Qué define al ser nacional. Cuáles son los signos y los símbolos en torno a los cuales podemos identificarnos y decirnos argentinos. Cuántas veces escuchamos: “La Argentina no termina en la General Paz”. Si bien, esa frase hoy no tiene la misma fuerza —la pandemia le bajó el precio a la autopista, y hoy la ciudad y las localidades que la circundan se reunieron en un ente mayor, como es el AMBA—, la Argentina adolece de una fragmentación regional. La tan mentada grieta se reviste de mil caras distintas para actentuar la división entre unos y otros: una diferenciación que, en última instancia, parece tener su origen en la dicotomía civilización y barbarie.
Pero qué pasaría si se pudieran resolver —disolver— esas categorías. Tal vez la Argentina avanzaría por un camino de mayor oportunidades. El ministro de Educación de la provincia de Tucumán Juan Pablo Lichtmajer acaba de publicar un interesantísimo y provocador ensayo sobre Juan Bautista Alberdi, quien está considerado como el padre de la Constitución Argentina: Alberdi: la noble igualdad (Sudamericana) tiene, como dice en el subtítulo, la propuesta de repensar la libertad y la equidad en la nación argentina. Lichtmajer avanza sobre las bases y condiciones que Alberdi veía para la organización nacional y el desarrollo de la patria, y señala que el atraso de las provincias está dado por una redistribución inequitativa de las riquezas y no por causas culturales.
En esta entrevista, Lichtmajer habla de su libro y de cómo Juan Bautista Alberdi es una clave para comprender la actualidad del país.
—¿Cuántas identidades tiene la Argentina y por qué usted toma a Alberdi como una figura que permite anudarlas?
—La Argentina tiene un identidad dinámica. Quizás sea más adecuado hablar de identificación, porque es un proceso constante. Es múltiple y diversa. Naturalmente, el relato de la historia argentina constituye, fortalece y solidifica ciertas matrices. Una de las cosas que el libro pretende mostrar a través de la figura de Alberdi es cómo poner en cuestión una matriz identitaria argentina muy arraigada, que es la de civilización o barbarie. En el planteo alberdiano, más que un enfrentamiento entre civilización o barbarie, lo que había eran dos civilizaciones posibles. Eso nos permite superar una dicotomía en la cual toda una parte de la Argentina queda relegada a la barbarie. Alberdi es el primer pensador de las guerras civiles de la Argentina en clave económica y allí recoge las demandas históricas de, en aquel momento, las catorce provincias, que tenían que ver con lo que en términos contemporáneos diríamos la distribución de la riqueza.
—Si lo traemos al presente, ¿la discusión de Alberdi es la discusión sobre la coparticipación nacional?
—Siempre tomando la licencia de lo que significa para un historiador “traer al presente”, hay un planteo vigente en términos alberdianos y es el siguiente: no puede haber un país que camine rengo. Argentina tiene un problema de desigualdad regional muy marcada. La forma de la coparticipación federal es la forma en la cual hoy se piensa la distribución de la riqueza. Es una discusión que se debe dar pero no es el único modo de equilibrar las desigualdades.
Alberdi es el primer pensador de las guerras civiles en clave económica
—¿Por qué se impuso la forma sarmientina de civilización o barbarie, y no la de Alberdi de civilizaciones?
—El cambio fundamental tiene que ver con cómo se piensa el motivo del atraso de un sector del país. El planteo alberdiano respecto de que el atraso tiene que ver con una matriz económica lo hace mucho más potable a la integración y más proclive a una Constitución que pueda ordenar el país, a que si lo pensamos en clave cultural. No obstante, el libro está concentrado no el debate con Sarmiento sino con Mitre. Salir de la matriz cultural y asociar la llamada barbarie a un problema de oportunidades —dicho en términos actuales—, da un horizonte de construcción de país más factible y, sobre todo, se sale de una subordinación cultural. Para que pueda haber libertad tiene que haber equidad y para que haya equidad tiene que haber inversión o distribución de la riqueza.
—¿Eso es responsabilidad del Estado nacional o de cada provincia?
—En términos alberdianos está claro que el Estado nacional es el garante de la Constitución. Eso está planteado en la Constitución del 53: el Estado debe estar fortalecido tanto en términos económicos como geopolíticos. No obstante, los gobiernos locales —las provincias— son responsables y corresponsables de la administración de los territorios. La Argentina debe pensarse desde un paraguas nacional, pero no puede traccionar hacia un país más justo, un país más libre, más democrático y más diverso, sin los engranajes territoriales que son las provincias. Y podríamos ir un paso más allá y pensar en las intendencias. Y aún más allá, y pensar en los pueblos, que, en el caso de Tucumán, se denominan “comunas rurales”. Es un conjunto de engranajes.
