“No se va a hacer. Te apuesto que no se va a hacer”. La incredulidad de Rafael Viñoly, dueño de uno de los estudios más exclusivos de Nueva York, se apoyaba en su experiencia: los grandes proyectos arquitectónicos, por falta de financiamiento o continuidad, no prosperaban en la Argentina, mucho menos en las universidades públicas.
En ese momento, Cero + Infinito era una idea ambiciosa, casi disparatada, para un terreno boscoso que estaba a un costado dentro de la Ciudad Universitaria, plasmada en bocetos, en planos que habían sido donados a la Universidad de Buenos Aires. Hoy Viñoly, graduado de la casa, le debe una cena a Sebastián Ceria, otro graduado de la casa, que desde 2008 invirtió tiempo y compromiso para que el proyecto viera la luz.
Cero + Infinito, el nuevo edificio de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, se pudo inaugurar en 2021 y empezará a funcionar en 2022. Es un pabellón universitario de última generación, el más moderno de la Argentina y uno de los más vanguardistas de Latinoamérica. Es un coloso plateado de 17 mil metros cuadrados, con aulas de computación, oficinas, laboratorios, biblioteca y salas multimedia, que simbolizan una visión de futuro.
“Para la universidad es una enorme satisfacción, un orgullo que podamos tener una infraestructura de este nivel que va a ser utilizada por todas las carreras de Exactas. Es un proyecto singular para nuestro país: se empezó a planificar en un gobierno, se ejecutó casi por completo en otra administración y termina en otra gestión. Representa que puede haber una continuidad en una política de Estado sin importar quién esté a cargo”, señaló el rector Alberto Barbieri a Infobae durante una recorrida por las instalaciones.
El Banco de Desarrollo financió la obra que se licitó en 2015. Invirtió casi unos 50 millones de dólares en la construcción de Cero + Infinito. Su nombre se lo puso el propio arquitecto Viñoly, cuando aún desconfiaba de su concreción. Se debe a los dos patios internos, cubiertos de verde, que en una toma panorámica parecen formar ambos símbolos: un círculo y un ocho acostado.
Todavía no empezó a recibir estudiantes, ni investigadores o docentes, pero se avizora una circulación permanente. Los espacios comunes son amplios y están pensados para la charla, el intercambio. Incluso está conectado con otro de los pabellones de Exactas: en 20 metros el contraste es enorme entre la modernidad y lo que supo ser también, sesenta años atrás, un edificio de avanzada.
Son dos pisos. La planta baja está destinada a la enseñanza y el aprendizaje. Hay 19 aulas, cinco de ellas en forma de anfiteatro, con capacidad para cien alumnos. Los antiguos pupitres fueron reemplazados por mobiliario más amigable, con mesas móviles y sillas más confortables. Las aulas albergarán cátedras de las nueve carreras que se dictan en la Facultad. Incluso confían que todas las clases, en un contexto pospandémico, se puedan impartir en el nuevo pabellón. En total, dicen, está preparado para alojar a más de 3 mil estudiantes e investigadores a la vez.
“Al principio la comunidad educativa era incrédula. Nadie creía que se iba a poder hacer. Después los docentes e investigadores vieron que el edificio se empezaba a construir, después vieron que estaba casi listo y ahora lo que hay es ansiedad por utilizarlo. La idea es que haya un movimiento permanente entre los tres pabellones. Nos va a permitir recuperar la presencialidad plena a partir del año que viene”, dijo Juan Carlos Reboreda, decano de Exactas.
El 31 de enero es la fecha prevista para que la primera camada de estudiantes tenga clases en el edificio. Serán los alumnos que cursarán el cuatrimestre intensivo de verano hasta marzo. Luego se sumarán paulatinamente las cátedras más concurridas a partir de abril.
Los investigadores, por su parte, aguardan ansiosos la posibilidad de trasladarse a sus nuevas oficinas. El primer piso será el destinado a la investigación, con 56 oficinas equipadas para ello. Uno de los grupos que trabajará allí es el Centro Interinstitucional en Ciencia de Datos, que surgió a partir de un convenio que la UBA firmó con el Ministerio de Ciencia y Técnica. También se avanzará en proyectos de computación, de ciencias de la atmósfera y cálculo.
Una de las principales innovaciones no está a la vista. Se necesita subir por una escalera que será inaccesible para los miembros de la comunidad académica. Arriba hay 8.700 metros cuadrados de techo verde, una parcela de pasto desigual por encima de las aulas, los laboratorios, las oficinas, que se encarga de absorber la energía solar y de mantener estable de la temperatura del pabellón.
En los próximos meses entrará en funcionamiento el pabellón. Habrá docentes dando clases, estudiantes aprendiendo y científicos investigando. Ya a mediano y largo plazo, el edificio apunta a convertirse en una referencia nacional y regional de investigación. Pero hoy, trece años después, se puede decir que ese sueño de ladrillos e ingenio que parecía inverosímil allá por 2008 es una realidad.
FOTOS: Adrián Escandar
VIDEO: Gastón Taylor
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