica, por la globalización, por el impacto de algunas temáticas que, en principio, no son estrictamente escolares, como el medio ambiente y el cruce de culturas
—Uno de los principales objetivos de la educación es formar ciudadanos autónomos. Creo que hemos hablado sobre la autonomía, pero ahora hago foco en la palabra clave “ciudadanos”. ¿La crisis de la educación está vinculada a la crisis de representación política?
—Es un elemento más. Yo creo que la educación está siendo interpelada por la evolución tecnológica, por la globalización, por el impacto de algunas temáticas que, en principio, no son estrictamente escolares, como el medio ambiente y el cruce de culturas. De ahí la importancia de que la escuela obligatoria se piense como una columna de crecimiento y fortalecimiento de la ciudadanía. Una ciudadanía libre, autónoma, que piense por sí misma, por lo que los procesos de aprendizaje basados en la unidireccionalidad y en la repetición no tienen nada que ver. Santiago Rincón Gallardo, uno de los discípulos de Elmore y del equipo de Michael Fulham, habla en un precioso libro, que es Liberar el aprendizaje, de cómo esa liberación no solo sirve para que los estudiantes aprendan más sino para que el aprendizaje sea más democrático, y eso promueva ciudadanos más libres y con más criterio.
—Hay un tema crucial en este comienzo de ciclo, que es la pandemia. No le voy a preguntar con qué escuela nos vamos a encontrar, sino con qué escuela deberíamos encontrarnos.
—Una de las cosas que estimulo mucho es el aprendizaje de los dos últimos años. No solo la incertidumbre y la gravedad de lo que hemos vivido, sino también los aprendizajes positivos. Y me encuentro con una serie de elementos comunes en escuelas vulnerables, en barrios acomodados, en España, Portugal, Argentina, en otros países, que dan la confirmación de que la secundaria tiene que cambiar, de que es imposible seguir con este proceso de aprendizaje enciclopédico, la confirmación de la importancia de los vínculos socioemocionales entre docente y alumnado, la adaptación a una tecnología que nos acerque. Se ha producido una paradoja que todo el mundo reconoce: en la virtualidad las escuelas han conocido mejor la situación personal de los alumnos y los docentes. Al volver a la escuela presencial hay que dedicar tiempo precisamente a cultivar ese conocimiento y esas relaciones porque sabemos que son claves en ese progreso de los alumnos.
—Comencé preguntándole por la relación entre docente, estudiante y contenido, y cerramos la entrevista con el mismo tema.
—Es que algunos de los expertos dicen que va a quedar el aprendizaje híbrido, va a quedar un uso inteligente de la tecnología para la personalización, va a quedar la idea clara de qué es lo que tiene sentido cuando estamos todos juntos —explorar, compartir, colaborar— y qué es lo que no tiene sentido cuando estamos todos juntos —escuchar un mensaje unidireccional que puedo escuchar en momentos diferentes, adaptados, que puedo consultar de nuevo—. ¿Quiere decir que todas las clases magistrales van a ser un vídeo de YouTube? ¡No! Pero quiere decir que nos tenemos que adaptar a los tiempos en que se ha reducido la capacidad de atención. Quiere decir que tenemos que seleccionar bien cuándo concentrar la atención. No quiere decir que todo tenga que ser en píldoras fáciles, rápidas. Hay cosas sencillas y prácticas que se pueden hacer de manera rápida, pero debemos darle prioridad a lo que consideramos que es importante, porque, si no, a un estudiante todo le resulta importante, todo es denso y lento y no hay criterio de diferencia.
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