—Al comienzo del libro hace referencia a los caudillismos. Desde Buenos Aires siempre hubo cierta desconfianza por los caudillos, lo que continua con los grandes barones de la provincia y los gobernadores reelectos indefinidamente. ¿Cómo se puede comprender el proceso que se da entre el caudillo y el gobernador? ¿De qué manera se puede entender a las provincias como territorios con una lógica política propia?
—En De la anarquía y sus dos causas, Alberdi manifiesta su posición respecto del caudillismo. Alberdi no defiende el caudillismo, pero de ninguna manera, asocia al caudillismo a un atraso cultural. Es interesante pensar que, a mayor ausencia de un Estado nacional que asegure condiciones de equidad y de oportunidades para los distintos territorios, mayor es la necesidad de esos territorios de depender de sus fuerzas locales. Hablo siempre en clave del siglo XIX. Lo que busca Alberdi, y eso sí tenemos que pensarlo con seriedad en la actualidad, es una Argentina integrada: a mayor integración, menor disgregación. De ninguna manera se puede pensar al caudillismo como un fenómeno estrictamente de disgregación. En el pensamiento de Mitre hay claramente una orientación a pensarlo en estos términos, mientras que en el caso alberdiano, hay un planteo de cómo, a través de la Constitución, de la distribución de la riqueza y de un debido reconocimiento de las idiosincrasias y las características culturales de ese país diverso y plural que somos, se puede integrar en la unidad nacional.
—En los últimos tiempos se han sancionado leyes que, desde ciertos sectores de las provincias, se decía que tenían interés sólo para la ciudad de Buenos Aires. Pienso, por ejemplo, en la ley de matrimonio igualitario, que una diputada que votó en contra dijo: “Eso sólo le importa al puerto”.
—Puntualmente, las leyes como la que mencionás, que tienen que ver con ampliar derechos, son patrimonio de todos los argentinos y argentinas, y, al ser leyes, provienen de debates que se dan en el Congreso, donde están representadas todas las identidades, todas las idiosincrasias a través de los y las representantes del pueblo. Es importante, en este tipo de temas, entrar, como dice el libro, tratando de mitigar lo que nos daña y fomentar lo que nos une. Tenemos que superar la dicotomía entre Buenos Aires y el interior. Primero, porque el interior no es un bloque homogéneo: cada provincia tiene su idiosincrasia, sus características. Son todas iguales ante la ley y deben serlo ante el Estado, pero no hay que caer en un provincialismo cerril porque eso llevaría a un camino equivocado. Pero a la vez, pensar en una ciudad rica en un país pobre tampoco beneficia a esa ciudad. Hoy CABA necesita profundamente de la Argentina. La mayoría de los países que se llaman desarrollados son países multipolares: no es cambiar un centro por otro sino multiplicar en distintos centros.
Pensar en una ciudad rica en un país pobre tampoco beneficia a esa ciudad. Hoy CABA necesita profundamente de la Argentina
—¿Pero no era eso lo que buscaba Sarmiento, que de alguna forma Argentina se asemejara a Estados Unidos?
—Sí, es correcto. No solamente tenemos que poner el acento en las diferencias, sino también en los puntos en los que hubo consenso. Naturalmente, al momento del ejercicio de la política, no fue tan fácil para el Sarmiento presidente llevar a cabo esas ideas. Pero hay que poner en cuestión la vieja idea que desde la Generación del 37 hasta la consolidación del Estado nacional en 1880 todos pensaban más o menos lo mismo. Los debates fueron muy intensos, fueron profundos y fueron sobre qué Argentina se iba a construir. Muchas veces se intenta emular al siglo XIX diciendo: “Tenían un proyecto de país”. ¡Había más de un proyecto! Lo que sin duda había eran proyectos de mediano y largo plazo para la Argentina. No era la misma, y creo que allí, tanto en los contrastes como en las coincidencias es donde podemos buscar puntos de reflexión que nos ayuden a pensar la coyuntura actual. Hay problemas estructurales de la Argentina, sin duda. Y uno de ellos tiene que ver con un país que, aún al día de hoy, más allá de lo declamativo, es poco federal.
—Como ministro de Educación de Tucumán: ¿de qué manera se forma a los estudiantes y cómo entra la figura de Alberdi en la educación?
—Ahí hay dos puntos. El primero, es que la educación es la herramienta más poderosa para equilibrar la balanza de la Justicia. Más allá del debate interesante entre Alberdi y Sarmiento, ambos coincidirían en que la oportunidad que brinda el conocimiento es el camino para acortar las brechas y las desigualdades. Por otro lado, la educación tiene que poner el foco en la identidad. Que nos permita pensar quiénes somos y cómo podemos ser mejores. Hay un modelo de educación para la identidad que tiene que estar presente. Allí uno podría decir que Alberdi defendía la inmigración, pero hay que pensar la inmigración no como algo que venía a suplantar identidades si no a integrar culturas. Al menos, creo que es la posición que toma Alberdi en gran parte de su obra. Hay un Alberdi poco trabajado y es el que el libro trata de recuperar. Es un Alberdi que toma una posición firme respecto del lugar del federalismo y las demandas federales. Que ve a lo popular —y quiero ser técnico con esto, cuando digo popular digo los pueblos, las soberanías de los gobiernos locales de las provincias— como factor fundamental.
—¿Alberdi pensaba en una educación para el trabajo?
—Ahí, de hecho, podríamos vincularlo a Manuel Belgrano. Alberdi pensó mucho la educación en términos para la preparación para el trabajo. Estudiamos para saber más, estudiamos porque es un lazo social, genera habilidades, pero también estudiamos para desarrollar nuestra vida de acuerdo a lo que podamos elegir. Belgrano hablaba de las escuelas náuticas, que es el origen de las escuelas técnicas de la Argentina. Si el mundo se conectaba a través de los mares, Belgrano proponía desarrollar escuelas náuticas. Trasladado al momento actual, el mundo se conecta a través de internet y la tecnología, la educación debe estar pensada para los trabajos de hoy y para los trabajos que vendrán. Es algo que Alberdi podría perfectamente ayudarnos a pensar. Alberdi se relaciona con Manuel Belgrano y con una larga tradición del pensamiento de la Argentina que toma a la educación como una herramienta de movilidad social ascendente.
Hay problemas estructurales de la Argentina, sin duda. Y uno de ellos tiene que ver con un país que, aún al día de hoy, más allá de lo declamativo, es poco federal
—Hagamos un poco de historia contrafáctica. ¿Tendríamos el mismo país si Alberdi hubiera nacido en Buenos Aires?
—Es siempre difícil hacer historia contrafáctica. Alberdi pasó un tiempo importante de su educación en Buenos Aires y lo hizo gracias a una beca que le dio el gobernador Alejandro Heredia. Cuando se piensa a Alberdi hay que pensar en la Constitución, porque es su autor intelectual, y la Constitución alberdiana de 1853 tiene elementos centrales: uno de ellos era la creación de una Capital Federal, un territorio propio del gobierno nacional; otro tenía que ver con demandas históricas, como la navegación de los ríos que permitiría una mayor diversidad; y el tercero era la distribución de las rentas de aduana que daría una mayor equidad económica. Si se hubiesen respetado esas condiciones, tendríamos otro país, un país mejor. El libro invita a pensar cómo se construyó la nacionalidad argentina. En ese sentido, no es una mirada exclusiva del pasado: invita a pensar quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes queremos ser. Alberdi nos ayuda a buscar puntos de encuentro en la identidad y la equidad en términos económicos pero también culturales.
—Con Manzur como Jefe de Gabinete, ¿se equilibra la presencia de Tucumán en el concierto del país?
—La presencia del Dr. Manzur en el Gabinete es la presencia de un gobernador del norte argentino. El norte grande argentino es una región postergada de la Argentina, y es algo que toda la Argentina debe pensar. Vuelvo a lo que decía antes: los desarrollos desiguales terminan afectando a todos. Un desarrollo potente y fuerte del norte argentino ayuda a toda la Argentina, no es un tema exclusivamente ni de Tucumán ni regional. Es saludable la presencia de un gobernador de provincia en el gabinete. No obstante, la mirada federal excede a una persona o a un funcionario, y debe ser la política de Estado más importante que tenga el país. Yo creo que la Argentina puede superar los obstáculos para una equitativa distribución de las oportunidades, que no es sino otra manera de enunciar lo que se llama federalismo. Esa es la verdadera llave para un desarrollo armónico de la Argentina.
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